En las Conferencias Reformadas de Rubí, se demostró, de manera irrefutable, que el bautismo infantil es bíblico –es decir, una verdad bíblica, que forma parte intrínseca del conjunto de enseñanza de las Escrituras–. Se demostró de manera bíblica, porque partió de las declaraciones de la Biblia. Se demostró de manera irrefutable, porque se hizo por medio de la lógica. Las premisas de las que se partió (la Biblia) eran verdad y la conclusión lógica fluyó de las mismas, con total naturalidad, como una consecuencia buena y necesaria.
Estas conferencias fueron publicadas por vídeo, en el canal de Youtube de la Iglesia Reformada Continuada de Rubí, y publicitadas por distintas cuentas de Facebook. Allí hubo también algunos conatos de debate o polémica. Pero todo se zanjó, como si de una buena extracción de muela se tratara, de manera rápida y sin dolor.
Ya estamos, entonces, en el primer día después de la publicación de las conferencias, que han sido presentadas con la declaración clara y sin matices de que el bautismo infantil es bíblico.
Esta afirmación, presentada por un ministro en el marco de unas conferencias públicas, tendrían que ser tenidas debidamente en cuenta, porque de hecho están cuestionando la forma actual del protestantismo en España y en otros países de habla hispana –sin exagerar, siendo el 99% del mismo de tipo bautista–.
¿Cuál puede ser la respuesta que se pueda dar, desde el status quo actual evangélico, a este llamamiento a la iglesia (llamemos así al multiforme «mundo evangélico») en este punto en particular? A continuación, avanzamos una serie de posibles respuestas, junto con el inevitable resultado de las mismas.
De entrada, podemos decir que la iglesia no va a aceptar ser interpelada con gusto en este punto, del que ha hecho uno de sus principales señas de identidad. Y ni mucho menos, considerará como una opción el cambiar o rectificar en cuanto a lo que ha enseñado y practicado durante las últimas décadas –seguramente, fue a partir de la Guerra Civil y durante los años del franquismo cuando el protestantismo en España se convirtió en mayoritariamente bautista–.
¿Cuál será, pues, la primera reacción? La más normal y fácil: simplemente ignorar esta enseñanza y sus implicaciones. Lo cual, a pesar de que lo que se pueda pensar, resulta totalmente contraproducente.
Uno puede conducir tranquilamente por una calle cada día, pero ya no se puede hacer esto sin más desde el día que el ayuntamiento decide cambiar la dirección del tráfico: conducir por ella constituye a uno automáticamente en infractor y sujeto a pena de multa. Del mismo modo, cuando se ha hecho una declaración pública y explícita que equivale a una acusación en toda regla, seguir haciendo lo mismo sitúa a uno automáticamente en el bando del error.
Si no se opta, entonces, por ignorar y por el silencio, ¿entonces qué?
Normalmente, el primer recurso que se tiene a mano es el de la burla del tema del que se ha de hablar, en este caso el bautismo infantil. Tengo que decir que me lo he encontrado algunas veces, incluido entre pastores. Pero el que tal hace se descalifica y desautoriza automáticamente a sí mismo. Si no somos capaces de ver que el tema del bautismo infantil es solemnemente serio, deberíamos pensar en dedicarnos a otra cosa más jovial y divertida que el ministerio.
Aparentado a esta última respuesta, está la descalificación personal. No tengo miedo a este recurso, pero sé que puede estar ahí y que la Biblia habla del «azote de la lengua» (Job 5:21). De todos modos, quien opte por esta respuesta, que puede dar algunos réditos en lo inmediato, a la larga quedará totalmente desautorizado. No en vano, los argumentos ad hominem y descalificaciones personales son reconocidos universalmente como falacias lógicas, para tratar de evitar enfrentar dialécticamente la cuestión. Y quien opta por ello declara, al hacerlo, que no tiene más recursos y que es del bando perdedor.
Dejando de lado la burla y la descalificación personal, la respuesta sólo se puede centrar en cuanto al contenido. Y en este sentido, ¿qué pueden responder? ¿Cómo van a cuestionar lo afirmado acerca del bautismo infantil? En esta exposición, ya se presentó las objeciones que se dan al bautismo infantil por parte de los bautistas. No sólo eso, sino que se les dio respuesta por adelantado por medio de la Escritura. El argumento, el razonamiento, es bíblico y abarca todos los puntos de la cuestión. No hay nada que se quede fuera. Como pruebas se apela directamente a las Escrituras –si hay alguna cita a algún autor es incidental y como apoyo al transcurso del pensamiento, pero no como elementos probatorios o, ni mucho menos, decisorios–.
Todo, pues, cuanto pudieran decir está refutado de antemano por la Biblia y por el uso de la lógica. ¿Cuál sería la única respuesta posible? Las únicas opciones que veo sólo pueden ser dos: o bien negar totalmente este proceder, por estar basado en la lógica, o bien declarar que esta es una cuestión teológica muy compleja, que requiere de mucha reflexión en profundidad, pormenorizada y por muchos años, a realizar por todos los considerados teólogos principales del reino, y muchos más. Podría ser también una mezcla de ambas.
Pero recurrir a ambas respuestas es totalmente contraproducente.
Primero, rechazar la lógica sería reconocer que su postura es ilógica, irracional y absurda, por lo tanto, totalmente arbitraria. Como se dijo en las conferencias, no es muy aconsejable ponerse del lado de los sofistas, de Zapatero y de la ideología de género.
Segundo, declarar que este es un asunto teológico en suspenso y a poner en escrutinio sería en realidad una respuesta falaz. O dicho de otra manera, una mentira. ¿Por qué? Porque esta cuestión ya ha sido tratada suficientemente a lo largo de la historia de la Iglesia. No es un asunto teológico irresoluble ni se trata de un asunto nuevo que requiera mucha meditación, de manera que vayamos a ser nosotros los que lo vayamos a resolver. La solución ya está dada. Lo único que hay que hacer es reconocerlo. Claudicar. Arrepentirse y comenzar a andar en la dirección totalmente contraria.
La cuestión del bautismo infantil queda, pues, en pie como verdad bíblica. Todo lo que no sea reconocer esto será, al final, totalmente contraproducente y perjudicial, para los propios interesados e interpelados. Pero, sobre todo, será privar a la iglesia de toda la verdad bíblica.