CULTO DE LA MAÑANA
Colosenses 1:15-17, “La supremacía de Cristo en la Creación”
CULTO DE LA TARDE
1 Samuel 6:10-7:2, “Triunfalismo o temor”
(el mensaje comienza a partir de 10:53)
CULTO DE LA MAÑANA
Colosenses 1:15-17, “La supremacía de Cristo en la Creación”
CULTO DE LA TARDE
1 Samuel 6:10-7:2, “Triunfalismo o temor”
(el mensaje comienza a partir de 10:53)
ormalmente hay dos maneras de hacer las cosas: o bien por costumbre, o bien por convicción. En la primera, por costumbre, no hay ninguna fuerza que empuje a hacer las cosas, simplemente se hacen por inercia. En la segunda, esta convicción es la fuerza interior que empuja a hacer las cosas o, llegado el caso, a cambiar lo que siempre se está haciendo.
Bien, nos podemos preguntar entonces acerca de lo que estamos haciendo ahora, viniendo a la iglesia el domingo. ¿Por qué venimos a la iglesia precisamente en domingo? ¿Tiene que ser en este día? ¿Tiene que haber un día en especial para que los cristianos se reúnan?
Se puede decir que ante estas preguntas se dan hasta tres respuestas distintas:
1) Está los que dicen, o los que dan por sentado, que se trata de una mera costumbre. Lo hacen, van a la iglesia el domingo, porque es lo que sus padres le han enseñado, o porque lo ve en los demás y ellos hacen lo mismo, o simplemente porque es en ese día que la iglesia hace sus cultos, de la misma manera que se tiene que ver un partido de fútbol los sábados o que para ver tal serie se tiene que hacer en tal día de la semana.
Esta es la actitud de la gran mayoría de los cristianos. Y esta actitud a lo que lleva es a una observancia superficial del mandamiento del Día de Reposo. Si son verdaderamente creyentes, si se han convertido a Dios, entonces hay un deseo de reunirse y tener comunión con los hermanos, y de escuchar la Palabra. Pero no hay un principio exterior que obligue. Así que, si las fuerzas o el deseo espiritual por diversas circunstancias decaen, entonces esto lleva a que la gente se reúna menos o deje de hacerlo por completo.
Dentro de esta categoría, la de la “costumbre”, están también aquellos que lo llegan a explicar en la teoría. Es decir, aquellos que tienen un discurso teórico para explicar y defender que el hecho de reunirse en domingo es sólo una cuestión de costumbre de la Iglesia.
Según ellos, para los cristianos no hay una obligación que provenga directamente del Decálogo, pues, dicen ellos, este mandamiento es ceremonial, pertenece a todos los mandamientos de culto que luego se cumplen en Jesucristo y que, por lo tanto, están abrogados como tales en el Nuevo Testamento. Según siguen diciendo ellos, si nos reunimos en domingo es porque fue esta la decisión que tomó la iglesia cristiana casi desde sus mismos orígenes, y no hay razón para cambiarla. Pero, fijémonos, en principio tampoco habría razón para que el día para congregarse fuera otro día de la semana, o incluso todos los días.
Esta es la posición, como decimos, más común en el cristianismo, incluido también los evangélicos.
2) En segundo lugar, están también los que tienen una convicción en cuanto al Día de Reposo, pero su convicción es que no se tiene que reunir en domingo, sino en sábado, como en el Antiguo Testamento.
En este grupo entran, por supuesto los judíos, pero también algunos grupos dentro del cristianismo, como los adventistas del séptimo día, u otros que pueda haber (sobre todo ahora, con la proliferación de los llamado “judíos mesiánicos” entre los evangélicos).
3) Y en tercer y último lugar, están aquellos que se reúnen en domingo como Día del Señor como el día que Dios ha ordenado en la Palabra y que ha apartado para sí. Estos cristianos guardan el mandamiento, por tanto, movidos por el deseo de reunirse y tener comunión con los hermanos. Pero este deseo está además reforzado por el mandamiento, por la obligación de entender cuál es la voluntad de Dios en Su Palabra.
En este mensaje, pues, y en los que siguen vamos a estar considerando este mandamiento del Decálogo, para ver la verdadera postura y enseñanza que nos da la Biblia.
En el mensaje de hoy, vamos a estar viendo el “porqué” tenemos que guardar este día. Luego están las preguntas de “cuál” es el día”, y también la de “cómo” se tiene que guardar.
¿Por qué tenemos, pues, los creyentes del Nuevo Testamento que observar el mandamiento del Día de Reposo? Pues hemos de presentar de entrada la afirmación, basada en la Palabra de Dios, de que el guardar este mandamiento es un deber moral. No sería un mandamiento ceremonial, tampoco sería meramente un mandamiento positivo (¿nos acordamos?, mandamientos positivos son aquellos que descansan únicamente en la voluntad de Dios, que así lo dispuso, por ejemplo, ¿por qué determinados alimentos eran impuros? Pues, simplemente, porque así lo ordenó Dios, porque no hay nada inmundo de por sí (Rom. 14:14)? Por supuesto, está basado siempre en Su voluntad, pero además, este mandamiento nos enseña lo que es el bien y lo que es el mal; por lo tanto, es permanente y perpetuo, es universal, y transgredirlo supone una injusticia, ante Dios, pero también para con los hombres.
El Día de Reposo es un deber moral. ¿Por qué?
En el orden natural hay cosas que no se pueden llegar a mezclar de ninguna de las maneras, y hacerlo sería la mayor de las abominaciones. Por ejemplo, sería una enorme abominación intentar mezclar los genes del hombre con los de los animales. Este es el gran peligro de que los científicos experimenten con embriones humanos, con las llamadas células madre de embriones, ya que esto abre la puerta a que a escondidas se hagan también este tipo de experimentos. Hace unos cuantos años, cuando Tony Blair gobernaba en Gran Bretaña, se anunció que se iban a permitir este tipo de experimentos; desde entonces, nada más de este asunto se conoce.
Este tipo de uniones o mezclas antinaturales se producen, también, pero en el orden espiritual, cuando se mezclan cosas absolutamente contrarias. Pensemos sino en la mezcla tan habitual entre el humanismo y el cristianismo. El humanismo es la fe en el hombre, en sus capacidades, en su naturaleza buena, en que él es quien tiene que gobernar a sí mismo sin que haya nada por encima del hombre ni de su voluntad. El cristianismo es la fe en Dios, que por medio de Cristo rescata al hombre de su profunda miseria y condenación; y que el hombre en todos los órdenes se tiene que gobernar según la voluntad de Dios; y no hay nada por encima de la voluntad de Dios que nos ha dejado por escrito en su santa Palabra.
Ambas cosas, humanismo y cristianismo, son, por tanto, totalmente contrarias. Pero he aquí que se ha logrado conseguir una especie de unión o mezcla entre los dos. Se ha creado el monstruo. Los que lo han conseguido no son científicos, ni experimentadores, sino principalmente los mismos maestros cristianos que tenían que haber defendido la verdad de la Palabra de Dios. En un principio, esta mezcla se dio, lo tenemos que reconocer, en el mismo bando protestante mismo, entre los teólogos liberales durante el siglo XIX. Pero la unión se ha llevado a cabo, sobretodo, por los teólogos de la iglesia romana misma durante todo el siglo XX. De hecho, son ellos los que han acuñado la expresión de humanismo cristiano. Esta idea o concepto es lo que ha dado lugar al Concilio Vaticano II y lo que ha transformado completamente en todos los sentidos las sociedades tradicionalmente católicas-romanas, como la nuestra en España.
Y para mostrar que no se puede hacer esta mezcla entre humanismo y cristianismo, y que no hay tal cosa del humanismo cristiano, seguramente no hay pasaje más apropiado que este Salmo de David que hemos leído. A más de uno le podrá a primera vista sorprender. Porque en pocos lugares la Palabra de Dios exalta más alto al hombre ni habla de él en términos más excelentes. Sin embargo, aun así vemos que ella no presenta al hombre nunca independiente de Dios o como un fin en sí mismo; en definitiva, nunca presenta al hombre de una manera humanista.
“Entretanto, no desdeñemos deleitarnos con las obras de Dios, que se ofrecen a nuestros ojos en tan excelente teatro como es el mundo. Porque, como hemos dicho al principio de este libro, es la primera enseñanza de nuestra fe, según el orden de la naturaleza – aunque no sea la principal -, comprender que cuantas cosas vemos en el mundo son obras de Dios, y contemplar con reverencia el fin para el que Dios las ha creado. Por eso, para aprender lo que necesitamos saber de Dios, conviene que conozcamos ante todo la historia de la creación del mundo, como brevemente la cuenta Moisés y después la expusieron más por extenso otros santos varones, especialmente san Basilio y san Ambrosio. De ella aprenderemos que Dios, con la potencia de su Palabra y de su Espíritu, creó el cielo y la tierra de la nada; que de ellos produjo toda suerte de cosas animadas e inanimadas; que distinguió con un orden admirable esta infinita variedad de cosas; que dio a cada especie su naturaleza, le señaló su oficio y le indicó el lugar de su morada; y que, estando todas las criaturas sujetas a la muerte, proveyó, sin embargo, para que cada una de las especies conserve su ser hasta el día del juicio. Por tanto, Él conserva a unas por medios a nosotros ocultos, y les infunde a cada momento nuevas fuerzas, y a otras da virtud para que se multipliquen por generación y no perezcan totalmente con la muerte. Igualmente adornó el cielo y la tierra con una abundancia perfectísima, y con diversidad y hermosura de todo, como si fuera un grande y magnífico palacio admirablemente amueblado. Y, finalmente, al crear al hombre, dotándolo de tan maravillosa hermosura y de tales gracias, ha realizado una obra maestra, muy superior en perfección al resto de la creación del mundo […]
¡Cuánta, pues, sería nuestra ingratitud, si nos atreviéramos a dudar de que este tan excelente Padre tiene cuidado de nosotros, cuando vemos que antes de que naciésemos estaba solícito y cuidadoso de proveernos de lo que era necesario! ¡Qué impiedad mostrar desconfianza, temiendo que nos faltase su benignidad en la necesidad, cuando vemos que fa ha derramado con tanta abundancia aun antes de que viniéramos al mundo! Además, por boca de Moisés sabemos que todas las criaturas del mundo están sometidas a nosotros por su liberalidad (Gn. 1,28; 9,2). Ciertamente, no ha obrado así para burlarse de nosotros con un vano título de donación que de nada valiese. Por tanto, no hay que temer que nos pueda faltar algo de cuanto conviene para nuestra salvación”.
Institución de la religión cristiana I.XIV.20 y 22 (110-112).
“A este mismo fin se dirige lo que cuenta Moisés, que Dios terminó su obra, no en un momento, sino después de seis días. Pues con esta circunstancia, dejando a un lado todas las falsas imaginaciones, somos atraídos al único Dios, que repartió su obra en seis días, a fin de que no nos resultase molesto ocuparnos en su meditación todo el curso de nuestra vida. Pues, aunque nuestros ojos a cualquier parte que miren tienen por fuerza que ver las obras de Dios, sin embargo nuestra atención es muy ligera y voluble, y nuestros pensamientos muy fugaces, cuando alguno bueno surge en nosotros.
También sobre este punto se queja la razón humana, como si el construir el mundo un día después de otro no fuera conveniente a la potencia divina. ¡A tanto llega nuestra presunción, hasta que, sumisa a la obediencia de la fe, aprende a prestar atención a aquel reposo al que nos convida la santificación del séptimo día!
Ahora bien; en el orden de la creación de las cosas hay que considerar diligentemente el amor paterno de Dios hacia el linaje humano por no haber creado a Adán mientras no hubo enriquecido el mundo con toda clase de riquezas. Pues si lo hubiese colocado en la tierra cuando ésta era aún estéril, y si le hubiese otorgado la vida antes de existir la luz, hubiera parecido que Dios no tenía en cuenta las necesidades de Adán. Mas, al disponer, ya antes de crearlo, los movimientos del sol y de las estrellas para el servicio del hombre; al llenar la tierra, las aguas y el aire, de animales; y al producir toda clase de frutos, que le sirviesen de alimento, tomándose el cuidado de un padre de familia buer,) y previsor, ha demostrado una bondad maravillosa para con nosotros.
Si alguno se detiene a considerar atentamente consigo mismo lo que aquí de paso he expuesto, verá con toda evidencia que Moisés fue un testigo veraz y un mensajero auténtico al manifestar quién es el verdadero creador del mundo.
Institución de la religión cristiana I.XIV.2
Mensaje en Hechos 17:16-34
CULTO DE LA MAÑANA
Romanos 5:18-21, “Recapitulando sobre Adán y Cristo”
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CULTO DE LA TARDE
Salmo 33:6-9, “Dios Padre, Creador de todas las cosas” (Catecismo de Heidelberg, domingo 9)
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CULTO DE LA MAÑANA
1 Reyes 9-19, “Dios restaura en gracia”
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CULTO DE LA TARDE
Génesis 1:26:31, “De dónde proviene nuestro mal” (Catecismo Heidelberg, domingo 3)
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