CULTO DE ORACIÓN
Hechos 1:12-14, Perseveraban unánimes en la oración
CULTO DE ORACIÓN
Hechos 1:12-14, Perseveraban unánimes en la oración
CULTO DE LA MAÑANA
1 Timoteo 5:17-25, Cómo tratar a los dirigentes de la iglesia
CULTO DE LA TARDE
Éxodo 20:13, Las excepciones al No Matarás: justicia pública, guerra justa, legítima defensa (Preg. 136)
Lo que no es: tan sólo buena
Si han estado viendo los vídeos de mis predicaciones en las últimas dos semanas, habrán visto que he comenzado a predicar con la ropa pastoral de Ginebra.
El usar la ropa pastoral cuando se predica –estamos todos de acuerdo– no está ordenado en las Escrituras. Sin embargo, no por ello supone –creo– un quebrantamiento del Principio Regulador del Culto. ¿Por qué? Pues lo podemos expresar por medio de un silogismo:
1) El apóstol Pablo, en Romanos 11:13, dice «honro mi ministerio», lo cual se puede aplicar también a las acciones que tiendan a honrar el ministerio y que sean entendidas como tal tanto en la iglesia como en las distintas sociedades de los hombres.
2) El uso de la ropa pastoral, tradicional en las Iglesias Reformadas, es conforme a la función ministerial de predicación y enseñanza en la iglesia, y en las sociedades de los hombres se entiende como una atribución para oficiales de autoridad pública.
3) Por consiguiente, según el principio expresado por el apóstol Pablo en Romanos 11, es lícito usar la ropa pastoral.
Este es un ejemplo de silogismo. De un silogismo bueno (correcto). Por este silogismo, se concluye que algo está en consonancia con la Biblia. Pero, notemos que este silogismo nunca establece, no es su propósito ni su alcance, que la ropa pastoral haya sido instituida directamente por Dios o que sea o tenga que ser normativa en la iglesia. Lo único que hace es establecer esta acción como algo posible. Posteriormente, ella es facultativa al ministro: si el ministro quiere ponérsela, nadie se lo tendría que impedir, por cuanto es ministro y la ropa está en consonancia con la Escritura; pero si el ministro no quiere ponérsela, tampoco nadie puede obligarlo a ello bajo ningún concepto.
Lo que es: buena, pero sobre todo necesaria
Como hemos dicho, el silogismo acerca de la ropa pastoral es bueno (es decir, es correcto). Pero este no es el tipo de silogismos por el cual se establece como bíblica una enseñanza, una doctrina, una práctica, aunque la conclusión final de toda su base bíblica no esté explícitamente presente en la Escritura.
Este tipo de silogismos parten de lo ya presente en la Escritura (explícito) y por buena (correcta) consecuencia, pero también necesaria, elucidan, ponen de manifiesto, lo que, a partir de lo ya revelado, es normativo bíblicamente hablando.
Se trata de una necesidad lógica, según la cual lo concluido forma parte del mismo conjunto de verdad de la Escritura que las premisas bíblicas.
El aceptar la conclusión, la inferencia, pues, no es un ejercicio de racionalismo. Al contrario, es un ejercicio de sumisión, por la razón creyente, a la autoridad de la Escritura.
En realidad, sin la «buena y necesaria consecuencia» no se puede dar la Sola Scriptura. Porque la autoridad de la Escritura se vería sustancialmente mermada, tan sólo a lo que es explícitamente evidente. Toda la plenitud de la revelación, pues, o bien tendría que venir por una autoridad exterior a las Escrituras o bien carecería absolutamente de sentido. Sin la «buena y necesaria consecuencia», pues, estaríamos en manos de los prelatistas o de los liberales.
Por otra parte, la negación de la «buena y necesaria consecuencia» ha sido el proceder histórico de todo tipo de sectas que han asolado el protestantismo hasta nuestros días.
Bien. Compárese el silogismo acerca de la ropa pastoral con el siguiente, sobre el bautismo infantil:
1) En el pacto con Abraham, Dios da las promesas a los hijos ordenando la señal y sello de la circuncisión.
2) En el Nuevo Testamento, Dios sigue extendiendo las promesas a los hijos y el bautismo reemplaza a la circuncisión como señal y sello del pacto.
3) Por consiguiente, los hijos han de recibir la señal y sello del bautismo.
Como vemos, son dos categorías distintas de silogismos.
El primero, el de la ropa pastoral, establece que una cosa está en consonancia con la Escritura, pero es algo que se puede o no dar o aceptar. No va más allá de eso.
El segundo, el del bautismo infantil, está tratando con una realidad directamente establecida por Dios, como fue el pacto de gracia de Dios con Abraham, llamado pacto eterno en la Escritura (Salmo 105:9-10), así como con los sacramentos que Dios mismo ha establecido, tanto en la Antigua como en la Nueva Dispensación del Pacto de Gracia.
Si el pacto de gracia de Dios con Abraham es eterno, entonces sus disposiciones han de seguir vigentes, a no ser que hayan sido revocadas por Dios en Su Palabra. Y Dios en ningún lugar ha revocado que a los hijos de los creyentes se les administre las promesas del pacto por medio de los sacramentos del pacto. O establecido explícitamente que se les tenga que excluir de las mismas. En realidad, todo el Nuevo Testamento confirma lo contrario, como se vio en la conferencia sobre la necesidad del bautismo infantil.
Por consiguiente, el segundo silogismo establece como verdad bíblica, y por consiguiente normativa, que los hijos de los creyentes sean bautizados, en virtud del pacto de gracia con Abraham.
Por supuesto, las dos premisas de este último argumento están sustentadas por una impresionante cantidad de material bíblico, que se ha obtenido durante 500 años de reflexión teológica reformada, a partir tanto de la exégesis como de la teología bíblica. En la conferencia ofrecimos tan sólo algunos de los textos más reseñables tan sólo del Nuevo Testamento.
No hay, pues, otra alternativa que aceptar el hecho, la realidad, de que el bautismo infantil es bíblico. Porque si no, se está rechazando tanto el principio de «buena y necesaria consecuencia» como todo ese material bíblico que sustentan las premisas y la conclusión de las mismas.
Pero no sólo eso. Se estaría también deshonrando al Señor. Lo podemos ver en palabras del teólogo escocés George Gillespie, el cual fue un comisionado de la iglesia de Escocia en la Asamblea que produjo la Confesión de Westminster:
«Si decimos que las necesarias consecuencias a partir de la Escritura no prueban un ius divinum, un derecho divino, decimos algo que es inconsistente con la sabiduría infinita de Dios; porque aunque se pueden sacar consecuencias necesarias de las palabras de un hombre que no concuerden con su mente e intención, y así los hombres a veces se hallan atrapados en sus propias palabras; sin embargo (como Cameron mostró bien), al ser Dios infinitamente sabio, sería una opinión blasfema mantener que algo se puede sacar por buena y necesaria consecuencia a partir de su santa palabra que no sea su voluntad»[1]
Conclusión
Hermanos bautistas: desde el pasado 4 de febrero estoy hablando continuamente en redes, prácticamente a diario, acerca de la necesidad del bautismo infantil.
Es decir, que es necesario aceptarlo. O sea, que no es opcional, ni para creyentes, ni para pastores, ni para iglesias.
Durante todo este mes, he intentado expresarme siempre de manera respetuosa con las personas (espero), pero a la vez todo lo claramente que sea capaz en cuanto a las ideas.
Si he hablado en cuanto a esta cuestión del bautismo infantil es porque creo que era mi responsabilidad y deber hacerlo. El Señor me ha dado entendimiento en esta cuestión de Su Palabra, por lo que también se me demandará el uso que he hecho de este entendimiento.
Pero, sinceramente, yo no puedo estar repitiendo indefinidamente estas mismas cuestiones. Tengo también otras responsabilidades que cumplir. Así pues, yo ya he dicho todo lo que tenía que decir al respecto.
La responsabilidad ahora es de cada uno. La de considerar debidamente esta doctrina de la Palabra de Dios y no desecharla de entrada porque no concuerde con la tradición eclesiástica en la que han sido enseñados.
[1] George Gillespie, Treatise of Miscellany Questions (Edimburgo: Robert Ogle, and Oliver & Boyd, 1844), pp. 102-103.
En este breve escrito voy a limitar al máximo toda expresión innecesaria. Tampoco voy a presentar las referencias bíblicas, pues ese no es el objeto aquí. El propósito es entender el razonamiento, el argumento bíblico de estas tres doctrinas.
Trinidad
La Biblia no menciona la palabra Trinidad.
Sin embargo, la Biblia enseña:
1) Que sólo hay un Dios verdadero.
2) Que el Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios.
3) Por consiguiente, el único Dios verdadero es trino, y lo expresamos con la palabra Trinidad (podría ser Triunidad). La Trinidad, pues, es bíblica. Por lo tanto, es normativa para la fe cristiana (doctrina de Dios).
Aborto
La Biblia no condena explícitamente el aborto.
Sin embargo:
1) El 6º Mandamiento prohíbe quitar la vida al prójimo, al ser humano (fuera de los casos de ejecución de justicia pública, guerra justa y legítima defensa) y la Biblia enseña que Dios es el autor de la vida del ser humano en el vientre de la madre.
2) El aborto quita la vida a un ser humano en el vientre de la madre.
3) Por consiguiente, el aborto es una transgresión del 6º Mandamiento y un atentado contra Dios y el prójimo, el ser humano. La Biblia, pues, condena el aborto. Por lo tanto, esta enseñanza es normativa para la fe y ética cristianas.
Bautismo infantil
La Biblia no menciona explícitamente el bautismo infantil.
Sin embargo:
1) En el pacto con Abraham, Dios da las promesas a los hijos ordenando la señal y sello de la circuncisión.
2) En el Nuevo Testamento, Dios sigue extendiendo las promesas a los hijos y el bautismo reemplaza a la circuncisión como señal y sello del pacto.
3) Por consiguiente, los hijos han de recibir la señal y sello del bautismo. El bautismo infantil es, pues, bíblico. Por lo tanto, es normativo para la fe cristiana (sacramentos, eclesiología).
Introducción: estado de la cuestión
El aborto (y/o la ideología feminista que lo defiende) se ha convertido, desde finales de los 70 del siglo pasado, en uno de los pilares fundamentales de las sociedades occidentales. Los niños extraídos del vientre de su madre y muertos en el proceso del aborto o después se cuentan por millones cada año. La justificación ideológica y legal a este genocidio sin precedentes en la historia de la humanidad ha de ser de tal magnitud, pues, que se explica perfectamente que se haya convertido en uno de los pilares que mantienen este actual estado de cosas en el que vivimos.
Paralelamente, desde finales de los 70 del pasado siglo se ha posicionado frente al aborto, y prácticamente en solitario, el cristianismo que mantiene la ética bíblica y ortodoxa. Entre ellos, aunque no exclusivamente, los evangélicos y los reformados.
El llamado cristianismo liberal, por otra parte, debido a su tradicional aclimatación al progresismo secular, partió en sus inicios de un discurso muy atenuado o una supuesta neutralidad hasta acabar en general alineándose con todas las posturas feministas –y por consiguiente, también con el aborto–.
Entre estas dos franjas, se ha configurando un reducido pero influyente sector evangélico y reformado, que milita en pro de lo que se podría llamar como un apaciguamiento de nuestras filas en la llamada guerra cultural. Lo hacen en base a argumentos tales como lo feo que es una ortodoxia desprovista de amor (haciendo gala, por tanto, de un discurso más estético que ético) y que no hemos tanto de proclamar la ley y moralidad bíblica, sino centrarnos en anunciar a Jesús y el evangelio (como si la iglesia o los siervos de Dios tuviéramos la potestad de ser selectivos en cuanto a qué parte del consejo de Dios anunciar).
Notemos bien que tanto los liberales como los irenistas culturales bien podrían argumentar sobre el hecho de que en la Biblia en ningún lugar se menciona el aborto, que por consiguiente la Biblia no condena el aborto y que por lo tanto no es pecado.
Si razonaran así, harían gala, sin duda, de un biblicismo y literalismo que por otra parte por lo general repudian. Pero el gran peligro de este razonamiento es, sin duda, que llegue a hacer mella en el mundo evangélico, el cual, sí, se encuentra ancestralmente afectado por el literalismo y biblicismo –en especial, en cuestiones doctrinales–.
Postura critiana ortodoxa ante el aborto
La ausencia de declaraciones explícitas de la Biblia acerca del aborto no impide que, según la Biblia, el aborto sea visto como una transgresión de la Palabra de Dios, un pecado grave contra Dios y un atentado contra la vida humana. Se puede decir que la postura de la ética cristiana ortodoxa frente al aborto se basa en tres pilares fundamentales: el Sexto Mandamiento del Decálogo, la analogía de la fe y el uso de la lógica a partir de los enunciados de la Escritura. Es decir, la «buena y necesaria consecuencia» que anuncia la Confesión de fe de Westminster I. 6
La postura cristiana ortodoxa frente al aborto se puede expresar por medio de este sencillo silogismo:
1) El Sexto Mandamiento declara pecado todo acto de quitar la vida a un ser humano (fuera de los casos de ejecución de la justicia pública, de la guerra justa y de legítima defensa).
2) El aborto es el acto por el que una madre (no directamente, sino por medio de médicos que ella o el Estado pagan) acaba con la vida del ser humano que está creciendo en su vientre.
3) Por consiguiente, el aborto es pecado, es un atentado contra la vida humana y tendría que estar fuera de la ley.
Justificación abortista y respuesta
Ante ello, los sectores que justifican el aborto lo hacen con un discurso normalmente lleno de sofismas y de la falacia de apelar a las emociones (en particular, victimizando a la mujer). Pero si se pone su discurso en el contexto del silogismo que hemos presentado, ellos se centran sobre todo en negar la premisa menor, puesto que la mayor apenas es discutible por personas en su sano juicio.
La línea de defensa de los abortistas es, pues, doble:
1) el aborto es legítimo, es un derecho de la mujer ante un hijo no deseado,
2) al ser una vida todavía dependiente de la madre, el niño (normalmente se emplea palabra feto) no es un ser humano, una persona humana y, en los casos más extremos, una vida humana.
La vanidad y falsedad de estos argumentos es evidente, como vamos a ver.
1) Para comenzar con la primera línea de defensa abortista, diremos simplemente: ¿qué, pues, es un derecho? En el lenguaje común se ha convertido en una palabra absolutamente vacía, una especie de comodín, en una contraseña para hacer pasar todo tipo de cuestiones antes proscritas en la sociedad. Pero filosóficamente hablando, un derecho sólo puede ser contemplado desde la perspectiva del positivismo o del iusnaturalismo.
Cabe decir que desde la perspectiva del positivismo, los derechos, en general, no existen como tales, más allá del permiso y de la regulación que hace de ellos el Estado. Así que, desde la perspectiva del positivismo, no existe ningún derecho como tal de la mujer a abortar.
Si la perspectiva es la del iusnaturalismo, entonces es derecho lo que es conforme a la naturaleza. Pero el hecho que una madre acabe con la vida que alberga en su vientre no es, no puede ser nunca visto, conforme a la naturaleza. Es evidente que, por el contrario, es un desorden de la naturaleza, incluso una aberración de la naturaleza; es decir, del orden natural.
Por lo tanto, se mire como se mire, no existe en absoluto el supuesto derecho al aborto.
2) En cuanto a la segunda línea de defensa abortista, esta se basa en el hecho de que la vida humana que alberga la madre depende enteramente de ella. Los argumentos filosóficos que cuestionan la aplicación del concepto de persona humana al niño en el vientre (por ejemplo, que no son conscientes de sí mismos y de los demás) son supuestos perfectamente especulativos, que no pueden llegar a ser demostrados. Sencillamente, es imposible para nosotros saber hasta qué punto tienen conciencia los niños en el vientre de su madre. El hecho, por otra parte, que el bebé en continuo desarrollo en el interior de su madre dependa enteramente de ella pasa por alto el hecho de que el bebé, una vez nacido, seguirá en continuo desarrollo y estando enteramente dependiente de la madre (o de alguien que lo cuide en lugar de la madre). Finalmente, es evidente que es perfectamente arbitrario situar un momento temporal a partir del cual el niño en crecimiento en el vientre de la madre se convierte en ser humano (lo mismo que después del nacimiento) y a partir del cual el aborto pase a ser un atentado contra la vida humana. Las leyes de plazos con que normalmente se permite el aborto, lo que hacen, pues, en realidad, es proclamar abiertamente la arbitrariedad y la irregularidad del acto en sí, que necesita ser de alguna manera justificado.
Una última cuestión
Queda por ver ahora una última cuestión en relación al aborto. Y es que, por cuanto la mujer no es quien acaba directamente con vida de su hijo, sino que requiere participación de personal (médico) cualificado, entonces se diluye la verdadera naturaleza del aborto y la responsabilidad de la madre en él frente al mandamiento «No matarás».
Pero este último argumento (no expresamente dicho, pero sí latente) también es vano. Porque, pongamos por caso, cuando los sicarios acaban con la vida de alguien, no sólo se les juzga a ellos ni a ellos se les considera como los únicos culpables, sino también se hace así con la persona que instigó o contrató.
Sin embargo, hay una gran diferencia con respecto a esto último. Porque en el caso del aborto, la mujer recurre al aborto bajo la presión psicológica de encontrarse con un embarazo no deseado. No es un estado emocional o psicológico normal, sin duda, el que lleva a una mujer a querer acabar con la vida de su propio hijo.
Sin embargo, los médicos que realizan los abortos, lo hacen con toda la frialdad del mundo. Son ellos los que, al sacar a los niños del vientre de la madre, contemplan los efectos de su intervención en los cuerpos desgarrados y desmembrados de los bebés.
En realidad, todo el peso de la ley tendría que recaer sobre ellos.
PD: los hermanos evangélicos bautistas, que en fidelidad a la Palabra de Dios están en contra del aborto, habrán podido apreciar que esta postura que ellos mantienen (este razonamiento bíblico por el cual, en ausencia de referencia explícita al aborto en la Biblia, condenan este como pecado), es exactamente el mismo que el razonamiento por el cual los reformados afirmamos que el bautismo infantil es bíblico. Tal como se expuso en la reciente conferencia «La necesidad del bautismo infantil». En ambos casos, pues, hablamos de posturas bíblicas según la Escritura, la analogía de la fe, la buena y necesaria consecuencia, la lógica. En el fondo, pues, los hermanos bautistas de ética bíblica u ortodoxa están más cerca del bautismo infantil de lo que ellos mismos se dan cuenta.
CULTO DE LA MAÑANA
1 Timoteo 5:1-16, Pastor de ancianos y jóvenes, de viudas
CULTO DE LA TARDE
Éxodo 20:13, No matarás: asesinato, suicidio, eutanasia, aborto
Me convertí al evangelio y comencé a asistir a una iglesia evangélica en mayo de 1988. Entonces, oficialmente, había 80.000 evangélicos en España.
Durante los años 90, la situación de las iglesias en España permaneció estable, en la misma tónica que a finales de los 80. Es decir, las iglesias eran, por lo general, bastante pequeñas en membresía y había pocos templos en cada ciudad.
Dado que:
a) desde entonces hasta ahora apenas ha habido conversiones de la población autóctona (es decir, conversiones en un número reseñable);
b) la mayoría de hijos de evangélicos nacidos en los 60 y 70 han desertado las iglesias;
si no hubiera habido la oleada de inmigración a partir de finales de los 90, de Latinoamérica principalmente, pero también de países como Rumanía, ahora estaríamos hablando de que el protestantismo español se podría encontrar EN VÍAS DE EXTENCIÓN. O casi.
¿Están de acuerdo con esto? ¿Por qué sí? ¿Por qué no? En el caso de que lo estén, ¿cuáles podrían haber sido las causas de esto?
Anímense a comentar. ¡Gracias!
CULTO DE LA MAÑANA
1 Timoteo 4:11-16, Los diez mandamientos de Pablo a Timoteo
CULTO DE LA TARDE
Éxodo 20:13, Ser caritativos (Preg. 135)
1. El Señor, al principio, movido por Su generosidad, hizo un pacto con el hombre en Adán: «Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; pero del árbol del conocimiento del bien y del mal, no comerás de él, porque el día que comieres de él, ciertamente morirás» (Génesis 2: 16, 17). Y dio al hombre la capacidad para permanecer en ese pacto: «Dios hizo al hombre recto» (Eclesiastés 7:29); pero el hombre, al comer del fruto prohibido, quebrantó ese pacto: «Ellos, cual Adán, traspasaron el pacto» (Oseas 6:7); y lo anuló para siempre, sumiéndose así en la miseria: «Por cuanto por las obras de la ley ninguna carne será justificada delante de él» (Romanos 3:20); «así como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, y la muerte así pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron» (Romanos 5:12).
2. El Señor, de manera sumamente libre, desde la eternidad, se propuso salvar a los hombres de otra manera, esto es, por medio de Cristo Jesús y el pacto de gracia, en el cual planeó la reconciliación con los elegidos por medio de Cristo Jesús, Dios y hombre, nacido de mujer, a su debido tiempo para hacer efectivo este acuerdo. Y este designio de satisfacer Su propia justicia y salvar a los elegidos por Cristo, lo dio a entender al principio a nuestros padres en el Paraíso, diciendo: la simiente de la mujer «herirá a la serpiente en la cabeza» (Génesis 3:15). Y el Señor ha dado a conocer esto a Su Iglesia en todas las generaciones.
3. El Señor ha entrado en pacto en todas las épocas para ser el Dios reconciliado de todos aquellos que, por su sujeción a Sus ordenanzas, profesaron estar de acuerdo con este método, y se comprometieron a aceptarlo y a buscar la salvación por Cristo Jesús, tal como Dios lo ofrece en el evangelio; así que todo el pueblo de Israel es llamado pueblo del Señor, y se dice que lo confiesan como su Dios, y Él les confiesa como Su pueblo: «Has declarado hoy que Jehová será tu Dios, y que andarás en sus caminos, y que guardarás sus estatutos y sus mandamientos y sus decretos, y que oirás su voz; y Jehová te ha declarado hoy que le serás su pueblo especial, como él te lo ha dicho, y que guardarás todos sus mandamientos» (Deuteronomio 26:17, 18) Sí, el Señor también se compromete a ser el Dios de la descendencia y de los hijos de quienes así se sometan a Sus ordenanzas. Se dice que el pacto se hizo entre Dios y todo el pueblo, jóvenes y ancianos, presentes y no presentes aquel día (Deuteronomio 29:10-15); y todos están obligados a someterse a algún sello de ese pacto, como se le ordenó a Abraham (Génesis 22:10). No sólo era esto así en el Antiguo Testamento, sino que también lo es en el Nuevo Testamento. El Señor se ofrece Él mismo a ser nuestro Dios en Cristo Jesús; y el pueblo que profesa estar de acuerdo con este ofrecimiento, y que en testimonio de ello se somete a las ordenanzas, es considerado como un pueblo en pacto y se une a Su Iglesia por millares, recibiendo un sello del pacto, sin ninguna otra prueba particular previa: «Entonces Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados… los que recibieron su palabra con alegría fueron bautizados; y fueron añadidas a ellos aquel día como tres mil personas» (Hechos 2:38, 41).
4. Muchos traicionan a Dios en este pacto: «Mas con su boca le adulaban, y con su lengua le mentían; porque el corazón de ellos no era recto para con él, ni estaban firmes en su pacto» (Salmo 78:36, 37). Y aunque profesan estimar a Cristo el Salvador, y que acuerdan de corazón con este método Suyo de salvar pecadores, y teniendo la imagen de Dios restaurada por él en ellos; sin embargo, su corazón no es recto con Dios, y se contentan con un título vacío de estar en un pacto sellado con Dios: «Abraham es nuestro Padre», dicen (Juan 8:3). Porque aunque el Señor obliga a todo hombre que profesa su acuerdo con Cristo Jesús, el rescate ideado, a ser ferviente y sincero en esto; y que sólo a aquellos que son así les hace las promesas espirituales del pacto, siendo sólo ellos los privilegiados con ser los hijos de Dios que realmente reciben a Cristo (Juan 1:12); sin embargo, el Señor permite que muchos profesen su adhesión a él en Cristo, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, mientras su corazón no está comprometido; y los admite como miembros de Su Iglesia, concediéndoles el uso de las ordenanzas y muchas otras misericordias y privilegios externos negados a los paganos, que no están en pacto con él.
5. Aunque la mayor parte de la gente cree neciamente que se ha adherido sincera y de corazón con Dios en Cristo Jesús; o, por lo menos, se promete a sí misma un corazón nuevo antes de partir de esta vida, sin fundamento ni garantía alguna; sin embargo, son muy pocos los que se adhieren realmente y de corazón con Dios en Cristo Jesús, tal como se ofrece en el evangelio; y por eso son muy pocos los que se salvan, como está claro: «Estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan» (Mateo 7:14); «muchos son los llamados, mas pocos escogidos» (Mateo 20:16).
6. Aunque nadie en absoluto se adhiere de corazón a Dios en Cristo Jesús, y acepta el rescate acordado por Dios, excepto sólo aquellos que han sido elegidos: «Pero la elección lo ha alcanzado, y los demás fueron endurecidos» (Romanos 11:7), y cuyos corazones el Señor determina soberanamente a esa bendita elección: «Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no lo trajere» (Juan 6: 44); sin embargo, el Señor ha dejado como un deber a las personas que escuchan este evangelio que se adhieran a Su oferta de salvación por medio de Cristo Jesús, como si estuviera en su poder hacerlo; y el Señor, a través de estos mandamientos y exhortaciones, en los que obliga a los hombres a ello, transmite la vida y la fuerza a los elegidos, y por lo tanto transmite el nuevo corazón a aquellos que apuntan amablemente hacia este nuevo método de salvar pecadores y hacia Cristo en sus relaciones de pacto; porque la intención del Señor, en estos mandamientos e invitaciones, es poner a la gente en algún deber, con el cual él concurre para cumplir ese asunto entre él y ellos; así pues, se trata por nuestra parte de una venida por nuestra parte y, sin embargo , de una atracción por parte de él: «Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no lo trajere» (Juan 6:44). Es una atracción de Su corazón, y un correr por nuestra parte: «Llévame en pos de ti, correremos» (Cantares 1: 4). Es un acercamiento por nuestra parte, y a la vez una elección y hacer que nos acerquemos por parte de él (Salmo 65:4). Es creer o recibir por nuestra parte: «Mas a todos los que lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios», y sin embargo «a nosotros nos es dado creer» (Juan 1:12; Filipenses 1:29).
William Guthrie, The Christian’s Great Interest, Parte II, cap. 1
Traducción y destacado nuestro.
Este libro está traducido y publicado en español con el título Partícipes de Cristo, por la Editorial Peregrino.