En la era de internet, las noticias y escándalos vienen y se van como pasan los trenes AVE por la meseta. A toda velocidad. Y eso es lo que ocurrió con la noticia que dábamos la semana pasada, acerca del artículo favorable a la homosexualidad publicado por CLIE en su obra “Diccionario Enciclopédico de la Biblia”.
En la primera mitad de la semana, el escándalo desembocó en una iniciativa de boicot a CLIE, iniciativa difundida en las redes sociales. La magnitud en muy poco tiempo de dicho boicot fue verdaderamente impresionante: en pocos días alcanzó la friolera de ¡1,2 millones de personas! Cosas de internet.
Y a finales de la semana, la editorial CLIE reaccionó con un comunicado, difundido también por las redes sociales, en el que, además de defenderse contra las acusaciones, aclaró una serie de cosas:
1) que Alfonso Ropero no fue el autor de dicho artículo, sino un teólogo norteamericano, Tom Hanks (sí, como el actor), a quien por otra parte CLIE también publicó el mismo año (2013) un libro que defendía las más radicales tesis a favor de la homosexualidad;
2) que el artículo de Hanks sólo apareció en su forma original en la primera edición del “Diccionario”, y que fue corregido en las ediciones posteriores;
3) que el subversivo libro de Hanks fue descatalogado por la editorial.
De esta manera, el escándalo de la semana pasada ahora ya parece formar parte del pasado, diríamos que con este resultado general: una parte del mundo evangélico ha hecho sonar todas las alarmas en cuanto al rumbo de la editorial, y por su parte, CLIE, que tiene muchas tablas, posiblemente haya salvado la cara en este asunto. No hay vencedores, no hay vencidos. Como, por otra parte, era de esperar al principio. Ya avanzaba la semana pasada mis dudas ante este tipo de acciones.
Evidentemente, las explicaciones de CLIE no resuelven la cuestión de cómo es posible que llegasen a ofrecer el artículo en cuestión a Hanks y le publicasen encima un libro. Esto no se hace de manera inadvertida o por descuido, sino que fue una decisión consciente tomada por los órganos responsables. Y parece indicar una voluntad determinada de un alineamiento progresivo de la editorial con el liberalismo teológico, máxime teniendo en cuenta que recientemente ha publicado otro libro, en el que se ataca la inerrancia y autoridad de la Biblia, de cuyo nombre no quiero acordarme.
La respuesta de la editorial CLIE a tales cuestiones tal vez quede englobada en la declaración de su comunicado, la que dice que la editorial “no tiene posiciones dogmáticas establecidas”.
En definitiva, y a modo también de autocrítica y como ejercicio de realismo, sería bueno que los evangélicos nos diéramos cuenta de una serie de cosas:
primero, que el llamado “mundo evangélico”, desgraciadamente, no es una Iglesia, sino un conglomerado, una constelación eclesial vagamente entrelazada entre sí, con una unión más institucional que doctrinal y espiritual;
segundo, que los objetivos de una editorial, regida con criterios de empresa, no son, en principio, doctrinales y espirituales, sino económicos;
tercero, que una editorial, regida con criterios de empresa, no contempla el “mundo evangélico” como una Iglesia, sino como un mercado, por lo que no busca su transformación, en el sentido de la reforma bíblica y confesional, sino que trata de adaptarse lo más que pueda al mismo.
Con lo cual, inevitablemente, a la corta o a la larga, se llega a dar carta de naturaleza al liberalismo teológico, hasta que este, por la fuerza de los hechos en las sociedades modernas (ver mi artículo anterior sobre el error del liberalismo, sobre todo las tres últimas tesis), acaba siendo la fuerza dominante (en inglés, mainstream) en todas las corrientes y denominaciones.
Es la gran tragedia del protestantismo en los últimos dos siglos, hasta que se llega al final del camino: cuando el “mundo evangélico” tiene más de mundo que de evangélico. Hasta que finalmente agoniza doctrinal, espiritual y numéricamente hablando, a imagen de las iglesias históricas liberales.
Por acabar con una nota positiva, de esperanza, todo esto demuestra que sigue en pie la necesidad de una reforma bíblica y confesional de la Iglesia (en singular). El mantenimiento del “mundo evangélico”, tal como se ha conocido hasta el momento, no es ni ha de ser nuestro objetivo. A pesar de lo que nos dicen, no somos nosotros los conservadores, no, sino los radicalmente subversivos –nosotros, sí– del orden evangélico instituido. Los conservadores del mismo son otros. Los que lo dirigen en todos sus ámbitos, en los que abundan liberales y progresistas.
Así están las cosas, pues. El “mundo evangélico” es –sigue siendo, nunca dejó de ser– un campo para la Reforma. Ancho, árido y extrañamente hermoso, como las tierras de Castilla, por las que pasa el AVE.