—Que cante, puede pasar; pero que un César baile pantomimas en público… No; sería ya demasiado, y creo que Roma no estará dispuesta a tolerarlo.
—Roma, querido, tolerará eso y mucho más. Seguro estoy de que el Senado le dará un voto de gracias al Padre de la patria y de que la plebe se entusiasmará contemplando al César convertido en bufón por divertirla.
— ¿Es posible llegar a tanto envilecimiento?
Petronio se encogió de hombros y replicó:
—Como vives metido en tu casa, pensando en Ligia, ignoras lo que ocurrió hace dos días: Nerón se unió en matrimonio con Pitágoras públicamente, y Pitágoras se presentó vestido de novia. Parece que esto traspasa los límites de la locura, ¿no es verdad? Pues no quedó en eso; Nerón llamó a los flámines (sacerdotes), y los flámines acudieron y celebraron la ceremonia con toda solemnidad. Yo lo presencié y confieso, que aunque soy capaz de presenciar impasible los actos más desatentados, el que te refiero me hizo pensar que si los dioses existen debieron dar allí mismo evidentes muestras de su cólera. Pero Nerón no cree en los dioses, y tiene razón.
—Según eso, Nerón es sumo sacerdote, dios y ateo, todo en una pieza — dijo Vinicio.
— Precisamente —contestó riendo Petronio.—No se me había ocurrido; y reconozco que es una amalgama sin igual en el mundo.
—Pero es necesario completarla—repuso tras breve pausa,—agregando que ese sumo sacerdote que no cree en los dioses y ese dios que de los dioses se burla, los teme, siendo ateo. Lo acontecido en el templo de Vesta demuestra claramente su temor.
— ¡En qué sociedad vivimos!
— A tal sociedad, tal César. Pero este estado de cosas no puede durar eternamente.
Henryk Sienkiewicz, Quo Vadis, (Barcelona: Sopena, 1912), p. 185s.