Jorge Ruiz Ortiz
Artículo publicado en inglés en el periódico digital reformado Christian Network Europe
En España, la palabra «emérito» –según el Diccionario de la Real Academia, «una persona que se ha jubilado y mantiene sus honores y alguna de sus funciones»– se ha vuelto recurrente en boca de periodistas hasta llegar a ser de uso corriente entre la gente normal. Dos personajes han sido los responsables principales de que se haya puesto en circulación en los últimos diez años. Uno, el antiguo rey, Juan Carlos I, quien abdicó en junio de 2014. El otro, Joseph Aloisius Ratzinger (también conocido como papa Benedicto XVI), quien también abdicara en un año antes, en 2013, y que ha fallecido el pasado 31 de diciembre.
«El primer papa emérito desde hace siglos». Así ha estado informando continuamente la prensa en España –por ejemplo, la cadena pública de TVE– acerca de la muerte y funeral de Benedicto XVI. Lo cual supone una distorsión bastante importante de los hechos, no sé si voluntaria o no.
Por supuesto, Benedicto XVI no fue el primer papa en abdicar. El último en hacerlo fue Gregorio XII, en 1415, para poder poner fin al llamado Cisma de Occidente (1378-1417), en el contexto de la rotunda afirmación de la supremacía del concilio sobre el papa hecha por el Concilio de Constanza. Las dos renuncias anteriores, la de Benedicto IX, en 1045, y la de Celestino V, en 1294, no fueron precisamente espectáculos edificantes. La primera, en un auténtico lío papal, con simonías de por medio, y la segunda que acabó con Benedicto IX siendo encarcelado por su sucesor, Bonifacio VIII, quien lo consideraba como un peligro para su papado.
Una cosa es abdicar –y de esa manera el papa deja de ser papa, y retoma su cargo anterior (cardenal) o se retira totalmente de todo cargo– y otra cosa es adoptar el título de «papa emérito». Y de hecho, Benedicto XVI ha sido el primer papa en la historia en adoptar dicho título. Lo cual es entre paradójico y enigmático. Porque el papa de la iglesia católica romana ha llegado a ser tal en virtud de ser el obispo de Roma. Tras la abdicación y la entronización de otro nuevo papa –luego, otro nuevo obispo de Roma–, ¿cómo puede ser «papa emérito» sin ser papa, porque ya no es el obispo de Roma?
La ambigüedad se mantiene hasta el mismo funeral. La prensa informa cumplidamente que la capilla ardiente recibe miles de visitas –unas 65.000 personas diarias–, que se despiden del papa Benedicto XVI, aunque el cadáver no lleve puestos los símbolos de la potestad papal –el palio y el llamado Anillo del Pescador–. Sin embargo, él será enterrado a título de papa, Benedicto XVI, con lo que ha mantenido dicho título hasta la muerte. Y se informa también que será enterrado con el palio y el Anillo del Pescador, pero puestos en la tumba.
¿Cuáles fueron los verdaderos motivos de la renuncia de Benedicto XVI? ¿La edad? Pues ha vivido casi 10 años más después de su abdicación. ¿Su estado de salud? El de Juan Pablo II, durante sus últimos años, no fue precisamente óptimo, que digamos.
En todo caso, su estado de salud no le ha impedido escribir obras teológicamente de calado. Como, por ejemplo, el Gracia y vocación irrevocables: Comentarios en el tradado De Iudaeis (año 2018), en la que trataba de definir una de las cuestiones teológicamente más importantes tras Vaticano II, a saber, el sentido de que la Antigua Alianza con el pueblo judío sigue todavía en vigor.
O más recientemente, en el año 2020, publicó, juntamente con el cardenal Robert Sarah, Desde Lo Más hondo de nuestros Corazones, una obra en la que tomó rotundamente posición en contra de abrir el ministerio a sacerdotes casados… y esto, ante la petición, en sentido contrario, del Sínodo para la Amazonia, que eventualmente será tratada en el próximo Sínodo de los Obispos, el próximo mes de octubre.
Todo parece, pues, indicar que, sea cuales fuere las razones reales por las que abdicó, la intención de Ratzinger al hacerlo era la de permanecer como una especie de «papa en la sombra», que marcara el rumbo a su sucesor en toda una serie de cuestiones delicadas para el futuro la iglesia católica romana. A lo que su sucesor, Francisco I, se ha negado por completo.
¿Quieren ver un ejemplo? En el año 2007, Benedicto XVI facilitó la realización de la misa en latín, en una medida tendente a acercar a los sectores tradicionalistas. Bien, compárese esto con la prohibición, con cajas destempladas, que hizo Francisco I en 2021 a la realización de la misa en latín… y que provocó una inmediata y sonora reacción del cardenal Robert Sarah –en Twitter, publicando una foto de sí mismo realizando la misa tridentina–. Sí, el mismo cardenal que publicó con Benedicto XVI el año anterior el libro sobre el celibato del clero.
Si quieren saber el final de esta historia, pues, bien, hay que decir que el final todavía no está nada claro. Lo último fue que, en octubre pasado, el arzobispo de París prohibió al cardenal Robert Sarah realizar una misa en latín en la iglesia de Saint-Roc.
Por supuesto, nada de esto aparece en la prensa española, que demuestra seguir teniendo esa especial inclinación por Roma.
Sí, hay que decirlo, la prensa española sigue pagando una servil pleitesía a los papas de Roma, a todos sin excepción, esta vez en la persona esta vez del «emérito» Benedicto XVI. No importa que sea de derechas o de izquierdas. Todas, unánimemente, le dan un tratamiento informativo de excepción. La primera destacará que era un gran intelectual. La segunda, su gesto humano de apartarse al hacerse viejecito. De una manera u otra, ¡todo alabanzas!
La comparación con el tratamineot informativo dado al otro «emérito» –el rey Juan Carlos– es más bien cómico.
Con lo cual, la gran pregunta que me viene siempre a la mente, que me acosa incluso, es la siguiente: España, históricamente uno de los países más católicos romanos del mundo, ¿ha realmente dejado de serlo tras Vaticano II? Pero, a veces, me viene también otra: ¿Quién tiene, realmente, el poder en mi país?