Introducción: estado de la cuestión
El aborto (y/o la ideología feminista que lo defiende) se ha convertido, desde finales de los 70 del siglo pasado, en uno de los pilares fundamentales de las sociedades occidentales. Los niños extraídos del vientre de su madre y muertos en el proceso del aborto o después se cuentan por millones cada año. La justificación ideológica y legal a este genocidio sin precedentes en la historia de la humanidad ha de ser de tal magnitud, pues, que se explica perfectamente que se haya convertido en uno de los pilares que mantienen este actual estado de cosas en el que vivimos.
Paralelamente, desde finales de los 70 del pasado siglo se ha posicionado frente al aborto, y prácticamente en solitario, el cristianismo que mantiene la ética bíblica y ortodoxa. Entre ellos, aunque no exclusivamente, los evangélicos y los reformados.
El llamado cristianismo liberal, por otra parte, debido a su tradicional aclimatación al progresismo secular, partió en sus inicios de un discurso muy atenuado o una supuesta neutralidad hasta acabar en general alineándose con todas las posturas feministas –y por consiguiente, también con el aborto–.
Entre estas dos franjas, se ha configurando un reducido pero influyente sector evangélico y reformado, que milita en pro de lo que se podría llamar como un apaciguamiento de nuestras filas en la llamada guerra cultural. Lo hacen en base a argumentos tales como lo feo que es una ortodoxia desprovista de amor (haciendo gala, por tanto, de un discurso más estético que ético) y que no hemos tanto de proclamar la ley y moralidad bíblica, sino centrarnos en anunciar a Jesús y el evangelio (como si la iglesia o los siervos de Dios tuviéramos la potestad de ser selectivos en cuanto a qué parte del consejo de Dios anunciar).
Notemos bien que tanto los liberales como los irenistas culturales bien podrían argumentar sobre el hecho de que en la Biblia en ningún lugar se menciona el aborto, que por consiguiente la Biblia no condena el aborto y que por lo tanto no es pecado.
Si razonaran así, harían gala, sin duda, de un biblicismo y literalismo que por otra parte por lo general repudian. Pero el gran peligro de este razonamiento es, sin duda, que llegue a hacer mella en el mundo evangélico, el cual, sí, se encuentra ancestralmente afectado por el literalismo y biblicismo –en especial, en cuestiones doctrinales–.
Postura critiana ortodoxa ante el aborto
La ausencia de declaraciones explícitas de la Biblia acerca del aborto no impide que, según la Biblia, el aborto sea visto como una transgresión de la Palabra de Dios, un pecado grave contra Dios y un atentado contra la vida humana. Se puede decir que la postura de la ética cristiana ortodoxa frente al aborto se basa en tres pilares fundamentales: el Sexto Mandamiento del Decálogo, la analogía de la fe y el uso de la lógica a partir de los enunciados de la Escritura. Es decir, la «buena y necesaria consecuencia» que anuncia la Confesión de fe de Westminster I. 6
La postura cristiana ortodoxa frente al aborto se puede expresar por medio de este sencillo silogismo:
1) El Sexto Mandamiento declara pecado todo acto de quitar la vida a un ser humano (fuera de los casos de ejecución de la justicia pública, de la guerra justa y de legítima defensa).
2) El aborto es el acto por el que una madre (no directamente, sino por medio de médicos que ella o el Estado pagan) acaba con la vida del ser humano que está creciendo en su vientre.
3) Por consiguiente, el aborto es pecado, es un atentado contra la vida humana y tendría que estar fuera de la ley.
Justificación abortista y respuesta
Ante ello, los sectores que justifican el aborto lo hacen con un discurso normalmente lleno de sofismas y de la falacia de apelar a las emociones (en particular, victimizando a la mujer). Pero si se pone su discurso en el contexto del silogismo que hemos presentado, ellos se centran sobre todo en negar la premisa menor, puesto que la mayor apenas es discutible por personas en su sano juicio.
La línea de defensa de los abortistas es, pues, doble:
1) el aborto es legítimo, es un derecho de la mujer ante un hijo no deseado,
2) al ser una vida todavía dependiente de la madre, el niño (normalmente se emplea palabra feto) no es un ser humano, una persona humana y, en los casos más extremos, una vida humana.
La vanidad y falsedad de estos argumentos es evidente, como vamos a ver.
1) Para comenzar con la primera línea de defensa abortista, diremos simplemente: ¿qué, pues, es un derecho? En el lenguaje común se ha convertido en una palabra absolutamente vacía, una especie de comodín, en una contraseña para hacer pasar todo tipo de cuestiones antes proscritas en la sociedad. Pero filosóficamente hablando, un derecho sólo puede ser contemplado desde la perspectiva del positivismo o del iusnaturalismo.
Cabe decir que desde la perspectiva del positivismo, los derechos, en general, no existen como tales, más allá del permiso y de la regulación que hace de ellos el Estado. Así que, desde la perspectiva del positivismo, no existe ningún derecho como tal de la mujer a abortar.
Si la perspectiva es la del iusnaturalismo, entonces es derecho lo que es conforme a la naturaleza. Pero el hecho que una madre acabe con la vida que alberga en su vientre no es, no puede ser nunca visto, conforme a la naturaleza. Es evidente que, por el contrario, es un desorden de la naturaleza, incluso una aberración de la naturaleza; es decir, del orden natural.
Por lo tanto, se mire como se mire, no existe en absoluto el supuesto derecho al aborto.
2) En cuanto a la segunda línea de defensa abortista, esta se basa en el hecho de que la vida humana que alberga la madre depende enteramente de ella. Los argumentos filosóficos que cuestionan la aplicación del concepto de persona humana al niño en el vientre (por ejemplo, que no son conscientes de sí mismos y de los demás) son supuestos perfectamente especulativos, que no pueden llegar a ser demostrados. Sencillamente, es imposible para nosotros saber hasta qué punto tienen conciencia los niños en el vientre de su madre. El hecho, por otra parte, que el bebé en continuo desarrollo en el interior de su madre dependa enteramente de ella pasa por alto el hecho de que el bebé, una vez nacido, seguirá en continuo desarrollo y estando enteramente dependiente de la madre (o de alguien que lo cuide en lugar de la madre). Finalmente, es evidente que es perfectamente arbitrario situar un momento temporal a partir del cual el niño en crecimiento en el vientre de la madre se convierte en ser humano (lo mismo que después del nacimiento) y a partir del cual el aborto pase a ser un atentado contra la vida humana. Las leyes de plazos con que normalmente se permite el aborto, lo que hacen, pues, en realidad, es proclamar abiertamente la arbitrariedad y la irregularidad del acto en sí, que necesita ser de alguna manera justificado.
Una última cuestión
Queda por ver ahora una última cuestión en relación al aborto. Y es que, por cuanto la mujer no es quien acaba directamente con vida de su hijo, sino que requiere participación de personal (médico) cualificado, entonces se diluye la verdadera naturaleza del aborto y la responsabilidad de la madre en él frente al mandamiento «No matarás».
Pero este último argumento (no expresamente dicho, pero sí latente) también es vano. Porque, pongamos por caso, cuando los sicarios acaban con la vida de alguien, no sólo se les juzga a ellos ni a ellos se les considera como los únicos culpables, sino también se hace así con la persona que instigó o contrató.
Sin embargo, hay una gran diferencia con respecto a esto último. Porque en el caso del aborto, la mujer recurre al aborto bajo la presión psicológica de encontrarse con un embarazo no deseado. No es un estado emocional o psicológico normal, sin duda, el que lleva a una mujer a querer acabar con la vida de su propio hijo.
Sin embargo, los médicos que realizan los abortos, lo hacen con toda la frialdad del mundo. Son ellos los que, al sacar a los niños del vientre de la madre, contemplan los efectos de su intervención en los cuerpos desgarrados y desmembrados de los bebés.
En realidad, todo el peso de la ley tendría que recaer sobre ellos.
PD: los hermanos evangélicos bautistas, que en fidelidad a la Palabra de Dios están en contra del aborto, habrán podido apreciar que esta postura que ellos mantienen (este razonamiento bíblico por el cual, en ausencia de referencia explícita al aborto en la Biblia, condenan este como pecado), es exactamente el mismo que el razonamiento por el cual los reformados afirmamos que el bautismo infantil es bíblico. Tal como se expuso en la reciente conferencia «La necesidad del bautismo infantil». En ambos casos, pues, hablamos de posturas bíblicas según la Escritura, la analogía de la fe, la buena y necesaria consecuencia, la lógica. En el fondo, pues, los hermanos bautistas de ética bíblica u ortodoxa están más cerca del bautismo infantil de lo que ellos mismos se dan cuenta.