CULTO DE LA MAÑANA
1 Timoteo 4:6-10, Un siervo excelente
CULTO DE LA TARDE
Éxodo 20:13, Pacientes, pacíficos, alegres y con moderación (Preg. 135)
CULTO DE LA MAÑANA
1 Timoteo 4:6-10, Un siervo excelente
CULTO DE LA TARDE
Éxodo 20:13, Pacientes, pacíficos, alegres y con moderación (Preg. 135)
Acerca de Algeciras* (un muerto y cuatro heridos en una iglesia cristiana, a manos de un islamista) seré parco en palabras. Diré lo evidente. Enunciaré truismos.
Ahora es el tiempo de los políticos. De que salgan y digan lo de «más enérgica condena», «no hay lugar en la sociedad para», etc., por no hablar de los que dan el pésame a la familia del «fallecido» (del que llegó al término de su vida, según el RAE).
Palabras, palabras. Palabras vacías. Palabras vanas, pues algo hay que decir.
Y mientras tanto, mientras hablan, los políticos saben perfectamente (lo sabemos todos) cuál es el futuro para los cristianos en los países de Europa. Países que hasta hace nada fueron cristianos.
Lo saben, y no hacen nada para impedirlo. Digo, para realmente impedirlo: acabar con el genocidio del aborto, restaurar la natalidad, restaurar la familia, restaurar la masculinidad y la feminidad, entre muchos otros.
¿Desharán lo que ellos mismos han creado en los últimos cuarenta años?
Mientras no lo hagan, no habrán hecho nada. Tan sólo hablar naderías.
*Algeciras: Julia Traducta o Tingentera, antes de 711.
Muchas veces se critica a los reformados: «Si creéis en la predestinación, no evangelizaréis”, «cantáis sólo salmos porque sois muy cerrados», «bautizáis niños como la iglesia católica romana»… Pero nosotros creemos y practicamos esto porque (estamos convencidos de ello) es lo que enseña la Escritura, y porque han sido los distintivos históricos de la Reforma. Te invitamos a venir a nuestras II Conferencias Reformadas en Rubí y que nos puedas conocer por ti mismo. ¿Te animas?
CULTO DE LA MAÑANA
1 Timonteo 4:1-5, Frente a la apostasía de los últimos días
Éxodo 20:13, La justa defensa contra la violencia (Preg. 135)
Jorge Ruiz Ortiz
Artículo publicado en inglés en el periódico digital reformado Christian Network Europe
En España, la palabra «emérito» –según el Diccionario de la Real Academia, «una persona que se ha jubilado y mantiene sus honores y alguna de sus funciones»– se ha vuelto recurrente en boca de periodistas hasta llegar a ser de uso corriente entre la gente normal. Dos personajes han sido los responsables principales de que se haya puesto en circulación en los últimos diez años. Uno, el antiguo rey, Juan Carlos I, quien abdicó en junio de 2014. El otro, Joseph Aloisius Ratzinger (también conocido como papa Benedicto XVI), quien también abdicara en un año antes, en 2013, y que ha fallecido el pasado 31 de diciembre.
«El primer papa emérito desde hace siglos». Así ha estado informando continuamente la prensa en España –por ejemplo, la cadena pública de TVE– acerca de la muerte y funeral de Benedicto XVI. Lo cual supone una distorsión bastante importante de los hechos, no sé si voluntaria o no.
Por supuesto, Benedicto XVI no fue el primer papa en abdicar. El último en hacerlo fue Gregorio XII, en 1415, para poder poner fin al llamado Cisma de Occidente (1378-1417), en el contexto de la rotunda afirmación de la supremacía del concilio sobre el papa hecha por el Concilio de Constanza. Las dos renuncias anteriores, la de Benedicto IX, en 1045, y la de Celestino V, en 1294, no fueron precisamente espectáculos edificantes. La primera, en un auténtico lío papal, con simonías de por medio, y la segunda que acabó con Benedicto IX siendo encarcelado por su sucesor, Bonifacio VIII, quien lo consideraba como un peligro para su papado.
Una cosa es abdicar –y de esa manera el papa deja de ser papa, y retoma su cargo anterior (cardenal) o se retira totalmente de todo cargo– y otra cosa es adoptar el título de «papa emérito». Y de hecho, Benedicto XVI ha sido el primer papa en la historia en adoptar dicho título. Lo cual es entre paradójico y enigmático. Porque el papa de la iglesia católica romana ha llegado a ser tal en virtud de ser el obispo de Roma. Tras la abdicación y la entronización de otro nuevo papa –luego, otro nuevo obispo de Roma–, ¿cómo puede ser «papa emérito» sin ser papa, porque ya no es el obispo de Roma?
La ambigüedad se mantiene hasta el mismo funeral. La prensa informa cumplidamente que la capilla ardiente recibe miles de visitas –unas 65.000 personas diarias–, que se despiden del papa Benedicto XVI, aunque el cadáver no lleve puestos los símbolos de la potestad papal –el palio y el llamado Anillo del Pescador–. Sin embargo, él será enterrado a título de papa, Benedicto XVI, con lo que ha mantenido dicho título hasta la muerte. Y se informa también que será enterrado con el palio y el Anillo del Pescador, pero puestos en la tumba.
¿Cuáles fueron los verdaderos motivos de la renuncia de Benedicto XVI? ¿La edad? Pues ha vivido casi 10 años más después de su abdicación. ¿Su estado de salud? El de Juan Pablo II, durante sus últimos años, no fue precisamente óptimo, que digamos.
En todo caso, su estado de salud no le ha impedido escribir obras teológicamente de calado. Como, por ejemplo, el Gracia y vocación irrevocables: Comentarios en el tradado De Iudaeis (año 2018), en la que trataba de definir una de las cuestiones teológicamente más importantes tras Vaticano II, a saber, el sentido de que la Antigua Alianza con el pueblo judío sigue todavía en vigor.
O más recientemente, en el año 2020, publicó, juntamente con el cardenal Robert Sarah, Desde Lo Más hondo de nuestros Corazones, una obra en la que tomó rotundamente posición en contra de abrir el ministerio a sacerdotes casados… y esto, ante la petición, en sentido contrario, del Sínodo para la Amazonia, que eventualmente será tratada en el próximo Sínodo de los Obispos, el próximo mes de octubre.
Todo parece, pues, indicar que, sea cuales fuere las razones reales por las que abdicó, la intención de Ratzinger al hacerlo era la de permanecer como una especie de «papa en la sombra», que marcara el rumbo a su sucesor en toda una serie de cuestiones delicadas para el futuro la iglesia católica romana. A lo que su sucesor, Francisco I, se ha negado por completo.
¿Quieren ver un ejemplo? En el año 2007, Benedicto XVI facilitó la realización de la misa en latín, en una medida tendente a acercar a los sectores tradicionalistas. Bien, compárese esto con la prohibición, con cajas destempladas, que hizo Francisco I en 2021 a la realización de la misa en latín… y que provocó una inmediata y sonora reacción del cardenal Robert Sarah –en Twitter, publicando una foto de sí mismo realizando la misa tridentina–. Sí, el mismo cardenal que publicó con Benedicto XVI el año anterior el libro sobre el celibato del clero.
Si quieren saber el final de esta historia, pues, bien, hay que decir que el final todavía no está nada claro. Lo último fue que, en octubre pasado, el arzobispo de París prohibió al cardenal Robert Sarah realizar una misa en latín en la iglesia de Saint-Roc.
Por supuesto, nada de esto aparece en la prensa española, que demuestra seguir teniendo esa especial inclinación por Roma.
Sí, hay que decirlo, la prensa española sigue pagando una servil pleitesía a los papas de Roma, a todos sin excepción, esta vez en la persona esta vez del «emérito» Benedicto XVI. No importa que sea de derechas o de izquierdas. Todas, unánimemente, le dan un tratamiento informativo de excepción. La primera destacará que era un gran intelectual. La segunda, su gesto humano de apartarse al hacerse viejecito. De una manera u otra, ¡todo alabanzas!
La comparación con el tratamineot informativo dado al otro «emérito» –el rey Juan Carlos– es más bien cómico.
Con lo cual, la gran pregunta que me viene siempre a la mente, que me acosa incluso, es la siguiente: España, históricamente uno de los países más católicos romanos del mundo, ¿ha realmente dejado de serlo tras Vaticano II? Pero, a veces, me viene también otra: ¿Quién tiene, realmente, el poder en mi país?
John S. Watkins
[traducción del artículo publicado por el Presbiterio de los Estados Unidos de la Free Church of Scotland Continuing]
Las cualidades de los ancianos
Las cualidades de los ancianos están claramente establecidos en la Palabra de Dios. Tito 1:5-9: «Por esta causa te dejé en Creta, para que corrigieras las cosas que faltan y establecieras ancianos en cada ciudad, así como yo te mandé; si alguno es irreprensible, marido de una sola mujer, que tenga hijos creyentes que no estén acusados de disolución ni sean contumaces. Porque es necesario que el obispo sea irreprensible, como administrador de Dios; no soberbio, no iracundo, no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas; sino hospedador, amante de lo bueno, prudente, justo, santo, templado,retenedor de la palabra fiel que es conforme a la doctrina, para que también pueda exhortar con sana doctrina y convencer a los que contradicen».
I Timoteo 3:2-7: «Es necesario, pues, que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar; no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro; que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?); no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. También es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera, no sea que caiga en afrenta y en lazo del diablo».
Nuestro Libro de Orden de la Iglesia resume las cualidades de la siguiente manera: «Los que desempeñan este oficio deben ser irreprensibles en la vida y sanos en la fe; deben ser hombres de sabiduría y discreción; y por la santidad de su conducta y conversación deben ser ejemplos para el rebaño». Al detallar los deberes de los ancianos, anticipamos necesariamente algunas de las cualificaciones.
Los pasajes citados de Timoteo y Tito hacen especial hincapié en el carácter cristiano. La cualidad indispensable y suprema para un anciano gobernante es la piedad. En primer lugar, debe ser un hombre piadoso y de mentalidad espiritual. La condición religiosa de una iglesia depende en gran parte del carácter espiritual de sus oficiales. Su influencia se siente en toda la congregación.
Por lo tanto, el dirigente de la iglesia debe «tener cuidado de sí mismo y de la doctrina». Su valor real es la medida de su influencia. Su piedad es la medida de su poder con Dios y con los hombres. Le conviene estar imbuido de la mente de Cristo y estar lleno del Espíritu Santo. Todos los deberes que le incumben están estrechamente relacionados con la piedad. Sin este rasgo, de poco servirán la capacidad administrativa, el conocimiento, el don de palabra, la riqueza y la popularidad. Si es un hombre verdaderamente piadoso, un hombre de fe y oración, naturalmente le seguirán otras cualidades importantes. Pero aunque la piedad es indispensable, no es la única cualificación. Nuestras congregaciones deben ser enseñadas que no todo miembro de la iglesia que sea un cristiano devoto está calificado, por el hecho de serloc, para ser un gobernante en la casa de Dios. Cuando consideramos los deberes que pertenecen a este oficio, es evidente que la inteligencia, la sabiduría práctica, la experiencia y la capacidad administrativa son igualmente necesarias.
Deben elegirse los hombres mejores y más sabios de entre nosotros. Nuestra gente debe tener presente que este oficio no es un mero arreglo de conveniencia humana que surge de ciertas necesidades que se tengan, sino que encuentra su origen y autoridad en la enseñanza y el ejemplo apostólicos. Las congregaciones a veces cometen un error triste y atroz al elegir a un hombre para el ministerio de anciano porque desean hacerle un cumplido, o porque ocupa una posición social elevada y posee riqueza y distinción. Indudablemente, la riqueza da poder e influencia; pero ni las riquezas ni la posición social pueden calificar a un hombre para ser un gobernante en la casa de Dios. Es de gran importancia que los ancianos sean hombres de inteligencia e influencia. A veces se les pide que traten oficialmente con asuntos de gran importancia y que luchen con problemas que dejan perplejos a los pensadores y teólogos más hábiles. Estar desprovisto de capacidad mental es estar descalificado para el oficio de anciano. Somos muy conscientes del hecho de que casi todas nuestras iglesias tienen grandes dificultades para conseguir un equipo de hombres totalmente competentes para el ministerio de anciano.
El apóstol nos dice que un anciano debe ser «apto para enseñar». La referencia no es necesariamente a la instrucción pública y oficial. Debe haber, sin embargo, alguna facultad para la comunicación del conocimiento. Es importante que nuestros ancianos aprovechen toda oportunidad a su alcance para almacenar sus mentes con conocimiento religioso. Deben ser estudiantes fieles de la Palabra de Dios, y que la oran, para que puedan trabajar eficientemente en la clase bíblica y guiar inteligentemente a los que están buscando. Deben estudiar cuidadosamente las normas de la iglesia y ser capaces de explicar los fundamentos bíblicos del presbiterianismo. La solidez en la fe es una cualificación importante. Las iglesias que fueron plantadas y alimentadas por los apóstoles comenzaron a deteriorarse muy poco después de su muerte, y se introdujeron errores de todo tipo a través de falsos maestros. El rápido alejamiento de algunas de las iglesias apostólicas de la simplicidad que hay en Cristo y de la pureza de doctrina muestra claramente la necesidad de tener gobernantes sanos y ortodoxos.
El anciano que lea estas páginas puede desanimarse a causa del altísimo nivel del deber que se propugna. Que recuerde que los ideales bien empleados no sólo producen un bendito descontento, sino que al mismo tiempo estimulan e inspiran. Evitan el estancamiento. Nos elevan y nos hacen agresivos.
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Nota: Todas las citas bíblicas han sido tomadas de la RV-SBT
John S. Watkins
[traducción del artículo publicado por el Presbiterio de los Estados Unidos de la Free Church of Scotland Continuing]
III. El anciano en la Iglesia
En términos generales, puede decirse que es deber del anciano velar por los intereses espirituales de todo su rebaño y hacer todo lo que esté en su mano para promoverlos. Pablo dijo a los ancianos de Éfeso: «mirad por vosotros y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia de Dios, la cual ganó por su propia sangre». El mandato de «apacentar el rebaño» es muy amplio. La palabra «pastorear», que es la traducción literal, conlleva la idea de guía, protección, provisión, tierno cuidado e interés personal. El servicio superficial prestado por algunos ancianos, a saber, la asistencia mecánica a las reuniones del consejo y ocasionalmente a otras cortes eclesiásticas, y la ayuda en la distribución de los elementos en la celebración de la Cena del Señor, parece ser considerado por ellos como un cumplimiento adecuado de sus deberes oficiales. Pero ¡cuán pequeña es la parte de la responsabilidad de un anciano que se cumple incluso con la fiel asistencia a las reuniones del consejo y de las cortes superiores, y con el servicio regular en la administración de la comunión! Tratemos de exponer en detalle algunos de los deberes claramente implicados en las exhortaciones dadas a los ancianos:
(a) Es deber del anciano visitar a los miembros de su iglesia. Es imposible que los supervise debidamente, vele por sus intereses espirituales y les preste la debida atención, sin entrar en contacto personal con ellos en sus hogares. Para facilitar este trabajo, la iglesia, si es suficientemente grande, debe dividirse en secciones o distritos, y el cuidado de cada sección debe asignarse a un anciano más por un período fijo. De esta manera, los ancianos llegarán a conocer a todos los miembros, y todo lo peculiar de la situación y el carácter de cada uno. Puede que al principio les resulte un poco difícil debido a las exigencias del asunto, pero si se observa un sistema minucioso, se necesitará muy poco tiempo. Si cada anciano dedicara dos o tres horas a la semana, o incluso una quincena, o una tarde al mes, se podría lograr mucho en la visitación. En una iglesia de tamaño medio, cada familia podría ser visitada por un anciano al menos una vez al año, si cada uno estuviera dispuesto a dedicar una tarde al mes. Para alcanzar los mejores resultados, debe haber una verdadera visita oficial, y no una mera visita apresurada y un intercambio de cortesías. Apenas es posible sobrestimar los beneficios de tales visitas. Las familias entran así en estrecho contacto con la iglesia, y se les hace sentir que son una parte viva de ella. Los miembros aprenden a considerar a los ancianos como sus amigos, y acuden a ellos, así como a su ministro, en busca de consejo en los problemas, y de consuelo y simpatía en las aflicciones.
(b) Incumbe especialmente a los ancianos visitar a los enfermos, los afligidos y los pobres. «¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él», etc. El anciano, además de dar consuelo espiritual, puede encontrar a veces en que puede prestar ayuda en aspectos temporales, o inducir a otros a hacerlo que tengan la capacidad para hacerlo. Nuestro Salvador está aquí en la tierra representado de una manera especial por sus hijos enfermos, sufrientes y necesitados; y el servicio que se les presta a ellos es un servicio que se le presta a él: «estuve enfermo, y me visitasteis». La voz de los enfermos y de los indigentes es para el cristiano la voz de Jesús. Sus miserias son las miserias de Cristo. Sin duda, los oficiales de la iglesia de Cristo deben sentir la más tierna simpatía por su cuerpo sufriente.
Tanto los afligidos como los enfermos tienen derechos especiales sobre sus gobernantes espirituales. Muchas de las promesas más preciosas de la Biblia se refieren a las aflicciones. Nuestro Salvador, cuando estuvo en la tierra, nos dio un ejemplo de tierna simpatía por los afligidos. «Religión pura y sin mácula delante de nuestro Dios y Padre es esta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones», etc. Hay muchos que están dispuestos a dar liberalmente de sus bienes a un fondo de socorro, pero no están dispuestos, como su Señor, a «conocer la aflicción». La benevolencia engrandece y desarrolla el carácter cristiano, pero es necesaria una profunda y tierna simpatía personal con los que sufren y se afligen para dar plenitud al carácter. Los oficiales de la iglesia no sólo deben dar dinero y consejo, sino que deben visitar. Hay muchas casas de dolor en las que la compasión vale más que el oro. Muchos ancianos rehúyen el deber de consolar a los afligidos, y se excusan aduciendo incompetencia. Aunque no puedan dar instrucción espiritual, al menos pueden mostrar una compasión de corazón, que a veces hace más bien. Pueden leer algunos versículos apropiados de las Escrituras y ofrecer una breve oración. La obligación de visitar y consolar a los afligidos se descansa con demasiada ligereza sobre la mayoría de los ancianos. Se considera que es un deber que sólo puede cumplir el ministro. Pero es un gran error. Los momentos de dolor, cuando Dios ablanda los corazones de sus hijos con castigos paternales, ofrecen una gran oportunidad para que los ancianos se hagan querer por su pueblo y fortalezcan los lazos cristianos. Cualquier expresión genuina de simpatía, cualquier bondad mostrada, cualquier ayuda prestada, cuando el corazón está en carne viva bajo un dolor aplastante, dejará su impresión para siempre. No se pueden establecer reglas definitivas para guiar a los que visitan a los enfermos, a los necesitados y a los afligidos. El tacto, la delicadeza y la adaptación necesarios para el mejor cumplimiento de este deber son más bien el fruto de una profunda piedad y de una sincera simpatía que de reglas sociales. El amor genuino y ardiente es intuitivo en la percepción, independiente en la acción y original en el método. El amor tiene una profunda perspicacia y es rico en inventiva.
(c) Está muy claro que el deber de los ancianos es prestar atención cuidadosa y sincera a los miembros de su rebaño reincidentes.[1] El mismo nombre de anciano gobernante implica la especialidad de esta obligación. Y, sin embargo, hay muchos que no parecen sentir que tienen ninguna responsabilidad en este sentido. No es frecuente que los cristianos caigan repentinamente en pecados grandes y atroces. Por regla general, su decadencia espiritual es gradual, y se inicia con el descuido de los medios de gracia. Por lo tanto, es importante que sean amonestados con prontitud cuando aparezcan las primeras señales de reincidencia.
Cuando algún miembro descuida las ordenanzas públicas de la religión sin motivo, es una señal segura de degeneración, y no debe permitirse que pase desapercibida. Los oficiales de la iglesia deben amablemente reprenderlo y recordarle sus obligaciones cristianas. El pastor, por supuesto, comparte esta responsabilidad. Cuando los miembros son culpables de ofensas graves, tales como intemperancia, blasfemia o inmoralidad, los oficiales de la iglesia deben esforzarse seriamente por llevarlos al arrepentimiento y la reforma. Si una ofensa es de carácter privado, deben hacerse esfuerzos para inducir al transgresor a reconocer y reparar a la parte ofendida. Si, por el contrario, es de carácter público, se debe exhortar amablemente al ofensor al arrepentimiento y al reconocimiento público. El honor y la pureza de la iglesia de Cristo deben ser protegidos, y la norma bíblica de moralidad debe ser sostenida. El anciano está investido de varios poderes: el de amonestar, reprender, exhortar y consolar por medio de su influencia individual, así como de un poder conjunto, que se ejerce en los tribunales al votar, admitir, excluir, amonestar, censurar. El deber de restaurar al descarriado se enseña claramente en la palabra de Dios: «Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restaurad al tal con espíritu de mansedumbre» (Gal 6:1). Aunque la restauración de un hermano caído es obra de la gracia divina, Dios se sirve de sus hijos como instrumentos para llevarla a cabo. Por medio del perdón, la simpatía y la intercesión humanas, los alejados de Dios pueden darse cuenta de la compasión y la bondad divinas. Tenemos razones para temer que haya una negligencia criminal en administrar, reprender y disciplinar a los descarriados y excluir a los indignos. La bendición de Dios no puede descansar sobre una iglesia que permite que el pecado abierto entre sus miembros continúe sin ser reprendido ni notado. El anatema debe ser removido de en medio del campamento. Es una piedra en el camino del Rey, que debe ser quitada antes de que él venga a someter a los impenitentes y manifestar su gracia victoriosa. La iglesia que está cargada con un número de profesantes dudosos, de miembros mundanos y de cristianos reincidentes, está en una condición muy triste. El predicador más devoto y sincero a cargo de tal rebaño se ve privado de una de las mayores fuentes de poder, porque una feligresía piadosa es la mano derecha de la fuerza del ministro, en la medida en que son la vindicación de las verdades que proclama, y un poder poderoso ante Dios y los hombres.
El trabajo al que nos hemos referido es de gran dificultad y delicadeza. Requiere sabiduría y tacto, y una combinación de dulzura y firmeza. Para su correcta realización, la mejor preparación es la oración y la vida santa y un amor sincero por las almas de los hombres.
(d) Los ancianos gobernantes deben supervisar cuidadosamente a los niños de su rebaño. Muchos de nosotros que somos gobernantes no nos damos cuenta de la peculiaridad de nuestra relación con los niños que están bajo nuestro cuidado. Los hijos de padres creyentes son admitidos en la iglesia por el bautismo, y esto les da derechos especiales sobre nosotros. Están dentro del ámbito de la iglesia y están bajo nuestra supervisión y cuidado. Están bajo su gobierno y sujetos a su disciplina. Por lo tanto, estamos obligados a interesarnos profunda y afectuosamente por ellos, y a velar por sus almas como quienes deben rendir cuentas. Estamos solemnemente comprometidos a emplear toda nuestra diligencia para proporcionarles una instrucción y formación adecuadas, y a esforzarnos por salvarlos de las trampas y peligros del mundo. Durante el período formativo de la niñez y la juventud, nuestros ojos deben estar puestos en ellos, y nunca debemos dejar de orar y trabajar por ellos hasta que sean llevados a Cristo. Los miembros bautizados que llegan a la edad adulta y persisten en rechazar a Cristo y vivir en pecado, deben ser seguidos con tierno interés, y amonestados y recordados amablemente de sus relaciones con la iglesia. Hay que tratarlos con fidelidad y disciplinarlos, si es necesario. La iglesia ha perdido a muchos de sus hijos al abandonarlos demasiado pronto y no cumplir con su deber hacia ellos. Nunca debe olvidar que es la madre adoptiva de sus hijos, que ha fijado en ellos el sello de la alianza y que nunca puede eximirse del deber de la crianza cristiana. Mientras que el padre tiene sus obligaciones distintivas, la iglesia, como organización, tiene igualmente deberes muy solemnes que cumplir. El consejo debe llevar una lista de todos los niños bautizados, la cual debe ser revisada de tiempo en tiempo. El pacto de Dios es con su pueblo y su descendencia. Sus hijos son herederos de la promesa, y se les debe recordar, tan pronto como tengan un grado suficiente de inteligencia, sus privilegios y obligaciones. Los ancianos deben tener cuidado de no interferir con los derechos de los padres, y deben tratar de influir en el niño a través del padre. Los hijos del pueblo de Dios son la esperanza de la iglesia.
Los ancianos no sólo deben tomar parte activa en la formación de los hijos de Cristo, sino que deben procurar que todos los niños bajo su supervisión sean instruidos debidamente en la Palabra de Dios. Se debe exigir a los niños que memoricen versículos de las Escrituras. El Dr. James W. Alexander da el siguiente elocuente testimonio sobre este punto: «Aventuro mi opinión de que si un alumno debe renunciar a una u otra cosa -la explicación del significado por medio de preguntas y respuestas, o la posesión del texto en su memoria textualmente- es mejor que renuncie a la primera. No hay parte del aprendizaje doméstico y juvenil tan valiosa como lo que en inglés materno se llama «aprender versículos de memoria». Habiendo casi desgastado mis ojos por la lectura y el estudio, permítanme testificar que de todo lo que he aprendido lo que más aprecio es el conocimiento de la Biblia en inglés, y por cada versículo que sé de memoria desearía saber cien»
Un punto de importancia es la exaltación de la Palabra de Dios. En estos días de pizarras, orquestas, libros de cuentos y aparatos de todo tipo, puede que no se haga el debido hincapié en la Biblia misma. Se debe enseñar a los niños a manejar sus Biblias, a encontrar los versículos con prontitud, a comparar Escritura con Escritura, y a tener la mayor reverencia por la Palabra de Dios.
Debe haber también una enseñanza definida, en cuanto a la estructura y gobierno de nuestra iglesia. Sin ser controversial o comparativa, debe ser clara y positiva. Los alumnos deben memorizar regularmente las preguntas del Catecismo Menor. Muchos de nuestros niños crecen totalmente ignorantes del significado del presbiterianismo, ya que nunca se les han enseñado sus principios distintivos y sus fundamentos bíblicos; y esto explica la facilidad con que a veces se desvían hacia otras iglesias.
(e) El anciano tiene deberes muy importantes que cumplir en el ejercicio de su poder conjunto en las reuniones del consejo. Una asistencia completa es casi indispensable para su eficiencia. Están obligados por votos solemnes a asistir a las reuniones regulares, que deben celebrarse al menos una vez al mes. Los asuntos no deben tratarse de manera apresurada o superficial. Será útil seguir un orden del día que recoja todos los asuntos que puedan plantearse.
La admisión de solicitantes a la comunión de la iglesia es un deber del consejo en su capacidad colectiva, que implica una gran responsabilidad. De su correcto cumplimiento depende en gran medida la pureza de la iglesia. A veces, los candidatos son examinados y recibidos de una manera muy descuidada. Aunque se debe evitar catequizar innecesariamente al candidato, es el deber claro de los gobernantes de la casa de Dios exigir evidencia creíble de santidad, y esforzarse por averiguar si tiene una visión inteligente del camino de la salvación, y si ha abrazado sincera y cordialmente a Cristo como Salvador. Manifiestan el más verdadero interés en él al cerciorarse de que es un creyente genuino, y tratan de salvarlo de concebir un engaño. No es ningún bien para con una persona recibirla en la iglesia cuando no es cristiana. Con demasiada frecuencia los ancianos confían este solemne deber de examinar a los solicitantes a ministros jóvenes impulsivos e inexpertos, cediendo al juicio de estos últimos sin la debida deliberación.
No podemos evitar que la cizaña crezca con el trigo, pero debemos considerar que la demanda de los tiempos es una iglesia más pura y consagrada, de calidad más que de cantidad. Puede que nos pongamos en desventaja frente a otras denominaciones al ser muy cautelosos al recibir candidatos, pero al final seremos más ricos por ello; porque se acerca el día en que « la obra de cada uno, cuál sea, el fuego la probará».
La administración de la disciplina eclesiástica es otro deber importante del consejo en su capacidad colectiva. No es que seamos inclinados a los lamentos ni al pesimismo, pero nos tememos que ha habido un movimiento a la baja en esta línea. La restauración de los infractores y el honor de Cristo exigen más fidelidad por parte de los gobernantes espirituales a este respecto. Con demasiada frecuencia se permite que los cristianos profesantes continúen en pecado abierto y conocido sin recibir una reprensión o una advertencia. Se necesita mucha sabiduría y tacto para tratar correctamente a los miembros ofensores. Debe tenerse en cuenta la disposición y el trasfondo de cada uno; y debe tenerse constantemente presente el gran fin de la disciplina, es decir, el bienestar del transgresor. Si se le trata con afecto y firmeza, generalmente reconocerá la verdad, y no será necesario recurrir a un juicio formal. Este tema abre un amplio campo de discusión, en el que el escritor no puede entrar en este momento. Puede decirse, sin embargo, que la piedad profunda, la lealtad a Cristo, una buena dosis de sentido común y un interés tierno y sincero en el bienestar espiritual de los infractores, generalmente llevarán a conclusiones correctas en cuanto a la mejor manera de tratarlos.
En las reuniones del consejo, el pastor y los ancianos deben considerar la situación y las necesidades de la iglesia, y deben consultar juntos sobre los mejores medios para aumentar la actividad de la iglesia, estimular su benevolencia y profundizar su piedad. Se debe examinar la lista de miembros y tomar medidas para visitar a los enfermos, los afligidos y los necesitados. Y los ancianos no deben considerarse a sí mismos como meros consejeros y recolectores de información para el pastor, sino como colaboradores con él.
Los consejos no deben olvidar sus relaciones con la comunidad impía fuera de la iglesia, y deben considerarse como un cuerpo agresivo obligado a prestar un servicio valiente en la lucha contra los poderes de las tinieblas. Los talentos y el celo de todos los miembros de la iglesia deben ser utilizados en esta gran obra. La iglesia nunca alcanzará el más alto grado de eficiencia hasta que cada miembro se considere a sí mismo un evangelista en el amplio sentido de la palabra.
Por último, los gobernantes de la casa de Dios deben esforzarse por trabajar juntos en armonía y amor. Cualquier distanciamiento entre los ancianos, cualquier disputa o malentendido, perjudica grandemente la utilidad del consistorio como tribunal de Cristo.
IV. El anciano en las cortes superiores
Los ministros y los ancianos tienen iguales derechos en las cortes de la iglesia. Naturalmente, se espera que los ministros que están capacitados para hablar en público, y que conocen más íntimamente las cuestiones teológicas y eclesiásticas, tomen una parte más prominente en las discusiones públicas. Al mismo tiempo, nuestros ancianos deben sentir más profundamente la grave responsabilidad que pesa sobre ellos. Pueden prestar un servicio inestimable haciendo breves sugerencias prácticas, dando sabios consejos en el trabajo de los comités y prestando cuidadosa atención a la tramitación de los asuntos. Sus talentos, su conocimiento de los negocios y de los asuntos prácticos deben ser utilizados más ampliamente para el bien de la iglesia en las cortes superiores. Debe evitarse cuidadosamente un control demasiado exclusivo de los asuntos de la iglesia por parte de los ministros. Los monopolios tienen sus peligros, incluso en manos de hombres buenos. Creemos que dar una mayor influencia y poder a los ancianos corregiría, en cierta medida, la tendencia actual de nuestras cortes eclesiásticas a dedicar demasiado tiempo a la discusión de puntos eclesiásticos y teológicos agradables, y a la tramitación de asuntos meramente rutinarios. Nuestras cortes tienen una gran cantidad de trabajo que hacer que está estrechamente relacionado con la vida de la iglesia y el progreso del evangelio en todo el mundo. Deben dedicar mucho tiempo y reflexión a la gran obra de las misiones nacionales y extranjeras. Deben idear formas y medios para superar las indigencias dentro de sus límites, para llegar a las clases desatendidas, para animar y apoyar a las iglesias débiles y para estimular el interés en el progreso del reino de nuestro Señor.
Deseamos insitir en el hecho de que nuestro sistema presbiteriano encarna la gran idea de la unidad de la iglesia. Cada iglesia con sus oficiales es una parte del gran todo, y está orgánicamente conectada con él. Los gobernantes espirituales de una congregación pertenecen, en cierto sentido, a la iglesia como un todo, y tienen deberes que cumplir que surgen de esta relación. En el presbiterio no deben considerar meramente los intereses de sus iglesias individuales, sino que deben dedicarse a la obra de supervisión e inspección presbiteral. Como en nuestro gobierno político, los representantes que son enviados al Congreso están encargados, no sólo de los intereses de su circunscripción, sino de los del gobierno en general, así se espera que los representantes de las iglesias en nuestra Asamblea General legislen para el bien de todos los que están bajo su cuidado. Deben sentir que son directamente responsables ante Jesucristo, que es la cabeza de todas las cosas de la Iglesia y el único administrador del reino de la gracia. Él es la fuente de toda vida espiritual y de todo poder espiritual, y ha ordenado a la iglesia que sea el gran agente de la evangelización del mundo.
Cristo ha dado a la Iglesia una organización suficiente para desarrollar y dirigir las energías de su pueblo de la manera más eficaz, de modo que esté completamente equipada para su gran obra. Es deber de su pueblo guardarla fiel y cuidadosamente como institución divina, sostener sus sagradas ordenanzas e insistir en sus prerrogativas. «Y él mismo dio a unos como apóstoles, y a otros como profetas, y a otros como evangelistas, y a otros como pastores y maestros».
[1] En inglés, backslider. Es un término que siempre plantea grandes dificultades a la hora de traducirlo. En principio, no es simplemente «apostasía», pues esta da la idea de abandonar y rechazar la fe. Se refiere más bien a creyentes verdaderos que temporalmente reinciden atrás a su anterior vida o cómo eran antes de creer.
John S. Watkins
[traducción del artículo publicado por el Presbiterio de los Estados Unidos de la Free Church of Scotland Continuing]
Watkins nació en Virginia en 1844 y estudió en el Seminario Teológico de la Unión de 1869 a 1872 con Robert L. Dabney y Thomas E. Peck. Posteriormente fue pastor en Roanoke, Virginia, Raleigh, Carolina del Norte, y Spartanburg, Carolina del Sur. Los siguientes son extractos de su A Hand-Book for Ruling Elders, publicado en Richmond en 1895 por el Comité de Publicaciones de la Iglesia Presbiteriana del Sur.
Los deberes de los ancianos
Nuestro Libro de Orden de la Iglesia resume los deberes de la siguiente manera: «Los ancianos gobernantes, representantes inmediatos del pueblo, son elegidos por éste para que, juntamente con el pastor o ministro, ejerzan el gobierno y la disciplina, y supervisen los intereses espirituales de la iglesia en particular, y también de la iglesia en general, cuando sean llamados a ello. Corresponde a este oficio, tanto separada como conjuntamente, velar diligentemente por el rebaño que se les ha encomendado, para que no se corrompa la doctrina ni las costumbres. Los males que no puedan corregir mediante la amonestación privada, deben ponerlos en conocimiento del consejo. Deben visitar al pueblo en sus casas, especialmente a los enfermos; deben instruir a los ignorantes, consolar a los dolientes, alimentar y cuidar a los hijos de la iglesia; y todos aquellos deberes que los cristianos particulares están obligados a cumplir por la ley de la caridad les incumben especialmente por vocación divina, y deben ser cumplidos como deberes oficiales. Deben orar con y por el pueblo; deben ser cuidadosos y diligentes en buscar el fruto de la Palabra predicada entre el rebaño; y deben informar al pastor de los casos de enfermedad, de aflicción y de despertar, y de todos los demás que puedan necesitar su especial atención».
I. El anciano en la familia
La mayoría de nuestros ancianos son cabezas de familia. El apóstol nos dice que su trabajo comienza en el hogar, e insiste en el gobierno apropiado de sus propios hogares como requisito para un gobierno eficiente en la iglesia. Un anciano debe ser uno «que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?)». Es cierto que el buen gobierno del hogar es deber de todo hombre cristiano que es cabeza de familia. Pero incumbe al anciano, de una manera especial, dar ejemplo en este respecto, por cuanto su posición oficial y su utilidad se ven afectadas por ello. La teoría y la práctica del gobierno de la familia han experimentado cambios considerables durante el último cuarto de siglo, y hay una creciente laxitud por parte de los padres en materia de formación y disciplina.
La falta de un ejercicio adecuado de la autoridad paterna es uno de los puntos débiles del tipo actual de vida familiar. No se puede decir de muchos, como se dijo del padre de los fieles: «yo lo he conocido para que mande a sus hijos y a su casa después de sí». Mandar no es popular, y la tendencia de los tiempos está en contra de ello. La autoafirmación precoz, la irreverencia, la contumacia y el individualismo precoz son características de la juventud de nuestros días. En estas circunstancias, incumbe especialmente al mayor dar un buen ejemplo como cabeza de familia y gobernar bien su propia casa. Si su casa es un escenario de desorden; si sus hijos son descuidados o mal administrados; si no logra imponer el debido respeto, difícilmente puede esperar que los miembros de su iglesia lo miren como su consejero y guía espiritual. Es cierto que los hijos a veces salen mal bajo el mejor control paterno, pero, por regla general, se verifican las palabras del sabio: «Instruye al niño en su camino; aun cuando sea viejo no se apartará de él». El descuido del culto familiar es otro indicio de la decadencia de la religión familiar. El anciano no puede cumplir el mandato de «gobernar bien su propia casa» sin establecer el altar familiar. Con regularidad infalible debe observar el culto familiar. Ninguna presión de los negocios o de los compromisos sociales debe inducirle a descuidar este importante deber. Debe exigir a sus hijos que asistan a las devociones familiares, así como a los ejercicios religiosos de la casa de Dios. Es su deber conducirse ante los miembros de su hogar de tal manera que les inculque la idea de que el reino de Dios ocupa el primer lugar en su corazón, y que es su supremo deseo verlos como verdaderos cristianos. Si su objetivo en la vida es acumular una fortuna, o ganar distinción, o ascenso social, sus hijos no sólo lo verán, sino que captarán el espíritu de su vida.
Él puede ser un padre amable, gentil, cariñoso, liberal, que procura que su hogar sea luminoso y atractivo, alentando todas las diversiones y recreaciones inocentes, ganándose la devoción de sus hijos, y al mismo tiempo un padre piadoso, haciendo que la atmósfera del hogar sea claramente cristiana. El anciano, impresionado por el sentido de las responsabilidades del hogar, debe adoptar la resolución de David: «Entenderé el camino de la perfección… En la integridad de mi corazón andaré en medio de mi casa». El cumplimiento fiel y satisfactorio de los deberes que se derivan de las relaciones domésticas le permitirá ser más eficiente en sus deberes públicos, y la transición de uno a otro se hará más fácil. El anciano, al dispensar hospitalidad y al esforzarse por hacer su hogar atractivo para los jóvenes, debe tener cuidado de no fomentar un espíritu mundano. Es muy difícil trazar una línea exacta entre lo que está bien y lo que está mal en materia de diversiones. Si un anciano es muy liberal en sus puntos de vista sobre el tema, e insiste en excusar lo que considera sus derechos, seguramente está obligado a procurar que se eviten los excesos y que no se fomente un espíritu mundano. No hay incompatibilidad entre la verdadera piedad y una indulgencia moderada en todas las diversiones inocentes. Pero de alguna manera hay ciertas diversiones, consideradas por muchas personas buenas como inocentes y propias, que no parecen combinar con la seriedad de la vida cristiana y con la consagración a Cristo. El anciano que no se opone a estas cosas, y hace de su casa una especie de cuartel general para tales diversiones, debe considerar muy cuidadosamente si no está poniendo en peligro su influencia para bien como gobernante en la casa de Dios. Hacer de la diversión un fin es una cosa, hacer de ella un medio es otra muy distinta. Pierde la mayor parte de su peligro cuando se subordina a fines más elevados. Todo anciano, por lo tanto, debe esforzarse por hacer de su hogar un hogar cristiano modelo, por hacer de él un lugar atractivo, un lugar instructivo, un lugar seguro y un lugar santo. Debe renunciarse a todo lo que tienda a destruir la religión personal, o a debilitar la influencia de la religión en la mente de los demás, o a poner tropiezo en el camino de muchos, o a ofender los sentimientos de concienzudos compañeros cristianos.
Hay que admitir que estos principios son correctos y que, por lo general, pueden ser aplicados sin mayor dificultad por aquellos que tienen una mentalidad totalmente espiritual. De hecho, puede decirse con verdad que casi todas las cuestiones relacionadas con las diversiones mundanas serán contestadas fácilmente en proporción a la profundidad y seriedad de la religión de cada uno.
II. El anciano en los negocios y en la sociedad
Al ocupar la alta posición de un gobernante espiritual en la casa de Dios, el anciano debe ser plenamente consciente del hecho de que su influencia para el bien y su utilidad en la iglesia dependen en gran medida del carácter que mantiene en los negocios y en la sociedad. Es cierto que todo cristiano está obligado a ser recto, veraz y justo en sus transacciones mundanas, pero, en un sentido especial, incumbe a los oficiales de la iglesia de Dios andar con circunspección y mantener una reputación de honradez e integridad. Es de gran importancia que se conduzcan en los asuntos seculares de tal manera que se ganen la confianza, el respeto y la estima de sus semejantes. Aunque asistan fielmente a los servicios de la iglesia y sean activos en el cumplimiento de sus deberes oficiales; aunque oren con facilidad y hablen con fuerza en las reuniones religiosas, su utilidad se verá seriamente perjudicada si la comunidad los considera hombres carentes de pureza e integridad de carácter. Si son tacaños y deshonestos, hombres que se aprovechan de los demás en el comercio mediante la tergiversación y el engaño; si son codiciosos y avaros, no pueden esperar lograr mucho en el desempeño de su oficio religioso. El mundo a veces se engaña acerca de los hombres, pero el engaño es sólo temporal. Cada hombre es el producto de sus pensamientos, sentimientos, propósitos, hábitos y experiencias, y no puede ocultar su verdadero interior durante mucho tiempo. A menudo se tergiversa y calumnia a los hombres, pero, por regla general, la reputación de un hombre que ha vivido mucho tiempo en una comunidad suele estar de acuerdo con su verdadero valor y su verdadera vida. Los oficiales de la Iglesia no pueden ser demasiado cuidadosos a la hora de proteger su reputación y evitar toda apariencia de maldad. Es mejor soportar un agravio que tener la apariencia de codicia o fraude.
Todo hombre debe encontrar su vida cristiana conectada en gran manera con aquellos deberes seculares que ocupan casi todo su tiempo. El divorcio de la religión y los negocios es farisaico y no cristiano. La religión entra en los negocios, los santifica, los eleva y aligera sus cargas. La religión del comerciante debe encontrarse en gran parte en los límites de la vida comercial; la religión del político en los límites de la política; la religión del maestro en el aula de la escuela. Los mismos Diez Mandamientos y el mismo Sermón del Monte que son aplicables a la vida eclesiástica y a la vida doméstica son también aplicables al comercio y a la política. No hay más que una base ética para todos los departamentos de la actividad humana.
También es importante que los ancianos sean hombres de carácter elevado en sus relaciones sociales. Más allá del estrecho círculo del hogar, y aun del círculo más amplio de los negocios, hay un gran número de personas que se relacionan con nosotros de diversas maneras, y nuestro trato con ellas conlleva pesadas responsabilidades. Los oficiales de la iglesia de Dios están obligados en un sentido especial a esforzarse por purificar y elevar el tono de la sociedad que los rodea. Deben evitar cuidadosamente aquella conducta que les daría el nombre de «hombres mundanos». Aunque deben fomentar la hospitalidad con su ejemplo, deben evitar la ostentación, la extravagancia y el lujo suntuoso.
CULTO DE LA MAÑANA
Juan 18:28-30, Consumado es
CULTO DE LA TARDE
Juan 6:47, El que cree en mí tiene vida eterna
Romanos 6:23, La dádiva de Dios es vida eterna