
Por TEÓLOGO, me refiero a aquel que, lleno de un conocimiento sustancial de las cosas divinas derivadas de la enseñanza de Dios mismo, declara y exalta, no en palabras solamente, sino en toda su vida, las maravillosas excelencias de Dios, y de esta manera vive enteramente para Su gloria. De los tales fueron en los días antiguos los santos patriarcas, los divinamente inspirados profetas, los maestros apostólicos de todo el mundo, algunos de aquellos que llamamos padres, las luces más resplandecientes de la Iglesia primitiva. El conocimiento de estos hombres no reside en hilar sutilezas de cuestiones curiosas, sino en la devota contemplación de Dios y Su Cristo. Su claro y casto modo de enseñanza no suaviza el comezón de oír, sino que imprime en la mente una representación exacta de las cosas sagradas, inflamando el alma con el amor por las mismas, al tiempo que la loable inocencia de su comportamiento, acorde a su profesión e inigualada por sus enemigos, apoya su enseñanza con una evidencia irresistible y da una prueba clara de que tienen un trato familiar con el Altísimo.
Herman Witsius, On the character of the true divine. An inaugural oration. (CrossReach Publications, 2017), p. 13.