ormalmente hay dos maneras de hacer las cosas: o bien por costumbre, o bien por convicción. En la primera, por costumbre, no hay ninguna fuerza que empuje a hacer las cosas, simplemente se hacen por inercia. En la segunda, esta convicción es la fuerza interior que empuja a hacer las cosas o, llegado el caso, a cambiar lo que siempre se está haciendo.
Bien, nos podemos preguntar entonces acerca de lo que estamos haciendo ahora, viniendo a la iglesia el domingo. ¿Por qué venimos a la iglesia precisamente en domingo? ¿Tiene que ser en este día? ¿Tiene que haber un día en especial para que los cristianos se reúnan?
Se puede decir que ante estas preguntas se dan hasta tres respuestas distintas:
1) Está los que dicen, o los que dan por sentado, que se trata de una mera costumbre. Lo hacen, van a la iglesia el domingo, porque es lo que sus padres le han enseñado, o porque lo ve en los demás y ellos hacen lo mismo, o simplemente porque es en ese día que la iglesia hace sus cultos, de la misma manera que se tiene que ver un partido de fútbol los sábados o que para ver tal serie se tiene que hacer en tal día de la semana.
Esta es la actitud de la gran mayoría de los cristianos. Y esta actitud a lo que lleva es a una observancia superficial del mandamiento del Día de Reposo. Si son verdaderamente creyentes, si se han convertido a Dios, entonces hay un deseo de reunirse y tener comunión con los hermanos, y de escuchar la Palabra. Pero no hay un principio exterior que obligue. Así que, si las fuerzas o el deseo espiritual por diversas circunstancias decaen, entonces esto lleva a que la gente se reúna menos o deje de hacerlo por completo.
Dentro de esta categoría, la de la “costumbre”, están también aquellos que lo llegan a explicar en la teoría. Es decir, aquellos que tienen un discurso teórico para explicar y defender que el hecho de reunirse en domingo es sólo una cuestión de costumbre de la Iglesia.
Según ellos, para los cristianos no hay una obligación que provenga directamente del Decálogo, pues, dicen ellos, este mandamiento es ceremonial, pertenece a todos los mandamientos de culto que luego se cumplen en Jesucristo y que, por lo tanto, están abrogados como tales en el Nuevo Testamento. Según siguen diciendo ellos, si nos reunimos en domingo es porque fue esta la decisión que tomó la iglesia cristiana casi desde sus mismos orígenes, y no hay razón para cambiarla. Pero, fijémonos, en principio tampoco habría razón para que el día para congregarse fuera otro día de la semana, o incluso todos los días.
Esta es la posición, como decimos, más común en el cristianismo, incluido también los evangélicos.
2) En segundo lugar, están también los que tienen una convicción en cuanto al Día de Reposo, pero su convicción es que no se tiene que reunir en domingo, sino en sábado, como en el Antiguo Testamento.
En este grupo entran, por supuesto los judíos, pero también algunos grupos dentro del cristianismo, como los adventistas del séptimo día, u otros que pueda haber (sobre todo ahora, con la proliferación de los llamado “judíos mesiánicos” entre los evangélicos).
3) Y en tercer y último lugar, están aquellos que se reúnen en domingo como Día del Señor como el día que Dios ha ordenado en la Palabra y que ha apartado para sí. Estos cristianos guardan el mandamiento, por tanto, movidos por el deseo de reunirse y tener comunión con los hermanos. Pero este deseo está además reforzado por el mandamiento, por la obligación de entender cuál es la voluntad de Dios en Su Palabra.
En este mensaje, pues, y en los que siguen vamos a estar considerando este mandamiento del Decálogo, para ver la verdadera postura y enseñanza que nos da la Biblia.
En el mensaje de hoy, vamos a estar viendo el “porqué” tenemos que guardar este día. Luego están las preguntas de “cuál” es el día”, y también la de “cómo” se tiene que guardar.
¿Por qué tenemos, pues, los creyentes del Nuevo Testamento que observar el mandamiento del Día de Reposo? Pues hemos de presentar de entrada la afirmación, basada en la Palabra de Dios, de que el guardar este mandamiento es un deber moral. No sería un mandamiento ceremonial, tampoco sería meramente un mandamiento positivo (¿nos acordamos?, mandamientos positivos son aquellos que descansan únicamente en la voluntad de Dios, que así lo dispuso, por ejemplo, ¿por qué determinados alimentos eran impuros? Pues, simplemente, porque así lo ordenó Dios, porque no hay nada inmundo de por sí (Rom. 14:14)? Por supuesto, está basado siempre en Su voluntad, pero además, este mandamiento nos enseña lo que es el bien y lo que es el mal; por lo tanto, es permanente y perpetuo, es universal, y transgredirlo supone una injusticia, ante Dios, pero también para con los hombres.
El Día de Reposo es un deber moral. ¿Por qué?
I. Pues, en primer lugar, por su presencia misma en el Decálogo. Nadie dudará que los mandamientos de “no matarás”, o “no robarás”, etc. no son unos mandamientos arbitrarios. Dios nos lo ha dado en su voluntad soberana, pero además son morales, cumplirlo es lo bueno y es lo justo. Quebrantarlos es pecado, pero es también una inmoralidad y una injusticia.
Esto es lo que ocurre con todos los mandamientos del Decálogo. Y hemos visto que también lo son los de la Primera Tabla (los mandamientos en relación con Dios). Quebrantarlos también es una inmoralidad e injusticia. El ateísmo conduce a toda obra abominable entre los hombres (cf. Sal. 14:1; Rom. 3:10-18). La idolatría falsea la verdad de Dios por las imaginaciones de los hombres, pero no sólo esto, sino que esclaviza la mente y la conciencia de los hombres en algo tan importante como es la adoración a Dios, de la que sólo Dios es el soberano. El tomar el nombre de Dios en vano lleva a actos tan terribles como el perjurio, la blasfemia, el tomar las cosas de Dios a la ligera, con lo que se llega a tomar a la ligera absolutamente todo en la vida.
Bien, pues, ¿por qué razón este mandamiento tendría que ser ceremonial? Es absurdo. Si se dice que sí, que lo es, entonces, ¿por qué no todos los demás? Diremos que el “no matarás, no robarás, etc.) ya fueron cumplidos por la obra de obediencia de Cristo y que, por lo tanto, ya no nos obligan a nosotros los cristianos? No, al contrario, todo el mundo está de acuerdo que estos mandamientos nos muestran nuestras obligaciones ante Dios y los hombres. Por consiguiente, es lo mismo en cuanto al Cuarto Mandamiento, acerca del Día de Reposo.
La presencia de este mandamiento en el Decálogo es el argumento más sencillo y más simple para demostrar esta verdad. A veces, no es necesario recurrir a complicados razonamientos. Hasta un simple niño lo entiende perfectamente.
La presencia del mandamiento en el Decálogo muestra que es un deber moral. Pero hay más.
II. En segundo lugar, porque este mandamiento está basado en la Creación, y habla del Dios Creador. En el vs. 11 se hace referencia a este hecho:
“Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó”.
Y esto nos lleva, por supuesto, al relato de la Creación de Dios en Génesis 1, que se concluye en Gén. 2:2-3.
Porque hubo una Creación. No que el Universo estuvo siempre ahí. No, sólo Dios estuvo siempre ahí. La materia, el Universo son la creación de Dios. Y Él lo hizo, como dice Su Palabra, de la nada, por el poder omnipotente de Su Palabra (cf. Heb. 11:3; Rom. 4:17).
Hubo Creación, pero esta fue además en 6 días. Dios creó un Universo en el que un año tenía y tiene 365 días, 52 semanas de 7 días, y cada día de 24 horas. Entonces, en los 6 primeros días de la primera semana de Dios hizo la materia, el Universo, la tierra, los cielos, creando todas las especies de plantas y de los animales, y por último el hombre. Fue una actividad incesante, que para nosotros es inconcebible, pero que sólo Dios pudo hacer, puesto que es el Todopoderoso.
Hubo Creación en seis días. ¿Y después que hubo? Pues la obra especial de Dios de la Creación ya estuvo acabada. Ya no hay más Creación. A partir del 6 día, pues, comenzaba la obra de la Providencia, del cuidado y del gobierno de la Creación que acababa de hacer. Pero en este momento 0 + 1 después de la Creación, en el primer día de la Providencia, no hubo ninguna obra en particular. En la recién creada Creación todo era muy bueno, porque recién salía de las manos de Dios, y no había pecado ni mal en el mundo.
Así que, en este primer día de la Providencia, lo que hizo Dios fue contemplar Su obra.
1:31 Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Y fue la tarde y la mañana el día sexto.
2:1 Fueron, pues, acabados los cielos y la tierra, y todo el ejército de ellos.
2 Y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo.
3 Y bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación” (Gen 1:31-2:3)
¿Qué vio Dios, pues, en aquel primer día después de la Creación? Vio los cielos, vio la tierra, vio las estrellas, los mares los ríos, los pájaros volando por el aire y cantando en las ramas, vio a los peces en los mares y a los animales por los montes, y por último, vio al hombre. Y dijo Dios; “Todo está muy bien”. No había allí ningún mal, ningún pecado, ningún dolor.
Que Dios dejara un día en especial, sólo para contemplar la obra de la Creación, una Creación distinta de Él, habla de la importancia de este día. Por este hecho, dice que Dios “lo santificó”, puso aparte este séptimo día que se iba a repetir cada semana. Y esto lo hizo, pues, también para que el hombre, siguiendo el ejemplo de Dios, dejara de trabajar, también reposara y también contemplara la obra de Dios. El hombre estaba trabajando en Edén. No era un trabajo extenuante, ni mortal, pero era trabajo al fin y al cabo. Así, al llegar al séptimo día, el hombre, Adán y Eva, tenían que dejar sus trabajos, mirar el cielo, mirar el mundo, y admirar la belleza de la Creación de Dios, y admirar así la inteligencia, sabiduría y bondad de Dios al crearlo todo. Mirar también al árbol de la vida (Gen. 2:9, cf. 3:22), y recordarse de la promesa de la vida eterna que había para él, si no caía en pecado. Y mirar también al árbol del conocimiento del bien y del mal, y recordarse de la amenaza de la muerte si caía en pecado (Gen. 2:17), tanto para él como para su descendencia.
Conocer, de esta manera, por el reposo de su trabajo, que el hombre no se había creado a sí mismo (Sal. 100:3), sino que fue Dios quien lo creó, y que por lo tanto le debía toda la gloria y la honra en su vida.
III. En tercer lugar, este mandamiento del Decálogo es moral porque también está hablando de la Redención y del Dios Salvador.
Porque el hombre cayó en pecado. Y no el hombre fue expulsado del Paraíso, perdiendo así su comunión con Dios, sino que a causa del pecado el mundo se llenó también de mal y de violencia.
El primer acto de violencia vino muy poco después de la Caída, con el asesinato de Abel por parte de Caín (Gen. 4:8). Y esta violencia fue en aumento, como vemos en la fanfarronada de Lamec, al final del mismo cap. 4 del Génesis, donde dice que mató a un hombre simplemente por una herida (vs. 23)
Y la maldad y la violencia en el mundo fue cada vez más en aumento, de manera que antes del Diluvio, se nos dice que Dios también miró el mundo. ¿Y qué vio?
“Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Gen 6:5)
¿Vemos la relación? En Gen. 1, se nos dice que Dios miró el mundo que había creado, y he aquí, era bueno en gran manera. Aquí, tras la Caída, también miró el mundo, y he aquí, estaba lleno de maldad, y los hombres tan sólo pensaban el mal.
El hombre había sido creado libre por Dios. Dios no lo creó pecador, sino que su voluntad tenía libertad para sujetarse a los mandamientos que Dios le dio estando en el Paraíso. Pero el hombre hizo uso de esta libertad para pecado. Y de esta manera, se convirtió en esclavo. Primeramente, de sí mismo, como dice Jesús, que “todo el que hace pecado, esclavo del pecado es” (Juan 8:34). Lo vemos en el caso de Caín: él había decaído porque Dios había recibido con agrado más bien la ofrenda de Abel, pero Dios le dijo que tenía que vencer estos pensamientos (Gen. 4:7). ¿Lo hizo Abel? No. ¿Por qué? Porque era esclavo de sus mismas pasiones y pecados.
Pero también el hombre comenzó a ser esclavo de los demás hombres. Inmediatamente tras la Caída de Adán, Dios dio la promesa de la salvación (Gen. 3:15) y puso en marcha el plan de la salvación. De esta manera, apartó una familia para sí, de la que tenía que venir la descendencia de la mujer prometida que aplastara la cabeza del diablo. Primeramente, antes del Diluvio, la familia de Noé, y después del Diluvio, la familia de Abraham. Y Dios les dio la promesa de que iban a ser bendición a todas las naciones de la tierra. Pero ellos también conocerían la opresión y la esclavitud de las otras naciones. Y de esta manera, el pueblo de Israel acabó siendo esclavo en Egipto, con una opresión terrible, pues, además de oprimirlos con trabajos incesantes, aun mataban a sus hijos varones nada más nacer.
Pues de allí los sacó Dios también, de Egipto, como mano fuerte. Esta liberación de Egipto también habla de la salvación de Dios. No fue tan sólo la liberación de un pueblo que estaba bajo otro, no fue “la independencia” de un pueblo oprimido, como ha habido tantas en el mundo a lo largo de la Historia, sino que con esta liberación de Israel, Dios trató directamente la raíz misma de esta opresión, que era el pecado.
Si Dios hubiera tan sólo tratado los síntomas, no habría sanado la enfermedad. Si tenemos fiebre, porque tenemos una infección, y vamos al médico, y este nos da unas pastillas para bajar la fiebre, entonces seguiremos enfermo, porque la infección sigue ahí). Pero Dios no actúa como un mal médico, porque esta opresión es la consecuencia del pecado del hombre, no al revés.
Vemos que Dios trató con la causa con el sacrificio del cordero de la Pascua, que se sacrificó y se comió por las familias de Israel en la misma noche que salieron de Egipto. Cordero de la Pascua que era el tipo del verdadero Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Jn. 1:29). Por lo tanto, al mismo tiempo que los libraba de la opresión de los hombres, Dios con este cordero de la Pascua estaba haciendo referencia a la obra de salvación de Cristo, por la que iba a quitar la causa por la que venía la opresión, que es el pecado.
Pero, es que, además, el Día de Reposo nos habla de la salvación, porque para nosotros todavía nos es una señal de la salvación plena que hemos de disfrutar en la presencia de Dios. Somos salvos, pero en esperanza (Rom. 8:24). Josué no dio al pueblo el reposo definitivo, como nosotros tampoco hemos entrado en el reposo definitivo para el pueblo de Dios.
“8 Porque si Josué les hubiera dado el reposo, no hablaría después de otro día.
9 Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios.
10 Porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas” (Heb 4:8-10).
IV. Llegados a este punto, alguien podría sin duda decir: “Todo esto está muy bien, pero, ¿por qué entonces guardar este Día de Reposo es un mandamiento moral?”
Pues, tras haber visto estas razones, la respuesta es clara: el no observar el Día de Reposo, es una negación de todo esto.
Es una negación de la Creación. La negación del Dios eterno (porque entonces es el Universo eterno), la negación del relato de la Creación de la Biblia, la negación de la obra de salvación de Dios a lo largo de los siglos hasta consumarla en Jesucristo, una negación de la esperanza de los cielos nuevos y tierra nueva.
Por lo tanto, la no observancia del Día de Reposo es un ejercicio práctico de ateísmo. Uno puede ser incluso creyente, pero si no lo guarda, está actuando como un ateo. No es de extrañar que los regímenes de los países occidentales, que son totalmente ateos, hayan abolido el Día de Reposo; y lo han hecho en nombre de la libertad personal de cada uno. ¿Por qué? Porque transgrediendo el Día de Reposo, se transgrede igualmente el Primer Mandamiento de la Ley de Dios: no tendrás dioses ajenos delante de mí.
El no observar el Día de Reposo es un ejercicio práctico de ateísmo que, además, niega los derechos de Dios. Dios tiene todo el derecho para reservarse un día para sí, para que los hombres lo adoren. El creó el Universo, y el creó el año con 365 días, 52 semanas de 7 días. Él diseño así el Universo. El Universo es suyo, por tanto, Él dispone de lo suyo según Su voluntad.
Si nosotros nos comprásemos un terreno y quisiéramos edificar una casa, ¿no diríamos que es nuestro derecho hacerla como queremos, con 3, 4, 5 o más habitaciones; con un balcón, dos, o ninguno? ¿No diríamos que sería una injusticia que nos obliguen a tener sólo dos plantas, y una habitación por planta, y una ventana por habitación? ¿No diríamos: lo he comprado con mi dinero, es mi terreno, he pagado todas las licencias? ¿Por qué, pues, se me quiere limitar, imponiéndoseme algo en contra de mi voluntad en lo mío?” Buen, pues de igual manera con Dios. La Creación es suya. El mundo es suyo, Él lo creó, y ni nada ni nadie puede impedir a Dios disponer de Su obra según Su voluntad.
El no observar el Día de Reposo es un ejercicio práctico de ateísmo que niega los derechos de Dios en la vida pública. Si no hay una porción de tiempo que sea común a todos, en la que todos dejen de trabajar por igual, entonces nunca nos podríamos reunir para adorar a Dios como pueblo. Dios entonces nunca podría ser adorado. La Palabra nunca sería predicada, porque no habría gente a la que predicar.
Por tanto, el laicismo, la teoría que dice que la religión tiene que ser sólo algo privado, llevado hasta sus últimas consecuencias, significa el fin de la Iglesia, porque las reuniones de adoración no son algo privado, sino público. Por eso, los regímenes laicistas y ateos hoy en día no tienen necesidad de perseguir a la Iglesia: basta con dar licencia a todo el mundo para profanar el Día de Reposo. Lo hacen además con su ejemplo, promocionando esta profanación con deportes y entretenimientos de todo tipo.
Finalmente, el no observar el Día de Reposo es un ejercicio práctico que niega los derechos de Dios en la vida pública y esclaviza a los hombres. Es lo que vemos ahora: cada vez se trabaja más en Domingo. Se comenzó por los restaurantes (los trabajadores libraban un día laborable por semana); se pasó a los turnos de las fábricas (turnos de 10-15 días consecutivos, teniendo después 2-3 días libres consecutivos). Después, las grandes superficies, que abren los 365 días al año (como tienen una gran plantilla, lo hacen también por turnos). Y al final, ¿qué? Que las tiendas pequeñas están obligadas, o bien a abrir los 365 días al año (pero ellos no tienen una gran plantilla para hacer turnos) o bien tienen que cerrar. El pez grande se come así al pequeño.
De esta manera, los hombres acaban siendo simples máquinas para trabajar. Se les permite “vida personal”, pero apenas vida familiar, cada vez menos vida social, y ninguna vida de Iglesia, ninguna vida con el Señor.
De esta manera, si el Día de Reposo era también señal de la liberación divina, es más, una liberación en sí misma, a la esclavitud que trajo el pecado, su transgresión significa volver cada vez más plenamente a la esclavitud que trajo el pecado.
Por tanto, todas estas son razones de peso. Por tanto, infringir el mandamiento del Día de reposo, no guardarlo, es pecado. Nos tenemos que guardar por todos los medios y fuerzas a nuestro alcance para no trabajar en él (ya hablaremos de este asunto en su momento). Pero el trabajar en él es también un mal, y como todos los males, tendría que estar protegido también por las leyes humanas (de la misma manera que el robo, asesinato, etc.).
Pero, ¿cómo se va a llegar a este punto, que el Día de Reposo sea algo protegido por las leyes, si los creyentes, si la Iglesia del Señor, somos negligentes en este mandamiento? ¿Si lo cumplimos a medias, o de manera descuidada, o no lo cumplimos en absoluto?
Pensemos: teóricamente, ¿cuántos cristianos hay? Hablemos incluso de evangélicos, y en un país como España. ¿Cuántos creyentes hay, y cuántas iglesia? Bien, pues ahora pensemos: ¿cuántos homosexuales hay en el país? Muchos menos, sin duda. Sin embargo, por su presión han conseguido poner las leyes de su parte, concediéndoles que se casen y adopten hijos. Pues, si eso es así para el mal, hermanos, si los hermanos volvieran a observar fielmente, con celo y con fervor este mandamiento, ¿no cambiarían las cosas, y mucho, en nuestros países?
Antes que lamentarnos, antes de echar las culpas al mundo de cómo está el mundo, miremos también nuestra responsabilidad. Y pensemos que los cristianos, seguramente, tienen la llave del cambio en nuestro tiempo. ¿Por qué? Pues porque tenemos al Dios Todopoderoso de nuestra parte. El Creador de cielos y tierra, y el Salvador en Jesucristo.
Hermanos, quiera el Señor que así sea, que todo esto se llegue a conseguir, para la preservación de este mundo, para la edificación de la Iglesia del Señor, para la salvación del pueblo del Señor que todavía está por salvarse. Y, sobre todo, para el honor y gloria del Santo Nombre de Dios.
Así sea. Amén.
[Predicación dada el 8-6-2014]