CULTO DE LA MAÑANA
Apocalipsis 5:1-6, «¿Quién es digno de abrir el libro?»
CULTO DE LA TARDE
Romanos 9:14-26, «La predestinación de Dios 4»
—Que cante, puede pasar; pero que un César baile pantomimas en público… No; sería ya demasiado, y creo que Roma no estará dispuesta a tolerarlo.
—Roma, querido, tolerará eso y mucho más. Seguro estoy de que el Senado le dará un voto de gracias al Padre de la patria y de que la plebe se entusiasmará contemplando al César convertido en bufón por divertirla.
— ¿Es posible llegar a tanto envilecimiento?
Petronio se encogió de hombros y replicó:
—Como vives metido en tu casa, pensando en Ligia, ignoras lo que ocurrió hace dos días: Nerón se unió en matrimonio con Pitágoras públicamente, y Pitágoras se presentó vestido de novia. Parece que esto traspasa los límites de la locura, ¿no es verdad? Pues no quedó en eso; Nerón llamó a los flámines (sacerdotes), y los flámines acudieron y celebraron la ceremonia con toda solemnidad. Yo lo presencié y confieso, que aunque soy capaz de presenciar impasible los actos más desatentados, el que te refiero me hizo pensar que si los dioses existen debieron dar allí mismo evidentes muestras de su cólera. Pero Nerón no cree en los dioses, y tiene razón.
—Según eso, Nerón es sumo sacerdote, dios y ateo, todo en una pieza — dijo Vinicio.
— Precisamente —contestó riendo Petronio.—No se me había ocurrido; y reconozco que es una amalgama sin igual en el mundo.
—Pero es necesario completarla—repuso tras breve pausa,—agregando que ese sumo sacerdote que no cree en los dioses y ese dios que de los dioses se burla, los teme, siendo ateo. Lo acontecido en el templo de Vesta demuestra claramente su temor.
— ¡En qué sociedad vivimos!
— A tal sociedad, tal César. Pero este estado de cosas no puede durar eternamente.
Henryk Sienkiewicz, Quo Vadis, (Barcelona: Sopena, 1912), p. 185s.
¿Cómo hay que entender una palabra como malvado? ¿Qué queremos decir exactamente con ella? ¿Existe semejante cosa en el mundo?
Nuestra primera reacción sería responder que no puede haber malvados, que no los hay. En los cuentos es lícito hablar de ellos, porque son para niños y hay que simplificar las escenas. Pero cuando la gran literatura mundial de los siglos pasados— Shakespeare, Schiller o Dickens— nos presenta una tras otra semblanzas de malvados de un negro espeso, los malvados nos parecen casi de guiñol, poco acordes con la sensibilidad moderna. Debemos fijarnos sobre todo en cómo están caracterizados: tienen perfecta conciencia de su maldad y de su alma tiznada. Razonan así: no puedo vivir sin hacer el mal. ¡A ver si enfrento al padre contra el hermano! ¡Qué deleite, ver padecer a mis víctimas! Yago dice sin tapujos que sus objetivos e impulsos son negros, nacidos del odio.
¡No, no suele ser así! Para hacer el mal, antes el hombre debe concebirlo como un bien o como un acto meditado y legítimo. Afortunadamente, el hombre está obligado, por naturaleza, a encontrar justificación a sus actos.
Las justificaciones de Macbeth eran muy endebles y por eso su conciencia acabó con él. Yago era otro corderito. Con los malvados shakespearianos bastaba una decena de cadáveres para agotar la imaginación y la fuerza de espíritu. Eso les pasaba por carecer de i d e o l o g í a.
¡La ideología! He aquí lo que proporciona al malvado la justificación anhelada y la firmeza prolongada que necesita. La ideología es una teoría social que le permite blanquear sus actos ante sí mismo y ante los demás y oír, en lugar de reproches y maldiciones, loas y honores. Así, los inquisidores se apoyaron en el cristianismo; los conquistadores, en la mayor gloria de la patria; los colonizadores, en la civilización; los nazis, en la raza; los jacobinos y los bolcheviques, en la igualdad, la fraternidad y la felicidad de las generaciones futuras.
Gracias a la ideología, el siglo XX ha conocido la práctica de la maldad contra millones de seres. Y esto es algo que no se puede refutar, ni esquivar, ni silenciar. ¿Y cómo después de esto podríamos atrevernos a seguir afirmando que no existen los malvados? ¿Quién, pues, exterminó a esos millones? Sin malvados no hubiera habido Archipiélago.
Alexandr Solzhenitsyn, Archipiélago Gulag (1918-1956), Biblioteca El Mundo, vol. 1, p. 210.
CULTO DE LA MAÑANA
Apocalipsis 4, «La visión del trono celestial»
CULTO DE LA TARDE
Romanos 9:14-18, «La predestinación de Dios (3)»
ormalmente hay dos maneras de hacer las cosas: o bien por costumbre, o bien por convicción. En la primera, por costumbre, no hay ninguna fuerza que empuje a hacer las cosas, simplemente se hacen por inercia. En la segunda, esta convicción es la fuerza interior que empuja a hacer las cosas o, llegado el caso, a cambiar lo que siempre se está haciendo.
Bien, nos podemos preguntar entonces acerca de lo que estamos haciendo ahora, viniendo a la iglesia el domingo. ¿Por qué venimos a la iglesia precisamente en domingo? ¿Tiene que ser en este día? ¿Tiene que haber un día en especial para que los cristianos se reúnan?
Se puede decir que ante estas preguntas se dan hasta tres respuestas distintas:
1) Está los que dicen, o los que dan por sentado, que se trata de una mera costumbre. Lo hacen, van a la iglesia el domingo, porque es lo que sus padres le han enseñado, o porque lo ve en los demás y ellos hacen lo mismo, o simplemente porque es en ese día que la iglesia hace sus cultos, de la misma manera que se tiene que ver un partido de fútbol los sábados o que para ver tal serie se tiene que hacer en tal día de la semana.
Esta es la actitud de la gran mayoría de los cristianos. Y esta actitud a lo que lleva es a una observancia superficial del mandamiento del Día de Reposo. Si son verdaderamente creyentes, si se han convertido a Dios, entonces hay un deseo de reunirse y tener comunión con los hermanos, y de escuchar la Palabra. Pero no hay un principio exterior que obligue. Así que, si las fuerzas o el deseo espiritual por diversas circunstancias decaen, entonces esto lleva a que la gente se reúna menos o deje de hacerlo por completo.
Dentro de esta categoría, la de la “costumbre”, están también aquellos que lo llegan a explicar en la teoría. Es decir, aquellos que tienen un discurso teórico para explicar y defender que el hecho de reunirse en domingo es sólo una cuestión de costumbre de la Iglesia.
Según ellos, para los cristianos no hay una obligación que provenga directamente del Decálogo, pues, dicen ellos, este mandamiento es ceremonial, pertenece a todos los mandamientos de culto que luego se cumplen en Jesucristo y que, por lo tanto, están abrogados como tales en el Nuevo Testamento. Según siguen diciendo ellos, si nos reunimos en domingo es porque fue esta la decisión que tomó la iglesia cristiana casi desde sus mismos orígenes, y no hay razón para cambiarla. Pero, fijémonos, en principio tampoco habría razón para que el día para congregarse fuera otro día de la semana, o incluso todos los días.
Esta es la posición, como decimos, más común en el cristianismo, incluido también los evangélicos.
2) En segundo lugar, están también los que tienen una convicción en cuanto al Día de Reposo, pero su convicción es que no se tiene que reunir en domingo, sino en sábado, como en el Antiguo Testamento.
En este grupo entran, por supuesto los judíos, pero también algunos grupos dentro del cristianismo, como los adventistas del séptimo día, u otros que pueda haber (sobre todo ahora, con la proliferación de los llamado “judíos mesiánicos” entre los evangélicos).
3) Y en tercer y último lugar, están aquellos que se reúnen en domingo como Día del Señor como el día que Dios ha ordenado en la Palabra y que ha apartado para sí. Estos cristianos guardan el mandamiento, por tanto, movidos por el deseo de reunirse y tener comunión con los hermanos. Pero este deseo está además reforzado por el mandamiento, por la obligación de entender cuál es la voluntad de Dios en Su Palabra.
En este mensaje, pues, y en los que siguen vamos a estar considerando este mandamiento del Decálogo, para ver la verdadera postura y enseñanza que nos da la Biblia.
En el mensaje de hoy, vamos a estar viendo el “porqué” tenemos que guardar este día. Luego están las preguntas de “cuál” es el día”, y también la de “cómo” se tiene que guardar.
¿Por qué tenemos, pues, los creyentes del Nuevo Testamento que observar el mandamiento del Día de Reposo? Pues hemos de presentar de entrada la afirmación, basada en la Palabra de Dios, de que el guardar este mandamiento es un deber moral. No sería un mandamiento ceremonial, tampoco sería meramente un mandamiento positivo (¿nos acordamos?, mandamientos positivos son aquellos que descansan únicamente en la voluntad de Dios, que así lo dispuso, por ejemplo, ¿por qué determinados alimentos eran impuros? Pues, simplemente, porque así lo ordenó Dios, porque no hay nada inmundo de por sí (Rom. 14:14)? Por supuesto, está basado siempre en Su voluntad, pero además, este mandamiento nos enseña lo que es el bien y lo que es el mal; por lo tanto, es permanente y perpetuo, es universal, y transgredirlo supone una injusticia, ante Dios, pero también para con los hombres.
El Día de Reposo es un deber moral. ¿Por qué?
CULTO DE LA MAÑANA
Apocalipsis 3:14-22, «Mensaje a la iglesia de Laodicea: Contra la tibieza y orgullo»
CULTO DE LA TARDE
Romanos 9:9-13, «La predestinación de Dios 2»
CULTO DE LA MAÑANA
Apocalipsis 3:7-13, «El mensaje a la iglesia de Filadelfia: Vindicación de la iglesia pequeña y fiel»
CULTO DE LA TARDE
Romanos 9:1-8, «La predestinación de Dios 1»