[Concluimos la excelente serie de artículos del Pastor John Sawtelle[1] acerca de la historia de los Salmos de Ginebra y su papel en la Reforma y las Guerras de Religión de los siglos XVI y XVII en Europa. Pueden consultar el original en inglés aquí].
Durante los últimos 400 años, en la noche del 11 de diciembre y en las primeras horas de la mañana del 12 de diciembre, el día más largo del año en el calendario juliano, la ciudad de Ginebra es escenario de una muy grande y ruidosa celebración llamada la Fête de l’Escalade, la Fiesta de la Escalada. Durante el transcurso de esta celebración se vende sabrosas sopas calientes de verduras por todas partes de Ginebra, juntamente con los famosos chocolates “marmitas”, una réplica de un caldero de sopa, llenos de verduras de mazapán y decoradas con los colores de Ginebra. De acuerdo con una antigua costumbre, estas ollas de chocolate se rompen, mientras se grita: “Así perezcan los enemigos de la República [de Ginebra]”. Otras costumbres incluyen hechos como el dar vino o niños vestidos con trajes similares a los de Halloween cantando canciones de Escalade en bares locales y en las calles. Pero el punto culminante de la celebración está marcado por la procesión de centenares de ginebrinos vestidos con traje histórico completo, junto con jinetes, mosqueteros, tiradores de ballesta, portadores de antorchas, un verdugo y su ayudante. La procesión está acompañada del humo de disparos, petardos y salvas, y se concluye al llegar a la Catedral de Saint-Pierre, donde se hace la proclamación de la victoria ginebrina. Todo el mundo disfruta de un buen desfile local y una fiesta cívica… pero, ¿qué tiene que ver esta costumbre de Ginebra con el etos marcial del culto reformado histórico? La respuesta es que este desfile es una celebración pública anual de la victoria de las fuerzas ginebrinas calvinistas sobre las hostiles fuerzas católicas del duque Carlos Emmanuel de Saboya, quien lanzó un ataque sorpresa a medianoche contra Ginebra.
Desde su subida al trono de la Casa de Saboya en 1580, el duque Carlos Manuel deseaba someter a los calvinistas de Ginebra al gobierno de Saboya y convertir a la ciudad en la capital del norte de su territorio. A lo largo del tiempo alternó ofensivas diplomáticas y militares, la intimidación, las amenazas y las promesas de paz, ninguna de las cuales consiguió el objetivo que pretendía de romper la espalda del protestantismo en Ginebra. El duque de Saboya, contando con la ayuda de su cuñado, Felipe III de España, finalmente intentó apoderarse de su objetivo por la fuerza, acumulando una fuerza de 2.000 mercenarios a sueldo y lanzando una incursión de medianoche en Ginebra. El plan consistía en utilizar una pequeña fuerza móvil de comandos para escalar las murallas de la ciudad y abrir las puertas desde el interior con el fin de inundar la ciudad de atacantes. Sin embargo, el plan de los atacantes de Saboya fue frustrado por un centinela alerta que pudo dar el disparo de alarma justo antes de ser muerto. Gracias a este disparo, se sonaron las alarmas y campanas de toda la ciudad, despertando a los ginebrinos, que se reunieron para defender la ciudad contra los atacantes. Una de las leyendas que han perdurado de los eventos de aquella noche fatídica es la historia de la Madre Royaume (Mère Royaume), madre de 14 hijos, quien, cuando se dio cuenta de la ciudad estaba siendo atacada, tomó un gran caldero de sopa que tenía en el fuego y lo arrojó que en la cabeza de un mercenario de Saboya. Hasta el día de hoy este acto de valentía se conmemora con la venta de la sopa de verduras y el aplastamiento de las ollas de chocolate. El resultado final de la historia es que los ciudadanos de Ginebra lograron repeler a los atacantes que escalaban la muralla de la ciudad; mientras que el ejército de dos mil mercenarios del duque sufrió varios cientos de víctimas, los ginebrinos sólo sufrieron dieciocho.
Cuando el humo se disipó en diciembre del 12 y la milicia ciudadana concluyó su campaña de limpieza, los soldados volvieron a las calles de Ginebra para celebrar su victoria. Cuando las multitudes se reunieron y se alegraban en las calles, la gente cantaba Salmos dando gracias a Dios por la victoria. En algún momento de la celebración, Teodoro de Beza, que entonces tenía 80 años, se presentó ante la multitud e hizo un llamamiento a cantar el Salmo 124, uno de los Salmos que él mismo había versificado en la década de 1550 (p.53). Desde este día, los ginebrinos todavía celebran el 12 de diciembre esta trascendental victoria con el canto de este Salmo. Los Salmos entonces, no sólo impulsaron la Reforma en Francia, Holanda, Inglaterra y Escocia para hacer frente a las llamas de la persecución y llenar sus corazones de valentía mientras marchaban a la batalla, sino que también unificaron a los calvinistas en Ginebra para organizarse en defensa de la Reforma en Ginebra y para defenderla contra los objetivos malévolos del duque católico-romana de Saboya.
Es evidente, a partir de la serie de ejemplos que se destacan en estos últimos artículos, que el canto de los Salmos cultivó un espíritu marcial en los corazones de los fieles reformados de todo el continente y de las Islas Británicas, no sólo unificando la Reforma en su experiencia del culto, sino también animándolos a tomar la espada en defensa propia y fortaleciéndolos en sus corazones para hacer frente a las llamas de la persecución. Así, el Dr. Reid, repasando las evidencias hace un par de sagaces conclusiones.
En primer lugar, afirma que “el Salmo metrificado vernáculo… se convirtió en parte de la estructura de fe y vida calvinista del siglo XVI, incluso se podría decir que se convirtió en parte de la mística calvinista” (p.53). Así, el Dr. Reid hace la afirmación de que el canto Salmos era parte de la estructura y la mística de la forma calvinista de la vida en el siglo XVI. Al pensar en esa declaración, una pregunta razonable que puede preguntarse es si eso se puede decir de los reformados y presbiterianos de la Iglesia de hoy. ¿Es el canto de los salmos parte de la estructura y de la mística de la Iglesia? Sólo un momento de reflexión nos lleva a la triste conclusión de que no, que cantar Salmos no forma una parte de la estructura y la mística de la Iglesia de hoy. La razón de que no lo sean no es porque las iglesias reformadas y presbiterianas en algún momento en el tiempo decidieron que el principio regulador de la adoración, formulado en las Confesiones del siglo XVI y XVII, no se aplica al contenido de las canciones cantadas en el culto. Una consecuencia inesperada de esta evaluación falsa es que cambió el etos de la iglesia presbiteriana y presbiteriana, sustituyendo un espíritu marcial por un etos de emotividad pietista, melosa y sentimental reflejada en los himnos avivamentalistas del siglo XVIII y XIX y los insulsos cantos de alabanza de los años 1970 y 80, que imitan las melodías y los sentimientos de Barry Manilow y Ann Murray.
En segundo lugar, el Dr, Reid saca la conclusión de que el canto de Salmos se convirtió en uno de los principales factores de “formación e inspiración de la resistencia calvinista a la persecución, la opresión y el ataque” (p.54). ¿Se puede decir esto de las iglesias reformadas y presbiterianas hoy? Una vez más, sólo un momento de reflexión nos llevará a la conclusión obvia de que tal etos de coraje y valor frente a la persecución, la opresión y el ataque no está siendo cultivado en los cristianos reformados y presbiterianos. No sería forzar demasiado la verdad el decir que uno de los mayores problemas en la iglesia reformada y presbiteriana es que carece de identidad, y por lo tanto no tiene una identidad significativa que reúna o agrupe alrededor suyo para apoyo, defensa o auto-sacrificio. Los reformados antiguamente eran conocidos por su virulenta defensa del culto; ahora, el culto reformado incluye todo, desde el estilo de culto de Bill Gaither al estilo de culto de Capilla Calvario o de la Viña. Con una identidad de culto tan amorfa no es de extrañar que la iglesia reformada esté sufriendo de anemia espiritual, al haber sustituido el principio regulador de las Confesiones por el principio adaptado al gusto de las masas que es impulsado constantemente por los vientos de cambio: lo que sea que haga sentirse bien, hazlo.
Es hora de que la iglesia reformada y presbiteriana sea honesta, ya sea admitiendo que el principio regulador de adoración contenido en las Confesiones es inexacto y no bíblico, por lo tanto, que necesita de una reformulación que se ajuste más estrechamente a la Escritura, o bien, es hora de ser honesto y admitir que las innovaciones que se han producido en su culto desde el siglo XVI son incompatibles con el principio regulador y, por lo tanto, se movilicen para recuperar la antigua forma del culto reformado. Esto no sucederá, sin embargo, hasta que el registro del culto reformado histórico no sea aclarado y las iglesias reformadas y presbiterianas sean conscientes del hecho de que en la práctica se han alejado del principio regulativo de la adoración y lo han rechazado. Una vez que se es consciente de ese hecho, se tendrá que hacer una decisión: ¿abrazará la iglesia su propia Confesión o va a reformular el principio regulador de adoración en el sentido que el Dr. John Frame ha propuesto? Evadir esta pregunta es deshonesto y no sólo socava la credibilidad de las iglesias reformadas, sino que también cultiva un etos sin espinas en las iglesias y lo deja sin una identidad clara para abrazar o un objetivo obvio alrededor del cual reunirse, al cual promover y defender, y por el cual sacrificarse. Ningún compromiso con asuntos candentes como la escuela en casa, la creación en seis días, la apologética de Van Til o la negación del sufragio femenino restaurarán el vigor de los reformados, puesto que la columna vertebral y el fundamento de la iglesia reformada es la adoración tal como el mismo Juan Calvino dijo en La Necesidad de la Reforma de la Iglesia:
«Si se pregunta, entonces, por las cosas por las que principalmente la religión cristiana permanece en pie entre nosotros, y mantiene su verdad, se encontrará que las dos siguientes no sólo ocupan el lugar principal, sino que comprenden en ellas todas las demás partes, y por lo tanto toda la sustancia del cristianismo, a saber, un conocimiento, primeramente, del modo en que Dios está debidamente adorado; y, en segundo lugar, de la fuente de donde la salvación se ha de obtener».
Cuanto más las iglesias reformadas y presbiterianas, que reclaman el manto de fiel calvinismo, fallan en considerar y hacer la paz con esta declaración de Calvino, de que toda la sustancia del cristianismo se basa en el modo en el que Dios es debidamente adorado, tanto más la Iglesia va a sufrir de anemia y girará y cambiará con los vientos de culto que soplan a través de evangelicismo, sin ser capaz de marcar un claro contraste con él. Lamentablemente, los reformados serán indistinguibles de una amplia gama de iglesias que lo incluye todo, desde el anglicanismo, el culto tradicional Bautista del Sur, a la Capilla Calvario y la Asamblea de Dios.
¡Pueblo de Dios, ahora es el momento de levantarse en protesta, ahora es el momento de abrazar nuestra herencia reformada bíblica e histórica!
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[1] John Sawtelle es pastor de la All Saints Reformed Presbyterian Church, en Brea (California).