CULTO DE LA TARDE (MIRANDA)
Proverbios 2:1-5, «El deseo por la sabiduría»
CULTO DE LA TARDE (MIRANDA)
Proverbios 2:1-5, «El deseo por la sabiduría»
«Escucha, pueblo mío, atentamente
Mi ley, que vuestro oído reverente
Se incline a las palabras de mi boca.
Abriré yo en proverbios mi boca
Cosas escondidas anunciaré
Desde antiguo y las haré saber»
[Continuamos con la excelente serie del Pastor John Sawtelle[1] acerca de la historia de los Salmos de Ginebra y su papel en las Guerras de Religión de los siglos XVI y XVII en Europa. Pueden consultar el original en inglés aquí].
Hasta ahora, en nuestra serie de artículos sobre el etos marcial del culto reformado histórico cultivado por el canto piadoso de los Salmos, hemos citado la atrevida afirmación del Dr. Reid que esta particular música desarrolló una resolución peculiar en el corazón de los calvinistas que se vieron obligados a utilizar las armas para defender sus vidas y promover la libertad. A diferencia de los luteranos, quienes después de la Paz de Augsburgo (1555) no tuvieron que tomar las armas para defenderse de enemigos, los reformados se pasarían los próximos 150 años marchando a los campos de batalla y hasta el punto de ser llevados a las llamas por mantener su fe reformada. Estas afirmaciones son simples hechos comprobables, y el Dr. Reid argumentó que lo que galvanizó los corazones de los reformados en torno a su causa, adiestró sus manos para la lucha, y los armó de valor para soportar una intensa persecución fue el canto de Salmos. Además de esto, hemos visto que la elaboración del Salterio de Ginebra, que fue una meta de Calvino a lo largo de toda su vida que se completaría en 1562, dejó a los reformados un himnario compuesto sólo por Salmos, legando la herencia distintiva del canto de Salmos que serviría como una seña de identidad y fortalecería su moral en medio de la persecución y el conflicto (p.42). Eso nos lleva en esta entrada a hacer tratar la cuestión del porqué los Salmos tenían este efecto, exponiendo las tres razones que Dr. Reid da como respuestas.
En primer lugar, Reid sostiene que el canto de Salmos proporcionó a los reformados una identidad propia (p.43). Parece ser que esta práctica distintiva fue tan destacada entre los reformados que fueron despectivamente etiquetados por los de afuera como los “cantantes de Salmos”. No es demasiado difícil entender cómo esta práctica pudo haber servido como una vívida y precisa etiqueta si se considera que todo el resto de las iglesias de Europa en el siglo XVI cantaban lo que podría llamarse “música sacra”, es decir, himnos y cánticos acompañados de un órgano. Al encontrarse con la “extrañeza” del culto reformado (un canto a capella), un observador casual de esta peculiar práctica en aquel tiempo habría tenido la misma impresión que en el contexto de la iglesia hoy, casi totalmente dominada por la alabanza y la música de adoración. Así, el canto de Salmos tuvo el efecto de fortalecer a los reformados para enfrentar la oposición y el conflicto, ya que les dio una identidad distintiva que les era peculiar y que era fácil de identificar.
En segundo lugar, Reid propone que la identidad configurada por el canto de Salmos produjo una unidad entre los reformados (p.43). Los lazos de unidad no sólo fueron reforzados por compartir la misma práctica de adoración y el canto en exclusiva de los Salmos, sino que se cultivó por la participación en una causa y una profesión de fe comunes que fueron expresadas en los Salmos. Más allá de eso, Reid señala que los reformados compartieron una profunda sensación de estar enrolados en una lucha común por la defensa y promoción del Reino de Dios hasta el punto de tomar las armas en la batalla. La evidencia de esta forma de unidad se indica en el hecho de que se cantaban los Salmos al unísono como canciones de guerra, mientras marchaban en columnas a los campos de batalla, obteniendo la confianza a cada paso del camino que “no importa lo que ocurra, ellos estaban en el bando del Señor, esto es, del lado de los vencedores” (p. 43). No sólo los Salmos jugaron un papel importante en la construcción de la confianza y la valiente determinación de como los reformados marcharon a la guerra, sino que también unieron sus corazones en alabanza, ya que dieron gracias al Señor por la victoria con estos cánticos. De esta manera, el canto de Salmos cultivó la unidad entre los reformados, cuando se reunían en torno a la causa común de promover el reino de Dios.
En tercer lugar, Reid argumenta que el canto de Salmos tuvo un profundo efecto sobre los reformados porque estaban convencidos de que ellos podían apropiarse legítimamente de los Salmos para sí mismos. Un principal punto de partida para que ellos se apropiaran de los Salmos fue el identificar a la iglesia del Nuevo Pacto como continuación del pueblo de Dios del Pacto, los cuales pueblos estaban unidos entre sí en el Pacto con el Señor soberano. Al cantar los Salmos en la adoración y en una gran cantidad de contextos informales, ellos daban testimonio de esta relación. Esperando que los Salmos se utilizaran para este propósito, Clarence Marot escribió, en su discurso dedicatorio de su propia publicación de 49 Salmos métricos en 1543, que “sería un momento feliz en el que la oración prosperaría, cuando el trabajador en el arado, el cartero en la calle, y los artesanos en su taller cantaran Salmos para aligerar su trabajo” (p. 44). Testigos hostiles proporcionaron evidencia más que suficiente de que los deseos de Marot se cumplieron, tales como el católico-romano Claude Haton, quien escribió en sus memorias que los hugonotes cantaban salmos “para mover sus corazones”, o el católico-romano M. de Casteleneau, quien observó que el “canto armonioso y delicioso incitaba a los calvinistas a proclamar las alabanzas del Señor sin importar cuáles fueran las circunstancias” (p. 44). Es evidente que más allá de las paredes de las casas de culto, los reformados testificaron de su identidad como el pueblo del pacto de Dios al tomar en sus labios Sus cantos sagrados en alabanza.
En nuestra próxima entrada relataremos algo de la oposición organizada en contra de los cantores de Salmos calvinistas por parte de sus enemigos acérrimos.
[1] John Sawtelle es pastor de la All Saints Reformed Presbyterian Church, en Brea (California).
«A Dios mi voz ha clamado
Clamé, y Él me ha escuchado.
En mi angustia a Dios busqué;
De noche clamaba a Él;
Consuelo yo no quería,
Y mi ser se conmovía
Acordándome de Dios,
Desmayaba el corazón».
En español está la curiosa expresión que dice “ser más papista que el papa”. Este particular estado de espíritu no es propio tan sólo de papistas, puesto que también muy propiamente se puede decir que de entre nuestras filas los hay, y muchos, que literalmente son “más calvinistas que Calvino”.
Esto es algo que se pone de manifiesto en las acaloradas discusiones que muchos que se hacen llamar a sí mismos calvinistas llevan a cabo para negar la doctrina del amor general de Dios (o gracia común), es decir, la que enseña que Dios muestra Su amor y hace bienes no tan sólo a los elegidos, sino también a todos los hombres.
Calvino la enseñó repetidamente y de muchas maneras. Ellos la niegan por completo… y se siguen llamando calvinistas. ¿Cómo es esto posible? Pues porque piensan que con esta enseñanza se les vienen abajo los llamados “5 puntos del calvinismo”. Algo de lo que Calvino no se preocupó jamás. Primero, porque estos “5 puntos”, hablando con propiedad, no son suyos, sino las afirmaciones del Sínodo de Dordt (1618-19), celebrado 54 años después de la muerte de Calvino. Son pues, los puntos de la Iglesia Reformada Holandesa, y son la propiedad de la Iglesia Reformada histórica, más aun de la Iglesia Universal. Segundo, porque la teología de Calvino no consistió nunca a elaborar un sistema deductivo a partir de un principio fundamental (véase, la predestinación), sino que se dedicó a enseñar y predicar consistentemente TODO lo que se encuentra en la Escritura. Y la Escritura enseña claramente que Dios hace bienes a todos los hombres. ¿Por qué omitirlo? ¿Bajo qué autoridad?
Surge, pues, de entrada la pregunta de si aquellos que niegan esta doctrina pueden ser considerados como legítimos representantes de la fe reformada. Si una doctrina, como la del amor general de Dios, está basada en la Biblia (que lo está) y en la enseñanza de los reformadores y de una gran cantidad de teólogos reformados (que lo está); si está expresada, aunque sea parcialmente, en los textos confesionales reformados históricos (que lo está), si incluso ha recibido una primera expresión dogmática en una asamblea oficial de una iglesia reformada (y lo ha sido), los que niegan esta doctrina, y no sólo esto sino que la consideran como la peor de la herejías, ¿pueden ser considerados reformados? ¿Por qué no buscarse mejor otro nombre, que, a ser posible, tampoco sea el de “calvinistas”?
¿Es legítimo que se rechace una serie de enseñanzas reformadas porque se afirma que ellas niegan otra serie de enseñanzas reformadas? ¿Por qué no recibir ambas como parte de la misma y única enseñanza reformada (bíblica)? Pero ellos proceden con una lógica unilateral a partir del Decreto, con lo cual lo único que al final hacen es acabar con una parte de la revelación bíblica, que tiene que ver con los actos de Dios en la Historia.
Al fondo de la cuestión
En el fondo, toda la cuestión acerca del amor general de Dios trata acerca de la significación de los actos inmanentes de Dios (no en el ser mismo de Dios, sino en el Universo). La significación de estos, ¿está exhaustivamente comprendida por el Decreto?
Se nos dice que si Dios manifiesta bondad hacia otros hombres que los elegidos esto contradice Su Decreto. ¿Es realmente esto así? En una persona, un simple hombre, ¿toda su persona, todos sus cualidades y atributos se reducen a su voluntad? ¿Verdad que no? ¿Por qué, entonces, el amor y la bondad de Dios tienen que ser absolutamente coextensivos con Su Decreto? ¿No es el ser de Dios, infinito, mayor que Su Decreto, forzosamente limitativo? ¿No llena Él el cielo y la tierra (Jer. 23:24), con todos Sus atributos, incluido el de Su bondad? ¿Por qué Dios no se puede mostrar bondadoso a todas las criaturas, aun a las personas que no ha elegido?
Se nos dice, pues, que Dios no puede mostrar bondad hacia aquellos que se ha propuesto condenar, es decir, los reprobados, porque ellos de Él reciben sólo ira. ¿Es eso cierto? Los reyes y las autoridades antiguamente mostraban benignidad con los reos a muerte antes que murieran, ¿y Dios no puede mostrar benignidad a aquellos que Él va a condenar con toda justicia? ¿Por qué no puede ser bondadoso, sino sólo va a mostrarse severo con ellos?
Se nos dice también que los bienes que los reprobados reciben en esta vida no son realmente manifestaciones de bondad por parte de Dios hacia ellos, sino que son sólo administraciones de la Providencia. En ese caso, los milagros, ¿dejan de ser expresiones del poder de Dios, porque ellos son obrados en la Providencia? ¿La Providencia, por sí sola, califica los actos que ella administra, si son expresiones de poder, de amor o de ira?
Se nos dice también que si el fin último de Dios es condenar a algunos, esto excluye que tenga otros propósitos (bondadosos) con ellos. Es lo mismo que decir que si yo tengo como propósito principal de mi vida el llegar a ser Presidente del Gobierno, o el mejor tenista del mundo, que esto excluye tener otros propósitos menores y secundarios en mi vida. O también que si yo me propongo como meta del día ir al cine las 9 de la noche con mis hijos, que no puedo tener otros propósitos con ellos a lo largo del día. O que si yo tengo una cita en el juzgado por un juicio con una persona que me ha hecho un agravio, que me resulte metafísicamente imposible que hable con él antes para intentar convencerlo para que no lleguemos a tal extremo. O que si me lo encuentro tirado en la carretera tras un accidente, que bajo ningún concepto lo tengo que llevar al hospital para que lo curen, porque lo que según ellos tengo que hacer es rematarlo. Si esto último lo hicieran los hombres, ¿qué pensaríamos de ellos? ¿Están los negadores del amor universal de Dios realmente honrando Su nombre ante los hombres, o más bien todo lo contrario?
Cuando se sigue una lógica unilateral que opera única y exclusivamente a partir del Decreto, sin considerar Su persona, se llega a unas consecuencias asombrosas. La realidad del Universo creado se desdibuja y al final emerge una visión mecanicista no tan sólo del universo, sino incluso de Dios mismo. Este determinismo que no tiene en cuenta la realidad del Universo y la diversa interacción de Dios con él, ¿no se aparenta más con el panteísmo tipo Spinoza que con la visión bíblica de Dios y del universo?
A modo de conclusión
¿Por qué estoy convencido de la importancia de esta doctrina? Por varias razones.
En primer lugar, por el libre ofrecimiento del Evangelio: si un predicador no se deleita en presentar la muerte y resurrección de Jesucristo como una obra de salvación cumplida y completa, a la que no tenemos que añadir los hombres nada, y que los hombres pueden hacer suya tan sólo por la fe, y no se afana en invitar a los hombres libre y sinceramente a hacerlo, dudo realmente que Dios le haya llamado a predicar el Evangelio en modo alguno. A la pregunta: “¿Quiere Dios salvar a todos los que escuchan el Evangelio?”, mi respuesta suele ser: “¿Lo quieres tú?” Si tú no quieres la salvación de todos los que tienes delante, quítate del púlpito, porque entonces ese no es tu lugar.
En segundo lugar, las experiencias en el ministerio. Tarde o temprano conoceremos la experiencia de personas que profesaron fe pero que abandonaron los caminos del Señor. Esto lleva a preguntarse: “¿No fue nada, de parte de Dios, todo aquel tiempo? ¿Dios sólo actuó de una manera instrumental con ellos, sólo para llevar a cabo Sus propósitos, sin haberles mostrado ningún tipo de bien o bondad?” Confieso que esto ha sido un punto en el que he estado perplejo durante tiempo. La conclusión a la que he llegado es que durante el tiempo en el que ellos hicieron profesión de cristianos, Dios efectivamente les hizo bienes y que sin duda les fue mucho mejor entonces que en su actual estado (2 Pe. 2:20). Si se han apartado, pues, habiendo recibido tales bienes, es por su maldad, y su condenación es por tanto justa.
En tercer lugar, de cara a la evangelización. Los bienes que Dios concede a los no creyentes, totalmente inmerecidos, son otras tantas ilustraciones para hablar del amor y de la inmerecida gracia de Dios en Jesucristo. Si no somos capaces de decir a la gente: “Mira tu matrimonio, tu familia, tu profesión, tu vida… todas estas cosas buenas son dones de Dios para ti. ¿No es mejor, pues, reconocer a Dios y servirlo, que endurecerse contra aquel que está siendo tan bondadoso contigo?”, si no somos pues capaces de decirlo, vamos a estar predicando un Evangelio etéreo que no tendrá nada que ver con la vida de las personas.
Si uno está llamado al ministerio, o está en él, y tiene dificultades con esta doctrina, es preferible morderse la lengua mil veces antes que abordar este punto (u otros) de manera que no sea la correcta o no estando preparados para ello. Como repiten los Proverbios, es mejor escuchar (leer, estudiar) que hablar. Es preferible meditar, orar al respecto, esperar a que llegue el día en el que podamos hablar confiadamente. Pueden pasar incluso años, pero es ciertamente preferible. Mejor tener paciencia.
Y si uno no está llamado al ministerio, pues mejor hacer caso a la recomendación que hace Santiago al inicio del tercer capítulo de su epístola. En vez de amargarse el espíritu y hacérselo amargar a los demás con ideas extrañas, ¿por qué no dedicarse mejor a disfrutar de las cosas buenas de esta vida, recibidas bondadosamente de la mano de Dios?
CULTO DE LA TARDE
Proverbios 1:20-33, «Volveos a mi reprensión»
«Dios conocido es en Judá
Su nombre es grande en Israel.
Su tienda en Salem está,
Y en Sion habita Él.
Allí Dios quebró las saetas,
Escudo, espada y armas».
La doctrina de la comúnmente llamada gracia común es un ejemplo de las posibilidades de un desarrollo doctrinal, pero también de los peligros del mismo. Esta doctrina puede ser definida de manera simple como la que enseña acerca de los bienes que Dios hace a todos los hombres, e incluso a los réprobos que escuchan la predicación del evangelio.
Como toda doctrina bíblica, ella ha estado, de una forma u otra, presente en la enseñanza de teólogos y pastores, en particular desde los tiempos de la Reforma.
1. Desde la Caída de la Humanidad, Dios manifiesta a todos los hombres las inescrutables riquezas de su bondad y misericordia por medio de las cosas buenas de esta vida, que Él concede a los hombres en abundancia,(1) así como la capacidad y dones necesarios para las distintas facetas de la existencia humana. (2) Asimismo, Él restringe el mal de las naciones y los hombres por medio de instrumentos como los gobiernos y leyes justas, la educación e instrucción verdaderas, y las buenas costumbres, (3) de manera que el mundo pueda ser todavía un lugar habitable para todos los hombres, y particularmente para operar la redención y el bien de los hijos de Dios. (4)
(1) Salmo 104:24, 27-28; Salmo 145:9,15; Eclesiastés 5:19; Mateo 5:43-48; Hechos 14:16-17; Hechos 17:26-28.
(2) Números 27:16; Salmo 94:9-10; Éxodo 28:3; Éxodo 31:3,6; Isaías 45:1; Daniel 2:37; Romanos 2:14-15; Romanos 13:3-4.
(3) Génesis 9:5-6; Romanos 13:1-6; 1 Timoteo 1:9-10; Hechos 7:22; Daniel 1:4; 1 Reyes 4:29-34; Proverbios 14:34; Romanos 2:14-15.
(4) Jeremías 29:7; 1 Timoteo 2:1-2.
Proponemos a los lectores participar en el siguiente ejercicio: basar con citas bíblicas nuestra propuesta de doctrina sobre la «Gracia Común» que hacemos desde este blog, redactada «a la manera confesional». ¡Gracias de antemano!
EL AMOR GENERAL DE DIOS
1. Desde la Caída de la Humanidad, Dios manifiesta a todos los hombres las inescrutables riquezas de su bondad y misericordia por medio de las cosas buenas de esta vida, que Él concede a los hombres en abundancia, así como la capacidad y dones necesarios para las distintas facetas de la existencia humana. Asimismo, Él restringe el mal de las naciones y los hombres por medio de instrumentos como los gobiernos y leyes justas, la educación e instrucción verdaderas, y las buenas costumbres, de manera que el mundo pueda ser todavía un lugar habitable para todos los hombres, y particularmente para operar la redención y el bien de los hijos de Dios.