“ Ahora bien, la perfección de esta santidad consiste en los dos puntos que hemos mencionado. Que amemos al Señor Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todas nuestras fuerzas; y a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Dt. 6:5; 11:13; Lv. 19:18; Mt. 22: 37-39).
Lo primero, pues, es que nuestra alma esté llena del amor de Dios; de este amor nacerá luego el amor al prójimo. Y así lo declara san Pablo, cuando escribe que el fin de los mandamientos es “el amor nacido del corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida” (1 Tim. 1:5). ¿No veis cómo la buena conciencia y la fe, que en otras palabras quiere decir la verdadera piedad y el temor de Dios, son puestas en cabeza, y luego sigue la caridad? […]
Pero preguntará alguno: ¿es por Ventura de mayor importancia para conseguir la justicia vivir rectamente y sin hacer mal a nadie, que temer y honrar a Dios? Respondo que de ninguna manera. Mas como nadie puede guardar por completo la caridad si antes no teme de veras a Dios, de ahí que las obras de caridad sirvan también de testimonio de la piedad. Además, como Dios no puede recibir de nosotros beneficio alguno — como lo testifica el Profeta (Sal. 16:2) — no nos pide buenas obras para con I. sino que nos ejercitemos en ellas con nuestros prójimos. Por eso el Apóstol con toda razón pone la perfección de los santos en la caridad (Ef.3: 19; Col. 3: 14). Y en otro lugar la llama “cumplimiento de la ley”, diciendo que el que ama a su prójimo ha cumplido la Ley (Rom. 13:8). Y que “toda la Ley en esta sola palabra se cumple: amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Gál. 5: 14). Y no enseña él con esto más que lo que Cristo mismo nos enseñó al decir; “todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, también haced vosotras con ellos, porque esto es la Ley y los Profetas” (Mt. 7: 12).
Es cosa cierta que tanto la Ley como los Profetas conceden el primer lugar a la fe y a cuanto se refiere al culto legítimo de Dios; y luego, ponen en segundo lugar la caridad; pero el Señor entiende que en la Ley se nos manda guardar solamente el derecho y la equidad con los hombres, para ejercitamos en testificar el verdadero temor de Dios que hay en nosotros”.
Institución de la religión cristiana II.VIII.51 y 53 (p. 301-303).