A menudo comparo al actual mundo evangélico, que ha abandonado masivamente la Reforma, como si fuera un viejo millonario que no sabe qué hacer para entretener su vida y que emplea su fortuna para intentar revivir las emociones de su juventud. Una y otra vez lo intenta, pero siempre llega a la misma sensación de insatisfacción. No es lo mismo que la primera experiencia vivida. No se puede comparar con el original. Con todo, ahí lo tenemos, inasequible al desaliento, probando incansablemente, experimentando con todo lo que le viene a mano.
Es de esta manera como el mundo evangélico ha llegado a ser todo un filón para avezados empresarios, pues esta ansia por la experimentación, bien orientada, puede resultar en una inagotable fuente de ingresos económicos. De hecho, esto es lo que ya ha ocurrido. El ejemplo por excelencia lo tenemos en la adquisición por el magnate de la comunicación Rupert Murdoch de la prestigiosa editorial americana Zondervan, y el lanzamiento por todo lo alto de sus dos productos estrella: la traducción de la Biblia NIV (Nueva Versión Internacional, en español) y el libro Una vida con propósito, del pastor bautista de la mega-iglesia de Saddleback (California, 19.000 miembros) Rick Warren.
De la magnitud de esta última empresa da cuenta los nada menos que 30 millones de libros vendidos por Rick Warren en todo el mundo, que le han propiciado unos ingresos de unos 25 millones de dólares, o, lo que es lo mismo, ocupar el número 57 en la lista de los mayores millonarios de América. Pensemos lo que esto significa. Algo absolutamente asombroso.
Lo que ocurre con “Una vida con propósito” es mucho más que un libro. Es, como mínimo, un programa de transformación radical de iglesias locales o congregaciones evangélicas, para que pasen a formar parte del movimiento o las iglesias “con propósito” (purpose-driven churches, en inglés).
La experiencia demuestra que las iglesias evangélicas afectadas se han visto totalmente trastornadas. El ámbito más evidente de este cambio, sin duda, tiene que ver con las nuevas formas del culto, siempre en el sentido de conseguir la máxima secularización de la iglesia, lo que en ocasiones sencillamente raya con la irreverencia.
Pero cabe preguntarse si eso es todo. Los cambios visibles, ¿son sólo cuestión de formas, mientras que el contenido evangélico del libro y del programa sigue intacto? ¿O ellos evidencian que estamos ante una nueva realidad doctrinal, y por lo tanto espiritual, que nos está siendo inoculada?
Este artículo pretende, a partir de la enseñanza misma del libro, mostrar que, efectivamente, tenemos que tratar con la peor de las opciones. A continuación, mostramos un resumen de sus distintos problemas, presentados de menor a mayor, por orden de gravedad.
¿Pastor-escritor o “gurú iniciático”?
Lo primero que nos dice el libro es lo especial que en la Biblia resulta el periodo de 40 días, justo lo que va a durar la lectura del libro, diseñado a razón de un capítulo por día. A continuación, Warren destaca distintos personajes bíblicos que, según él, fueron transformados (entiéndase, interiormente) durante este periodo de tiempo.
Pero, sintiéndolo mucho, y contrariamente a lo que afirma Warren, no hay ninguna evidencia bíblica de que Noé fuera transformado durante el diluvio, o David por el desafío de 40 días que hizo Goliat. No obstante, lo peor no es esto, sino lo siguiente:
1) Los espías mandados por Moisés ¿fueron realmente transformados al pasar 40 días por la tierra prometida? Warren, creemos, o bromea o se ríe de nosotros, pero en todo caso esto no es serio. ¿No conoce el pastor Warren que esta historia en la Biblia es un ejemplo de desobediencia que tenemos por todos medios que evitar?
2) ¿Recibió realmente “poder” Jesús tras la tentación de 40 días en el desierto? ¿No está esto en directa contradicción con Lucas 4,1, que dice que Jesús fue al desierto siendo “lleno del Espíritu de Dios” (cf. con vs. 14)?
Estos ejemplos muestran claramente el uso poco cuidadoso (por tanto, poco reverente) que Warren hace de la Escritura, que a veces llega a extremos que, sencillamente, asustan: en su iglesia en Saddleback, llegó incluso a presentar la presentar la empresa de la torre de Babel ¡como ejemplo para los cristianos de lo que pueden llegar a conseguir con su unidad!
Lo que le interesa verdaderamente a Warren en las palabras iniciales del libro no es sino producir en el lector el sentimiento de que va a comenzar una especie de “iniciación” que le va a transformar su vida, dándole la impresión de que esto se producirá porque el número 40 tiene, en sí mismo, un valor de tipo místico. Y esto, simplemente, está rozando la numerología y el esoterismo.
Por todo ello Warren se presenta asumiendo el papel de “maestro iniciático” para el lector. Lo cumplirá también diciéndole que “ha estado orando” por él, e incluso proponiéndole firmar un pacto, en el que ha de estampar su nombre, el de un compañero, figurando por adelantado la firma de Warren (pág. 11). Eso sí, todo sobre el fondo de una hoja de váyase usted a saber qué planta (esperémoslo, sin otro propósito más que el decorativo). El compañero, se supone, es el que habrá de velar por el cumplimiento del compromiso por parte del lector de leer el libro en cuarenta días… Sin duda, todo muy emocionante.
Warren y las versiones de la Biblia
Una vez que se avanza en la lectura del libro, lo primero que uno tiene que hacer frente es a la proliferación absolutamente desconcertante de versículos bíblicos, citados en las versiones y paráfrasis más diversas: siete en español y ¡en inglés hasta quince!
En un apéndice, Warren se cura en salud explicando porqué recurre a tantas versiones de la Biblia. Citamos:
“No importa cuán maravillosa sea una traducción, siempre tendrá limitaciones. La Biblia fue escrita originalmente con 11.280 palabras hebreas, arameas y griegas, pero la típica traducción en inglés usa 6.000 vocablos. Obviamente, los tintes y matices de las palabras se pueden perder, de modo que siempre es saludable comparar varias traducciones” (pág. 356)
Este argumento, que Warren maneja tan alegremente, se merece ser contestado a su manera: ¿y cuántas palabras suman juntas todas las versiones que él emplea?
En serio, las traducciones tradicionales de la Biblia, en inglés o en español, se merecen mucho más crédito que el que Warren les da. Si alguna vez, algún comentario ha de ser hecho por un ministro, que tenga conocimiento en lenguas originales, acerca de un matiz de alguna palabra, pues ha de hacerse con circunspección y reserva, y bajo su responsabilidad como ministro, para aclarar el sentido y no para sembrar dudas acerca de la traducción de la Biblia.
Por el contrario, Warren parece escoger entre las distintas versiones, en el mejor de los casos, porque esta u otra versión le “inspira” o le parece más bonita. En el peor de los casos, podría significar la búsqueda de sentidos “ocultos” en el texto. En todo caso, según sus mismas palabras, su uso preferente de las paráfrasis obedece a un deseo de que los cristianos no nos “familiaricemos” demasiado con las palabras de la Biblia. Y, añadimos nosotros, de que los no-cristianos no les suene a palabras de la Biblia. Se trata, pues, de producir una verdadera “descontextualización” de la Biblia en la mente de todos y que nos veamos privados así de las palabras inspiradas por el Espíritu de Dios. Y así se acabará del todo el referirse a la Biblia como la norma de autoridad absoluta para los cristianos e iglesias, que es uno de los principios fundamentales de la Reforma. Por supuesto, Warren pretende que esta práctica se generalice en los pastores que apuestan por su programa.
¿Qué tipo de conversión predica?
En los primeros siete capítulos, Warren hace lo que se supone que es una presentación del Evangelio para un inconverso, que culminará al final con una pequeña oración para aceptar a Cristo, por la cual el lector entrará a formar parte de la familia de Dios, si la ha repetido de manera sincera.
Pero leyendo más en detalle estos capítulos, nos sorprenderá y mucho constatar que la persona y aun el nombre de Jesucristo apenas aparece citado. Asimismo, ninguna explicación hay de su obra de salvación. La Ley de Dios, los Diez Mandamientos, es un concepto inexistente en todo el libro, y aun la palabra “mandamiento” apenas es citada. La idea de la muerte de Jesús en la cruz como sacrificio por los pecados aparece brevemente en un par de ocasiones ya bien avanzado el libro (págs. 82 y 90). Warren en ningún lugar confronta al inconverso ante la necesidad del arrepentimiento para ser salvo. En realidad, la palabra “arrepentimiento” sólo aparece una vez en todo el libro (pág. 197), pero dirigida a los cristianos, y en el sentido de proceso de su transformación mental por medio de la Palabra.
A falta de toda esta información o enseñanza bíblica, ¿de qué nos habla Warren en estos capítulos? Pues, una y otra vez, del propósito de Dios para cada uno. El Evangelio, por tanto, es, según Warren, llegar a conocer el propósito que Dios tiene con cada uno. El estado de perdición y de condenación de los pecadores es presentado simplemente como el vacío espiritual de los que no conocen este propósito.
Asimismo, el pecado es presentado al inconverso una sola ocasión y es en un breve párrafo en el que se habla también de la caída de Satanás. También se habla del pecado en términos del “propósito” (el propósito del hombre es dar la gloria a Dios; por tanto, todo pecado y el mayor pecado es fallar en dar la gloria a Dios, pág. 56). Esta idea nos puede parecer bíblica, pero al definir el pecado sólo en términos tan generales y no como transgresiones concretas de los mandamientos de Dios (1 Juan 3,4) lo que se produce es una devaluación de todos los demás pecados.
Y si el estado de condenación es sólo aquel en el que uno no conoce su propósito en la vida, entonces la salvación, el Evangelio según Warren, es llegar a conocer este propósito y decidir vivirlo, mediante el acto de la conversión. Warren presenta esta conversión de la siguiente manera: “Cree que Dios te ama y te creó para sus propósitos… que te eligió para que tuvieras una relación con Jesús, quien murió en la cruz por ti… que quiere perdonarte” y “Acepta a Jesús como tu Señor y Savador… el perdón de tus pecados… Su Espíritu.” (pág. 60). La oración que cambiará el destino eterno de quien lo haga es “Jesús, creo en ti y te acepto.”
Sinceramente, ¿se puede decir que éste es el mismo Evangelio que el de la Biblia? Lo que sí que está claro es que no es el Evangelio predicado por las iglesias evangélicas desde los tiempos de la Reforma hasta nuestros días. No se puede ofrecer el Evangelio sin hablar primero de la persona de Jesucristo como Dios hecho hombre; de su obra como una perfecta satisfacción a Dios por el pecado del hombre y, por lo tanto, que Jesús realizó una obra de salvación perfecta y acabada al morir en la cruz; del estado de pecado y condenación del hombre desde la rebelión de Adán, por lo cual hay que predicar también la Ley y los mandamientos de Dios; insistir en predicar a Cristo y la plenitud de salvación cumplida por Él; y de esta manera llegar ofrecer la gracia de Dios en Jesucristo, el perdón de los pecados y la salvación, para el alma que se arrepienta, la cual puede ser apropiada por la fe como confianza en las promesas de Dios en la Biblia.
Pero hay más. No se puede dar a nadie, como hace Warren, la seguridad de que es “elegido” o forma parte “de la familia de Dios”, por tanto, darle la seguridad de su salvación, por el simple hecho de haber repetido una oración de siete palabras, y máxime cuando la enseñanza bíblica previa acerca de la salvación ha sido tan pobre, por utilizar una palabra generosa. La seguridad de la salvación, cuando es genuina, es una obra del Espíritu Santo que nos da testimonio de que somos hijos de Dios (Romanos 8,16). No podemos hablar de la seguridad de nuestra salvación haciendo abstracción de nuestra fe en Jesucristo, y esta seguridad viene confirmada por las señales de que uno es una nueva criatura en Cristo, y por lo tanto está viviendo una nueva vida en Él. Se han de ver, por tanto, señales y evidencias de esta nueva vida en el creyente.
Lo volvemos a preguntar: Warren y las iglesias evangélicas, desde la Reforma hasta nuestros días ¿predicamos el mismo Evangelio?
Dios y el hombre
La visión de Dios que Warren ofrece difícilmente tendrá paralelos a la hora de llevar el antropomorfismo de Dios a sus extremos. Dios, según Warren, sonríe, tiene emociones, ama apasionadamente, se aburre con los clichés reverentes, nos anima a que tengamos relaciones sexuales y disfruta viéndonos dormir. Lo hemos de decir: en su libro, Dios es tan humano que… ¡cada vez se parece más a Warren! No es broma: creemos que realmente hace una proyección inconsciente a Dios de sus propios rasgos de carácter.
En dos ocasiones, Warren nos insta a mirar a la cruz pero lo hace de la siguiente manera “Mira a Cristo con sus brazos extendidos en la cruz, diciéndote: “Mi amor por ti es así de grande. Prefiero morir a vivir sin ti” (pág. 82, cf. pág. 320). La presentación de la cruz ha de hacerse de la manera más reverente posible, y aquí no estamos precisamente ante una presentación solemne y reverente de Cristo en la cruz. A algunos puede que les emocione, pero a otros los hará sonrojar, o hasta sonreír. También lo de hacer hablar a Dios en primera persona, sin que se esté citando directamente la Biblia, es como para pensárselo dos veces: eso sí que es tomarse demasiadas “familiaridades” con el Señor.
Por otra parte, según Warren, Dios está siempre a remolque del hombre, esperando siempre que nosotros demos el primer paso en todo. Como hemos visto, la salvación según Warren depende absolutamente de la decisión del hombre de creer y aceptar, y nada se dice en el libro de que Dios tenga que obrar en el interior de uno para que él crea y acepte.
Más adelante, Warren dirá también: “Estás tan cerca de Dios como lo decidas” (pág. 97) y “El discipulado, el proceso de convertirnos más semejantes a Cristo, siempre empieza con una decisión” (pág. 194). Warren llegará incluso a hacer esta sorprendente afirmación: “El Espíritu Santo libera su poder en el momento en que das un paso de fe… la obediencia libera el poder de Dios… Dios espera que actúes primero” (pág. 189). La idea de que es nuestra fe y obediencia lo que “libera” el poder de Dios, como si éste no pudiera mostrarse a no ser por ellas, que Dios depende y necesita por tanto que el hombre en su buena voluntad se decida a cooperar, es altamente denigrante para el poder y soberanía de Dios. Intentaremos volver sobre esta idea más adelante. Por otra parte, la idea que Dios “espera que actúes primero” está negando directamente lo que la Palabra de Dios afirma explícitamente en Filipenses 2,13. Lo que hace Warren en este punto, por tanto, es contradecir directamente las palabras de la Escritura.
En definitiva, la salvación para Warren es cosa de dos (“el crecimiento espiritual es un esfuerzo de colaboración entre nosotros y el Espíritu Santo”, pág. 196) pero la parte principal, sin duda, la tiene siempre el hombre. Por supuesto, toda esta doctrina de Warren significa que, según él, la facultad del libre albedrío sigue intacta tras la Caída del hombre en el pecado. Aunque la cite de vez en cuando, la Caída para Warren no existe. Lo hemos de decir: la doctrina del poder de la voluntad en Warren es peor que la doctrina católica-romana acerca del libre albedrío, puesto que la suya, la de Warren, es pelagianismo en estado puro. Como en el caso del catolicismo-romano, esta creencia en el libre albedrío conlleva inevitablemente la idea de mérito (Dios nos da la salvación, crecemos espiritualmente porque nosotros hemos actuado primero) y, no en vano, la idea de mérito resulta evidente en estas palabras: “Cada vez que superas una prueba, Dios toma nota y hace planes para recompensarte en la eternidad” (pág. 44). Por mucho que hable de gracia, la salvación de Warren es de obras y para obras.
El propósito
El concepto del “propósito” es lo que orienta completamente el libro y lo que le da nombre, como asimismo lo hace a todo movimiento capitaneado por Warren. Vista la importancia que se le da, bien merece que nos preguntamos ¿a qué se refiere Warren al hablar del “propósito”?
Lo primero que tenemos que darnos cuenta es que el concepto de propósito en Warren no es una única idea, sino es algo que se contempla a distintos niveles. Es decir, se trata de un concepto no del todo claro, con múltiples sentidos, y no siempre se acierta a ver de cuál de ellos está hablando a cada momento. Si Warren enmaraña este concepto a propósito o se trata de la confusión reinante en su mente, es algo que, sinceramente, no llegamos a juzgar.
En un principio, Warren habla del propósito como una realidad que lo incluye todo, de manera parecida a lo que se en teología reformada se conoce como la “voluntad secreta” de Dios. Pero Warren hace especial hincapié en que este plan o propósito incluye hasta los pecados que cometemos: “El plan de Dios para tu vida involucra todo lo que te pasa, incluyendo tus errores, pecados y heridas” (pág. 212). Warren se acerca, así, peligrosamente a decir que el pecado forme parte de la obra de Dios en la vida de las personas. Warren no llega a formular esta idea explícitamente, pero lo que sí hace es establecer una curiosa relación de necesidad y dependencia entre el bien y el mal en la vida de las personas (“no puedes decir que eres fiel si nunca has tenido oportunidad de ser infiel”, junto con una de las verdades, según Warren, más importantes que podamos aprender: Dios nos permite ser tentados para permitirnos “producir exactamente la cualidad contraria”, pág. 219). Empezamos, pues, a meter los pies y adentrarnos en las aguas heladas del “ying y el yang”, del bien y el mal interrelacionados y formando parte de, al final, la misma realidad, es decir, del monismo de las religiones orientales.
Pero como hemos dicho, el concepto de propósito en Warren es múltiple. En otro lugar, el propósito se asemeja más bien al marco general de la voluntad de Dios para la vida de los hombres, y en particular para los cristianos, parecido a lo que en la teología reformada se llama “voluntad revelada” de Dios. Hablando de las cuestiones que a menudo preocupan a los cristianos acerca de la voluntad de Dios para sus vidas (qué trabajo he de tomar, con quién me he de casar, etc.), Warren afirma que “son asuntos secundarios, puedes tener muchas posibilidades y todas pueden caber dentro de la voluntad de Dios para ti. Lo más importante es que cumplas con los propósitos eternos de Dios” (pág. 346). No obstante, pese a los parecidos, Warren no está hablando aquí de la voluntad revelada de Dios, la cual es la que nos encontramos en la Escritura, y es por lo tanto normativa y su cumplimiento por el cristiano es condicional. Más bien, Warren parece hablar que Dios puede contemplar distintas “posibilidades” para la vida de cada uno. Por lo tanto, está hablando aquí de futuribles.
Esta última cita establece una distinción entre un tipo de propósito (“la voluntad de Dios para ti”) y otro tipo de propósito divino (“los propósitos eternos”). Y aquí estamos ante una clave para desenmarañar la madeja liada en torno a la idea del propósito. Ya hemos comentado brevemente la primera, ligándola con la idea de los futuribles. ¿Cuáles son, pues, los “propósitos eternos”? Para saberlo, partamos de una afirmación presente en la pág. 72: “Sólo puedes agradar a Dios si eres tú mismo. Cada vez que rechazas una parte de tu persona, desprecias la sabiduría y la soberanía de Dios al crearte”. Dos comentarios al respecto:
1) Esta frase está dicha en el contexto de los talentos y habilidades que todos tenemos y que hemos de usar para servir a Dios, idea que se convertirá en una de las más importantes de todo el libro y que desarrollará plenamente más tarde, en los capítulos del 29 al 35, y en particular en los capítulos 30 y 31;
2) Podemos preguntarnos acerca del alcance de estas palabras, “agradar”, “rechazar” y “despreciar” a Dios: ¿Están dichas en el mismo sentido que normalmente lo hacemos al hablar de la salvación? Dicho de otra manera, ¿está hablando Warren aquí de salvación, o es una mera manera de hablar, que busca contundencia para impresionar y convencer? ¿Qué hemos de pensar de ello?
Veámoslo, pues, más de cerca considerando el contenido de los capítulos citados. Al inicio del cap. 31 leemos: “Sólo puedes ser tú… nadie más en la tierra podrá jugar el papel que Dios planeó para ti. Si tú no haces tu contribución especial al cuerpo de Cristo, ésta no se hará” (pág. 262). Aquí creemos que podemos tener una aclaración a la proliferación de propósitos de Dios. Por un lado, Dios crea a las personas por medio de todas las circunstancias de la vida (es a lo que se refería cuando hablaba del plan de Dios que lo involucra todo, hasta los pecados). Por otro lado, este propósito está subordinado a otro más concreto y específico, que tiene que ver con la obra de servicio de la persona creada a través de tales circunstancias. Este propósito eterno puede cumplirse o quedarse por hacer, por lo tanto, se puede decir que es condicional. Así, pues, según Warren los planes eternos de Dios son condicionales, mientras los planes “absolutos”, los que lo abarcan todo, Dios los realiza en interacción con la realidad temporal, en la que predomina totalmente la libertad de decisión del hombre.
Esta frase, ya citada anteriormente, da buena prueba de esta interacción de Dios con la realidad en el tiempo: “Cada vez que superas una prueba (lo que ocurre en el tiempo), Dios toma nota y hace planes para recompensarte en la eternidad” (pág. 44). Ha de tenerse claro, pues, que los planes “absolutos” de Dios no lo son porque Dios los haya decidido desde la eternidad y que sean, por tanto, inmutables. La única opción, teniendo en cuenta cómo Warren defiende la libertad de elección del hombre en la que Dios no interfiere, es que son absolutos porque Dios contempla todas las posibles circunstancias en la vida de las personas y cuando el hombre hace alguna decisión conforme a sus propósitos eternos, esto “libera” el poder de Dios.
Todo esto ya nos ha centrado el asunto. Nada tiene que ver este discurso de Warren acerca de la predestinación bíblica o la doctrina del decreto, que ha sido fielmente expuesta por los Reformadores y prácticamente por todas las confesiones de fe reformadas históricas. ¿Ante qué, pues, estamos?
a) Por un lado, dicho clara y rápidamente, estamos ante uno de los rasgos más característicos de la teología y la espiritualidad católica-romana: Dios no decide nada en cuanto a la salvación de las personas desde toda eternidad, sino en interacción con lo temporal. En particular, la doctrina de Warren, diseminada, confusa y en ningún momento explícita, guarda bastante parecidos con la doctrina jesuita de la ciencia media, que resumido puede presentarse como el conocimiento de Dios de todos los futuribles de los hombres, un discurso especulativo diseñado para evitar la doctrina de la Reforma acerca de la soberanía de Dios y la falta de libre albedrío del hombre caído en el pecado… Esta afinidad de Warren con el catolicismo-romano se vería confirmada por el hecho de que en el libro sean citados destacados católicos-romanos como el hermano Lawrence, San Juan de la Cruz o Teresa de Calcuta, Madame Guyón o Henri Nouwen. Sorprendente tal proliferación de “autoridades” católicas romanas, fundamentalmente en el terreno de la mística, en un libro evangélico. Más que la afinidad tendremos que hablar de auténtica promoción.
b) Pero hay más. Por otro lado, hemos de decir que el conocimiento por Dios de los “futuribles” nos lleva, teológicamente hablando, muy lejos. ¿Cómo Dios conoce todas las cosas que no han ocurrido nunca y que los hombres podrían haber o no hecho con su supuesta libertad? Esta manera de pensar afirma que la relación de Dios y el mundo no se establece a partir del decreto eterno de Dios, sino a partir de la proyección del mundo, el real que vivimos y sus infinitas posibilidades, hasta lo eterno. El mundo pierde así los contornos de realidad creada para, como resultado de esta proyección, adquirir una especie de modo de existencia en el ser mismo de Dios, quien, recordémoslo, se encuentra en continua interacción con él. De esta manera, la denigrante expresión de que ciertas decisiones del hombre “liberan” el poder de Dios encontraría su explicación.
Toda esta manera de pensar tiene un nombre, o más bien dos: panenteísmo y teología del proceso. El panenteismo se encuentra en distintas religiones, y postula que Dios es inseparable del universo. El universo está en Dios, el cual a su vez es mayor que el universo. No es exactamente panteísmo (que identifica el universo y Dios), pero a efectos prácticos viene a ser lo mismo. Por otra parte, la teología de proceso afirma que Dios no es, sino que se encuentra en un continuo proceso de devenir (de llegar a ser) por su continua interacción con el universo. La afirmación de Warren de que podemos avanzar la venida de Jesucristo por nuestra evangelización (págs. 309-310) parece confirmar esto último.
De esta manera, afirmamos que Warren se hace portador, con su concepto clave del propósito, tanto de rasgos capitales del catolicismo-romano como de las teologías contemporáneas de signo liberal y ecuménico.
Cristianos en FORMA
Desgraciadamente, todo lo que hemos dicho, con ser grave, no es lo peor.
Retomemos la frase ya citada: “Sólo puedes agradar a Dios si eres tú mismo. Cada vez que rechazas una parte de tu persona, desprecias la sabiduría y la soberanía de Dios al crearte”. El cumplimiento de los propósitos eternos de Dios para el servicio, sólo puede ser hecho al conocerse uno mismo, como Dios lo ha ido creando a lo largo de su vida, según lo hemos expuesto en el apartado anterior.
Dios nos ha dado unos talentos y habilidades, y una personalidad concreta. Esta idea es presentada por Warren por medio del acrónimo FORMA, que es la adaptación de SHAPE en inglés. La palabra “forma” tiene bastante parecido a la inglesa, pero no es un equivalente exacto, puesto que si bien el concepto filosófico expresado por ambas es el mismo, la palabra inglesa, además, puede designar la idea de fantasma o de forma aparente de un cuerpo.
Para cumplir la voluntad de Dios, Warren nos dice, por tanto, que hemos de conocer nuestra personalidad y talentos. Se deduce que, en buena medida, nuestra personalidad nos resulta oculta, y que la hemos por tanto de descubrir. Warren presenta cuatro “tipos” de personalidad de Galeno (pág. 266) actualizado para la psicología moderna por Carl Jung. Este psicólogo suizo de inicios del siglo XX, en principio discípulo de Freud para después llegar a cortar con él, es conocido también por sus relaciones con el misticismo y aun con el ocultismo.
En fin, los tipos de personalidad citados por Warren son cuatro, o podrían ser doce como en el Zodíaco, que, a fin de cuentas, también son tipos de personalidad. En todo caso, si el cumplir con los propósitos eternos de Dios es una condición para la salvación y, como parece afirmar Warren, si el conocer su propia personalidad es una condición para cumplir estos propósitos eternos, de esta manera nos encontramos que el conocer nuestra propia personalidad es una condición para la salvación. En su libro, Warren anima a los cristianos que la conozcan de la siguiente manera: “En la actualidad hay muchos libros y herramientas que pueden ayudarte a entender tu personalidad de manera que puedas determinar cómo usarla para Dios” (pág. 267). ¿A qué libros y herramientas se refiere Warren?
En definitiva, en vez de la salvación bíblica, la salvación de Dios al hombre, que viene de fuera, sobrenatural, nos encontramos con una salvación humana, en la que el hombre es el único que actúa puesto que ya hemos descrito qué tipo de conversión predica Warren y qué tipo de discipulado, vida cristiana o santificación, todo dependiente del primer paso del hombre. Para el hombre, se trata de una salvación por sus fuerzas naturales. Estamos, pues, en pleno naturalismo.
Tenemos, pues, que acceder a la salvación, según Warren, por una especie de despertar de la persona a su propia realidad, adquirir una determinada autoconciencia. Por tanto, en una palabra, la salvación que predica Warren es una salvación humana de obras con un cierto tinte de tipo gnóstico proveniente de la Nueva Era. Warren puede rechazar formalmente la Nueva Era, en cuanto a que no somos Dios ni divinos (como lo hace en la pág. 186) pero parece innegable que al menos este punto sí que tiene en común con ella. Por eso se puede decir que Warren representa una forma ligera de la misma en las iglesias evangélicas, un intento de integrarla parcialmente en nuestra propia fe evangélica. A buen seguro, luego vendrán otros quienes lo hagan de manera plena.
Conclusión
A la luz de todo lo expuesto, ¿qué supone la importación generalizada de la obra de Warren en el mundo evangélico en general, y el español en particular?
Veámoslo así: la rápida “conversión”, el acceso inmediato a la membresía de la iglesia, el rápido y superficial discipulado, producirá a buen seguro unas congregaciones de talla gigantesca, y la insistencia de Warren a que el cristiano tiene que servir con sus dones, trasladado a estas iglesias mastodónticas, equivaldrá a un énfasis casi exclusivo en la obra social de la iglesia (cf. con la descripción de Saddleback en pág. 265).
El propósito no es otro que el cristianismo evangélico se “integre” en la dinámica del mundo actual, con vistas a su transformación por la aportación, dirigida eficazmente, de su inmenso capital humano.
¿Pero al precio de qué? Las reuniones mixtas de cristianos y no-cristianos, en la que la Biblia no es enseñada de manera directiva, no puede producir sino una síntesis o un consenso común entre creyentes y no-creyentes en el que se pierdan de vista los absolutos doctrinales y morales bíblicos. La misma simbiosis con el mundo se da en el marco de los cultos, pensados exclusivamente para agradar a los supuestos “buscadores sensitivos”, (lo cual en terminología bíblica no existe “no hay justo ni aun uno… no hay quien busque a Dios”, Romanos 3,10-11). De esta manera, la sensibilidad y estética del mundo es lo que se convierte al final en factor normativo de lo que han de ser nuestros cultos, o incluso que sean o no llamados como tal. La gran tragedia es que en esta simbiosis con el mundo no hay reparos en reducir a la Palabra de Dios a los mermados parámetros de la mentalidad secular contemporánea, porque la adaptación no es meramente de palabras: las palabras son conceptos y los conceptos, pensamiento y mensaje. Ya hemos dicho que de esta manera es como el mundo evangélico pierde su Biblia.
Peor aún, la visión de Dios de la iglesia evangélica, que es la del teísmo bíblico, también es transformada sustancialmente, moldeada por los gustos de la espiritualidad del mundo (el monismo de las religiones orientales y de la Nueva Era, así como la vaga espiritualidad del catolicismo-romano y las teologías contemporáneas radicales).
No hay nada, por tanto, que se resista a la transformación espiritual preconizada por Warren. A la larga, la falta de absolutos bíblicos se trasladará también al terreno de la moralidad, y la seducción espiritual que Warren preconiza en las iglesias se pagará también su tributo en el plano de las relaciones entre hombres y mujeres. Por cierto, curiosamente “desdramatizadas” en la pág. 223 al decir que los varones cristianos pueden sentir atracción sexual por las mujeres sin que sea pecado: ¿de qué habla Rick Warren, de varones cristianos casados? En todo caso, si no habla de ellos, igualmente se les aplica.
Desengañémonos: la confusión con el mundo de las iglesias evangélicas llegará a ser total.
¿Por qué, pues, nos ha venido esto encima? La obra de Warren ha sido y es avalada por las grandes editoriales, denominaciones, seminarios y figuras evangélicas más destacadas de Estados Unidos, que es lo mismo que decir que el centro neurálgico del mundo evangélico mundial. Así que se tiene que concluir que hay una voluntad deliberada por parte del establishment evangélico de que los cristianos y las iglesias han de sufrir este proceso de transformación que hemos descrito. Con una mentalidad absolutamente pragmática, se subordinan todos los principios a la voluntad de que los evangélicos lleguen a ser relevantes en el mundo actual.
Por supuesto, la entrada de Warren no se produce en un vacío ni es una casualidad. Sin duda, se debe al estado de creyentes e iglesias. Hay un continuo doctrinal y espiritual con el pasado. Principalmente, es cierto que el arminianismo ha llegado a ser el sector mayoritario del mundo evangélico desde hace un par de siglos. Pero la obra de Warren pone de manifiesto que el arminianismo es esencialmente incompatible con la Reforma, que es el topo del catolicismo romano en nuestras filas y que tiende por naturaleza hacia él. Siglos ha tardado para ponerse esto claramente de manifiesto, pero por lo menos ha llegado.
Asimismo, la obra de Warren hubiera sido inviable si el mundo evangélico se hubiera mantenido fiel a la enseñanza de la Reforma en eclesiología. Se cumplen, de esta manera, en el mundo evangélico actual las palabras que el pastor y profesor reformado francés Auguste Lecerf dijera ya en 1929: “El radicalismo protestante –incluso cuando es evangélico– fundamentalmente individualista, corre el mismo peligro de secularización, pero por un desvío: la secta. Esta se opone en un principio al mundo, para confundirse finalmente con él, cuando el proceso de disolución implicado inexorablemente en el individualismo desmedido habrá llegado a su término. Aquí, el elemento invisible [es decir, la iglesia invisible] es separado de la institución visible.”[2]
“Os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo. Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo. Porque si viene alguno predicando a otro Jesús que el que os hemos predicado, o si recibís otro espíritu que el que habéis recibido, y otro evangelio que el que habéis aceptado, bien lo toleráis” (2 Corintios 11,2-4).
Ante ello, sólo queda, en una palabra, el arrepentimiento –el cual, para ser verdadero, tiene que ser completo–. Porque podemos seguir, si queremos, lo que nos queda de vida experimentando con cualquier seductora novedad que se nos cruce en el camino. Hoy es esto, y mañana, algo peor, pero siempre “cisternas rotas, que no retienen el agua” (Jer. 2:13). O, por el contrario, podemos volver a la Reforma para abrazar la unidad de la fe, de adoración y de gobierno eclesiástico que está en las Sagradas Escrituras, expresada en las grandes confesiones de fe protestantes, y particularmente los documentos de Westminster.
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[1] Citado en http://www.salvacioneterna.com/warren_agenda_dominio.pdf (visitado en 12-08-2008).
[1] Études calvinistes, (Neuchâtel: Delachaux & Niestlé, 1949), pág. 55.
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