El “papa” de Roma ya está aquí y, con motivo de las famosas Jornadas Mundiales de la Juventud, más de un millón de jóvenes venidos de todo el mundo se han dado cita en Madrid. Según me cuentan, los viajes de algunos, provenientes de allende los mares, han sido pagados por instituciones de obediencia romana. Pero, en realidad, da lo mismo. No se puede negar que, de una u otra manera, son unos cuantos los que han venido.
Si me preguntan mi opinión acerca de esta visita, les diré que me parece un tremendo acto de idolatría. El que en la Edad Media usaba los títulos mesiánicos no es un ciudadano más. Es la supuesta cabeza de la Iglesia universal. Como ellos mismos han definido hace relativamente poco –en el siglo XX– no una cabeza distinta a la del Señor Jesucristo. Es decir, el Señor y el “papa” son –dicen ellos– la misma cabeza. Sólo que al último lo tenemos más cerca. Con lo que, si son la misma cabeza, entonces se le puede igualmente adorar, como se hace con el pan transubstanciado, supuestamente también el mismo cuerpo. Sí, en realidad no son para nada inocentes estas reuniones masivas, concebidas y llevadas a cabo únicamente para la mayor gloria del “papa”.
Como también saben, la papal visita ha desencadenado la ira de diversas organizaciones laicistas, que aprovechan la circunstancia para reclamar más laicismo al ya introducido últimamente por el Gobierno. Lo cierto es que se da una curiosa coincidencia: Zapatero –el adalid en estos últimos ocho años de la mayor convulsión moral y espiritual que haya conocido el país– tiene que salir del Gobierno cabizbajo, por la puerta de atrás y con la boca cerrada, para que entonces venga el “papa” a mostrarle que él, y sólo él, puede congregar en nuestras tierras a tal número de gente. ¿Podría ZP reunir, por distintas causas, siquiera a una décima parte de los allí congregados? Ni siquiera en sus horas más altas.
Victoria moral por aplastante goleada. Dicho de otra manera, estamos asistiendo a una curiosa manera de demostrar a todos quién realmente tiene los atributos para mandar aquí.
Lo cierto es que el romano tiene un especial interés en el control del país, entiéndase no sólo espiritual sino también temporal. Desde las donatio constantini, e incluso antes, hasta nuestros días. Sabe que España es pieza clave para sus aspiraciones de dominio mundial. A lo largo de toda nuestra Historia hemos tenido su mano encima, tendente sobretodo a hacernos creer a todos que el país de orgullosa tradición cristiana frente a Roma es, en su misma esencia, su más fiel devoto. Y, hasta el momento, casi lo ha conseguido del todo: la alternativa al papismo es la nada… véase, el laicismo nihilista que nos gobierna.
Valga lo hasta aquí dicho para ver, por raro que en principio nos pueda parecer, que el laicismo no es rival para Roma. En el fondo, hasta lo favorece. Lo único que le puede hacer frente y retener es, como se vio hace cinco siglos en Europa, la Reforma bíblica confesional. Precisamente, lo que menos abunda en España en nuestros días.
Pero ha llegado el momento del cambio. Porque las cosas no pueden quedarse así para siempre, ¿verdad? Quien tiene las sietes estrellas en su mano y anda en medio de los siete candeleros de oro (Apoc. 2:1) sigue teniendo todo el control de la situación. Y esto nos hace mantener viva la esperanza de ver llegar algún día la Reforma a nuestro país. Para que, entre otras muchas cosas, el “papa” no vuelva a pisarlo nunca más.
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