Antiguo Testamento y Fe en Cristo

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Una de las peores cosas de esta vida es toparse con un charlatán, una de estas personas que hablan y hablan mucho, pero al final lo que dice sólo son palabras que no quieren decir nada, porque no son reales. Aunque uno tenga una sobreabundancia de palabras, y las embellezca mucho, y emplee todos los trucos de la retórica posibles, lo que dirá sólo serán palabras vacías, huecas, que no dicen ninguna verdad. 

No es así como Pablo predicaba ni enseñaba. Leemos en 1 Corintios que él se propuso no saber ni enseñar nada a los creyentes sino a Cristo y este crucificado, y esto, no con palabras artificiosas, o con palabras persuasivas de humana sabiduría. Su apariencia física era débil y su palabra, su discurso o predicación, menospreciable para la gente. Al menos, para los no creyentes, porque para los creyentes, era “demostración de Espíritu y de poder” (2:4).

Pero esta manera de hablar de Pablo era justamente la contraria de los que sólo dicen palabras bonitas y nada más. Pablo no hablaba por hablar, o sin ningún propósito o dirección, sin afirmar nada, sin concluir nada que podamos recibir como verdadero. Vemos todo lo contrario en lo que vamos leyendo en Romanos. Todo lo que dice tiene un propósito y una dirección. A veces avanza más rápido, otras más lento, pero siempre con una dirección y propósito. Y en este capítulo 4 también, porque hemos estado viendo cómo Pablo nos enseña acerca de la justificación por la fe, especialmente por medio del personaje de la Biblia Abraham.

Bien, pues ahora, Pablo quiere, por así decirlo, remachar todo lo dicho en este capítulo de la justificación por la fe. Y en estos versículos que hemos leído, nos da lo que podemos considerar como conclusión de su enseñanza. Para que lo dicho sobre la justificación por la fe esté bien asentado, bien claro, bien firme; para que retengamos lo esencial de la misma, Pablo nos presenta aquí brevemente dos ideas, que podemos ver, una vez más, como conclusión a todo este capítulo.

Y estas dos ideas es lo que, con la ayuda del Señor, vamos a estar considerando esta mañana.

La primera idea la encontramos en los vv. 22-24 y especialmente en este último, el vs. 24.


“Por lo cual también su fe le fue contada por justicia. Y no solamente con respecto a él se escribió que le fue contada, sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús,  Señor nuestro”

Como vemos, Pablo está hablando de nuevo acerca de la justificación, y más concretamente de la imputación de justicia. Esta aparece en cada uno de los versículos de nuestro texto de hoy (aquí, traducida siempre por “contada por”). Bien, todo esto ya lo hemos tratado a lo largo y ancho de este capítulo y, por tanto, no es ahora el momento de que volvamos de nuevo a ella.

En todo caso, en lo que sí que vamos centrarnos ahora es en lo que dice acerca de esta justicia imputada: que “se escribió con respecto a él”, esto es, a Abraham, por un lado; y por otro, “con respecto a nosotros”, los creyentes. Se está refiriendo, pues, una vez más, al pasaje de Génesis 15:6.

Pero, si nos fijamos, vemos que se está hablando acerca del texto mismo de la Escritura. Dice que este versículo no fue escrito sólo “con respecto” a Abraham (podemos hablar de “por causa” de Abraham)[1]; es decir, para animarlo, bendecirlo y fortalecerlo en la fe. En realidad, la Escritura vino mucho después de la muerte de Abraham. El autor del Génesis, Moisés, por la inspiración del Espíritu Santo, hizo esta declaración acerca de la justifica que halló Abraham delante de Dios. ¿Qué ocurrió en aquel momento? ¿La vio Abraham escrita en el cielo? ¿Envió un ángel a decirle que había hallado justicia ante Dios? Muy difícilmente podemos pensar que fue así.

Por tanto, esta afirmación, que Dios atribuyó justicia a Abraham, fue escrita por Moisés teniendo en mente a otros destinatarios. ¿Quiénes? Pues Pablo responde: nosotros, los creyentes en Cristo Jesús, a los cuales Dios también atribuye justicia sin obras, como fue el caso de Abraham.

Nos podemos, pues, detener en este punto. Vemos que Pablo, primeramente, está hablando del Antiguo Testamento, y dice que él es de mucha utilidad para el creyente. De hecho, lo que dice aquí acerca de Génesis 15:6 lo podemos ver como un pequeño resumen de lo que él mismo dice más extensamente en 1 Corintios 10:1-11:

“Porque no quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar; y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar, y todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo. Pero de los más de ellos no se agradó Dios; por lo cual quedaron postrados en el desierto. Mas estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron. Ni seáis idólatras, como algunos de ellos, según está escrito: Se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a jugar. Ni forniquemos, como algunos de ellos fornicaron, y cayeron en un día veintitrés mil. Ni tentemos al Señor, como también algunos de ellos le tentaron, y perecieron por las serpientes. Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron, y perecieron por el destructor. Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros,  a quienes han alcanzado los fines de los siglos”

El texto habla por sí solo. Nos hace un repaso de los acontecimientos que vivió Israel durante los 40 años en el desierto, tras salir de Egipto por mano de Moisés. Se nos habla tanto de los acontecimientos buenos (el paso del Mar Rojo, el maná del cielo y el agua de la peña) como también de los acontecimientos malos, es decir, de los distintos juicios que el Señor envió para castigar los pecados del pueblo, tal y como vemos en los libros del Éxodo y Números, principalmente.

Pero, si nos fijamos, el parecido de este último versículo de 1 Cor. 10, hasta en las palabras mismas con Rom. 4:23-24, es evidente: “están escritas para amonestarnos a nosotros” y “se escribió… con respecto a nosotros”. Yo no sé si al leer estos pasajes del éxodo de Israel en el desierto, o especialmente la cita bíblica de Génesis 15 (“creyó Abraham a Dios y le fue contado por justicia”) se nos viene a la cabeza que fueron escritos para nosotros, como teniéndonos en mente —nosotros, creyentes del Nuevo Testamento, a 2000 años de distancia de la venida de nuestro Señor Jesucristo a la tierra— pero es así. La Palabra de Dios lo afirma de manera clara no una sino dos veces (en Romanos y Gálatas) para la doctrina esté bien confirmada.

Así, pues, aquí la Palabra de Dios, por medio del apóstol Pablo, nos está presentando un punto muy importante: que el Antiguo Testamento es un libro de la fe cristiana y para los cristianos. No que el Antiguo Testamento sea cosa sólo de los judíos y que luego los cristianos hemos venido y nos lo hemos apropiado como por la fuerza; por así decirlo, hemos venido a él, hemos hecho unos asentamientos ilegales, hemos plantado nuestras tiendas, y de aquí no nos saca ya nadie. No es eso, sino que ya es cristiano desde su mismo origen: el Antiguo Testamento ya fue escrito “para nosotros” y “con respecto (o por causa de) nosotros”.

Por lo tanto, el Antiguo Testamento habla de nuestra fe. Los creyentes en el Antiguo Testamento fueron creyentes como nosotros. Ellos con menos revelación de Dios, con unas ordenanzas de adoración y sacramentos instituidos por Dios (como sacrificios, circuncisión y fiestas), y esperando un Mesías futuro. Nosotros, con mucha más revelación, con otras ordenanzas de adoración y otros sacramentos (muchos menos en número) y mirando atrás, al Mesías Jesucristo ya venido. Pero en cuanto a la revelación de Dios, es una revelación que esencialmente es la misma, es la misma Alianza de Gracia, por tanto, es el mismo Evangelio. Y no sólo eso, hay más parecidos: ¡nosotros también estamos esperando un Mesías futuro, que es cuando el Señor Jesucristo vuelva con poder y gloria y sea la consumación de todas las cosas!

Muchos, pues, leerán el Antiguo Testamento hoy, sí, pero sólo como si fuera un libro de antigüedades de los judíos, sin darse cuenta de que hablan también de ellos y para ellos. Se pasan por alto, así, de una fuente inagotable de enseñanza y de exhortación para sus vidas. El creyente puede leer el Antiguo Testamento, pues, confiadamente, y buscando en él cosas apropiadas para su fe y también para su vida práctica.

La semana pasada ya lo veíamos en la conferencia del hermano Ángel Álvarez, acerca de la Cristología en el Antiguo Testamento. Cristo está presente en el Antiguo Testamento, desde sus primeras páginas. Se le ve en las apariciones del Ángel de Jehová. Según Juan 12, la visión del profeta Isaías en el capítulo 6 fue cuando vio “la gloria” de Jesucristo. En su triple oficio de Mediador de la Alianza de Dios (profeta, sacerdote y rey) está tipificado por los profetas, sacerdotes y reyes que Dios instituyó en Israel. Están tantas y tantas profecías mesiánicas que aparecen en, prácticamente, cada libro del Antiguo Testamento… Como dijo el hermano, pues, hay que ir a leer el Antiguo Testamento buscando esto mismo, dónde está Cristo en él, pidiendo al Señor que nos ayude a contemplar a nuestro bendito Señor y Salvador en las Escrituras del Antiguo Testamento.

Después está también la Ley del Señor, los mandamientos del Señor en el Antiguo Testamento. La ley suprema es el Decálogo, que son los mandamientos morales que Dios demanda siempre, y en todo lugar, a todos los hombres, sean creyentes o no. Si los pudiéramos guardar siempre perfectamente, viviríamos siempre por ellos, pero como no es así, nos muestran nuestros pecados y la necesidad de un Salvador perfecto, como Cristo. Estos mandamientos los tenemos que mirar, pues, continuamente, para que con gratitud al Señor por Su salvación de gracia intentemos ajustar nuestra vida más y más a ellos, y cumplirlos más y más para la Gloria de Dios.

Esto, los mandamientos de Dios, pero incluso en los demás mandamientos, por ejemplo, las leyes ceremoniales (de sacrificios, fiestas, etc.) los creyentes podemos encontrar alimento espiritual, pues ellas son “sombras” que nos hablan de Cristo. Incluso en las leyes que Dios dio a Israel para su gobierno civil o político podemos encontrar enseñanzas, principios de justicia (lo que antiguamente los teólogos llamaban “la equidad de los mandamientos”) que los creyentes debemos guardar y, no sólo eso, todos los gobiernos humanos cumplir.

Pero, además de la Ley, el Antiguo Testamento está lleno de vidas de creyentes como nosotros. Estos son ejemplos vivos para nosotros, como veíamos la semana pasada en cuanto a la fe de Abraham. Y vemos sus vidas, cómo a pesar de sus fallos y pecados, Dios seguía relacionándose en gracia y misericordia con ellos; cómo recibieron la ayuda del Señor en situaciones a veces desesperadas; o las fuerzas y la paciencia para perseverar en las mayores pruebas; cómo Dios les daba promesas que, a pesar que todavía no se veían, su cumplimiento se vería después; vemos todo esto, digo, y entonces nuestro fe se fortalece y se afirma, porque vemos reflejados nosotros mismos en lo que ellos vivieron y recibieron del Señor.

No sólo esto, sino que además los podemos tomar también como ejemplos o modelos para nuestra vida. De acuerdo que nunca seremos perfectos en esta vida, pero estos creyentes del Antiguo Testamento, como dice la Palabra misma de Dios, alcanzaron un buen testimonio, fueron maduros, fuertes en el Señor, y abundaron en gracias y virtudes. Los tenemos, pues, ante nosotros como ejemplos de lo que, por la gracia y misericordia divinas, podemos nosotros también llegar.

¡Incluso en los juicios a los impíos y reprobados tenemos los creyentes materia de qué meditar, para infundir en nuestro corazón reverencia y temor de Dios, para que vivamos una vida santa y apartada de mal!

Los creyentes tenemos, pues, un inmenso tesoro espiritual en las páginas del Nuevo Testamento. No sé si lo hemos llegado a leer por completo alguna vez (se puede decir que la mayoría de los creyentes no lo han hecho). Así que nos podemos proponer de cara al año que entra leerlo entero, buscando en él todo lo que hemos dicho, meditando diariamente en lo que nos dice. Y seguro que, el año próximo, vamos a ver mucha bendición espiritual del Señor y creceremos y nos fortaleceremos en nuestra fe y vida como cristianos.

Nos centramos ahora en la segunda idea que Pablo nos da para cerrar y confirmar todo lo enseñado en el capítulo. Nos referimos a la segunda mitad del vs. 24 y el vs. 25:

“Los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús,  Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones,  y resucitado para nuestra justificación”

Vemos que Pablo era un escritor magnífico, que cuando escribía iba retomando lo que antes había dicho, con lo que siempre se tiene la impresión de que lo que dice es compacto y no desligado o suelto. Vemos aquí también cómo retoma lo que había dicho: dice que los creyentes “creemos en el que levantó de los muertos a Jesús” en el vs. 24, y en el vs. 25, que Él fue “resucitado para nuestra justificación”. Por supuesto, esto que dice tiene mucho que ver con lo que veíamos la semana pasada sobre Abraham, que él creyó a Dios, “el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como si fuesen”. Allí hablaba de la resurrección y aquí, en estos dos últimos versículos del capítulo, que sirven para dar conclusión, nos habla dos veces de la misma.

Es interesante, pues, ver ese hincapié que tiene Pablo por hablar de la resurrección de Cristo, en el capítulo que enseña principalmente sobre la justificación por la fe. La resurrección de Cristo es, por tanto, un artículo fundamental para nuestra fe. ¿Se puede ser cristiano y negar que Jesucristo resucitó?

Pues eso es precisamente lo que el liberalismo protestante no ha dejado de hacer durante más de doscientos años. Y no sólo la gente de base, sino los pastores y teólogos. Recuerdo que cuando fui a estudiar al seminario de Francia, estuve un mes de prácticas en una iglesia reformada evangélica de una pequeña ciudad del sur. Bien, pues estando allí quise saber acerca de cómo nació aquella iglesia. ¿Saben cómo nació? Pues un domingo, a finales del siglo XIX, concretamente un Domingo de Resurrección, el pastor de la iglesia reformada de la ciudad predicó ¡en contra de la resurrección literal de Jesús de los muertos! Evidentemente, los verdaderos creyentes de la congregación se fueron escandalizados y abrieron esta otra iglesia.

¿Cómo es posible que ocurra esto, que gente que dice ser creyente y evangélicos nieguen que Cristo resucitó? Pues sigues mirando en la historia de aquella misma iglesia y te enteras que unas cuantas décadas antes, cuando ocurrió la Revolución Francesa, el pastor de la iglesia en aquella ciudad dejó el ministerio para ser uno de los dirigentes de la revolución en aquel lugar. Pues eso, de ahí viene el liberalismo protestante, o más bien, el liberalismo protestante y el llamado liberalismo político vienen juntitos de la mano, como hermanos, sino gemelos, sí mellizos. Y quien no entienda esto es que no ha entendido nada sobre el liberalismo protestante… En todo caso, si se niega la resurrección, si no se cree en ella, uno para nada es cristiano. Para nada su fe es la fe cristiana. Pero es más, uno para nada ha sido salvo, pues es la fe en la resurrección es algo necesario para alcanzar justicia ante Dios.

El texto de Pablo nos habla de la muerte de Jesús y de su resurrección. De la muerte dice que Él “fue entregado por nuestras transgresiones”. Aquí el apóstol nos habla que Jesús fue entregado por la voluntad del Padre, según el plan de salvación trazado entre el Padre y el Hijo desde antes de la fundación del mundo. Y esto se ve claramente por lo que sigue: que fue entregado “por nuestras transgresiones”. Por causa de las mismas, es decir, para que ellas pudieran ser perdonadas. La muerte de Jesucristo en la cruz, pues, fue un acto de rebeldía ante Dios por parte de los judíos que lo entregaron a la muerte, pero por parte de Dios era el sacrificio por el cual la víctima inocente, Jesús, cargaba con los pecados del pueblo al que iba a salvar, y lo reconciliaba así con Dios Su Padre.

Pero no sólo dice eso, sino que dice también que Jesús “fue resucitado para nuestra justificación”. Es decir, también por causa de nuestra justificación, para que fuéramos justificados al creer en él. Imaginemos por un momento: ¿qué hubiera sido de nuestra salvación si Jesús no hubiera resucitado? Si Jesús no hubiera resucitado, nosotros tampoco resucitaríamos. Y si no resucitaríamos, lo único que nosotros veríamos sería que “la paga del pecado es muerte”. La vida nunca sería plena en nosotros. Jesús no nos podría justificar, pues estaría también muerto. Sólo veríamos, pues, la muerte.

¡Sin embargo, Jesús resucitó! Y cómo resucitó, es autor de una salvación tan grande, de una salvación completa, de una eterna redención para los creyentes. Por lo cual, vemos que nuestra justificación es la entrada ya a esta salvación plena, a esta vida eterna, que traerá no sólo que nuestros espíritus estén en la presencia del Señor cuando nos llegue la hora de la muerte, sino que, además, nuestros cuerpos se levanten de la tumba cuando Jesucristo venga en el último día con poder y gloria. Así, pues, la resurrección de Cristo, la justificación, la vida: ¡todo ello va necesariamente junto, y por la fe lo recibimos!


on lo cual, vemos, ya concluyendo, que esta fe en Cristo, tanto en Su muerte como en Su resurrección, es lo que nos justifica ante Dios. Miremos en un sentido, o miremos en otro sentido, nuestra fe puede descansar en Cristo, y puede así recibir los beneficios de Su salvación.

Esa justicia que nos es imputada por Dios al creer, sí, pero no una fe vaga, flotante, abstracta, que es lo que algunos se imaginan que es la fe. Eso no es fe, sino una vana ilusión. Estos no creen en Cristo, el Hijo de Dios, sino en los fantasmas de su propio corazón. No es esto la fe, sino que es creer en el Cristo de las Escrituras, y por creer en la obra que Él hizo en Su muerte y resurrección. Porque las Escrituras, el Antiguo y el Nuevo Testamentos, nos enseñan acerca de esta obra, y el Espíritu Santo ilumina nuestro entendimiento para que nuestra fe sea llevada a este Cristo y en Él encontremos todo nuestro bien. Todo, sin que le falte nada.

Éste es el mensaje de la Palabra para nosotros hoy, y el mensaje que hemos de traer al mundo, de manera sencilla, para que pueda ser salvo. Que el Señor lo bendiga en nuestros corazones.

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Pastor Jorge Ruiz Ortiz.

Predicación en ICP Miranda de Ebro, Culto de la Mañana, 19-12-2010


[1] Es el sentido primario de la preposición dia + acusativo.




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