Colosenses 2:12-13 «Resucitados con Cristo». El poder para vivir la nueva vida cristiana no proviene de nosotros, no es algo humano. Es una experiencia inseparable de Cristo mismo.
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Colosenses 2:12-13 «Resucitados con Cristo». El poder para vivir la nueva vida cristiana no proviene de nosotros, no es algo humano. Es una experiencia inseparable de Cristo mismo.
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La mayor maravilla que ha habido nunca en este mundo es ¡la persona del Hijo encarnado, Jesucristo! Pensemos: dos naturalezas, la divina y la humana, unidas inseparablemente en una única persona divina.
Este estudio bíblico sigue el Catecismo Menor de Westminster, pregunta 22. Puede escuchar el estudio bíblico en mp3 pulsando aquí.
119:9 ¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra. 10 Con todo mi corazón te he buscado: no me dejes divagar de tus mandamientos. 11 En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti. 12 Bendito tú, oh Jehová: enséñame tus estatutos. 13 Con mis labios he contado todos los juicios de tu boca. 14 Heme gozado en el camino de tus testimonios, como sobre toda riqueza. 15 En tus mandamientos meditaré, consideraré tus caminos. 16 Recrearéme en tus estatutos: no me olvidaré de tus palabras.
Es bien corriente pensar que Dios ha de tratar con nosotros por medios extraordinarios, tales como apariciones, sueños, visiones, etc. Por supuesto que toda verdadera conversión a Cristo es un verdadero milagro de la gracia, puesto que Él mismo dijo que “ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre” (Juan 6:65). Pero Dios ha ordenado los medios para que esto ocurra, ya que “la fe es por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios” (Romanos 10:17).
La Palabra de Dios afirma, y la experiencia nos lo demuestra sobradamente, que “la necedad está ligada en el corazón del muchacho” (Proverbios 22:15). Todos somos, por naturaleza, igualmente pecadores (Romanos 3:23). Lo que pasa es que, además es esto, al joven le falta conocimiento pero desborda en energías. Una mezcla bien peligrosa, que puede decidir completamente el resto de nuestras vidas y, después, la eternidad. La Palabra, por tanto, este gran medio de gracia dado por Dios, es lo único que nos puede limpiar nuestra vida, y guardarnos de que pequemos contra Él, incluso desde la juventud.
Pero, ¿por qué no dirigir más bien toda esta energía, toda esta pasión, para “contar con los labios todos los juicios de la Palabra”? ¡Qué gran tarea esta, y qué bendición será el hacerlo!
Al principio de la bendita Reforma, nuestros sabios y piadosos antepasados tuvieron cuidado en establecer un orden de culto para reparar muchas cosas, las cuales ellos (después de consultar en la Palabra de Dios) descubrieron que eran vanas, erróneas supersticiosas e idolatras en la adoración pública de Dios. Esto dio ocasión a muchos hombres piadosos y eruditos a regocijarse en el Libro de Oración Común [Book of Common Prayer], que se publicó en ese tiempo; pues la misa y el resto del servicio en latín fueron quitados, y la adoración pública por fin se celebraba en nuestra propia lengua. Muchos del pueblo común también recibieron beneficio al oír las Escrituras leídas en su propio idioma, que anteriormente para ellos era como un libro sellado.
No obstante, la larga y triste experiencia ha manifestado, que la Liturgia usada en la Iglesia de Inglaterra, (a pesar de todos los esfuerzos y piadosas intenciones por parte de los que la compilaron) ha manifestado ser piedra de tropiezo, no solamente para muchos fieles aquí en el país, sino también para las iglesias reformadas en el extranjero. Pues, sin hablar de la insistencia en leer todas las oraciones, lo cual aumentó mucho su carga, las muchas inútiles y pesadas ceremonias contenidas en esa Liturgia han ocasionado mucho daño, no solo inquietando las conciencias de muchos ministros y personas piadosas quienes no podían someterse a ellas, sino también privándolos de las ordenanzas de Dios, las cuales no podían disfrutar sin conformare o suscribir tales ceremonias. A muchos buenos cristianos, por estas razones, se les negó participar de la Santa Cena del Señor. A varios ministros aptos y fieles se les privó ejercer su ministerio (con el peligro para miles de almas, en un tiempo de escasez de ministros fieles), despojándolos de su diario sostén, para ruina de ellos y de sus familias.
Los prelados y su partido trabajaron entre nosotros para levantar la estima de esta Liturgia a una altura exagerada como si no hubiera otro culto, o manera de rendir culto a Dios, que no fuera por medio de ese Libro de Adoración. Esto ha sido un gran estorbo para la predicación de la Palabra, al punto que recientemente (en algunos lugares, en particular en tiempos recientes) se la ha desechado como algo innecesario, o en el mejor de los casos, como muy inferior a la lectura de la oración común; la cual fue convertida en algo no mejor que un ídolo por mucha gente ignorante y supersticiosa, quienes, complaciéndose consigo mismos con su presencia en ese servicio, y con sus servicio de labios para tomar parte en él, de este modo se han endurecido en su ignorancia y en su descuido del conocimiento de salvación y de la piedad verdadera.
Entre tanto, los papistas se jactaban de que el Libro armonizaba con ellos en gran parte con su servicio; y así pues fueron en gran manera confirmados en su superstición e idolatría, esperando que nosotros nos volviésemos a ellos, más bien que procurar reforma en ellos mismos. Con estas esperanzas, últimamente se llenaban de mucho ánimo, cuando, bajo la pretendida legitimidad de imponer las antiguas ceremonias, otras nuevas eran diariamente introducidas a la fuerza en de la iglesia.
Añádase a esto, (algo que no se esperaba, pero que ha acontecido), que la Liturgia ha sido un gran medio, por un lado, para contribuir y para aumentar un ministerio ocioso y de poca edificación, que se contenta con oraciones escritas por mano de otros, sin hacer esfuerzo alguno en ejercer el don de la oración, con el cual nuestro Señor Jesucristo le place adornar a todos sus siervos que Él llama a este oficio; así también, por otro lado, ha sido (y será así, si continúa) un asunto de rivalidades y contiendas interminables en la Iglesia, y una piedra de tropiezo para muchos ministros piadosos y fieles, que han sido perseguidos y callados por tal motivo, y para otros con cualidades ministeriales, muchos de los cuales su atención ha sido y será todavía desviada de pensar en el ministerio para dedicarse a otros estudios; especialmente en estos últimos días, en los cuales Dios ha concedido a su pueblo más y mejores medios para descubrir el error y la superstición, y para obtener conocimiento en el misterio de la piedad y dones en la predicación y en la oración.
Por estas, y por muchas consideraciones semejantes de gran peso tocante a todo el libro en general, y por motivo de diversos detalles en él; no por amor a novedades, o con la intención de despreciar a nuestros primeros reformadores, (de los cuales estamos persuadidos de que si estuvieran vivos hoy en día, se unirían a nosotros en esta obra, y a quienes reconocemos como instrumentos excelentes, elevados por Dios, para comenzar a purificar y a edificar su casa, y deseando que nosotros y nuestra posteridad los tuviésemos en memoria eterna, con agradecimiento y honor); pero para que podamos en alguna medida corresponder mutuamente a la buena providencia de Dios, que en este tiempo nos llama a una mayor reforma, y para que podamos satisfacer nuestras propias conciencias, y cumplir con los anhelos de otras iglesias reformadas, y con los deseos de muchos de los fieles entre nosotros; y además, dar testimonio público de nuestros esfuerzos para lograr uniformidad en la adoración divina, lo cual hemos prometido hacer en nuestro Pacto y Liga Solemne, nos hemos resuelto, después de invocar a Dios frecuente y solícitamente y de buscar mucho consejo, no con carne y sangre sino en su Santa Palabra, a poner de lado la Liturgia anterior, con sus muchos ritos y ceremonias anteriormente usadas en la adoración de Dios. También hemos llegado a un común acuerdo con el siguiente Directorio, para todo lo necesario en la adoración pública, tanto para tiempos ordinarios como extraordinarios.
En todo esto, nuestro cuidado ha sido el de exponer aquellas cosas que son de institución divina en cada ordenanza; mientras que las demás cosas hemos procurado exponer de acuerdo a las reglas de la prudencia cristiana, siempre y cuando estén de acuerdo con las reglas generales de la Palabra de Dios. Nuestra única intención en esto ha sido que haya un común consenso de todas las Iglesias en aquellas cosas que contienen la esencia del servicio y adoración de Dios, como los temas generales, el sentido, y el propósito de las oraciones, y otras partes de la adoración pública, siendo conocida por todos; y también que los ministros por este medio, puedan ser dirigidos en su ministración, con el fin de retener solidez en doctrina y oración; y si la necesidad lo requiere, que esto mismo les provea ayuda y materia, pero no al punto que ellos mismos se vuelvan perezosos y negligentes para avivar en ellos los dones de Cristo; antes bien que cada uno, por meditación, por un cuidado y vigilancia de sí mismo y del rebaño de Dios que le ha encargado, y por una observación sabia de los caminos de la Divina Providencia, procure proveer a su corazón y boca otras materias adicionales de oración y exhortación, según las necesidades que cualquier ocasión demande.
Cuando la congregación se va a reunir para la adoración pública, todo el pueblo (habiendo preparado previamente sus corazones) debe venir y unirse para esto; sin ausentarse de las ordenanzas públicas por causa de negligencia, o por pretensión de mantener reuniones privadas.
Que todos entren a la reunión, no irreverentemente, sino en una manera solemne y apropiada, tomando sus asientos o lugares sin adoración, sin hacer reverencia hacia uno ú otro lugar.
Hallándose la congregación reunida, el ministro, después de un llamamiento solemne para la adoración del gran nombre de Dios, debe comenzar en oración
Reconociendo con toda reverencia y humildad la incomprensible grandeza y majestad del Señor, (en cuya presencia se presentan en ese momento de manera especial), y también su propia vileza e indignidad para acercarse a Él, junto con su absoluta incapacidad para cumplir con obra tan grande; y suplicando humildemente al Señor por perdón, ayuda y aceptación, en toda la adoración que se llevará a cabo; y por una bendición sobre esa porción particular de su Palabra que será leída; y todo en el nombre y por medio del Señor Jesucristo.
Habiendo comenzado la adoración pública, la gente tiene que centrar su atención en la adoración, absteniéndose de leer cualquier cosa, excepto lo que el ministro esté leyendo o citando; y absteniéndose de todo susurro en privado, pláticas, saludos, o de hacer reverencia a cualquier persona presente o que entre; así como también abstenerse de miradas maleducadas, dormirse y de otros comportamientos indecentes que puedan interrumpir al ministro o a la gente, y molestar a otros en la adoración del Señor.
Si cualquiera, por necesidad, no puede estar presente desde el principio, éste no debe, cuando entra a la reunión, dedicarse a sus devociones privadas, sino con reverencia sosegarse para unirse con el resto de la congregación en la ordenanza de Dios que se está llevando a cabo en ese momento.
La lectura de la Palabra en la congregación, siendo parte de la adoración pública de Dios, (donde reconocemos nuestra dependencia de Él y nuestra sumisión a Él), y un medio señalado por Él para edificar a su pueblo, debe llevarse a cabo por los pastores y maestros.
No obstante, aquellos que tienen la intención de entrar al ministerio, en ocasiones pueden tanto leer la Palabra como ejercitar sus dones de predicar en la congregación, si les es permitido por el presbiterio.
Todos los libros canónicos del Antiguo y Nuevo Testamento (pero ninguno de los comúnmente llamados apócrifos) serán leídos públicamente en el idioma común, usando la mejor traducción disponible, en una manera clara para que todos puedan oír y entender.
Lo larga que ha de ser la porción leída en una reunión, es dejado a la prudencia del ministro. Sin embargo es conveniente, que comúnmente se lea un capítulo del Antiguo y otro del Nuevo Testamento en cada reunión, otras veces más, donde los capítulos son cortos o la conexión del material lo requiere.
Es un requisito que todos los libros canónicos se lean en orden, para que el pueblo pueda familiarizarse mejor con todo el cuerpo de las Escrituras; y comúnmente, cuando la lectura de cualquier Testamento termine en un Día del Señor, tiene que comenzar en la próxima.
También recomendamos las lecturas más frecuentes de tales Escrituras que él cree que serán de mejor edificación para sus oyentes, como el libro de los Salmos y otras semejantes.
Cuando el ministro que lee juzgue necesario exponer cualquier parte de lo que está leyendo, que no sea hecho esto hasta haber terminado todo el capítulo o Salmo; también siempre se debe tener en cuenta el tiempo, para que ni la predicación ni otras ordenanzas se lleven a cabo con apuro o se vuelvan tediosas. Esta regla también debe observarse en todos los otros ejercicios públicos.
Además de la lectura pública de las Santas Escrituras, que cada persona que pueda leer sea exhortada a leer las Escrituras en privado, (y todos los demás que no pueden leer, mientras que no estén incapacitados por edad o por otra debilidad, igualmente sean exhortados a aprender a leer), y tener una Biblia.
Después de la lectura de la Palabra (y del canto de un Salmo), el ministro que va a predicar debe procurar que su propio corazón y el de los oyentes sean afectados adecuadamente por sus pecados, para que todos puedan contristarse por ellos ante el Señor y tener hambre y sed de la gracia de Dios en Jesucristo, procediendo por una confesión más completa de pecados, con vergüenza y santa confusión de rostro y clamar al Señor en este sentido:
“Reconocer nuestra gran pecaminosidad, Primeramente, por causa del pecado original, que (además de la culpa que nos hace sujetos a la maldición eterna) es semilla de todos los demás pecados; ha depravado y envenenado todas las facultades y capacidades de alma y cuerpo; contamina nuestras mejores acciones y (si no fuera reprimido, o si nuestros corazones no fuesen renovados por gracia) prorrumpiría en innumerables transgresiones, y en los mayores ultrajes contra el Señor que jamás hayan sido cometido por los hombres más viles de la humanidad. Y a continuación, por causa de los pecados actuales, nuestros propios pecados, los pecados de los magistrados, de los ministros y de toda la nación, de lo cual nosotros somos en muchas maneras cómplices: pecados nuestros que reciben muchos agravantes temibles, habiendo nosotros quebrantado todos los mandamientos de la santa, justa y buena ley de Dios, habiendo hecho lo que es prohibido, y dejado de hacer lo que ordena; y todo esto no sólo por ignorancia y debilidad, sino también muy deliberadamente, contra la luz de nuestras mentes, las reprensiones de nuestras conciencias, y los impulsos de Su propio Espíritu Santo que nos inclina a lo contrario, a tal grado que nuestros pecados no tienen excusa. Ciertamente, no tan sólo hemos despreciado las riquezas de la bondad, longanimidad y paciencia de Dios, sino también nos hemos opuesto a muchas de sus invitaciones y llamamientos de la gracia del Evangelio, no procurando, como deberíamos, recibir a Cristo en nuestros corazones por fe o caminar como es digno de Él en nuestras vidas.”“Lamentar nuestra ceguera de mente, nuestra dureza de corazón, nuestra incredulidad, impenitencia, [vana] confianza, tibieza espiritual, falta de fruto; o que no hemos procurado la mortificación y la novedad de vida, como tampoco hemos procurado el ejercicio de la piedad en la eficacia de ella; y que los mejores de nosotros no hemos caminado tan firmemente con Dios, guardando nuestras vestimentas sin mancha, ni hemos sido tan celosos de su gloria, y del bien de otros, como deberíamos; y también gemir por otros pecados de los que la congregación es particularmente culpable, a pesar de las numerosas y grandes misericordias de nuestro Dios, del amor de Cristo, de la luz del Evangelio y de la reforma de religión, de nuestros propios propósitos, promesas, votos, pacto solemne y otras obligaciones especiales, para hacer lo contrario.”“Reconocer y confesar, que, como somos convencidos de nuestras culpas, así (con un profundo sentimiento de la misma) nos juzgamos a nosotros mismos indignos de los beneficios más pequeños, y ser los más dignos del máximo furor de la ira de Dios, y de todas las maldiciones de la ley y de los juicios más graves infligidos sobre los más rebeldes pecadores; y que con mucha justicia podría arrancar de entre nosotros su reino y su Evangelio y colmarnos con todo tipo de castigos espirituales y temporales en esta vida, y después arrojarnos a completas tinieblas, en el lago que arde con fuego y azufre, donde el lloro y el crujir de dientes son para toda la eternidad.”“A pesar de todo esto, acercarse al trono de gracia, animándonos con la esperanza de recibir una respuesta misericordiosa a nuestras oraciones, por la riqueza y la suficiencia total de ese único sacrificio, [que es] la satisfacción y la intercesión del Señor Jesucristo, sentado a la diestra de su Padre y nuestro Padre; y en confianza de las grandísimas y preciosas promesas de misericordia y gracia en el Nuevo Pacto, por medio del Mediador del mismo, para aplacar la grave ira y maldición de Dios, las cuales no podemos evitar, ni soportar; y suplicar con toda humildad y diligencia por misericordia, en la remisión gratuita y completa de todos nuestros pecados y eso solamente por causa de los amargos sufrimientos y méritos preciosos de nuestro único Salvador Jesucristo.”
“Que el Señor conceda derramar su amor en nuestros corazones por el Espíritu Santo; sellarnos, por el mismo Espíritu de adopción, la plena certeza de nuestro perdón y reconciliación; consolar a todos los que gimen en Sion, hablar paz a los heridos y angustiados de espíritu y vendar los abatidos de corazón. Y en cuanto a los pecadores confiados y presuntuosos, que Él les abra sus ojos, convenza sus conciencias y los convierta de las tinieblas a la luz y del poder de Satanás a Dios, para que también ellos puedan recibir perdón de pecados y herencia entre los que han sido santificados por la fe en Cristo Jesús.”
“Con la remisión de nuestros pecados por medio de la sangre de Cristo, orar por la santificación mediante su Espíritu; la mortificación del pecado que mora en nosotros y que en muchas ocasiones nos tiraniza; la vivificación de nuestros espíritus muertos con la vida de Dios en Cristo; gracia para equiparnos y hacernos capaces de cumplir con todas nuestras obligaciones de conducta y vocaciones que debemos a Dios y a los hombres; fuerza contra las tentaciones; el uso santificado de bendiciones y cruces; y la perseverancia en la fe y en obediencia hasta el fin.”
“Orar por la propagación del Evangelio y el reino de Cristo en todas las naciones; para la conversión de los judíos, la plenitud de los gentiles, la caída del anticristo y el adelantamiento de la segunda venida de nuestro Señor; por la liberación de las iglesias afligidas del extranjero bajo la tiranía de la facción del anticristo, y de las crueles opresiones y blasfemias del turco; por la bendición de Dios sobre las iglesias reformadas, especialmente sobre las iglesias y los reinos de Escocia, Inglaterra e Irlanda, ahora más estricta y religiosamente están unidas por el Pacto y la Liga Solemne; y por nuestras plantaciones en las remotas partes en el mundo: más particularmente por esa iglesia y reino de los cuales somos miembros, que Dios establezca en ellos paz y verdad, la pureza de todas sus ordenanzas y el poder de la piedad; y que impida y arranque herejía, cisma, profanidad, superstición, vana confianza y falta de fruto bajo los medios de gracia; que sane todas nuestras roturas y divisiones, y que nos preserve de romper nuestro Pacto Solemne.”
“Orar por todos los que están en autoridad, especialmente por su Majestad el Rey; que Dios lo haga rico con bendiciones, tanto a él individualmente como a su gobierno; que establezca su trono en piedad y en justicia, que lo salve de consejos malvados y que lo haga un instrumento de bendición y gloria para la preservación y propagación del Evangelio, para el ánimo y protección de aquellos que hacen el bien, terror de todos que hacen lo malo y para el mayor bien de toda la Iglesia y de todos sus reinos; por la conversión de la reina, la educación religiosa del príncipe y el resto del linaje real; por el consuelo de la afligida reina de Bohemia, hermana de nuestro soberano; y por la restitución e instalación del príncipe Carlos, Elector Palatino del Rin, en todos sus dominios y dignidades; por una bendición sobre la Corte Suprema del Parlamento, (cuando se encuentran en sesión en cualquiera de estos reinos respectivamente), sobre la nobleza, los jueces subordinados y magistrados, los cortesanos, y todo el pueblo común; por todos los pastores y maestros, que Dios los llene con su Espíritu, que los haga en un manera ejemplar santos, sobrios, justos, pacíficos y misericordiosos en sus vidas; sanos, fieles y poderosos en su ministerios; y que sus labores sean seguidas de abundante fruto y bendición; y que conceda a todo su pueblo pastores según su propio corazón; por las universidades y todas las escuelas y seminarios de la iglesia y de la nación, para que puedan prosperar aún más y más en conocimiento y en piedad; por la ciudad o congregación en particular, que Dios derrame bendiciones sobre el ministerio de la Palabra, de los sacramentos y de la disciplina, sobre el gobierno civil, y sobre todas las varias familias y personas que allí residen; por misericordia a los afligidos que están bajo aflicciones internas o externas; por el clima adecuado, y tiempos fructíferos, tal como las ocasiones lo demanden; por evitar juicios que podamos sentir o temer, o estemos expuestos, como hambre, pestilencia, espada, y cosas semejantes.”
“Y, con confianza de su misericordia para con su iglesia entera, y la aceptación de nuestras personas, por medio de los méritos y mediación de nuestro Sumo Sacerdote, el Señor Jesús, declarar que el deseo de nuestras almas es tener comunión con Dios en el uso reverente y consciente de sus santas ordenanzas; y, por este propósito, orar con diligencia suplicando su gracia y su ayuda eficaz para santificar su santo día de reposo, el Día del Señor, en todos los deberes del mismo, tanto públicos como privados, tanto para nosotros individualmente como para todas las demás congregaciones de su pueblo, según las riquezas y excelencias del Evangelio, que en este día se celebran y se disfrutan.”
“Y porque hemos sido oyentes inútiles en tiempos pasados, y como ahora no podemos por nosotros mismos recibir, como deberíamos, las cosas profundas de Dios, los misterios de Jesucristo, que requieren un discernimiento espiritual; orar, que el Señor, que enseña provechosamente, le plazca misericordiosamente derramar el Espíritu de gracia, juntamente con los medios externos que Él usa, para llegar a tal medida de la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús Señor nuestro, y, en Él, de las cosas que pertenecen a nuestra paz, para que podamos tener como escoria todas las cosas en comparación a Él; y que nosotros, habiendo gustado las primicias de la gloria que será revelada, podamos anhelar por una comunión más plena y perfecta con Él, para que dónde Él esté, nosotros podamos estar también, y disfrutar de la plenitud de esos gozos y delicias que están a su diestra para siempre.”
“De manera más particular, que a Dios provea en una manera especial a su siervo, que ahora es llamado a administrar el pan de vida a su casa, con sabiduría, fidelidad, celo y libertad de palabra, para que pueda usar bien la Palabra de Dios, dándole a cada uno su porción, en evidencia y demostración del Espíritu y de poder; y que el Señor circuncide los oídos y corazones de sus oyentes, para escuchar, amar y recibir con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar sus almas; que los haga como buena tierra para recibir la buena semilla de la Palabra, y los fortalezca contra las tentaciones de Satanás, contra los cuidados del mundo, contra la dureza de sus propios corazones, y contra cualquier otra cosa que pueda impedir que oigan para su provecho y salvación; para que Cristo sea formado en ellos, y viva en ellos, a fin de llevar todos sus pensamientos cautivos a la obediencia de Cristo y que confirme sus corazones en toda buena palabra y obra para siempre.”
Juzgamos que esto es un orden conveniente, en la oración ordinaria; aunque, como ministro puede dejar (como él juzgue prudentemente necesario) algunas de estas peticiones para después del sermón, u ofrecer a Dios algunas acciones gracias que más adelante se indicarán, en su oración antes de su sermón.
La predicación de la palabra, siendo el poder de Dios para la salvación, y una de las más grandes y excelentes obras que pertenecen al ministerio del Evangelio, debe llevarse a cabo de manera que el obrero no tenga de qué avergonzarse, sino que pueda salvarse a sí mismo y los que le escuchan.
Se presupone (según las reglas de ordenación), que el ministro de Cristo es una persona dotada en buena medida para una tarea de tal peso como ésta, por sus habilidades en los idiomas originales y en tales disciplinas y conocimientos que sirven de criadas al estudio teológico; por su conocimiento en todo el cuerpo de la teología, pero por encima de todo en las Sagradas Escrituras, teniendo sus sentidos y corazón ejercitados en ellas en un grado más alto que el creyente común; y por la iluminación del Espíritu de Dios y otros dones de edificación, los cuales (acompañados con la lectura y el estudio de la Palabra) él debería procurar aún más por medio de la oración y con un corazón humilde, determinándose en admitir y recibir cualquier verdad a la que todavía no ha llegado, siempre y cuando le plazca a Dios hacérsela conocer. Todo lo cual él ha de usar, y progresar en ello, en sus preparaciones privadas, antes de que entregue en público lo que él ha preparado.
Ordinariamente, el tema de su sermón tiene que ser algún texto de la Escritura, presentando algún principio o punto principal de la fe, o que es adecuado para alguna ocasión especial urgente; o puede tomar algún capítulo, Salmo o algún libro de las Sagradas Escrituras, como lo vea conveniente.
Que la introducción a su texto sea breve y clara, sacada del texto mismo, o del contexto, o de algún pasaje paralelo, o alguna frase general de las Escrituras.
Si el texto es largo, (como algunas veces tiene que serlo, en historias o parábolas), que dé un resumen breve de él. Si el texto es pequeño, una paráfrasis del mismo, si es necesario; en ambos casos, observando atentamente la intención del texto, y señalando los puntos principales y las bases de doctrina que de él va a establecer.
Al analizar y dividir su texto, tiene que considerar más el orden del asunto que de las palabras; y no cargar la memoria de los oyentes al principio con demasiados puntos de divisiones, ni molestar sus mentes con términos de estudio incomprensibles.
Al establecer doctrinas del texto, su cuidado debería ser, Primeramente, que el asunto sea la verdad de Dios. En segundo lugar, que sea una verdad contenida en ese texto o que esté fundada en él, para que los oyentes puedan discernir como la enseña Dios desde allí. En tercer lugar, que haga énfasis sobre todo en aquellas doctrinas que están principalmente el propósito del texto; y que procure al máximo la edificación de los oyentes.
La doctrina tiene que ser declarada en términos sencillos; o si cualquier parte de ella necesita explicación, debe ser expuesta así como han de ser aclaradas las implicaciones del texto. Los pasajes paralelos de la Escritura, que confirman la doctrina, en vez de ser muchos, que sean claros y apropiados, (si fueren necesarios), y que subrayen al propósito que se tiene en mano y lo apliquen.
Los argumentos o razones tienen que ser sólidos y hasta donde sea posible convincentes. Las ilustraciones, del tipo que sea, deben ser iluminadoras, y tales que ayuden al oyente a entender la verdad en su corazón con deleite espiritual.
Si alguna duda patente parece brotar de las Escrituras, del razonamiento o de los prejuicios de los oyentes, es muy necesario solucionarla, resolviendo las diferencias aparentes, dando respuesta a los razonamientos, y descubriendo y quitando las causas que ocasionan los escrúpulos y errores. Por otra parte, no es apropiado distraer los oyentes planteando o respondiendo objeciones vanas, nocivas, las cuales, como no tienen fin, por el hecho de plantearlas y responderlas entorpecen más bien que promueven la edificación.
El [ministro] no ha de permanecer en la doctrina general, si bien ella nunca será demasiado aclarada y confirmada, sino que debe mostrar su especial uso por la aplicación a los oyentes: lo cual, sin embargo, resulta ser una obra de gran dificultad para sí mismo, pues requiere mucha prudencia, celo, y meditación, y al hombre natural y corrupto le va a ser muy desagradable; sin embargo él debe procurar llevarlo a cabo en tal manera, que sus oyentes puedan sentir que la Palabra de Dios es viva, eficaz y poderosa, y que discierne los pensamientos y las intenciones del corazón; y que si algún incrédulo o persona ignorante está presente, los secretos de su corazón puedan ser manifiestos, y dé gloría a Dios.
En la aplicación de la instrucción o información en el conocimiento de alguna verdad, que es un resultado de su doctrina, él puede (cuando sea conveniente) confirmarla con unos pocos argumentos sólidos del texto a mano, y con otros pasajes de la Escritura, o de la naturaleza de ese punto principal de teología, de la cual esa verdad es una rama.
En la refutación de las doctrinas falsas, no tiene que resucitar antiguas herejías, ni mencionar sin necesidad opiniones blasfemas. Pero, si el pueblo está en peligro de caer en un error, debe refutarlo sólidamente y procurar despejar dudas de sus juicios y consciencias contra toda objeción.
Al exhortar a los deberes y obligaciones, tiene (según lo vea necesario) que enseñar también los medios y cuáles son las maneras que ayudarán en su cumplimiento.
Al disuadir, reprender y amonestar en público, (lo cual requiere sabiduría especial), si existe algún motivo para ello, que no solamente manifieste la naturaleza y grandeza del pecado, con la miseria que acarrea, sino que también exponga el peligro al que sus oyentes están expuestos si son atrapados y sorprendidos en él; juntamente con los correctivos y las mejores maneras para evitarlo.
Al aplicar consolación, ya sea general contra toda tentación, o en particular contra ciertas dificultades o temores singulares, tiene que ser cuidadoso en responder las objeciones que puedan brotar en corazones perturbados y afligidos.
A veces también es necesario presentar algunas señales de prueba, (lo cual es muy provechoso, especialmente cuando se lleva a cabo por ministros aptos y de experiencia, con circunspección y prudencia, y las señales están claramente fundadas sobre las Sagradas Escrituras), por las cuales los oyentes podrán ser capaces de examinarse a sí mismos para ver si han logrado esas gracias, y si han cumplido aquellas obligaciones, a las cuales los está exhortando, o si son culpables de los pecados condenados, y que están en peligro de los juicios amenazados, o que son aquellos a quienes pertenecen las consolaciones propuestas; para que sean adecuadamente animados e incitados en cumplir con sus obligaciones, humillados por sus faltas y pecados, conmovidos con su peligro y fortalecidos con consuelo, según la condición de ellos lo demande tras ser examinados.
Y como no se necesita siempre proseguir con cada doctrina que halla en su texto, así también él ha de escoger sabiamente tales usos que por el lugar donde vive y sus conversaciones con su rebaño, encuentra más necesarios y oportunos; y entre estos, aquellos que puedan más atraer sus almas a Cristo, la fuente de luz, de santidad y de consuelo.
Este método no se prescribe como algo necesario para cada hombre, o sobre cada texto; sino solamente se recomienda, ya que por experiencia ha resultado ser de mucha bendición de Dios, y muy útil para el entendimiento y la memoria de las personas.
Más el siervo de Cristo, cualquiera que sea su método, debe cumplir con todo su ministerio:
1. Con diligencia, no haciendo la obra del Señor negligentemente.
2. Con claridad, para que el más ignorante pueda entender; presentando la verdad no con palabras persuasivas de sabiduría humana, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que no se haga vana la cruz de Cristo; absteniéndose también de usos improductivos de idiomas desconocidos, expresiones, palabras y frases extravagantes; y procurar citar en manera moderada frases de escritores eclesiásticos o de otros hombres, antiguos o modernos, por muy distinguidos que sean.
3. Con fidelidad, tomando en cuenta el honor de Cristo, la conversión, la edificación y la salvación del pueblo, y no su propio provecho o gloria; sin retener nada que pueda promover estas metas sacrosantas, impartiendo a cada uno su propia porción, y rindiendo igual respeto a todos, sin descuidar las personas más insignificantes, o tolerar a las más distinguidas en sus pecados.
4. Con sabiduría, moldeando todas sus doctrinas, exhortaciones y especialmente sus reprensiones, de manera que tengan la mayor eficacia posible; mostrando todo debido respeto a cada persona en su puesto y relación, sin mezclar sus propias pasiones o resentimientos.
5. Con seriedad, como es digno de la Palabra de Dios; evitando todo gesto, lenguaje, y expresión, que ocasione o instigue las corrupciones pecaminosas de las personas para que lo desprecien a él y a su ministerio.
6. Con un afecto entrañable, para que el pueblo pueda ver que todo lo que brota de su celo piadoso y deseo sincero es para hacerles bien.
7. Como enseñado por Dios y persuadido en su propio corazón, de que todo lo que él enseña es la verdad de Cristo; y caminar en ella delante de su rebaño, como un ejemplo para ellos; con diligencia, tanto en privado como en público encomendando sus labores a la bendición de Dios y teniendo un mirada vigilante sobre sí mismo, y del rebaño del cual el Señor lo ha hecho obispo. Así de esta manera la doctrina de verdad será mantenida incorrupta, muchas almas serán convertidas y edificadas, y él mismo recibirá consuelos múltiples de su labores aun en esta vida, y después la corona de gloria preparada para él en el siglo venidero.
Donde haya más de un ministro en una congregación, y éstos tengan diferentes dones, cada uno puede aplicarse a sí mismo de manera más particular ya sea en la doctrina o bien en la exhortación, según el don en que él más sobresalga, y como acuerden entre ellos.
Terminado el sermón, el ministro debe “Dar gracias por el gran amor de Dios, al enviarnos a su Hijo Jesucristo; por la comunicación de su Espíritu Santo; por la luz y la libertad del glorioso Evangelio, y por las bendiciones ricas y celestiales reveladas en él; tales, como la elección, el llamamiento, la adopción, la justificación, la santificación y la esperanza de gloria; por la bondad admirable de Dios al librar la nación de las tinieblas y tiranía anticristianas, y por todas las demás liberaciones nacionales; por la reforma de la religión; por el pacto; y por las muchas bendiciones temporales.”“Orar por la permanencia del Evangelio, y de todas las ordenanzas del mismo, en su pureza, poder, y libertad; tomar los puntos principales y más útiles del sermón y volverlos en breves peticiones de oración; y orar para que permanezca [el sermón] en el corazón, y que produzca fruto.“Orar para estar preparados para la muerte y el día del juicio, y para estar alerta para la venida de nuestro Señor Jesucristo; suplicar a Dios el perdón de las iniquidades de nuestras cosas santas, y de la aceptación de nuestro sacrificio espiritual, a través de los méritos y de la mediación de nuestro gran Sumo Sacerdote y Salvador el Señor Jesucristo.”
Y porque la oración que Cristo enseñó a sus discípulos no es tan sólo un modelo de oración, sino también es en sí misma la oración más completa, recomendamos que también se use en las oraciones de la Iglesia.
Y considerando que, la administración de los sacramentos, los ayunos públicos y días de acción de gracias y otras ocasiones especiales, pueden servir como ocasión para peticiones especiales y acciones de gracias, se requiere que se mencione algo de esto en nuestras oraciones públicas, (como en este tiempo, nuestra obligación es orar por una bendición sobre la Asamblea de Teólogos [de Westminster], por los ejércitos de tierra y mar, por la defensa del rey, del parlamento y del reino), cada ministro debe enfocarse en esto en su oración, antes y después del sermón, para esas ocasiones. Pero, en la manera en que lo va hacer, se le deja a su libertad, según Dios lo dirija y capacite en la piedad y en sabiduría para cumplir con su deber.
Terminada la oración, que un Salmo sea cantado, si no hay inconveniente alguno. Después de esto (a menos que siga otra ordenanza de Cristo, que concierne en ese tiempo a la congregación) que el ministro despida la congregación con una solemne bendición.
El BAUTISMO, del mismo modo que no debe aplazarse sin necesidad, no debe ser administrado en ningún caso por cualquier persona común, sino por un ministro de Cristo, llamado para ser mayordomo de los misterios de Dios.
Tampoco debe ser administrado en lugares privados, o en privado, sino en el lugar de la adoración pública, y en frente de la congregación, donde la gente pueda ver y oír lo más convenientemente posible; y no en lugares en donde las fuentes del bautismo, como en la época del papado, eran colocadas inapropiada y supersticiosamente.
El niño que va a ser bautizado, después de que se le haya notificado el ministro el día de antes, debe ser presentado por el padre, o (en caso de que se ausente por necesidad) por algún amigo cristiano en su lugar, declarando un serio deseo que el niño sea bautizado.
Antes del bautismo, el ministro debe hablar algunas palabras de instrucción, tocante a la institución, la naturaleza, el uso y los fines de este sacramento, demostrando,
“Que está instituido por Jesucristo Señor nuestro. Que es un sello del pacto de gracia, de nuestra implantación en Cristo, y de nuestra unión con Él, de la remisión de pecados, de la regeneración, de la adopción y vida eterna. Que el agua, en el bautismo, representa y simboliza tanto la sangre de Cristo (que quita toda la culpa de pecado, original y actual) como la virtud santificadora del Espíritu de Cristo contra el dominio de pecado y la corrupción de nuestra naturaleza pecaminosa. Que el acto de bautizar o aspersión y el lavamiento con agua, simboliza la limpieza de pecado por la sangre y por los méritos de Cristo, acompañado de la mortificación del pecado y la resurrección del pecado a novedad de vida, por virtud de la muerte y la resurrección de Cristo. Que la promesa es hecha a creyentes y a su simiente; y que la descendencia y la posteridad de los fieles, nacidos dentro la iglesia, tienen, por su nacimiento, parte en el pacto y el derecho al sello de éste, y a los privilegios externos de la iglesia, bajo el Evangelio, no menos que los hijos de Abraham en el tiempo del Antiguo Testamento (siendo el pacto de gracia, en su sustancia, el mismo; y la gracia de Dios y la consolación de los creyentes, más abundantes que antes). Que el Hijo de Dios recibió los niños pequeños en su presencia, abrazándolos y bendiciéndolos, diciendo, «Porque de tales es el reino de Dios.» Que los niños, por el bautismo, son solemnemente recibidos en el seno de la iglesia visible, diferenciados del mundo y de los que están afuera, y unidos con los creyentes. Que todos los que son bautizados en el nombre de Cristo, renuncian y, por su bautismo, están obligados a luchar contra el diablo, contra el mundo y contra la carne. Que ellos son cristianos y federalmente santos antes del bautismo y por consiguiente son bautizados. Que la gracia interna y la virtud del bautismo no está ligada a ese preciso momento en que es administrado; y que su fruto y eficacia se extiende por todo el curso de nuestra vida. Y que el bautismo externo no es tan necesario, que por falta de él, el bebé esté en peligro de condenación, o que los padres se acarreen culpa (mientras que ellos no desprecien o desatiendan la ordenanza de Cristo) cuándo y dónde [el bautismo] pueda tenerse.”
En estas o semejantes instrucciones, el ministro debe usar su propia libertad y sabiduría piadosa, en cuanto la ignorancia o los errores en la doctrina del bautismo, y la edificación del pueblo, lo requiera.
Él también debe amonestar a todos los que están presentes,
“A mirar atrás a su bautismo; a arrepentirse de sus pecados cometidos contra su pacto hecho con Dios; a avivar su fe; a sacar provecho y a emplear adecuadamente el uso de su bautismo, y del pacto sellado por esta manera entre Dios y sus almas.”
Él debe exhortar al padre,
“A considerar la gran misericordia de Dios hacia él y a su hijo; a criar el niño en el conocimiento de las bases de la religión cristiana y en la disciplina y amonestación del Señor; a hacerle saber el peligro de la ira de Dios hacia él mismo y a su hijo, si es negligente, demandando su promesa solemne de que cumplirá con su obligación.”
Habiendo hecho esto, la oración también de ser unida con la palabra de la institución, para la santificación del agua para este uso espiritual. Y el ministro debe orar así o de una manera semejante:
“Que el Señor, quien no nos ha dejado como extraños, sin las promesas del pacto, sino que nos ha llamado a los privilegios de sus ordenanzas, quiera por su misericordia santificar y bendecir su propia ordenanza del bautismo en esta ocasión. Que le plazca unir el bautismo interno de su Espíritu con el bautismo externo de agua; hacer de este bautismo al bebé un sello de adopción, de remisión de pecado, de regeneración y de vida eterna y de todas las demás promesas del pacto de gracia. Que el niño pueda ser plantado juntamente con Cristo en la semejanza de su muerte y resurrección; y que, siendo el cuerpo de pecado destruido en él, pueda servir a Dios en novedad de vida todos sus días.”
Luego el ministro debe preguntar por el nombre del niño, una vez dicho, él debe decir, (llamando al niño por su nombre),
“Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.”
Mientras pronuncia estas palabras, él ha de bautizar al niño con agua. Lo cual, en cuanto a la manera de hacerlo, no es tan solo legítimo pero también suficiente y muy conveniente, al verter o rociar el agua sobre el rostro del niño, sin añadir cualquier otra ceremonia.
Hecho esto, él debe dar gracias y orar, para éste o con un propósito semejante:
“Reconociendo con toda gratitud, que el Señor es verdadero y fiel en guardar el pacto y la misericordia. Que Él es bueno y misericordioso, no sólo por contarnos entre el número de sus santos, sino también porque le place otorgar sobre nuestros hijos esta señal y símbolo único de su amor en Cristo. Que, en su verdad y providencia particular, Él diariamente introduce algunos al seno de Su iglesia, para ser partícipes de sus beneficios inestimables, comprados por la sangre de su amado Hijo, para la extensión y crecimiento de Su iglesia.”“Y orando, que el Señor quiera aun continuar y diariamente confirmar más y más éste su favor inefable. Que Él quiera recibir el bebé que ahora se bautiza y que solemnemente entra a la familia de la fe, a su enseñanza paternal y defensa y que se acuerde de él con el mismo favor que Él muestra a Su pueblo; que, por si él es tomado fuera de esta vida en su infancia, el Señor, quien es rico en misericordia, le plazca recibirlo en Su gloria. Y si él llega a vivir y alcanzar los años de discernimiento, que el Señor lo enseñe por Su palabra y Espíritu y que para él haga su bautismo eficaz, y así sostenido por su poder y gracia divinas, que por fe pueda triunfar contra el diablo, contra el mundo y contra la carne, hasta que en el fin obtenga una completa victoria final, y que así sea guardado por el poder de Dios por medio de la fe para salvación, por medio de Jesucristo, Señor nuestro.”
La comunión, o la cena del Señor, tiene que ser celebrada frecuentemente, pero cuán a menudo, puede ser considerado y determinado por los ministros y otros gobernantes de la iglesia de cada congregación, según ellos lo encuentren más conveniente para el consuelo y para la edificación del pueblo que está bajo su cargo. Y acerca de cuando sea administrada, juzgamos que es conveniente que sea hecha después del sermón de la mañana.
Los ignorantes y los que causan tropiezo no son dignos de recibir el sacramento de la Santa Cena.
Donde este sacramento no se puede administrar frecuentemente con conveniencia, se requiere que se anuncie en público la celebración de este sacramento en el día de reposo anterior a su administración. Y que en ese día o cualquier otro de esa semana, se enseñe algo acerca de esa ordenanza, cómo prepararse adecuadamente, y sobre la participación de ella; para que, por el uso diligente de todos los medios santificados de Dios para ese fin, tanto en público como en privado, todos puedan llegar mejor preparados para ese banquete celestial.
Cuando ha llegado el día para la administración, el ministro, habiendo terminado su sermón y oración, hará una pequeña exhortación:
“Expresando el beneficio inestimable que tenemos por este sacramento, junto con los fines y usos del mismo; exponiendo la gran necesidad de renovar nuestros consuelos y fuerzas por este medio en este nuestro peregrinaje y lucha; lo necesario que es que nos acerquemos a este [sacramento] con conocimiento, con fe, con arrepentimiento, con amor y con almas hambrientas y sedientas de Cristo y de sus beneficios; lo grande que es el peligro de comer y beber indignamente.”“A continuación, él debe, en el nombre de Cristo, por una parte, amonestar a todos los que son ignorantes, causa de tropiezo, profanos, o que viven en cualquier pecado o delito en contra de su conocimiento o de su conciencia, a que no se atrevan acercarse a esa mesa santa; mostrándoles, que el que come y bebe indignamente, come y bebe juicio para sí mismo. Y, por otra parte, él debe en una manera especial invitar y animar a todos los que están fatigados bajo el sentimiento de la carga de sus pecados y por el temor de la ira [divina], y desean alcanzar un mayor progreso en gracia de lo que han alcanzado, a que se acerquen a la mesa del Señor; asegurándoles, en mismo nombre [de Cristo] tranquilidad, refrigerio, y fuerzas a sus almas débiles y fatigadas.”
Después de este exhortación, amonestación, e invitación (estando la mesa decentemente cubierta de antemano y situada convenientemente, de manera que los comunicantes puedan sentarse con orden alrededor o cerca de ella, el ministro debe comenzar el acto santificando y bendiciendo los elementos del pan y del vino puestos ante él, (el pan en platos apropiados y decentes, preparado de manera que al ser partido y dado por él, pueda ser distribuido entre los comunicantes; lo mismo con el vino en vasos grandes), habiendo primero, en pocas palabras, mostrado que esos elementos (que en otras circunstancias son cosas comunes) ahora son puestos aparte y santificados para este uso santo, por la Palabra que los instituyó y por la oración.
Que las palabras que instituyeron [la Santa Cena] sean leídas de los Evangelios, o de la Primera Epístola del Apóstol Pablo a los Corintios, capítulo 11:23. “Yo recibí del Señor, etc…” hasta el versículo 27, las cuales cuando el ministro, vea necesario, las explique y las aplique.
Que la oración, acción de gracias, o bendición del pan y del vino, sea hecha de esta manera semejante:
“Con un reconocimiento humilde y sincero de la grandeza de nuestra miseria, de la cual ningún hombre ni ángel pudieron librarnos, y de nuestra gran indignidad de las misericordias más pequeñas de Dios; dar gracias a Dios por todos sus beneficios y especialmente por ese gran beneficio de nuestra redención, el amor de Dios el Padre, los sufrimientos y méritos del Señor Jesús Cristo el Hijo de Dios, por quien somos redimidos; y por todos los medios de gracia, la palabra y los sacramentos; y por este sacramento en particular, por el cual Cristo, y todos sus beneficios, nos son aplicados y sellados, los cuales (no obstante sean negados a otros) son en gran misericordia prolongados entre nosotros, a pesar de que los hayamos tantas veces y por tan largo tiempo profanado.”“Confesar que no hay otro nombre bajo el cielo por cual podamos ser salvos, sino el nombre de Jesús Cristo, y por quien solamente recibimos libertad y vida, tenemos acceso al trono de gracia, somos admitidos para comer y beber de su propia mesa, y somos sellados por Su Espíritu para una certeza de dicha y vida eterna.”“Pedir solícitamente a Dios, el Padre de misericordias y el Dios de toda consolación, el concedernos su presencia misericordiosa y la obra eficaz de Su Espíritu en nosotros; y así santificar estos elementos tanto del pan y del vino y bendecir su propia ordenanza, para que podamos recibir por fe el cuerpo y la sangre de Jesucristo, crucificado por nosotros, y así alimentarnos de Él, para que Él sea uno con nosotros y nosotros uno con Él; para que Él viva en nosotros y nosotros en Él y para Él quien nos ha amado y se ha entregado a si mismo por nosotros.”
Todo lo cual él debe procurar llevarlo a cabo con un sentir y devoción apropiados, que correspondan a semejante acto santo y despertar esto mismo en los presentes.
Siendo ahora los elementos santificados por la Palabra y por la oración, el ministro, estando presente en la mesa, debe tomar el pan en su mano y decir, en estas expresiones, (ú otras semejantes, usadas por Cristo o su apóstol sobre esta ocasión):
“Según la santa institución, el mandamiento y el ejemplo de nuestro bendito Salvador Jesús Cristo, yo tomo este pan y habiendo dado gracias, lo parto y os lo doy; (allí el ministro, quién también va a participar, debe partir el pan y dárselos a los comunicantes). Tomad, comed; esto es el cuerpo de Cristo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de Él.»
En manera semejante el ministro debe tomar la copa, y decir, en estas expresiones, (ú otras semejantes, usadas por Cristo o su apóstol sobre esta ocasión):
“Según la institución, el mandamiento y el ejemplo de nuestro Señor Jesús Cristo, yo tomo esta copa y os la doy; (allí él la da a los comunicantes); Esta copa es el nuevo pacto en la sangre de Cristo, que es derramada para la remisión de los pecados de muchos, bebed de ella todos.”
Después de que todos hayan participado, el ministro, en pocas palabras, puede recordarles,
“De la gracia de Dios en Jesús Cristo, presentada en este sacramento, y exhortarlos a que caminen como es digno de ello.”
El ministro debe dar solemnes gracias a Dios,
“Por su rica misericordia e inestimable bondad, que les ha concedido en este sacramento; y rogar perdón por los defectos de todo el servicio y por la ayuda misericordiosa de su buen Espíritu, por el cual ellos puedan caminar en la fortaleza de esa gracia, como conviene a aquellos que han recibido tan grandes prendas de salvación.”
Las ofrendas para los pobres deben llevarse de tal manera, que por esto ninguna parte de la adoración pública sea estorbada.
El Día del Señor debe ser recordado con antelación, de manera que toda ocupación mundanal de nuestra vocación ordinaria se concluya ordenadamente y sea puesta de lado de manera oportuna y conveniente, para no ser impedimento para que el día se santifique dignamente cuando éste llegue.
Todo el día debe ser guardado como santo al Señor, tanto en público como en privado, por ser éste el reposo cristiano. Para tal fin, es necesario que haya una cesación santa o descanso todo ese día de labores innecesarias; y abstenerse, no sólo de todo tipo de deportes y pasatiempos, sino también de toda palabra y pensamiento mundanos.
Que la comida para ese día se prepare de modo que ni los siervos sean detenidos innecesariamente de la adoración pública de Dios, ni cualquier otra persona sea impedida de santificar ese día.
Que haya preparaciones individuales de cada persona y familia, con oración por sí mismos y por la ayuda de Dios sobre el ministro, y por una bendición sobre su ministerio; y con otros semejantes ejercicios santos, que puedan inclinarlos a una más agradable comunión con Dios en sus ordenanzas públicas.
Que todo el pueblo se reúna a tiempo para la adoración pública, para que toda la congregación pueda estar presente al comienzo y con un corazón solemnemente unido en todas las partes de la adoración pública, y no irse hasta después de la bendición.
Que el tiempo libre, entre o después de las reuniones solemnes de la congregación en público, se ocupe en la lectura, en la meditación, en recordar el sermón y especialmente en llamar a sus familias para dar un relato de lo que han oído y en estudiar el catecismo, en conversaciones santas, en oración por una bendición sobre las ordenanzas públicas, en cantar salmos, en visitar a los enfermos, en ayudar a los pobres y obras semejantes de piedad, caridad y misericordia, considerando el día de reposo un deleite.
Aunque el matrimonio no es un sacramento, ni peculiar a la iglesia de Dios, sino algo común al ser humano y de interés público en cada nación; sin embargo, por el motivo de que los que se casan deben casarse en el Señor, y tienen una necesidad especial de instrucción, dirección y exhortación de la Palabra de Dios cuando entran en esa nueva relación, así como de la bendición de Dios sobre ellos en su matrimonio, juzgamos que es apropiado que el matrimonio sea solemnizado por un ministro legítimo de la Palabra de Dios, para que los pueda aconsejar adecuadamente y orar por una bendición sobre ellos.
El matrimonio tiene que ser entre un hombre y una sola mujer solamente; y ellos no han de tener los grados de consanguinidad o parentesco que prohíbe la Palabra de Dios; las pareja debe ser ya de una edad de discernimiento, capaces para hacer sus propias decisiones, o, por buenas razones, dar su consentimiento mutuo.
Antes de la celebración del matrimonio entre cualquier persona, el propósito del matrimonio será anunciado por el ministro por tres semanas de anticipación ante la congregación, en el lugar o lugares respectivos de su residencia de costumbre. De este anuncio el ministro que los unirá en matrimonio debe tener suficiente testimonio [testigos], antes que proceda a solemnizar el matrimonio.
Antes del anuncio de que se van a casar, (sí la pareja son menores de edad), el consentimiento de los padres, o de otros, que tienen responsabilidad sobre ellos, (en caso que los padres hayan fallecido), debe comunicarse a los oficiales de la iglesia de esa congregación, para ser archivado.
Esto mismo debe llevarse a cabo en el procedimiento de todos los demás, aunque ya tengan edad, cuyos padres aún viven, si es su primer matrimonio.
Y, en matrimonios subsecuentes de cualquiera de las partes, se les exhortará de no contraer matrimonio sin informarlo primero a los padres, si se puede hacer convenientemente, para procurar el consentimiento de ellos.
Los padres como no deben forzar sus hijos a casarse sin su libre consentimiento, así tampoco deben negar su propio consentimiento si no hay motivos justos.
Después de que el propósito o el compromiso haya sido anunciado, el matrimonio no debe demorarse por mucho tiempo. Así pues el ministro, habiéndolo anunciado con tiempo suficiente de antelación, y si no se ha presentado ningún impedimento, debe solemnizarlo públicamente en el lugar propuesto por mandato para la adoración pública, ante un número de testigos calificados dignos de confianza a alguna hora conveniente del día, a cualquier tiempo del año, excepto en días de ayuno o humillación pública. Y aconsejamos que no se haga en el Día del Señor.
Y por razón de que toda relación es santificada por la palabra y la oración, el ministro debe orar por una bendición sobre ellos, de una manera semejante:
“Reconociendo nuestros pecados, por los cuales nos hemos hechos indignos de las menores de todas las misericordias de Dios y lo hemos provocado para amargar todo nuestro bienestar; con solicitud, en el nombre de Cristo, rogar al Señor (cuya presencia y favor consiste la dicha cada estado, y endulza cada relación) para que Él sea su porción y los admita y acepte en Cristo, quienes ahora serán unidos en el estado honroso del matrimonio, el pacto de su Dios. Y que como los ha unido por su providencia, los santifique por Su Espíritu, dándoles un nuevo corazón apto para su nuevo estado; enriqueciéndolos con toda gracia para cumplir con sus obligaciones, gozar de su bienestar, soportar las preocupaciones y resistir las tentaciones que acompañan a ésta condición, como conviene a cristianos.”
Terminada la oración, es conveniente que el ministro les declare brevemente de las Escrituras lo siguiente,
“La institución, el uso y los fines del matrimonio, con las obligaciones conyugales, las cuales, con toda fidelidad, deben cumplir el uno al otro; exhortándoles a que estudien la santa Palabra de Dios, para que puedan aprender a vivir por fe y en contentamiento en medio de todo tipo de cuidado y problema matrimonial, santificando el nombre de Dios, en el uso agradecido, sobrio y santo de toda felicidad conyugal; vigilándose y estimulándose el uno al otro al amor y a las buenas obras; y vivir juntos como herederos de la gracia de la vida.”
Después de exhortar solemnemente a las personas que se casan, ante el gran Dios, que examina todos los corazones, y a quien deben dar una cuenta estricta en el último día, [pregunta el ministro] que si cualquier de ellos conoce alguna causa (por un compromiso previo u otra cosa) por los que no puedan proceder legalmente con el matrimonio, que ahora lo hagan saber. El ministro (si no se ha reconocido impedimento alguno) hará primero que el hombre tomé la mujer por la mano derecha, diciendo estas palabras:
“Yo, (nombre), te tomo, (nombre), para ser mi legítima esposa, y en la presencia de Dios, y ante esta congregación, prometo y hago pacto de serte un esposo amante y fiel, hasta que Dios nos separé por la muerte.”
Entonces la mujer tomará al hombre por la mano derecha y dirá estas palabras:
“Yo, (nombre), te tomo, (nombre), para ser mi legítimo esposo, y yo, en la presencia de Dios, y ante esta congregación, prometo y hago pacto de serte una esposa amorosa y fiel y obediente, hasta que Dios nos separé por la muerte.”
Luego, sin alguna ceremonia más, el ministro, delante de la congregación, los pronunciará marido y mujer, según la ordenanza de Dios; concluyendo el acto con una oración semejante:
“Que al Señor le plazca unir a su propia ordenanza su bendición, implorándole que prospere las personas ahora casadas, como con otras prendas de su amor, en particular con los consuelos y frutos del matrimonio, para la alabanza de su abundante misericordia, en Cristo Jesús y por medio de Él.”
Un archivo será cuidadosamente guardado, en donde los nombres de las parejas que se han casado, con la fecha de su matrimonio, será inmediatamente registrado en un libro provisto para ese propósito, para que cualquiera pueda examinarlo.
La obligación del ministro no es tan solo enseñar públicamente a la gente que está bajo su cargo, sino también [hacerlo] privadamente; y particularmente en amonestar, exhortar, reprender y consolarlos, en toda ocasión apropiada, según su tiempo, fuerza y seguridad personal se lo permita.
Él debe amonestarlos, en tiempos de salud, para que se preparen para la muerte. Para ese propósito, ellos deben reunirse a menudo con sus ministros para discutir el estado de sus almas. En tiempos de enfermedad, [el enfermo] debería buscar el consejo y ayuda del ministro, con tiempo y oportunamente, antes de que sus fuerzas y entendimiento le fallen.
Los tiempos de enfermedad y aflicción son oportunidades especiales puestas sus manos por Dios para ministrar palabras adecuadas a las almas fatigadas; porque entonces las conciencias de los hombres están o deberían estar más despertadas acerca de su estado espiritual para la eternidad; y Satanás también toma ventaja para cargarlos con tentaciones mucho más amargas y severas; por consiguiente el ministro, siendo llamado y acudiendo al enfermo, debe aplicarse, con todo amor y ternura, en suministrar algún bien espiritual a su alma, para tal efecto.
De la consideración de la enfermedad presente, puede instruirle de las Escrituras, que las enfermedades no vienen por casualidad, o por el desgaste del cuerpo solamente, sino por la sabiduría y dirección ordenada de la buena mano de Dios, a cada persona en particular que es afectada por ellas. Y que, si se le ha sido impuesta por desagrado divino por algún pecado, o para su corrección y enmienda, o para poner a prueba y ejercitar sus dones y gracias de Dios en él, o para otro fin especial y excelente, todos sus sufrimientos servirán para su provecho, y obrarán para su propio bien, si él con sinceridad procura hacer un uso santificado de esta visitación [enfermedad] de Dios, sin menospreciar su castigo, ni fatigarse por su corrección.
Si se da cuenta de que es ignorante [en cuanto a la fe], lo examinará sobre los puntos principales de la religión, especialmente sobre el arrepentimiento y la fe. Y según él vea motivos, lo instruirá en la naturaleza, en el uso, en la excelencia y en la necesidad de obtener esas gracias salvadoras, así como también sobre el pacto de gracia, y de Cristo el Hijo de Dios, el Mediador del mismo, y acerca de la remisión de pecados por la fe en Él.
Él exhortará a la persona enferma a que se examine, para considerar, escudriñar y juzgar su conducta anterior y su estado para con Dios.
Si la persona enferma le declara algún temor, duda, o tentación que la aflige, le impartirá instrucciones y consejos para calmarla y tranquilizarla.
Si resulta que la persona no tiene un discernimiento adecuado de sus pecados, se deben hacer esfuerzos para convencerla de sus pecados, de la culpabilidad y el castigo que ellos acarrean; así de la suciedad y de la contaminación que el alma contrae por ellos; como también de la maldición de la ley y de la ira de Dios que merecen; para que sea realmente conmovida y humillada por ellos; además de darle a conocer el peligro de demorar su arrepentimiento, y el peligro de desatender la salvación cuando se le está ofreciendo, con el fin de despertar su conciencia y levantarla de una condición necia y confiada, y de apercibir la justicia y la ira de Dios, ante cuya presencia nadie puede sostenerse, pero que esta persona, así perdida en sí misma, puede apoyarse en Cristo por fe.
Si la persona ha procurado andar en los caminos de santidad y servir a Dios con rectitud, aunque no sin muchas fallos y debilidades; o, si su espíritu se halla quebrantado con un sentimiento de pecado, o deprimido por que no puede apercibir el favor de Dios, entonces será apropiado levantarlo, al presentarle la gracia de Dios que es gratuita y plena, la suficiencia de la justicia que hay en Cristo, los ofrecimientos misericordiosas en el Evangelio, que todos los que se arrepienten y creen con todo su corazón en la misericordia de Dios por medio de Cristo, renunciando su propia justicia, tendrán vida y salvación en Él. Será también útil mostrarle que no hay de que temer, que la muerte en sí misma no puede dañar espiritualmente a los que están en Cristo, porque el pecado que es el aguijón de la muerte, ha sido quitados por Cristo, quien ha librado a todos los que son suyos de la esclavitud del temor de la muerte, triunfando sobre el sepulcro, dándonos la victoria, y que Él mismo ha entrado en su gloria para preparar lugar para su pueblo; de manera que ni la vida ni la muerte podrá separarnos del amor de Dios en Cristo, en quien los tales están seguros, aunque ahora deban ser puestos en el polvo, para obtener una gozosa y gloriosa resurrección para vida eterna.
También se puede dar consejo [a la persona enferma], de tener cuidado de no albergar una vana confianza en la misericordia, o en lo bueno que es para ir al cielo, con el fin de que renuncie todo mérito en sí misma, y que confíe enteramente en la misericordia de Dios, en los únicos méritos y en la mediación de Jesucristo, quien se ha comprometido en no echar fuera nunca quienes en verdad y sinceridad vienen a Él. También hay que cuidado en que la persona enferma no se hunda en la desesperación, por una tan severa representación de la ira de Dios que merecen sus pecados, sin ser aliviada con una presentación sensible de Cristo y de Su mérito como una puerta de esperanza para todo creyente arrepentido.
Cuando el enfermo ya está tranquilo y menos perturbado, y otros deberes necesarios alrededor sean menos estorbados, el ministro, si desea, podrá orar con él y por él, en una manera semejante:
“Confesando y lamentando del pecado original y de pecados actuales; de la condición miserable de todos por naturaleza, siendo hijos de ira y bajo maldición; reconociendo que toda enfermedad, malestar, muerte y el mismo infierno, son resultados y efectos propios del pecado; implorando la misericordia de Dios a favor del enfermo, por medio de la sangre de Cristo; rogando que Dios abra sus ojos, que le haga ver sus pecados, que lo haga verse perdido en sí mismo, que le haga saber la causa por qué Dios lo ha afligido, que le revelé a Jesucristo a su alma para justicia y vida, que le dé su Espíritu Santo para que lo engendre y fortalezca la fe para asirse de Cristo, para producir en él evidencias consoladoras de su amor, para armarlo contra las tentaciones, para alejar su corazón del mundo, para santificar su visitación [enfermedad] presente, para proveerle con paciencia y fuerzas para sobrellevarla, y para darle perseverancia en la fe hasta el fin.”
“Que, si le place a Dios añadir a sus días, también le plazca bendecir y santificar todos los medios para su recuperación; para alejar la enfermedad, para renovar sus fuerzas y capacitarlo para andar como es digno de Dios, con un recordación fiel y un diligente cumplimiento de tales votos y promesas de santidad y obediencia, como los hombres suelen hacer en tiempos de enfermedad, para que él pueda glorificar a Dios en lo que resta de su vida.”“Y, si Dios ha determinado poner fin a sus días por la visitación [enfermedad] presente, que él pueda hallar tales evidencias del perdón de todos sus pecados, de su parte en Cristo y la vida eterna por medio de Cristo, que pueda renovar su hombre interior, mientras su hombre exterior se debilita; con el fin de que pueda contemplar la muerte sin temor, confiarse completamente a Cristo sin dudar, deseando partir y estar con Cristo, y así recibir el fin de su fe, que es la salvación de su alma, por medio de los únicos méritos y la intercesión del Señor Jesucristo, nuestro único Salvador y todo suficiente Redentor.»El ministro también lo amonestará (cuando haya causa) a poner su casa en orden, para prevenir así inconveniencias; a tomar cuidado de pagar sus deudas y restituir o reparar cualquier daño que haya hecho; reconciliarse con quienes haya estado en desacuerdo y perdonar completamente a todos los hombres sus pecados contra él, como él mismo espera ser perdonado por Dios.
Finalmente, el ministro puede aprovechar la ocasión presente para exhortar a los que están alrededor del enfermo a considerar su propia mortalidad, volverse al Señor y reconciliarse con Él; en tiempos de salud prepararse para la enfermedad, para la muerte y para el día del juicio; y todos los días de su vida determinados esperar hasta que tengan que partir de esta vida, para que cuando Cristo, quien es nuestra vida, se manifieste, ellos sean manifestados con Él en gloria.
Cuando alguna persona parta de está vida, que el cuerpo del difunto, en el día del entierro, sea acompañado decentemente de la casa al lugar determinado para el entierro público y allí ser inmediatamente enterrado, sin ceremonia alguna.
Y por cuanto la costumbre de arrodillarse, y orar al lado o hacia el cuerpo y otras prácticas semejantes, en el lugar donde descansa antes de ser llevado al entierro, son supersticiones; y por cuanto esto del orar, leer y cantar, antes y después de ir al entierro, han sido gravemente abusados y de nada sirven a los muertos, pero han resultado perniciosos en muchas maneras a los vivos; por lo tanto, que se desechen todas estas prácticas.
Sea como fuere, juzgamos muy conveniente, que amigos cristianos, que acompañan el cuerpo difunto al lugar determinado para el entierro público, se ocupen ellos mismos a meditaciones y conversaciones apropiadas para la ocasión; y que el ministro, como en otras ocasiones, así en este tiempo, si está presente, les haga recordar cuáles son sus obligaciones y deberes respectivos.
Que esto no se extienda al punto de privar el respeto o cortesía civil adecuados en el entierro, acordes al honor y estado del que ha fallecido mientras estaba en vida.
Cuando se inflijan sobre una población ciertos juicios, grandes y notables, o se apercibe que están cercanos, o porque ciertas provocaciones extraordinarias los merezcan notoriamente; como también cuando ciertas bendiciones singulares se imploran y se obtienen, el ayuno público solemne (que debe extenderse en todo el día) es un deber que Dios espera de esa nación o pueblo.
El ayuno religioso requiere abstenerse totalmente, no tan solo de toda comida, (excepto cuando la debilidad del cuerpo lo incapacite para aguantar hasta que el ayuno haya terminado, en cuyo caso se puede comer algo, pero de manera muy ligera, para sustentar el cuerpo cuando haya señas de desmayos) pero también de todo empleo, conversaciones y pensamientos mundanos, y de todo deleite corporal, y de cosas semejantes (aunque en otras ocasiones son legítimas), vestidos costosos, adornos, y cosas semejantes, durante el ayuno; y aún mucho más de aquellas cosas que en su naturaleza o uso son de tropiezo y ofensivas, como prendas llamativas y ostentosas, hábitos y expresiones lascivas, y otras vanidades de cualquier sexo; todo lo cual lo recomendamos a todo ministro, donde reside, que desapruebe con diligencia y con celo, como lo hace en otras ocasiones, así con mayor razón durante un ayuno, sin hacer acepción de personas, según lo demande la ocasión.
Antes de que se reúnan como iglesia, cada familia y persona deben emplear en privado todo esmero espiritual para preparar sus corazones a este ejercicio solemne y estar temprano en la congregación.
Una tan larga porción del día como sea conveniente, debe emplearse en la lectura pública y en la predicación de la Palabra, en cantar Salmos adecuados para despertar deseos y disposiciones que correspondan a este deber presente: pero sobre todo en la oración, de ésta o de una manera semejante:
“Dando gloria a la gran Majestad de Dios, el Creador, Preservador y Gobernante supremo de todo el mundo, para que nos incline y disponga mejor por estos medios con una reverencia y temor santo de Él; reconociendo sus múltiples, grandes y tiernas misericordias, especialmente a la iglesia y a la nación, para ablandar y humillar más eficazmente nuestros corazones ante Él; confesando humildemente toda clase de pecados, con sus diversos agravantes; justificando y declarando que los justos juicios de Dios son muy pequeños en comparación de lo que merecen nuestros pecados; implorando, sin embargo, con humildad y diligencia su misericordia y gracia para nosotros, para la iglesia y para la nación, para nuestro rey y todos los que ejercen autoridad, y para todos por quienes tenemos que orar, (según la situación presente lo requiera), con mayor importunidad é insistencia que en cualquier otro tiempo; aplicando por fe las promesas y la bondad de Dios para el perdón, para el socorro y liberación de los males que nos han venido, de los que tememos que vengan, o de los que merecemos; y para obtener las bendiciones que necesitamos y que esperamos, junto con una entrega total y para siempre de nosotros al Señor.”
En todas estas cosas, los ministros, que son portavoces del pueblo hacia Dios, deberían de tal manera orar con su corazón, después de una meditación de antemano seria y total de ellas [juicios, bendiciones], que tanto ellos como su pueblo puedan ser en gran manera conmovidos y aun deshacerse en lágrimas con todo esto, especialmente con tristeza por sus pecados; para que pueda realmente ser un día de profunda humillación y aflicción de alma.
Una selección especial debe hacerse de tales Escrituras que serán leídas, y de tales textos que serán predicados, como obren mejor en los corazones de los oyentes por motivo de la ocasión presente y que más los incline a la humillación y al arrepentimiento; haciendo más hincapié en aquellos detalles que la observación y experiencia de cada ministro le dicte que conducirán a una mayor edificación y reforma de la congregación a la que predica.
Antes de terminar los ejercicios públicos, el ministro debe, en su propio nombre y de la gente, comprometer tanto su corazón como el de ellos para ser del Señor, con un propósito declarado y una determinación de reformar cualquier cosa mala entre ellos, y más particularmente de aquellos pecados de los que ellos han sido más notoriamente culpables; y acercarse a Dios y caminar con Él en mayor intimidad y fidelidad en una nueva obediencia, como nunca antes.
También él tiene que amonestar al pueblo, con toda importunidad, para que la obra de ese día no termine con los ejercicios públicos, sino que ellos mismos deben aprovechar el resto del día y de toda su vida, en confirmar, en ellos mismos y en sus familias en privado, todas esas disposiciones piadosas y determinaciones que profesaron públicamente, de manera que permanezcan en sus corazones para siempre y que ellos mismos puedan hallar en manera más real que Dios ha apercibido un olor grato en Cristo por sus acciones, y que se ha reconciliado con ellos, al dar respuesta a sus oraciones, al perdonar sus pecados, al alejar juicios, al impedir o prevenir plagas, y al impartirles bendiciones, acordes con el estado y oraciones de su pueblo, por Jesucristo.
Además de los ayunos generales y solemnes impuestos por autoridad, juzgamos que en otras ocasiones, las congregaciones pueden tener días de ayunos, según la providencia divina les administre ocasiones extraordinarias; y también que las familias pueden hacer lo mismo, de manera que no sea en días en los que la congregación a la cual pertenecen se vaya a reunir para ayuno, o para cualquier otro deber público de adoración.
Cuando se va a observar uno de tales día, que se anuncie convenientemente de antemano, así como también la causa u ocasión, para que la gente pueda prepararse mejor para este fin.
Llegado el día, y estando la congregación (después de preparaciones privadas) reunida, el ministro debe comenzar con una palabra de exhortación, para estimular al pueblo a este deber por el cual se han reunido y con una breve oración implorar la ayuda y bendición de Dios, (como en otras reuniones para la adoración pública), según la ocasión particular de su reunión.
Que el ministro entonces relate de modo preciso la liberación que se ha alcanzado o la misericordia que se ha recibido, o acerca de cualquier cosa que haya ocasionado esta reunión de congregación, para que todos puedan mejor comprender, o recordar estas cosas, y sean aún más conmovidos con ellas.
Y, porque el cantar Salmos es, de todas las demás ordenanzas, la más adecuada para expresar gozo y agradecimiento, que algún Salmo o Salmos apropiados sean cantados para ese propósito, antes o después de la lectura de alguna porción de la Palabra apropiada para la ocasión presente.
Luego que el ministro, quien vaya a predicar, proceda a dar exhortaciones y oraciones adicionales antes de su sermón, con referencia especial a la obra presente; después de lo cual, que predique sobre algún texto de las Escrituras pertinente a la ocasión.
Terminado el sermón, que no solamente ore, como se indica hacerlo en otras ocasiones después de de la predicación, haciendo memoria de las necesidades de la iglesia, del rey y de la nación, (si se omitieron antes del sermón), sino que también se extienda en las acciones de gracias debidas y solemnes por misericordias y liberaciones antes recibidas; pero más en especial por aquello que ahora los tiene allí reunidos para dar gracias; con humildes ruegos para que Dios continúe y renueve sus misericordias acostumbradas, según la necesidad lo requiera, y para obtener gracia santificadora para hacer un uso correcto de las mismas. Y así, habiendo cantado otro Salmo, apropiado a la misericordia recibida, que despida la congregación con una bendición, para que puedan tener algún tiempo conveniente para su alimentación y descanso.
Pero el ministro, antes de despedirlos, debe amonestarlos solemnemente a guardarse de todo abuso y libertinaje en placeres (que llevan a la glotonería o borrachera y a muchos más pecados de este tipo) en su alimentación y descanso; y que se asegure que su gozo y celebración no sea carnal, sino espiritual, lo cual hace que la alabanza de Dios sea gloriosa y a ellos mismos humildes y sobrios; y que tanto su comida y celebración les imparta mayor gozo y libertad, para celebrar aún más sus alabanzas en medio de la congregación, cuando vuelvan otra vez en lo que quede del día.
Cuando la congregación vuelva a reunirse, debe reanudar y continuar el mismo orden en la oración, la lectura, la predicación, el cantar Salmos y el ofrecer más alabanzas y acciones de gracias, que se dirigió por la mañana, hasta donde el tiempo les permita.
En una o en ambas de las reuniones públicas de ese día, una ofrenda debería recogerse para los pobres, (y de la misma manera en el día de humillación pública), para que sus esfuerzos sean de bendición y ellos se regocijen más con nosotros. Y que el pueblo sea exhortado al final de la última reunión, a pasar el resto del día en deberes piadosos y expresiones de amor y caridad cristiana los unos a los otros y regocijándose más y más en el Señor; como es digno de aquellos que hacen el gozo del Señor su fortaleza.
Es un deber de todo cristiano adorar a Dios públicamente, por medio del canto de Salmos cuando están reunidos en la congregación y también privadamente en la familia.
Al cantar los Salmos, la voz debe ser melodiosa, seria y solemne, pero el cuidado principal es cantar con el entendimiento y con gracia en el corazón, haciendo melodía al Señor.
Que toda la congregación se reúna para esto, y todos los que puedan leer deben tener un Salterio; y todos los demás que no están incapacitados por la edad u otra cosa, deben ser exhortados a aprender a leer. Mas por el presente, donde muchos en la congregación no pueden leer, es conveniente que el ministro, u otra persona apta, asignada por el ministro y por los otros oficiales gobernantes, lea el Salmo, línea por línea antes de cantarlo.
No hay ningún día que se ordene en las Escrituras para observarse como santo bajo el Evangelio sino sólo el Día del Señor, que es el Día del Reposo Cristiano.
Los días festivos, vulgarmente llamados Días santos [del inglés Holy-days], al carecer de fundamento en la Palabra de Dios, han de dejar de ser observados.
Sin embargo, es legítimo y necesario, en ocasiones de gran urgencia, apartar un día o días para ayunos públicos o acciones de gracias, según las varias dispensaciones excepcionales y extraordinarias de la providencia de Dios provean causa y oportunidad a su pueblo.
Como ningún lugar es apto de santidad alguna, so pretexto de cualquier dedicación o consagración; así tampoco está sujeto a ser contaminado por supersticiones antes usadas, pero ahora desechadas, como para hacer ilícito o inconveniente para los cristianos reunirse en él para la adoración pública de Dios. Y por consiguiente consideramos necesario, que los lugares para reuniones públicas para la adoración entre nosotros prosigan y que se empleen para ese uso.
CULTO DE LA MAÑANA
Colosenses 2:11-12, «La Circuncisión de Cristo». ¿Qué tiene que ver la circuncisión con el creyente? Escuche el mensaje en mp3 pulsando aquí.
CULTO DE LA TARDE
Génesis 25, «La División de la Promesa». El pueblo de Dios se va perfilando y delimitando con el tiempo, incluso dentro de la descendencia de Isaac, el heredero de la promesa. Escuche el mensaje en mp3 pulsando aquí.
A lo largo de la historia, las cuestiones acerca de la persona y las naturalezas de Cristo han generado muchos errores y desviaciones en la Iglesia. Estas cuestiones acerca de la Cristología son absolutamente capitales para la fe de los creyentes.
Puede escuchar el estudio bíblico en mp3 pulsando aquí. (Catecismo Menor de Westminster, p. 21).
P. 1. ¿Cuál es el fin principal y más alto del hombre?
R. El fin principal y más alto del hombre es el de glorificar a Dios[1] y gozar de Él para siempre.[2]
[1] Romanos 11:36; 1 Corintios 10:31; [2] Salmo 63:24-28; Juan 17:21-23.
P. 2. ¿Cómo sabemos que existe un Dios?
R. La mera luz de la naturaleza en el hombre y las obras de Dios manifiestan claramente que Él existe;[1] pero su Palabra y Espíritu son los únicos que suficiente y eficazmente lo revelan a los hombres para la salvación de ellos.[2]
[1] Romanos 1:19, 20; Salmo 19:1-3; Hechos 27:28; [2] 1 Corintios 2:9,10; 2 Timoteo 3:15-17; Isaías 49:21.
P. 3. ¿Qué es la Palabra de Dios?
R. Las Santas Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento son la Palabra de Dios,[1] la única regla de fe y obediencia.[2]
[1] 2 Timoteo 3:16; 2 Pedro 1:19-21; [2] Efesios 2:20; Apocalipsis 22:18,19; Isaías 8:20; Lucas 16:29,31; Gálatas 1:8,9; 2 Timoteo 3:15, 16.
P. 4. ¿Cómo sabemos que las Escrituras son la Palabra de Dios?
R. Las Escrituras manifiestan en sí mismas que son la Palabra de Dios por su majestad[1] y pureza;[2] por el concordancia de todas sus partes,[3] y por el fin que se proponen en el todo, cual es dar toda gloria a Dios;[4] por su luz y poder para convencer a los pecadores, para consolar y edificar a los creyentes para la salvación;[5] pero el Espíritu de Dios, dando testimonio con las Escrituras y por medio de ellas al corazón del hombre, es el único que puede persuadir plenamente de que son la verdadera Palabra de Dios.[6]
[1] Oseas 8:12; 1 Corintios 2:6, 7, 13; Salmo 119:18, 129; [2] Salmo 12:6; Salmo 119:140; [3] Hechos 10:43; Hechos 26:22; [4] Romanos 3:19, 27; [5] Hechos 28:28; Hebreos 4:12; Santiago 1:18; Salmo 19:7-9; Romanos 15:4; Hechos 15:4; Hechos 20:32; [6] Juan 16:13, 14; 1 Juan 2:20, 27; Juan 20:31.
P. 5. ¿Qué es lo que principalmente enseñan las Escrituras?
R. Lo que principalmente enseñan las Escrituras es lo que el hombre ha de creer con respecto a Dios y los deberes que Dios demanda del hombre.[1]
[1] 2 Timoteo 1:13.
LO QUE EL HOMBRE DEBE CREER ACERCA DE DIOS.
P. 6. ¿Qué nos enseñan las Escrituras respecto a Dios?
R. Las Escrituras nos enseñan lo que Dios es,[1] las personas que hay en la divinidad,[2] sus decretos[3] y la ejecución de estos.[4]
[1] Hebreos 11:6; [2] 1 Juan 5:7; [3] Hechos 15:14, 15, 18; [4] Hechos 4:27, 28.
P. 7. ¿Qué es Dios?
R. Dios es un Espíritu,[1] en sí y por sí mismo infinito en su ser,[2] gloria,[3] bienaventuranza[4] y perfección;[5] absolutamente suficiente,[6] eterno,[7] inmutable,[8] incomprensible,[9] omnipresente,[10] todopoderoso,[11] omnisciente,[12] sumamente sabio,[13] sumamente santo,[14] sumamente justo,[15] sumamente clemente y misericordioso, paciente y abundante en bondad y verdad.[16]
[1] Juan 4:24; [2] Éxodo 3:14; Job 11:7-9; [3] Hechos 7:2; [4] 1 Timoteo 6:15; [5] Mateo 5:48; [6] Génesis 17:1; [7] Salmo 90:2; [8] Malaquías 3:6; Santiago 1:17; [9] 1 Reyes 8:27; [10] Salmo 139:1-13; [11] Apocalipsis 4:8; [12] Hebreos 4:13; Salmo 147:5; [13] Romanos 16:27; [14] Isaías 6:3; [15] Deuteronomio 32:4; [16] Éxodo 34:6.
P. 8. ¿Hay más de un Dios?
R. No hay sino uno solo, el Dios vivo y verdadero.[1]
[1] Deuteronomio 6:4; 1 Corintios 8:4, 6; Jeremías 10:10.
P. 9. ¿Cuántas personas hay en la divinidad?
R. Hay tres personas en la divinidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; estas tres son un eterno y verdadero Dios, las mismas en sustancia, iguales en poder y en gloria; aun cuando se distinguen por sus propiedades personales.[1]
[1] 1 Juan 5:7; Mateo 3:16, 17; Mateo 28:19; 2 Corintios 8:14; Juan 10:30.
P. 10. ¿Cuáles son las propiedades personales de las tres personas de la Divinidad?
R. Es propio del Padre haber engendrado al Hijo,[1] y del Hijo ser engendrado del Padre,[2] y del Espíritu Santo proceder del Padre y del Hijo ab eterno.[3]
[1] Hebreos 1:5, 6, 8; [2] Juan 1:14, 18; [3] Juan 15:26; Gálatas 4:6.
P. 11. ¿Cómo sabemos que el Hijo y el Espíritu Santo son Dios, iguales con el Padre?
R. Las Escrituras manifiestan que el Hijo y el Espíritu Santo son Dios, iguales con el Padre, atribuyéndoles nombres,[1] atributos,[2] obras,[3] y adoración[4] que sólo son propios de Dios.
[1] Isaías 6:3, 5, 8; Juan 12:41 con Hechos 28:25; 1 Juan 5:20; Hechos 5:3, 4; [2] Juan 1:1; Isaías 9:6; Juan 2:24, 25; 1 Corintios 2:10, 11; [3] Colosenses 1:16; Génesis 1:2; [4] Mateo 28:19; 2 Corintios 13:14.
P. 12. ¿Cuáles son los decretos de Dios?
R. Los decretos de Dios son los actos sabios, libres y santos del consejo de su propia voluntad,[1] por los que desde la eternidad y para su propia gloria ha preordenado inmutablemente todo lo que sucede en el tiempo,[2] especialmente en relación con los ángeles y los hombres.
[1] Efesios 1:11; Romanos 11:33; Romanos 9:14, 15, 18; [2] Efesios 1:4, 11; Romanos 9:22, 23; Salmo 33:11.
P. 13. ¿Qué es lo que Dios ha decretado especialmente con respecto a los ángeles y a los hombres?
R. Dios, por un decreto eterno e inmutable, por su puro amor, para alabanza de su gracia gloriosa que se manifiesta en debido tiempo, ha elegido algunos ángeles para la gloria;[1] y en Cristo ha escogido a algunos hombres para la vida eterna y al mismo tiempo, los medios para ellos;[2] así también, conforme a su poder soberano y al consejo inescrutable de su propia voluntad (por lo que Él concede o retira su favor según le place), ha pasado por alto, y ha preordenado el resto para deshonra e ira, que ha de ser infligida por sus pecados, para alabanza de la gloria de su justicia.[3]
[1] 1 Timoteo 5:21; [2] Efesios 1:4-6; 2 Tesalonicenses 2:13, 14; [3] Romanos 9:17, 18, 21, 22; Mateo 11:25, 26; 2 Timoteo 2:20; Judas 4; 1 Pedro 2:8.
P. 14. ¿Cómo ejecuta Dios sus decretos?
R. Dios ejecuta sus decretos en las obras de Creación y de Providencia; conforme a su presciencia infalible y al libre e inmutable consejo de su propia voluntad.[1]
[1] Efesios 1:11.
P. 15. ¿Cuál es la obra de Creación?
R. La obra de Creación es aquella por la cual Dios en el principio, por la palabra de su poder, hizo de la nada el mundo y todas las cosas que hay en éste, haciéndolas por sí mismo, en el espacio de seis días, y todas muy buenas.[1]
[1] Génesis 1; Hebreos 11:3; Proverbios 16:4.
P. 16. ¿Cómo creó Dios a los ángeles?
R. Dios creó todos los ángeles,[1] espíritus,[2] inmortales,[3] santos,[4] con un conocimiento sobresaliente,[5] fuertes en poder,[6] para ejecutar sus mandamientos y para alabanza de su nombre,[7] aunque sujetos a cambio.[8]
[1] Colosenses 1:16; [2] Salmo 104:4; [3] Mateo 22:30; [4] Mateo 25:31; [5] 2 Samuel 14:17; Mateo 24:36; [6] 2 Tesalonicenses 1:7; [7] Salmo 103:20, 21; [8] 2 Pedro 2:4.
P. 17. ¿Cómo creó Dios al hombre?
R. Después de que Dios hizo a todas las criaturas, creó al hombre, varón y hembra;[1] formando el cuerpo del hombre del polvo de la tierra,[2] y a la mujer de una costilla del hombre;[3] los dotó de almas vivientes, racionales e inmortales;[4] haciéndolos conforme a su propia imagen,[5] en ciencia,[6] justicia y santidad;[7] teniendo la ley de Dios escrita en su corazón,[8] con poder para cumplirla,[9] con dominio sobre las criaturas;[10] aunque expuestos a caer.[11]
[1] Génesis 1:27; [2] Génesis 2:7; [3] Génesis 2:22; [4] Génesis 2:7; Job 35:11; Eclesiastés 12:7 con Mateo 10:28 y con Lucas 23:43; [5] Génesis 1:27; [6] Colosenses 3:10; [7] Efesios 4:24; [8] Romanos 2:14, 15; [9] Eclesiastés 7:29; [10] Génesis 1:28; [11] Génesis 3:6; Eclesiastés 7:29.
P. 18. ¿Cuáles son las obras de Providencia de Dios?
R. Las obras de Providencia de Dios son su santa,[1] sabia[2] y poderosa preservación,[3] y gobierno[4] de todas sus criaturas; a las cuales ordena, así como a todas las acciones de ellas,[5] para su propia gloria.[6]
[1] Salmo 145:17; [2] Salmo 104:24; Isaías 28:29; [3] Hebreos 1:3; [4] Salmo 103:19; [5] Mateo 10:29, 31; Génesis 45:7; [6] Romanos 11:36; Isaías 63:14.
P. 19. ¿Cuál es la providencia de Dios para con los ángeles?
R. Dios por su Providencia permitió que algunos de los ángeles voluntaria e irremediablemente, cayeran en pecado y condenación,[1] limitando y ordenando esto, y todos sus pecados, para su propia gloria;[2] estableciendo a los demás en la santidad y en la felicidad;[3] y empleándolos a todos[4] según le place en la administración de su poder, misericordia y justicia.[5]
[1] Judas 6; 2 Pedro 2:4; Hebreos 2:16; Juan 8:44; [2] Job 1:12; Mateo 8:31; [3] 1 Timoteo 5:21; Marcos 8:38; Hebreos 12:22; [4] Salmo 104:4; [5] 2 Reyes 19:35; Hebreos 1:14.
P. 20. ¿Cuál fue la providencia de Dios para con el hombre en el estado en que éste fue creado?
R. La providencia de Dios para con el hombre en el estado en que éste fue creado consiste en haberlo colocado en e1 paraíso, disponer que lo cu1tivara, concederle libertad para comer del fruto de la tierra;[1] poner las criaturas bajo su dominio,[2] e instituir el matrimonio para su ayuda;[3] proporcionarle la comunión con Él;[4] instituir el reposo;[5] entrar en un pacto de vida con el hombre bajo condición de obediencia personal, perfecta y perpetua,[6] del cual el árbol de la vida era una prenda;[7] y prohibirle comer del árbol de la ciencia del bien y del mal, so pena de muerte.[8]
[1] Génesis 2:8, 15, 16 ; [2] Génesis 1:28 ; [3] Génesis 2:18 ; [4] Génesis 1:26-29 ; Génesis 3:8 ; [5] Génesis 2:3 ; [6] Romanos 10:5; Gálatas 3:12 ; [7] Génesis 2:9 ; [8] Génesis 2:17.
P. 21. ¿Permaneció el hombre en aquel primer estado en que Dios lo creó?
R. Nuestros primeros padres, siendo dejados a su libre albedrío, por la tentación de Satanás transgredieron el mandamiento de Dios al comer del fruto prohibido; cayendo así del estado de inocencia en que fueron creados.[1]
[1] Génesis 3:6-8, 13 ; Eclesiastés 7:29 ; 2 Corintios 11:3.
P. 22. ¿Cayó todo el género humano en la primera transgresión?
R. Habiéndose hecho el pacto con Adán como con una persona pública, no para él solo sino también para su posteridad, todo e1 género humano, descendiendo de él según la generación ordinaria,[1] pecó en él y cayó con él en la primera transgresión.[2]
[1] Hechos 17:26 ; [2] Génesis 2:16, 17; compárese con Romanos 5:13-20 y con 1 Corintios 15:21, 22.
P. 23. ¿A qué estado redujo la caída al hombre?
R. La caída redujo al hombre a un estado de pecado y de miseria.[1]
[1] Romanos 5:12; Romanos 3:23
P. 24. ¿Qué es el pecado?
R. El pecado es la falta de conformidad con la ley de Dios o la transgresión de la misma, la cual ha sido dada como regla a la criatura racional.[1]
[1] 1 Juan 3:4; Gálatas 3:10, 12
P. 25. ¿En qué consiste, lo pecaminoso del estado en que cayó el hombre?
R. Lo pecaminoso del estado en que cayó el hombre consiste en la culpabilidad del primer pecado de Adán,[1] la falta de la justicia original en que aquel fue creado, la corrupción de toda su naturaleza, por la cual está enteramente indispuesto, incapacitado y en oposición a todo lo que es espiritualmente bueno, e inclinado de un modo completo a lo malo, y esto de manera continua;[2] el cual es llamado, comúnmente pecado original, del que proceden todas nuestras transgresiones actuales.[3]
[1] Romanos 5:12, 19; [2] Romanos 3:10-19; Efesios 2:1-3; Romanos 5:6; Romanos 8:7, 8; Génesis 6:5; [3] Santiago 1:14, 15; Mateo 15:19.
P. 26. ¿Cómo se ha trasmitido el primer pecado de nuestros primeros padres a su posteridad?
R. El pecado original se ha trasmitido de nuestros primeros padres a su posteridad por la generación natural, pues todos los que proceden de ellos así de esta manera, son concebidos y nacidos en pecado.[1]
[1] Salmo 51:5; Job 14:4; Job 15:14; Juan 3:6.
P. 27. ¿En qué consiste la miseria del estado en que cayó el hombre?
R. La caída hizo que el género humano perdiera la comunión con Dios,[1] y quedara bajo el desagrado y la maldición de éste; así es que nosotros somos por naturaleza hijos de ira,[2] esc1avos de Satanás[3] y justamente expuestos a todo castigo tanto en este mundo como en el venidero.[4]
[1] Génesis 3:8, 10, 24; [2] Efesios 2:2, 3; [3] 2 Timoteo 2:26; [4] Génesis 2:17; Lamentaciones 3:39; Romanos 6:23; Mateo 255:41, 46; Judas 7.
P. 28. ¿Cuáles son los castigos del pecado en este mundo?
R. Los castigos del pecado en este mundo son en parte en lo íntimo, como la ceguedad del entendimiento,[1] un sentimiento perverso,[2] engaños fuertes,[3] dureza de corazón,[4] horror de la conciencia,[5] y afectos viles;[6] en lo externo, cosas tales como la maldición de Dios a las criaturas por causa nuestra[7] y todos los males que vienen sobre nuestro cuerpo, nombre, estado, relaciones y empleos;[8] juntamente con la muerte misma.[9]
[1] Efesios 4:18; [2] Romanos 1:28; [3] 2 Tesalonicenses 2:11; [4] Romanos 2:5; [5] Isaías 33:14; Génesis 4:13; Mateo 27:4; [6] Romanos 1:26; [7] Génesis 3:17; [8] Deuteronomio 28:15-18; [9] Romanos 6:21, 23.
P. 29. ¿Cuál será el castigo del pecado en el mundo venidero?
R. El castigo del pecado en el mundo venidero será la separación eterna de la consoladora presencia de Dios, y los tormentos más graves tanto en el alma como en el cuerpo, sin interrupción, en el fuego de infierno para siempre.[1]
[1] 2 Tesalonicenses 1:9; Marcos 9:43, 44, 46, 48; Lucas 16:24.
P. 30. ¿Dejó Dios a todo el género humano perecer en su estado de pecado y de miseria?
R. Dios no dejó perecer a todos los hombres en su estado de pecado y de miseria,[1] en que habían caído por el quebrantamiento del primer pacto, llamado comúnmente pacto de obras;[2] sino que por su puro amor y misericordia libertó a sus elegidos, sacándolos de tal estado e introduciéndolos en uno de salvación por el segundo pacto, generalmente llamado pacto de gracia.[3]
[1] 1 Tesalonicenses 5:9; [2] Gálatas 3:10, 12; [3] Tito 3:4-7; Gálatas 3:21; Romanos 3:20-22.
P. 31. ¿Con quién fue hecho el pacto de gracia?
R. El pacto de gracia fue hecho con Cristo como segundo Adán, y en Él, con todos los elegidos como su simiente.[1]
[1] Gálatas 3:16; Romanos 5:15; Isaías 53:10, 11.
P. 32. ¿Cómo se manifiesta la gracia de Dios en el segundo pacto?
R. La gracia de Dios se manifiesta en el segundo pacto, en que Dios libremente provee y ofrece a los pecadores un Mediador,[1] y vida y salvación por éste;[2] y requiriendo fe como condición para que ellos tengan parte en Él,[3] promete y da su Espíritu Santo[4] a todos sus elegidos, para obrar en ellos esta fe,[5] con todas las otras gracias salvíficas;[6] y para capacitarlos para toda obediencia santa,[7] como la evidencia de la verdad de su fe,[8] y de su gratitud a Dios,[9] y como el camino que Él les ha señalado para la salvación.[10]
[1] Génesis 3:15; Isaías 42:6; Juan 6:27; [2] 1 Juan 5:11, 12; [3] Juan 3:16; Juan 1:12; [4] Proverbios 1:23; [5] 2 Corintios 4:13; [6] Gálatas 5:22, 23; [7] Ezequiel 36:27; [8] Santiago 2:18, 22; [9] 2 Corintios 5:14, 15; [10] Efesios 2:18.
P. 33. ¿El pacto de gracia ha sido administrado siempre de la misma manera?
R. El pacto de gracia no ha sido administrado siempre de la misma manera, sino que la administración de él bajo el Antiguo Testamento fue diferente de aquella bajo la cual se administra en el Nuevo.[1]
[1] 2 Corintios 3:6-.9
P. 34. ¿Cómo fue administrado el pacto de gracia bajo el Antiguo Testamento?
R. EI pacto de gracia fue administrado bajo el Antiguo Testamento por promesas,[1] profecías,[2] sacrificios,[3] la circuncisión,[4] la pascua,[5] y otros tipos y ordenanzas; todas las cuales señalaban al Cristo que había de venir, y al mismo tiempo eran suficientes para edificar a los elegidos en la fe de un Mesías prometido,[6] por quien tenían remisión de pecados y salvación eterna.[7]
[1] Romanos 15:8; [2] Hechos 3:20, 24; [3] Hebreos 10:1; [4] Romanos 4:11; [5] 1 Corintios 5:7; [6] Hebreos 8, 9, 10; Hebreos 11:13; [7] Gálatas 3:7-9, 14.
P. 35. ¿Cómo es administrado el pacto de gracia bajo el Nuevo Testamento?
R. Bajo el Nuevo Testamento, cuando Cristo la sustancia fue exhibido, el pacto de gracia fue y todavía es administrado por la predicación de la Palabra,[1] por la administración de los sacramentos del Bautismo,[2] y de la Cena del Señor;[3] en los que la gracia y la salvación se manifiestan con más plenitud, evidencia y eficacia, a todas las naciones.[4]
[1] Marcos 16:15; [2] Marcos 28:19, 20; [3] 1 Corintios 11:23-25; [4] 2 Corintios 3:6 hasta el fin; Hebreos 8:6, 10, 11; Mateo 28:19.
P. 36. ¿Quién es el Mediador del pacto de gracia?
R. El único Mediador del pacto de gracia es el Señor Jesucristo,[1] quien siendo el Hijo eterno de Dios, de la misma sustancia que el Padre e igual a Él,[2] en la plenitud del tiempo se hizo hombre,[3] y así fue y continúa siendo, Dios y hombre en dos naturalezas completas y distintas en una sola persona para siempre.[4]
[1] 1 Timoteo 2:5; [2] Juan 1:1, 14; Juan 10:30; Filipenses 2:6; [3] Gálatas 4:4; [4] Lucas 1:35; Romanos 9:5; Colosenses 2:9; Hebreos 7:24-25.
P. 37. ¿Cómo se hizo Cristo hombre siendo como era el Hijo de Dios?
R. Cristo el Hijo de Dios se hizo hombre tomando para sí un cuerpo verdadero y una alma racional,[1] siendo concebido por el poder del Espíritu Santo en el vientre de la virgen María, de la sustancia de ella, de la que nació,[2] mas sin pecado.[3]
[1] Juan 1:14; Mateo 26:38; [2] Lucas 1:27, 31, 35, 42; Gálatas 4:4; [3] Hebreos 4:15; Hebreos 7:26.
P. 38. ¿Por qué era necesario que el Mediador fuera Dios?
R: Hubo necesidad de que e1 Mediador fuese Dios para que pudiera sostener y guardar la naturaleza humana de sucumbir bajo la ira infinita de Dios y bajo el poder de la muerte,[1] para darles dignidad y eficacia a sus sufrimientos, obediencia e intercesión;[2] y satisfacer así la justicia de Dios,[3] alcanzar su favor,[4] comprar un pueblo especial,[5] dar su Espíritu a sus elegidos,[6] vencer a todos los enemigos de éstos[7] y traer a su pueblo a la salvación eterna.[8]
[1] Hechos 2:24, 25; Romanos 1:4; compárese con Hechos 9:14; [2] Hechos 20:28; Hebreos 9:14; Hebreos 7:25-28; [3] Romanos 3:24-26; [4] Efesios 1:6; Mateo 3:17; [5] Tito 2:13, 14; [6] Gálatas 4:6; [7] Lucas 1:68, 69, 71, 74; [8] Hebreos 5:8, 9; Hebreos 9:11-15.
P. 39. ¿Por qué era necesario que el Mediador fuera hombre?
R. Era necesario que e1 Mediador fuese hombre para que levantara nuestra naturaleza,[1] para que pudiera prestar obediencia a la ley,[2] sufrir e interceder por nosotros en nuestra naturaleza,[3] y sentir con nosotros nuestras debilidades;[4] para que pudiéramos recibir la adopción de hijos,[5] y tuviéramos animo y libre acceso al trono de la gracia.[6]
[1] Hebreos 2:16; [2] Gálatas 4:4; [3] Hebreos 2:14; Hebreos 7:24-25; [4] Hebreos 4:15; [5] Gálatas 4:5; [6] Hebreos 4:16.
P. 40. ¿Por qué era necesario que el Mediador fuera Dios y hombre en una sola persona?
R. Era necesario que el Mediador que iba a reconciliar a Dios y al hombre fuese Dios y hombre, y esto en una sola persona, para que las obras propias de cada naturaleza las aceptara Dios por nos¬otros,[1] y nosotros confiáramos en ellas, como las obras de toda la persona.[2]
[1] Mateo 1:21, 23; Mateo 3:17; Hebreos 9:14; [2] 1 Pedro 2:6.
P. 41. ¿Por qué nuestro Mediador fue llamado Jesús?
R. Nuestro Mediador fue llamado Jesús porque Él salvaría a su pueblo de todos sus pecados.[1]
[1] Mateo 1:21
P. 42. ¿Por qué nuestro Mediador fue llamado Cristo?
R. Nuestro Mediador fue llamado Cristo porque fue ungido sin medida con el Espíritu Santo,[1] y así fue apartado y plenamente revestido con toda autoridad y capacidad,[2] para que desempeñara los oficios de Profeta,[3] Sacerdote,[4] y Rey de su iglesia,[5] tanto en el estado de su humillación como de su exaltación.
[1] Juan 3:34; Salmo 45:7; [2] Juan 6:27; Mateo 28:18-20; [3] Hechos 3:21, 22; Lucas 4:18, 21; [4] Hebreos 5:5-7; Hebreos 4:14, 15; [5] Salmo 2:6; Mateo 21:5; Isaías 9:6, 7; Filipenses 2:8-11.
P. 43. ¿Cómo desempeña Cristo el oficio de Profeta?
R. Cristo desempeña el oficio de Profeta revelando a su iglesia en todas las épocas,[1] por su Palabra y Espíritu,[2] y por revelaciones hechas de diversas maneras,[3] toda la voluntad de Dios,[4] sobre todas las cosas concernientes a la edificación y salvación de su pueblo.[5]
[1] Juan 1:18; [2] 1 Pedro 1:10-12; [3] Hebreos 1:1, 2; [4] Juan 15:15; [5] Hechos 20:32; Efesios 4:11-13; Juan 20:31.
P. 44. ¿Cómo desempeña Cristo el oficio de Sacerdote?
R. Cristo desempeña el oficio de Sacerdote habiéndose ofrecido a sí mismo una sola vez en sacrificio sin mancha a Dios,[1] para hacer la reconciliación par los pecados de su pueblo;[2] e intercediendo continuamente por éste.[3]
[1] Hebreos 9:14, 28; [2] Hebreos 2:17; [3] Hebreos 7:25.
P. 45. ¿Cómo desempeña Cristo el oficio de Rey?
R. Cristo desempeña el oficio de Rey llamando fuera del mundo un pueblo para sí mismo,[1] dándole ministros,[2] leyes,[3] censuras, por las cuales cosas Él gobierna de una manera visible;[4] concediendo su gracia salvadora a sus elegidos,[5] recompensando su obediencia,[6] y castigándolos por sus pecados para su corrección,[7] preservándolos y sosteniéndolos en todas las tentaciones y sufrimientos,[8] restringiendo y venciendo a todos sus enemigos,[9] y ordenando poderosamente todas las cosas para su propia gloria,[10] y para el bien de ellos,[11] y asimismo tomando venganza del resto, quienes no conocen a Dios ni obedecen al evangelio.[12]
[1] Hechos 15:14-16; Isaías 55:4, 5; Génesis 49:10; Salmo 110:3; [2] Efesios 4:11, 12; 1 Corintios 12:28; [3] Isaías 33:22; [4] Mateo 18:17, 18; 1 Corintios 5:4, 5; [5] Hechos 5:31; [6] Apocalipsis 22:12; Apocalipsis 2:10; [7] Apocalipsis 3:19; [8] Isaías 63:9 [9] 1 Corintios 15:25; Salmo 110; [10] Romanos 14:10, 11; [11] Romanos 8:28; [12] 2 Tesalonicenses 1:8, 9; Salmo 2:8, 9.
P. 46. ¿Cuál fue el estado de humillación de Cristo?
R. El estado de humillación de Cristo fue aquella baja condición en la cual por amor a nosotros se despojó de su gloria y tomó la forma de siervo, en su concepción, nacimiento, vida y muerte, y después de la muerte, hasta su resurrección.[1]
[1] Filipenses 2:6-8; Lucas 1:31; 2 Corintios 8:9; Hechos 2:24.
P. 47 ¿Cómo se humilló Cristo en su concepción?
R. Cristo se humilló en su concepción y nacimiento en que, siendo desde la eternidad el Hijo de Dios en el seno del Padre, le plugo, en el cumplimiento del tiempo, hacerse el hijo del hombre, hecho de una mujer de condición humilde, y nacer de ella; con otras diversas circunstancias que hacen extraordinaria su humillación. [1]
[1] Juan 1:14, 18; Gálatas 4:4; Lucas 2:7.
P. 48. ¿Cómo se humilló Cristo en esta vida?
R. Cristo se humilló en esta vida al sujetarse a la ley,[1] la cual cumplió perfectamente;[2] y al 1uchar con las cosas indignas del mundo,[3] las tentaciones de Satanás,[4] las debilidades de su carne, sean las comunes a la naturaleza del hombre, o las que acompañan particularmente a ésta su baja condición.[5]
[1] Gálatas 4:4; [2] Mateo 5:17, 19; Romanos 5:19; [3] Salmo 22:6; Hebreos 12:2, 3; [4] Mateo 4:1-12; Lucas 4:13; [5] Hebreos 2:17, 18; Hebreos 4:15; Isaías 52:13, 14.
P. 49. ¿Cómo se humilló Cristo en su muerte?
R. Cristo fue humillado en su muerte al haber sido entregado por Judas,[1] abandonado por sus discípulos,[2] despreciado y desechado por el mundo,[3] condenado por Pilato y atormentado por sus perseguidores;[4] por haber luchado también con los terrores de la muerte y con los poderes de las tinieblas, y sentido y llevado el peso de la ira de Dios,[5] en haber puesto su vida como ofrenda por e1 pecado,[6] y en sufrir la muerte penosa, ignominiosa y maldita de la cruz.[7]
[1] Mateo 27:4; [2] Mateo 26:56; [3] Isaías 53:2, 3; [4] Mateo 27:26-50; Juan 19:34; [5] Lucas 22:44; Mateo 27:46; [6] Isaías 53:10; [7] Filipenses 2:8; Hebreos 12:2; Gálatas 3:13.
P. 50. ¿Cómo se humilló Cristo después de la muerte?
R. La humillación de Cristo después de la muerte consistió en ser sepultado,[1] en continuar en el estado de la muerte y bajo el poder de la muerte hasta e1 tercer día;[2] lo que ha sido expresado de otra manera en estas palabras: Descendió al infierno.
[1] 1 Corintios 15:3, 4; [2] Salmo 16:10 con Hechos 2:24-27, 31; Romanos 6:9; Mateo 12:40.
P. 51. ¿Cuál es el estado de exa1tación de Cristo?
R: El estado de exaltación de Cristo comprende su resurrección,[1] ascensión,[2] el estar sentado a la diestra del Padre,[3] y su regreso a juzgar el mundo.[4]
[1] 1 Corintios 15:4; [2] Marcos 16:19; [3] Efesios 1:20; [4] Hechos 1:11; Hechos 17:31.
P. 52. ¿Cómo fue exaltado Cristo en su resurrección?
R. Cristo fue exaltado en su resurrección porque, no habiendo visto corrupción en su muerte (en la que no pudo ser retenido),[1] y teniendo el mismo cuerpo en el que sufrió, con las propiedades esenciales del mismo,[2] (pero sin la mortalidad, y otras enfermedades comunes pertenecientes a esta vida), estando realmente unido a su alma,[3] se levantó por su propio poder al tercer día de entre los muertos;[4] por lo cual Él se declaró a sí mismo ser Hijo de Dios,[5] haber satisfecho la justicia divina,[6] haber vencido la muerte, y al que tiene el poder de ella,[7] y ser el Señor de vivos y muertos;[8] todo lo cual lo hizo como persona pública,[9] co¬mo la cabeza de su Iglesia,[10] para su justificación,[11] vivificación en la gracia,[12] sostenerla contra los enemigos,[13] y asegurarles la resurrección de entre los muertos en el último día.[14]
[1] Hechos 2:24, 27; [2] Lucas 24:39; [3] Romanos 6:9; Apocalipsis 1:18; [4] Juan 10:18; [5] Romanos 1:4; [6] Romanos 8:34; [7] Hebreos 2:14; [8] Romanos 14:9; [9] 1 Corintios 15:21, 22; [10] Efesios 1:20, 22, 23; Colosenses 1:18; [11] Romanos 4:25; [12] Efesios 2:1, 5, 6; Colosenses 2:12; [13] 1 Corintios 15:25, 27; [14] 1 Corintios 15:20.
P. 53. ¿Cómo fue exaltado Cristo en su ascensión?
R. Cristo fue exaltado en su ascensión en que, habiendo aparecido y conversado frecuentemente con sus discípulos después de su resurrección, hablándoles de las cosas pertenecientes al reino de Dios,[1] y dándoles la comisión de predicar el evangelio en todas las naciones,[2] cuarenta días después de su resurrección, Él, en nuestra naturaleza y como cabeza nuestra,[3] triunfando sobre sus enemigos,[4] subió visiblemente a los altos cielos para recibir dones para los hombres,[5] y elevar hacia allá nuestros afectos,[6] y preparar un lugar para nosotros,[7] donde Él está y seguirá estando hasta su segunda venida al final del mundo.[8]
[1] Hechos 1:2, 3; [2] Mateo 28:19, 20; [3] Hebreos 6:20; [4] Ef. 4:8; [5] Hechos 1:9-11; Efesios 4:10; Salmo 68:18; [6] Colosenses 3:1, 2; [7] Juan 14:3; [8] Hechos 3:21.
P. 54. ¿Cómo ha sido Cristo exaltado sentándose a la diestra de Dios?
R. Cristo ha sido exaltado sentándose a la diestra de Dios, en que como Dios-hombre fue elevado al más alto favor con Dios el Padre,[1] con toda la plenitud de gozo,[2] gloria,[3] y poder sobre todas las cosas en el cielo y en la tierra;[4] y reúne y defiende a su iglesia, y subyuga a sus enemigos; equipa a los ministros y al pueblo con dones y gracias,[5] y hace intercesión por ellos.[6]
[1] Filipenses 2:9; [2] Hechos 2:28 con Salmo 16:11; [3] Juan 17:5; [4] Efesios 1:22; 1 Pedro 3:22; [5] Efesios 4:10-12; Salmo 110; [6] Romanos 8:34.
P. 55. ¿Cómo intercede Cristo?
R. Cristo intercede, por su aparición en nuestra naturaleza continuamente delante del Padre en el cielo,[1] en el mérito de su obediencia y sacrificio en la tierra,[2] declarando su voluntad de que se aplique a todos los creyentes;[3] respondiendo a todas las acusaciones hechas contra ellos,[4] y procurando para ellos la quietud de conciencia, a pesar de las caídas diarias,[5] el acceso con confianza al trono de la gracia,[6] y la aceptación de sus personas[7] y servicios.[8]
[1] Hebreos 9:12, 24; [2] Hebreos 1:3; [3] Juan 3:16; Juan 17:9, 20, 24; [4] Romanos 8:33, 34; [5] Romanos 5:1, 2; 1 Juan 2:1, 2; [6] Hebreos 4:16; [7] Efesios 1:6; [8] 1 Pedro 2:5.
P. 56. ¿Cómo será exaltado Cristo en su regreso para juzgar al mundo?
R. Cristo será exaltado su venida para juzgar al mundo en que Él, que fue juzgado injustamente y condenado por hombres malvados,[1] vendrá otra vez en el último día con gran poder,[2] y en la plena manifestación de su gloria propia y en la de su Padre, con todos sus santos ángeles,[3] con aclamación, con la voz del arcángel y con la trompeta de Dios,[4] a juzgar al mundo en justicia.[5]
[1] Hechos 3:14, 15; [2] Mateo 24:30; [3] Lucas 9:26; Mateo 35:31; [4] 1 Tesalonicenses 4:16; [5] Hechos 17:31.
P. 57. ¿Qué beneficios ha logrado Cristo por su mediación?
R. Cristo ha logrado por su mediación, la redención, [1] y todos los beneficios del pacto de gracia. [2]
[1] Hebreos 9:12; [2] 2 Corintios 1:20.
P. 58. ¿Cómo somos hechos partícipes de la redención que Cristo ha procurado?
R. Somos hechos partícipes de los beneficios que Cristo ha procurado, por la aplicación de ellos a nosotros,[1] lo cual es la obra especial de Dios Espíritu Santo.[2]
[1] Juan 1:11, 12; [2] Tito 3:5, 6.
P. 59. ¿Quiénes son hechos partícipes de la redención por Cristo?
R. La redención es ciertamente aplicada, y comunicada eficazmente, a todos aquellos para quienes Cristo la compró;[1] quienes son en el tiempo capacitados por el Espíritu Santo para creer en Cristo conforme al evangelio.[2]
[1] Efesios 1:13, 14; Juan 6:37, 39; Juan 10:15, 16; [2] Efesios 2:8; 2 Corintios 4:13.
P. 60. ¿Pueden los que nunca han oído el evangelio y que por lo tanto no conocen a Cristo ni creen en Él, ser salvos según su modo de vivir conforme a la luz de la naturaleza?
R. Aquellos que nunca han oído el evangelio,[1] que no conocen a Jesucristo,[2] ni creen en Él, no pueden ser salvos,[3] aunque sean diligentes en ajustar su vida a la luz natural,[4] y a las leyes de la religión que profesen;[5] ni hay salvación en ningún otro sino solamente en Cristo,[6] quien es el único salvador de su cuerpo, es a saber la iglesia.[7]
[1] Romanos 10:14; [2] 2 Tesalonicenses 1:8, 9; Efesios 2:12; Juan 1:10-12; [3] Juan 8:24; Marcos 16:16; [4] 1 Corintios 1:20-24; [5] Juan 4:22; Romanos 9:31, 32; Filipenses 3:4-9; [6] Hechos 4:12; [7] Efesios 5:23.
P. 61. ¿Serán salvos todos los que oyen el evangelio y viven en relación con la iglesia?
R. No todos los que oyen el evangelio y viven en relación con la iglesia visible serán salvos; sino solamente aquellos que son miembros verdaderos de la iglesia invisible.[1]
[1] Juan 12:38-40; Romanos 9:6; Mateo 22:14; Mateo 7:21; Romanos 10:7.
P. 62. ¿Qué es la iglesia visible?
R. La iglesia visible es una sociedad formada par todos aquellos que, en todos los tiempos y lugares del mundo, profesan la religión verdadera,[1] juntamente con sus hijos.[2]
[1] 1 Corintios 1:2; 1 Corintios 12:13; Romanos 15:9-12; Apocalipsis 7:9; Salmo 2:8; Salmo 12:27-31; Salmo 45:17; Mateo 28:19, 20; Isaías 59:21; [2] 1 Corintios 7:14; Hechos 2:39; Romanos 11:16; Génesis 17:7.
P. 63. ¿Cuáles son los privilegios especiales de la Iglesia visible?
R. La iglesia visible tiene e1 privilegio de estar bajo el gobierno y cuidado especial de Dios;[1] de ser protegida y preservada en todos los tiempos, no obstante la oposición de todos sus enemigos;[2] de disfrutar de la comunión de los santos, los medios ordinarios de salvación,[3] y las ofertas de gracia hechas por Cristo a todos los miembros de su iglesia por el ministerio del evangelio, testificando que todos los que creen en Él serán salvos,[4] y sin excluir a ninguno que venga a Él.[5]
[1] Isaías 4:5, 6; 1 Timoteo 4:10; [2] Salmo 115:1, 2, 9; Isaías 31:4, 5; Zacarías 12:2, 3, 4, 8, 9; [3] Hechos 2:39, 42; [4] Salmo 147:19, 20; Romanos 9:4; Efesios 4:11, 12; Marcos 16:15, 16; [5] Juan 6:37.
P. 64. ¿Qué es la iglesia invisible?
R. La iglesia invisible es todo el número de los elegidos, que han sido, son y serán reunidos en uno bajo Cristo la cabeza.[1]
[1] Efesios 1:10, 22, 23; Juan 10:16; Juan 11:52.
P. 65. ¿Cuáles son los beneficios especiales de que gozan por Cristo los miembros de la iglesia invisible?
R. Los miembros de la iglesia invisible gozan por Cristo de unión y comunión con Él en gracia y gloria.[1]
[1] Juan 17:21; Efesios 2:5, 6; Juan 17:24.
P. 66. ¿Cuál es aquella unión que los elegidos tienen con Cristo?
R. La unión que los elegidos tienen con Cristo es la obra de la gracia de Dios,[1] por la que ellos están espiritual y místicamente, pero real y de una manera inseparable, unidos a Cristo como su cabeza y esposo;[2] lo cual es hecho en su llamamiento eficaz.[3]
[1] Efesios 1:22; Efesios 2:6-8; [2] 1 Corintios 6:17; Juan 10:28; Efesios 5:23, 30; [3] 1 Pedro 5:10; 1 Corintios 1:9.
P. 67. ¿Qué es llamamiento eficaz?
R. Llamamiento eficaz es la obra de la gracia y del poder omnipotente de Dios,[1] por la que (de su libre y especial amor a sus elegidos y sin que haya en ellos nada que lo mueva a ello),[2] en el tiempo acepto los invita y trae a Jesucristo por su palabra y Espíritu;[3] iluminando salvíficamente sus mentes,[4] renovando y determinando de un modo poderoso sus voluntades,[5] de manera, que ellos (aun cuando están muertos en pecado) son por esta obra hechos voluntarios y capaces para responder libremente a su llamamiento, y aceptar y abrazar la gracia ofrecida y trasmitida en él.[6]
[1] Juan 5:25; Efesios 1:18-20; 2 Timoteo 1:8, 9; [2] Tito 3:4, 5; Efesios 2:4, 5, 7, 8; Romanos 9:11 [3] 2 Corintios 5:20; compárese con 2 Corintios 6:1, 2; Juan 6:44; 2 Tesalonicenses 2:13, 14; [4] Hechos 26:18; 1 Corintios 2:10, 12; [5] Ezequiel 11:19; Ezequiel 36:26, 27; Juan 6:45 [6] Efesios 2:5; Filipenses 2:13; Deuteronomio 30:6.
P. 68. ¿Sólo los elegidos son eficazmente llamados?
R. Todos los elegidos, y solamente ellos, son eficazmente llamados;[1] aun cuando otros son llamados externamente por el ministerio de la palabra,[2] y gozan de las operaciones comunes del Espíritu;[3] los cuales, por su negligencia y desprecio voluntario de la gracia ofrecida a ellos, son dejados justamente en su incredulidad, y nunca vienen en verdad a Jesucristo.[4]
[1] Hechos 13:48; [2] Mateo 22:14; [3] Mateo 7:22; Mateo 13:20, 21; Hebreos 6:4-6; [4] Juan 12:38-40; Hechos 28:25-27; Juan 6:64, 65; Salmo 81:11, 12.
P. 69. ¿Cuál es la comunión en gracia que 1os miembros de la iglesia invisible tienen con Cristo?
R. La comunión en gracia que los miembros de la iglesia invisible tienen con Cristo, es la participación de la virtud de su mediación en la justificación,[1] adopción,[2] santificación y cualquiera otra cosa que en esta vida manifieste esta unión con Él.[3]
[1] Romanos 8:30; [2] Efesios 1:5; [3] 1 Corintios 1:30.
P. 70. ¿Qué es la justificación?
R. La justificación es un acto de la libre gracia de Dios para con los pecadores,[1] por el cual Él perdona todos sus pecados, acepta y estima sus personas como justas a su vista;[2] y esto no por alguna cosa hecha en ellos o por ellos,[3] sino solamente por la obediencia perfecta y satisfacción plena que dio Cristo, que Dios les imputa,[4] y que reciben por la fe únicamente.[5]
[1] Romanos 3:22, 24, 25; Romanos 4:5; [2] 2 Corintios 5:19, 21; Romanos 3:22, 24, 25, 27, 28; [3] Tito 3:5, 7; Efesios 1:7; [4] Romanos 5:17-19; Romanos 4:6-8; [5] Hechos 10:43; Gálatas 2:16; Filipenses 3:9.
P. 71. ¿Cómo es la justificación un acto de la libre gracia de Dios?
R. Aunque Cristo, por su obediencia y muerte hizo una satisfacción propia, real y plena de la justicia de Dios en representación de aquellos que son justificados;[1] sin embargo, en la medida en que Dios acepta la satisfacción de un fiador, la cual Él pudo demandar de ellos, y proveyó de este fiador, su único Hijo,[2] imputando la justicia de éste a ellos,[3] sin requerir para su justificación más que la fe,[4] la cual también es su don,[5] esta justificación es para ellos de libre gracia.[6]
[1] Romanos 5:8, 10, 19; [2] 1 Timoteo 2:5,6; Hebreos 10:10; Mateo 20:28; Daniel 9:24, 26; Isaías 53:4-6, 10-12; Hebreos 7:22; Romanos 8:32; 1 Pedro 1:18, 19; [3] 2 Corintios 5:21; [4] Romanos 3:24, 25; [5] Efesios 2:8; [6] Efesios 1:7.
P. 72. ¿Qué es la fe que justifica?
R. La fe que justifica es una gracia salvífica,[1] operada en el corazón del pecador por el Espíritu[2] y palabra de Dios,[3] por la que él, siendo convencido de su pecado y miseria, de la incapacidad en sí y en otras criaturas para libertarse de su estado de perdición,[4] no solamente asiente a la verdad de la promesa del evangelio,[5] sino que también recibe a Cristo y descansa en Él y en su justicia, que le es ofrecida, para perdón de pecado,[6] y para la aceptación y estimación de su persona como justa delante de Dios para salvación.[7]
[1] Hebreos 10:39; [2] 2 Corintios 4:13; Efesios 1:17-19; [3] Romanos 10:14, 17; [4] Hechos 2:37; Hechos 16:30; Juan 16:8, 9; Romanos 5:6; Efesios 2:1; Hechos 4:12; [5] Efesios 1:13; [6] Juan 1:12; Hechos 16:31; Hechos 10:43; [7] Filipenses 3:9; Hechos 15:11.
P. 73. ¿Cómo justifica la fe a un pecador delante de Dios?
R. La fe justifica a un pecador delante de Dios, no por causa de las otras gracias que la acompañan, o por las buenas obras que son el fruto de ella,[1] ni como si la gracia de la fe, o algún acto de ella, fuese imputado para justificación;[2] sino solamente como un instrumento por e1 cual el pecador recibe y se aplica a Cristo y su justicia.[3]
[1] Gálatas 3:11; Romanos 3:28; [2] Romanos 4:5 compare con Romanos 10:10; [3] Juan 1:12; Filipenses 3:9; Gálatas 2:16.
P. 74. ¿Qué es la adopción?
R. La adopción es un acto de la libre gracia de Dios,[1] en su Hijo Jesucristo y solamente por Él,[2] por la cual todos aquellos que son justificados son recibidos en el numero de los hijos,[3] tienen su nombre escrito en ellos,[4] les es dado el Espíritu de su Hijo,[5] están bajo su cuidado y dispensación paternales,[6] son admitidos a todos los privilegios y libertades de los hijos de Dios, hechos herederos de todas las promesas y coherederos de Cristo en gloria.[7]
[1]1 Juan 3:1; [2] Efesios 1:5; Gálatas 4:4, 5; [3] Juan 1:12; [4] 2 Corintios 6:18; Apocalipsis 3:12; [5] Gálatas 4:6; [6] Salmo 103:13; Proverbios 14:26; Mateo 6:32; [7] Hebreos 6:12; Romanos 8:17.
P. 75. ¿Qué es la santificación?
R. La santificación es una obra de la libre gracia de Dios por la cual aquellos que Dios ha escogido antes de la fundación del mundo para que fuesen santos, son en el tiempo, por la poderosa operación del Espíritu Santo,[1] quien les aplica la muerte y resurrección de Cristo,[2] renovados en todo el hombre conforme a la imagen de Dios;[3] teniendo puestos en su corazón la simiente del arrepentimiento para vida y de todas las otras gracias salvadoras,[4] excitadas, aumentadas, y fortalecidas,[5] de tal manera que ellos mueren cada día más y más para el pecado, y se levantan a no¬vedad de vida.[6]
[1] Efesios 1:4; 1 Corintios 6:11; 2 Tesalonicenses 2:13; [2] Romanos 6:4-6; [3] Efesios 4:23, 24; [4] Hechos 11:18; 1 Juan 3:9; [5] Judas 20; Hebreos 6:11, 12; Efesios 3:16-19; Colosenses 1:10, 11; [6] Romanos 6:4, 6, 14; Gálatas 5:24.
P. 76. ¿Qué es el arrepentimiento para vida?
R. El arrepentimiento para vida es una gracia salvífica[1] operada en el corazón del pecador por e1 Espíritu[2] y la Palabra de Dios,[3] por la cual, movido por la visión, no sólo de lo peligroso,[4] sino también de lo inmundo y odioso de sus pecados,[5] y sobre la base de la aprehensión de la misericordia de Dios en Cristo para aquellos que son penitentes,[6] el pecador siente tanta tristeza por sus pecados,[7] y los odian tanto[8], que se tornan de todos ellos a Dios,[9] proponiéndose y esforzándose constantemente en andar con el Señor en todos los caminos de nueva obediencia.[10]
[1] 2 Timoteo 2:25; [2] Zacarías 12:10; [3] Hechos 11:18, 20, 21 [4] Ezequiel 28:28, 30, 32; Lucas 15:17, 18; Oseas 2:6, 7; [5] Ezequiel 36:31; Isaías 30:22; [6] Joel 2:12, 13; [7] Jeremías 31:18, 19; [8] 2 Corintios 7:11; [9] Hechos 26:18; Ezequiel 14:6; 1 Reyes 8:47, 48; [10] Salmo 119:6, 59, 128; Lucas 1:6; 2 Reyes 23:25.
P. 77. ¿En qué se diferencian la justificación y la santificación?
R. Aun cuando la santificación va inseparablemente unida a la justificación,[1] sin embargo, ellas se diferencian en que en la justificación Dios imputa la justicia de Cristo;[2] y en la santificación el Espíritu infunde gracia, y capacidad para el ejercicio de la misma;[3] en la primera, el pecado es perdonado;[4] en la otra es subyugado;[5] la una hace igualmente libres a todos los creyentes de la ira vengadora de Dios, y esto perfectamente en esta vida, de modo que nunca caigan en condenación;[6] la otra ni es igual en todos,[7] ni es perfecta en esta vida,[8] sino que va creciendo en perfección.[9]
[1] 1 Corintios 6:11; 1 Corintios 1:30; [2] Romanos 4:6, 8; [3] Ezequiel 36:27; [4] Romanos 3:24, 25; [5] Romanos 6:6, 14; [6] Romanos 8:33, 34; [7] 1 Juan 2:12-14; Hebreos 5:12-14; [8] 1 Juan 1:8, 10; [9] 2 Corintios 7:1; Filipenses 3:12-14.
P. 78. ¿De qué proviene lo imperfecto de la santificación en los creyentes?
R. Lo imperfecto de la santificación en los creyentes proviene de los restos de pecado que aún quedan en cada parte de ellos, y de la lucha de la carne contra el Espíritu; por lo que ellos son perturbados frecuentemente por las tentaciones, y caen en muchos pecados,[1] son estorbados en sus servicios espirituales,[2] y sus mejores obras son imperfectas e inmundas a la vista de Dios.[3]
[1] Romanos 7:18, 23; Marcos 14:66 hasta el fin; Gálatas 2:11, 12; [2] Hebreos 12:1; [3] Isaías 64:6; Éxodo 28:38.
P. 79. ¿Pueden los creyentes, por razón de sus imperfecciones, por las muchas tentaciones con las que son asaltados, caer del estado de gracia?
R. Los verdaderos creyentes, por razón del amor inmutable de Dios,[1] su decreto y pacto para darles perseverancia,[2] de su unión inseparable con Cristo,[3] de la intercesión continua de éste por ellos,[4] y del Espíritu y simiente de Dios que mora en ellos,[5] no pueden caer ni total ni finalmente del estado de gracia,[6] sino que serán guardados por el poder de Dios por medio de la fe para salvación.[7]
[1] Jeremías 31:3; [2] 2 Timoteo 2:19; Hebreos 13:20, 21; 2 Samuel 23:5; [3] 1 Corintios 1:8, 9; [4] Hebreos 7:25; Lucas 12:32; [5] 1 Juan 3:9; 1 Juan 2:27; [6] Jeremías 32:40; Juan 10:28; [7] 1 Pedro 1:5.
P. 80. ¿Pueden los creyentes estar seguros infaliblemente de que están en estado de gracia y que perseverarán en él para salvación?
R. Todos los que son verdaderos creyentes en Cristo, y se esfuerzan en andar con buena conciencia delante de Él,[1] pueden, sin una reve1ación extraordinaria, por la fe basada en la verdad de las promesas de Dios, y por la capacidad que les da el Espíritu para discernir en ellos aquellas gracias a las cuales son hechas las promesas de vida,[2] y dándoles testimonio con sus espíritus de que son hijos de Dios,[3] pueden estar infaliblemente seguros de que están en el estado de gracia y que perseverarán en él para salvación.[4]
[1] 1 Juan 2:3; [2] 1 Corintios 2:12; 1 Juan 3:14, 18, 19, 21, 24; 1 Juan 4:13, 16; Hebreos 6:11, 12; [3] Romanos 8:16; [4] 1 Juan 5:13.
P. 81. ¿Todos los verdaderos creyentes en todo tiempo están seguros de que viven en un estado de gracia y de que serán salvos?
R. Puesto que la seguridad de la gracia y de la salvación no son de la esencia de la fe,[1] los verdaderos creyentes pueden esperar mucho tiempo antes de obtenerla;[2] y después de haberla disfrutado, puede debilitarse y sufrir intermitencias, por razón de las muchas perturbaciones, pecados, tentaciones y deserciones;[3] sin embargo, ellos nunca son dejados sin ningún sostén y presencia del Espíritu de Dios que los guarde de caer en la total desesperación.[4]
[1] Efesios 1:13; [2] Isaías 50:10; Salmo 88:1-3,6,7,9,10,13-15; [3] Salmo 77:1-12; Cantares 5:2,3,6; Salmo 51:8, 12; Salmo 31:22; Salmo 22:1; [4] 1 Juan 3:9; Job 13:15; Salmo 73:15, 23; Isaías 54:7-10.
P. 82. ¿Cuál es la comunión en gloria que los miembros de la iglesia invisible tienen con Cristo?
R. La comunión en gloria que los miembros de la iglesia invisible tienen con Cristo, es en esta vida,[1] inmediatamente después de la muerte,[2] y al final perfeccionada en la resurrección y en el día del juicio.[3]
[1] 2 Corintios 3:18; [2] Lucas 23:43; [3] 1 Tesalonicenses 4:17.
P. 83. ¿Cuál es la comunión en gloria con Cristo que los miembros de la iglesia invisible gozan en esta vida?
R. A los miembros de la iglesia invisible se les comunican en esta vida las primicias de la g1oria con Cristo, puesto que ellos son miembros de Él su cabeza, y así en Él son llevados a participar en aquella gloria de la que Él tiene posesión en toda su p1enitud;[1] y como arras de la misma ellos gozan e1 sentimiento del amor de Dios,[2] paz de conciencia, gozo en el Espíritu Santo y esperanza de la gloria;[3] como por el contrario, el sentimiento de la ira vengadora de Dios, horror de conciencia, y una expectación temerosa de juicio, son para los malvados el principio de los tormentos que ellos sufrirán después de la muerte.[4]
[1] Efesios 2:5, 6; [2] Romanos 5:5, 6; 2 Corintios 1:22; [3] Romanos 5:1, 2; Romanos 14:17; [4] Génesis 4:13; Mateo 27:4; Hebreos 10:27; Romanos 2:9; Marcos 9:44.
P. 84. ¿Morirán todos los hombres?
R. Habiendo sido el hombre amenazado con la muerte como pago del pecado,[1] está establecido que todos los hombres mueran una vez,[2] por cuanto todos han pecado.[3]
[1] Romanos 6:23; [2] Hebreos 9:27; [3] Romanos 5:12.
P. 85. Siendo la muerte la paga del pecado, ¿cómo es que los justos no son librados de ella, puesto que sus pecados son perdonados en Cristo?
R. Los justos serán librados de la muerte misma en el día final, y aun en la muerte son librados del aguijón y maldición de ella;[1] de modo que, aunque ellos mueren, esto proviene del amor de Dios,[2] para hacerles perfectamente libres del pecado y de la miseria,[3] y aptos para la comunión más íntima con Cristo, en gloria, a la cual ellos entonces entran.[4]
[1] 1 Corintios 15:26, 55-57; Hebreos 2:15; [2] Isaías 52:1, 2; 2 Reyes 22:20; [3] Apocalipsis 14:13; Efesios 5:27 [4] Lucas 23:43; Filipenses 1:23.
P. 86. ¿Cuál es la comunión en gloria con Cristo que los miembros de la iglesia invisible gozan inmediatamente después de la muerte?
R. La comunión en gloria con Cristo que los miembros de la iglesia invisible gozan inmediatamente después de la muerte, consiste en que sus almas son hechas perfectas en santidad,[1] y recibidas en los más altos cielos,[2] donde los miran el rostro de Dios en luz y gloria,[3] esperando la redención completa de sus cuerpos,[4] que aun en la muerte continúan unidos a Cristo[5] y reposan en sus tumbas como en sus lechos,[6] hasta el último día en que serán unidos a sus almas.[7] Por el contrario, las almas de los malvados son a su muerte son arrojados al infierno, en donde permanecen en tormentos y densas tinieblas, y sus cuerpos quedan guardados en sus tumbas, como en prisiones hasta la resurrección y juicio del gran día.[8]
[1] Hebreos 12:23; [2] 2 Corintios 5:1, 6, 8; Filipenses 1:23 compárese con Hechos 3:21 y con Efesios 4:10; [3] 1 Juan 3:2; 1 Corintios 13:12; [4] Romanos 8:23; Salmo 16:9; [5] 1 Tesalonicenses 4:14; [6] Isaías 57:2; [7] Job 19:26, 27; [8] Lucas 16:23, 24; Hechos 1:25; Judas 6, 7.
P. 87. ¿Qué hemos de creer con respecto a la resurrección?
R. Nosotros hemos de creer que en el último día habrá una resurrección general de los muertos, así de justos como de injustos;[1] cuando los que sean hallados vivos serán transformados en un momento, y los mismos cuerpos de los muertos que estuvieron en la tumba, siendo unidos otra vez a sus almas para siempre, se levantarán por el poder de Cristo.[2] Los cuerpos de los justos, por el Espíritu de Cristo, y por la virtud de su resurrección como su cabeza, se levantarán en poder, espirituales, incorruptibles y hechos semejantes a su cuerpo glorioso;[3] y los cuerpos de los malvados serán levantados en deshonra por Él, como juez ofendido.[4]
[1] Hechos 24:15; [2] 1 Corintios 15:51-53; 1 Tesalonicenses 4:15-17; Juan 5:28, 29; [3] 1 Corintios 15:21-23, 42-44; Filipenses 3:21; [4] Juan 5:27-29; Mateo 25:33.
P. 88. ¿Qué seguirá inmediatamente después de la resurrección?
R. Inmediatamente después de la resurrección seguirá el juicio universal y final de los ángeles y de los hombres;[1] cuyo día y hora ningún hombre sabe, para que todos velen y oren, y estén siempre preparados para la venida del Señor.[2]
[1] 2 Pedro 2:4, 6, 7, 14, 15; Mateo 25:46; [2] Mateo 24:36, 42, 44; Lucas 21:35, 36.
P. 89. ¿Qué será hecho a los malvados el día del juicio?
R. En e1 día del juicio, los malvados serán puestos a la izquierda de Cristo,[1] y bajo 1a clara evidencia, y la plena convicción de sus propias conciencias,[2] recibirán la temible pero justa sentencia de condenación pronunciada contra ellos;[3] y entonces serán echados fuera de la presencia benéfica de Dios, y de la compañía gloriosa de Cristo, de sus santos, y de todos los santos ángeles, e irán al infierno, donde serán castigados con tormentos indecibles, tanto del cuerpo como del alma, con el diablo y sus ángeles para siempre.[4]
[1] Mateo 25:33; [2] Romanos 2:15, 16; [3] Mateo 25:41-43; [4] Lucas 16:26; 2 Tesalonicenses 1:8, 9.
P. 90. ¿Qué se hará a los justos el día del juicio?
R. En el día del juicio, los justos, siendo llevados a Cristo en las nubes,[1] serán puestos a su derecha y reconocidos y absueltos allí públicamente,[2] y se unirán con Cristo para juzgar a los ángeles y hombres reprobados,[3] serán recibidos en el cielo,[4] donde ellos serán enteramente y para siempre libres de todo pecado y miseria;[5] llenos de goces inconcebibles,[6] hechos perfectamente santos y felices tanto en cuerpo como en alma, en compañía de innumerables santos y ángeles,[7] pero especialmente gozarán de la visión y fruición inmediata de Dios el Padre, de nuestro Señor Jesucristo y del Espíritu Santo, por toda la eternidad.[8] Esta será la comunión plena y perfecta que los miembros de la iglesia invisible gozarán con Cristo en gloria en el día de la resurrección y el juicio.
[1] 1 Tesalonicenses 4:17; [2] Mateo 25:33; Mateo 10:32; [3] 1 Corintios 6:2, 3; [4] Mateo 25:34, 46; [5] Efesios 5:27; Apocalipsis 14:13; [6] Salmo 16:11; [7] Hebreos 12:22, 23; [8] 1 Juan 3:2; 1 Corintios 13:12; 1 Tesalonicenses 4:17, 18.
Habiendo ya visto lo que 1as Escrituras especia1mente nos enseñan acerca de lo que debemos creer acerca de Dios, pasaremos a considerar lo que ellas enseñan como deber del hombre.
P. 91. ¿Cuál es el deber que Dios exige al hombre?
R. El deber que Dios exige al hombre es la obediencia a su voluntad revelada.[1]
[1] Romanos 12:1, 2; Miqueas 6:8; 1 Samuel 25:22.
P. 92. ¿Cuál fue la primera regla que Dios reveló al hombre como guía de obediencia?
R: La regla de obediencia revela a Adán en su estado de inocencia, y a todo el género humano en Adán, aparte de un mandamiento especial de no comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, fue la ley moral .[1]
[1] Génesis 1:26, 27; Romanos 2:14, 15; Romanos 10:5; Génesis 2:17.
P. 93 ¿Qué es la ley moral?
R. La ley moral es la declaración de la voluntad de Dios hecha a la humanidad, guiando y obligando a cada uno a conformarse a ella y obedecerla de un modo personal, perfecto y perpetuo, en el conjunto y disposición de todo el hombre, alma y cuerpo,[1] y en el cumplimiento de todos aquellos deberes de santidad y justicia debidos a Dios y al hombre;[2] prometiendo la vida por su cumplimiento y amenazando con la muerte el quebrantamiento de ella.[3]
[1] Deuteronomio 5:1-3, 31, 33; Lucas 10:26, 27; Gálatas 3:10; 1 Tesalonicenses 5:23; [2] Lucas 1:75; Hechos 24:16; [3] Romanos 10:5; Gálatas 3:10, 12.
P. 94. ¿Es de alguna utilidad la ley moral después de la caída?
R. Aunque ningún hombre después de la caída puede alcanzar justicia y vida por la ley moral,[1] sin embargo, hay grande utilidad en ella, tanto para todos los hombres en común, como en lo particular, ora sea para los regenerados, ora para los que no son.[2]
[1] Romanos 8:3; Gálatas. 2:16; [2] 1 Timoteo 1:8.
P. 95. ¿Cuál es la utilidad de la ley moral para todos los hombres?
R. La ley moral es de utilidad a todos los hombres por cuanto que los informa de la naturaleza y voluntad santa de Dios,[1] y de sus deberes obligatorios de andar en conformidad con ella;[2] para convencerlos de su incapacidad y para guardarlos de la corrupción pecaminosa de la naturaleza, corazón y vida de ellos;[3] humillándolos al hacerlos sentir su pecado y miseria,[4] y en seguida les ayuda a tener una idea clara de la necesidad que tienen de Cristo,[5] y la perfección de su obediencia.[6]
[1] Levítico 11:44, 45; Levítico 20:7, 8; Romanos 7:12 [2] Miqueas 6:8; Santiago 2:10, 11; [3] Salmo 19:11, 12; Romanos 3:20; Romanos 7:7 [4] Romanos 3:9, 23 [5] Gálatas 3:21, 22 [6] Romanos 10:4.
P. 96. ¿Cuál es la utilidad particular de la ley para los hombres no regenerados?
R. La Ley moral es de utilidad a los hombres no regenerados para despertar su conciencia a fin de que huyan de la ira que vendrá,[1] para conducirlos entonces a Cristo;[2] o si ellos continúan en el estado y camino de mal, hacerlos inexcusables,[3] y bajo la maldición de ella.[4]
[1] 1 Timoteo 1:9, 10; [2] Gálatas 3:24; [3] Romanos 1:20 compárese con Romanos 2:15; [4] Gálatas 3:10.
P. 97. ¿Cuál es la utilidad especial de la ley moral para los regenerados?
R. Aun cuando los que son regenerados y creyentes en Cristo son libertados de la ley moral como de un pacto de obras,[1] de tal manera que por ella no son justificados,[2] ni condenados;[3] sin embargo, además de la utilidad general de ella, común para todos los hombres, es de utilidad especial para mostrarles cuán obligados están a Cristo por el cumplimiento de ella, por haber sufrido su maldición en lugar de ellos y por su bien;[4] y así estimularlos a ser más agradecidos,[5] y a expresar su gratitud por el cuidado más grande de ajustar su vida a ella como a su regla y obediencia.[6]
[1] Romanos 6:14; Romanos 7:4, 6; Gálatas 4:4, 5 [2] Romanos 3:20; [3] Gálatas 5:23; Romanos 8:1; [4] Romanos 7:24, 25; Gálatas 3:13, 14; Romanos 8:3, 4; [5] Lucas 1:68, 69, 74, 75; Colosenses 1:12, 13, 14; [6] Romanos 7:22; Romanos 12:2; Tito 2:11-14.
P. 98. ¿En qué se halla comprendida sumariamente la ley moral?
R. La ley moral se halla comprendida sumariamente en los Diez Mandamientos, que fueron pronunciados por la voz de Dios sobre el monte Sinaí, y escritos por Él mismo en dos tab1as de piedra;[1] y están consignados en el capítulo veinte del Éxodo. Los primeros cuatro mandamientos contienen nuestros deberes para con Dios, y los otros seis, nuestros deberes para con los hombres.[2]
[1] Deuteronomio 10:4; Éxodo 34:1-4; [2] Mateo 22:37-40.
P. 99. ¿Qué reglas pueden observarse para la perfecta inteligencia de los diez mandamientos?
R. Para 1a recta inteligencia de los Diez Mandamientos pueden observarse las reglas siguientes:
1a Que la ley es perfecta y obliga a cada uno a proceder en todas las cosas de conformidad con la justicia de ella, y a una obediencia completa por siempre; así es que requiere el cumplimiento más exacto de cada deber y prohíbe aun el más pequeño pecado.[1]
2a Que es espiritual y así alcanza al pensamiento, a la voluntad, afectos y a todas las otras facultades del alma; tanto como a las palabras, las obras y maneras.[2]
3ª Que la misma cosa es exigida o prohibida de diversas maneras en varios mandamientos.[3]
4a Que cuando un deber es mandado, el pecado contrario es prohibido;[4] y cuando un pecado es prohibido el deber contrario es mandado;[5] del mismo modo, cuando es añadida una promesa, la amenaza contraria está incluida;[6] y cuando una amenaza está anexa, la contraria está incluida.[7]
5a Que lo que Dios prohíbe, nunca debe hacerse;[8] y lo que Él manda, es siempre un deber para nosotros;[9] y sin embargo, no todo deber particular ha de hacerse en todos los tiempos.[10]
6a Que bajo un pecado o deber, todos los del mismo género son prohibidos o mandados, juntamente con todas las causas, medios, ocasiones y apariencias de ellas, y lo que incita a las mismas.[11]
7ª Que en lo que se nos es mandado o prohibido, estamos obligados, conforme a nuestra posición, a procurar que sea hecho o evitado por otros, según los deberes del lugar que ocupan.[12]
8ª Que en lo que es mandado a otros, estamos obligados, según nuestra posición y oportunidades, a ayudarlos;[13] y a tener cuidado de no participar con ellos en lo que les está prohibido.[14]
[1] Salmo 19:7; Santiago 2:10; Mateo 5:21, 22; [2] Romanos 7:14; Deuteronomio 6:5 compárese con Mateo 22:37-39; Mateo 5:21, 22, 27, 28, 33, 34, 37-39, 43, 44; [3] Colosenses 3:5; Amos 8:5; Proverbios 1:19; 1 Timoteo 6:10; [4] Isaías 58:13; Deuteronomio 6:13 compárese con Mateo 4:9, 10; Mateo 15:4-6; [5] Mateo 5:21-25; Efesios 4:28; [6] Éxodo 20:12 compárese con Proverbios 30:17; [7] Jeremías 18:7, 8; Éxodo 20:7 compárese con Salmo 15:1, 4, 5 y con Salmo 24:4, 5; [8] Job 13:7, 8; Romanos 3:8; Job 36:21; Hebreos 11:25; [9] Deuteronomio 4:8, 9; [10] Mateo 12:7; [11] Mateo 5:21, 22, 27, 28; Mateo 15:4-6; Hebreos 10:24, 25; 1 Tesalonicenses 5:22; Judas 23; Gálatas 5:26; Colosenses 3:21; [12] Éxodo 20:10; Levítico 19:17; Génesis 18:19 ; Josué 24:15; Deuteronomio 6:6, 7; [13] 2 Corintios 1:24; [14] 1 Timoteo 5:22; Efesios 5:11.
P. 100. ¿Qué cosas especiales debemos considerar en los Diez Mandamientos?
R. En los Diez Mandamientos debemos considerar el prefacio, la sustancia de los mandamientos mismos y las varias razones anexas a algunos de ellos para darles más fuerza.
P. 101. ¿Cuál es el prefacio de los Diez Mandamientos?
R. El prefacio de los Diez Mandamientos está contenido en estas palabras: Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de siervos.[1] En estas palabras Dios manifiesta su soberanía como siendo JEHOVÁ, el eterno, inmutable y todopoderoso;[2] teniendo su ser en sí y por sí mismo[3] y dando existencia a todas sus palabras,[4] y obras;[5] que Él es el Dios del pacto, como antaño con Israel, así con todo su pueblo;[6] que como libertó a Israel de la esclavitud de Egipto, así nos libertará de nuestra servidumbre espiritual;[7] y que por lo tanto estamos obligados a tenerle como a nuestro único Dios y a guardar todos sus mandamientos.[8]
[1] Éxodo 20:2; [2] Isaías 44:6; [3] Éxodo 3:14; [4] Éxodo 6:3; [5] Hechos 17:24, 28; [6] Génesis 17:7 compárese con Romanos 3:29; [7] Lucas 1:74, 75; [8] 1 Pedro 1:15-18; Levítico 18:30; Levítico 19:37
P. 102. ¿Cuál es el resumen de los cuatro mandamientos que contienen nuestros deberes para con Dios?
R. El resumen de los cuatro mandamientos que contienen nuestros deberes para con Dios es amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todas nuestras fuerzas y con todo nuestro entendimiento.[1]
[1] Lucas 10:27.
P. 103. ¿Cuál es el primer mandamiento?
R. El primer mandamiento es: “No tendrás dioses ajenos delante de mí.”[1]
[1] Ex. 20:3.
P. 104. ¿Cuáles son los deberes exigidos en el primer mandamiento?
R. Los deberes exigidos en el primer mandamiento son el que conozcamos y confesemos que Dios es el único Dios verdadero, y nuestro Dios;[1] y que conforme a esto lo adoremos y g1orifiquemos,[2] pensando[3] y meditando en Él,[4] recordándolo,[5] teniéndolo en la más alta estima,[6] honrándolo,[7] adorándolo,[8] eligiéndolo,[9] y amándolo,[10] deseándolo,[11] temiéndolo;[12] creyéndolo;[13] confiando,[14] esperando,[15] deleitándose,[16] y regocijándose en Él;[17] siendo celosos por Él; [18] invocándolo, dando toda alabanza y acción de gracias a Él,[19] prestándole toda obediencia y sumisión con todo nuestro ser;[20] siendo cuidadosos en todas las cosas que a Él le agradan,[21] y entristeciéndonos cuando hacemos algo con lo que lo ofendemos,[22] andando en humildad con Él. [23]
[1] 1 Crónicas 28:9; Deuteronomio 26:17; Isaías 43:10; Jeremías 14:22; [2] Salmo 95:6, 7; Mateo 4:10; Salmo 29:2; [3] Malaquías 3:16; [4] Salmo 63:6; [5] Eclesiastés 12:1; [6] Salmo 71:19; [7] Malaquías 1:6; [8] Isaías 45:23; [9] Josué 24:15, 22; [10] Deuteronomio 6:5; [11] Salmo 73:25; [12] Isaías 8:13; [13] Éxodo 14:31; [14] Isaías 26:4; [15] Salmo 130:7; [16] Salmo 37:4; [17] Salmo 32:11; [18] Romanos 12:11 compárese con Números 25:11; [19] Filipenses 4:6; [20] Jeremías 7:23; Santiago 4:7; [21] 1 Juan 3:22S [22] Jeremías 31:18; Salmo 119:136; [23] Miqueas 6:8.
P. 105. ¿Qué pecados prohíbe el primer mandamiento?
R. Los pecados prohibidos en el primer mandamiento son el ateísmo, esto es, negar a Dios o no tener ninguno;[1] la idolatría, o el tener o adorar muchos dioses, o algún otro como el verdadero Dios o en lugar de Él;[2] el no tenerlo ni confesarlo como Dios y nuestro Dios;[3] la omisión o negligencia en alguna cosa debida a Él, requerida en este mandamiento;[4] la ignorancia,[5] olvido,[6] falsas aprehensiones,[7] opiniones erróneas,[8] pensamientos indignos y malvados con respecto a Él;[9] investigaciones curiosas y atrevidas tocante a sus secretos;[10] toda profanación,[11] odio a Dios;[12] amor a sí mismo,[13] búsqueda de lo suyo propio,[14] y todos los demás estados desordenados e inmoderados de nuestra mente, voluntad o afectos sobre otras cosas que nos aparten de Él totalmente o en parte;[15] credulidad vana,[16] incredulidad,[17] herejía,[18] error,[19] desconfianza,[20] desesperación,[21] incorregibilidad,[22] e insensibilidad bajo sus juicios,[23] dureza de corazón,[24] orgullo,[25] presunción,[26] seguridad carna1,[27] tentar a Dios;[28] usar medios ilícitos,[29] y confiar en medios lícitos;[30] goces y delicias carnales;[31] un celo corrompido, ciego e indiscreto;[32] tibieza,[33] y frialdad en las cosas de Dios;[34] alejarnos y apostatar de Dios;[35] orar o dar algún culto religioso a los santos ángeles o a alguna otra criatura;[36] todo pacto o consulta con el diablo,[37] y seguir sus sugestiones;[38] hacer a los hombres señores de nuestra fe y conciencia;[39] menosprecio y desdén de Dios y de sus mandamientos,[40] resistiendo o entristeciendo a su Espíritu,[41] descontento o impaciencia por sus disposiciones, acusándolo locamente por los males que Él nos manda;[42] atribuir la alabanza de algo bueno de lo que nosotros seamos, tengamos, o hagamos, a la fortuna,[43] a los ídolos,[44] a nosotros mismos,[45] o a alguna otra criatura.[46]
[1] Salmo 14:1; Efesios 2:12; [2] Jeremías 2:27, 28 compárese con 1 Tesalonicenses 1:9; [3] Salmo 81:11; [4] Isaías 43:22-24; [5] Jeremías 4:22; Óseas 4:1, 6; [6] Jeremías 2:32 [7] Hechos 17:23, 29; [8] Isaías 40:18; [9] Salmo 50:21; [10] Deuteronomio 29:29; [11] Tito 1:16; Hebreos 12:16; [12] Romanos 1:30; [13] 2 Timoteo 3:2; [14] Filipenses 2:21; [15] 1 Juan 2:15, 16; 1 Samuel 2:29; Colosenses 3:2, 5; [16] 1 Juan 4:1; [17] Hebreos 3:12; [18] Gálatas 5:20; Tito 3:10; [19] Hechos 26:9; [20] Salmo 78:22; [21] Génesis 4:13; [22] Jeremías 5:3; [23] Isaías 42:25; [24] Romanos 2:5; [25] Jeremías 13:15; [26] Salmo 19:13; [27] Sofonías 1:12; [28] Mateo 4:7; [29] Romanos 3:8; [30] Jeremías 17:5; [31] 2 Timoteo 3:4; [32] Gálatas 4:17; Juan 16:2; Romanos 10:2; Lucas 9:54, 55; [33] Apocalipsis 3:16; [34] Apocalipsis 3:1; [35] Ezequiel 14:5; Isaías 1:4, 5; [36] Romanos 10:13, 14; Óseas 4:12; Hechos 10:25, 26; Apocalipsis 19:10; Mateo 4:10; Colosenses 2:18; Romanos 1:25; [37] Levítico 20:6; 1 Samuel 28:7, 11 compárese con 1 Crónicas 10:13, 14; [38] Hechos 5:3; [39] 2 Crónicas 1:24; Mateo 23:9; [40] Deuteronomio 32:15; 2 Samuel 12:9; Proverbios 13:13; [41] Hechos 7:51; Efesios 4:30; [42] Salmo 73:2, 3, 13-15, 22; Job 1:22 ;[43] 1 Samuel 6:7-9; [44] Daniel 5:23; [45] Deuteronomio 8:17; [46] Habacuc 1:16.
P. 106. ¿Qué cosa especial se nos enseña en estas palabras: “delante de mí”, contenidas en el primer mandamiento?
R. En estas palabras, delante de mí, o ante mi rostro, contenidas en el primer mandamiento, se nos enseña que Dios, que ve todas las cosas, toma en especial nota de ellas y se desagrada mucho del pecado de tener otro dios; de modo que esta razón puede ser un argumento para disuadir al hombre de cometerlo, y agravarlo como una de las provocaciones más impúdicas;[1] como también para persuadirnos a obrar todo lo que hacemos en su servicio como a su vista.[2]
[1] Ezequiel 8:5, 6; Salmo 44:20, 21; [2] 1 Crónicas 28:9.
P. 107. ¿Cuál es el segundo mandamiento?
R. El segundo mandamiento es: No te harás imagen, ni ninguna semejanza de cosa que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra: no te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visita la maldad de los padres sobre los hijos, sobre los terceros y sobre los cuartos, a los que me aborrecen, y que hace misericordia a millares a los que me aman, y guardan mis mandamientos.[1]
[1] Éxodo 20:4-6
P. 108. ¿Cuáles son los deberes requeridos en el segundo mandamiento?
R. Les deberes requeridos en el segundo mandamiento son recibir, observar y guardar puros y completos todo el culto religioso y las ordenanzas, tales como Dios las instituyó en su Palabra;[1] especialmente la oración y las acciones de gracias en el nombre de Cristo,[2] e1 oír, leer y predicar la Palabra,[3] la administración y recepción de los sacramentos,[4] el gobierno y disciplina de la iglesia,[5] el ministerio y el sostenimiento del mismo,[6] los ayunos religiosos;[7] jurar por el nombre de Dios;[8] y hacer votos a Él;[9] así como también el desaprobar, detestar y oponerse a todo culto falso;[10] y conforme al estado y llamamiento de cada uno, destruirlo así como a todos los objetos de idolatría.[11]
[1] Deuteronomio 32:46, 47; Mateo 28:20; Hechos 2:42; 1 Timoteo 6:13, 14; [2] Filipenses 4:6; Efesios 5:20; [3] Deuteronomio 17:18, 19; Hechos 15:21; 2 Timoteo 4:2; Santiago 1:21, 22; Hechos 10:33 [4] Mateo 28:19; 1 Corintios 11:23-30; [5] Mateo 18:15-17; Mateo 16:19; 1 Corintios 5; 1 Corintios 12:28; [6] Efesios 4:11, 12; 1 Timoteo 5:17, 18; 1 Corintios 9:7-15; [7] Joel 2:12, 13; 1 Corintios 7:5; [8] Deuteronomio 6:13; [9] Isaías 19:21; Salmo 76:11; [10] Hechos 17:16, 17; Salmo 16:4; [11] Deuteronomio 7:5; Isaías 30:22.
P. 109. ¿Cuáles son los pecados prohibidos en el segundo mandamiento?
R. Las pecados prohibidos en el segundo mandamiento son, todo lo que sea inventar,[1] aconsejar,[2] mandar,[3] usar,[4] y aprobar algún culto religioso, por sabio que sea, que no haya sido instituido por Dios;[5] tolerar una religión falsa[6]; el hacer representación alguna de Dios, ya sea de todas o de alguna de las Tres Personas, sea interiormente en nuestra inteligencia, o en lo exterior por alguna clase de imagen a semejanza de alguna criatura cualquiera;[7] toda adoración de ella,[8] o de Dios en ella o por ella;[9] el hacer representaciones de deidades falsas;[10] y toda adoración de ellas o hacer algún servicio perteneciente a ellas;[11] todas las supersticiones engañosas,[12] que corrompen el culto de Dios,[13] ya sea añadiéndole o quitándole,[14] sean inventadas y tomadas por nosotros mismos,[15] o recibidas por tradición de otros,[16] aun cuando vengan con el título de antigüedad,[17] costumbre,[18] devoción,[19] buena intención o cualquier otro pretexto;[20] la simonía;[21] el sacrilegio;[22] toda negligencia,[23] desprecio,[24] impedimento,[25] y oposición al culto y ordenanzas que Dios ha establecido.[26]
[1] Números 15:39; [2] Deuteronomio 13:6-8; [3] Oseas 5:11; Miqueas 6:16; [4] 1 Reyes 11:33; 1 Reyes 12:33; [5] Deuteronomio 12:30-32; [6] Deuteronomio 13:6-12; Zacarías 13:2, 3; Apocalipsis 2:2, 14, 15, 20; Apocalipsis 17:12, 16, 17; [7] Deuteronomio 4:15-19; Hechos 17:29; Romanos 1:21-23,25; [8] Daniel 3:18; Gálatas 4:8; [9] Éxodo 32:5; [10] Éxodo 32:8; [11] 1 Reyes 13:26, 28; Isaías 65:11; [12] Hechos 17:22; Colosenses 2:21-23; [13] Malaquías 1:7, 8, 14; [14] Deuteronomio 4:2; [15] Salmo 106:39; [16] Mateo 15:9; [17] 1 Pedro 1:18; [18] Jeremías 44,17; [19] Isaías 65:3-5; Gálatas 1:13-14; [20] 1 Samuel 13:11, 12; 1 Samuel 15:21; [21] Hechos 8:18; [22] Romanos 2:22; Malaquías 3:8; [23] Éxodo 4:24-26; [24] Mateo 22:5; Malaquías 1:7, 13; [25] Mateo 23:13; [26] Hechos 13:44, 45; 1 Tesalonicenses 2:15, 16.
P. 110. ¿Cuáles son las razones añadidas al segundo mandamiento, para darle mayor fuerza?
R. Las razones añadidas al segunda mandamiento y que le dan mayor fuerza, están contenidas en estas palabras: “Porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visita la maldad de los padres sobre los hijos, sobre los terceros y sobre los cuartos, a los que me aborrecen, y que haga misericordia a millares a los que me aman, y guardan mis mandamientos”;[1] y son, además de la soberanía de Dios sobre nosotros y de que somos su propiedad,[2] e1 celo ardiente que tiene por su propio culto,[3] su indignación vengadora contra todo culto falso, por ser éste una fornicación espiritual;[4] reputando Él a los quebrantadores de este mandamiento como personas que lo odian, y amenazándolos con castigarlos por varias generaciones;[5] y estimando a los que lo guardan fielmente como a personas que lo aman y guardan sus mandamientos, a las que promete misericordia tanto para ellos como para sus generaciones.[6]
[1] Éxodo 20:5, 6; [2] Salmo 45:11; Apocalipsis 15:3, 4; [3] Éxodo 34:13, 14; [4] 1 Corintios 10:20-22; Jeremías 7:18-20; Ezequiel 16:26, 27; Deuteronomio 32:16-20; [5] Oseas 2:2-4; [6] Deuteronomio 5:29.
P. 111. ¿Cuál es el tercer mandamiento?
R. El tercer mandamiento es: No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano.[1]
[1] Éxodo 20:7.
P. 112. ¿Qué exige el tercer mandamiento?
R. El tercer mandamiento exige que el nombre de Dios, sus títulos, atributos,[1] ordenanzas,[2] la Palabra,[3] los sacramentos,[4] la oración,[5] juramentos,[6] votos,[7] suertes,[8] sus obras,[9] y cualquiera otra cosa por lo cual Él se da a conocer, sea santa y reverentemente usadas en pen¬samiento,[10] meditación,[11], en palabra,[12] y por escrito;[13] por una profesión santa,[14] un comportamiento intachable,[15] para la gloria de Dios,[16] y para el bien nuestro,[17] y de otros.[18]
[1] Mateo 6:9; Deuteronomio 28:58; Salmo 29:2; Salmo 68:4; Apocalipsis 15:3, 4; [2] Malaquías 1:14; Eclesiastés 5:1; [3] Salmo 138:2; [4] 1 Corintios 11:24, 25, 28, 29; [5] 1 Timoteo 2:8; [6] Jeremías 4:2; [7] Eclesiastés 5:2, 4-6; [8] Hechos 1:24, 26; [9] Job 36:24; [10] Malaquías 3:16; [11] Salmo 8:1, 3, 4, 9; [12] Colosenses 3:17; Salmo 105:2, 5; [13] Salmo 102:18; [14] 1 Pedro 3:15; Miqueas 4:5; [15] Filipenses 1:27; [16] 1 Corintios 10:31; [17] Jeremías 32:39; [18] 1 Pedro 2:12.
P. 113. ¿Cuáles pecados prohíbe el tercer mandamiento?
R. Los pecados prohibidos en el tercer mandamiento son, el no usar el nombre de Dios de la manera que es requerida;[1] y el abuso del mismo por una ignorante,[2] vana,[3] irreverente, profana,[4] supersticiosa,[5] o malvada costumbre, mencionando o usando de cualquier otro modo sus títulos, atributos,[6] ordenanzas,[7] u obras,[8] por la blasfemia,[9] perjurio;[10] toda maldición pecaminosa,[11] así como pecaminosos juramentos,[12] votos,[13] suertes;[14] la violación de nuestros juramentos y votos, si son lícitos,[15] o el cumplimiento de ellos si corresponden a cosas ilícitas;[16] murmuración o queja contra los decretos de Dios,[17] curiosas inquisiciones sobre ellos,[18] o la aplicación falsa de los mismos,[19] así como de los actos providenciales de Dios;[20] la mala interpretación,[21] mala aplicación,[22] o algún otro modo de pervertir la Palabra, o alguna parte de ella;[23] bromas profanas,[24] preguntas curiosas o inútiles, charlas vanas, o sostener falsas doctrinas;[25] el abuso del nombre de Dios, de las criaturas o de alguna cosa contenida bajo el nombre de Dios, para practicar encantamientos,[26] o prácticas y concupiscencias pecaminosas;[27] la difamación,[28] desprecio,[29] injuria,[30] o la oposición grave a la verdad, gracia y caminos de Dios;[31] hacer profesión de religión con hipocresía o por fines siniestros;[32] avergonzarse de ella,[33] o ser una vergüenza para ella, por comportamiento insumiso,[34] sin sabiduría,[35] infructuoso,[36] u ofensivo,[37] o el apartarse de ella.[38]
[1] Malaquías 2:2; [2] Hechos 17:23; [3] Proverbios 30:9; [4] Malaquías 1:6, 7, 12; Malaquías 3:14; [5] 1 Samuel 4:3-5; Jeremías 7:4, 9, 10, 14, 31; Colosenses 2:20-22; [6] 2 Reyes 18:30, 35; Éxodo 5:2; Salmo 139:20; [7] Salmo 50:16, 17; [8] Isaías 5:12; [9] 2 Reyes 19:22; Levítico 24:11; [10] Zacarías 5:4; Zacarías 8:17; [11] 1 Samuel 17:43; 2 Samuel 16:5; [12] Jeremías 5:7; Jeremías 23:10; [13] Deuteronomio 23:18; Hechos 13:12, 14; [14] Ester 3:7; Ester 9:24; Salmo 22:18; [15] Salmo 24:4; Ezequiel 17:16, 18, 19; [16] Marcos 6:26; 1 Samuel 25:22, 32-34; [17] Romanos 9:14, 19, 20; [18] Deuteronomio 29:29; [19] Romanos 3:5, 7; Romanos 6:1; [20] Eclesiastés 8:11; Eclesiastés 9:3; Salmo 39; [21] Mateo 5:21,22; [22] Ezequiel 13:22; [23] 2 Pedro 3:16; Mateo 22:24-31; [24] Isaías 22:13; Jeremías 23:34, 36, 38; [25] 1 Timoteo 1:4, 6, 7; 1 Timoteo 6:4, 5, 20; 2 Timoteo 2:14; Tito 3:9 [26] Deuteronomio 18:10-14; Hechos 19:13; [27] 2 Timoteo 4:3, 4; Romanos 13:13, 14; 1 Reyes 21:9, 10; Judas 4; [28] Hechos 13:45; 1 Juan 3:12; [29] Salmo 1:1; 2 Pedro 3:3; [30] 1 Pedro 4:4; [31] Hechos 13:45, 46, 50; Hechos 4:18; Hechos 19:9; 1 Tesalonicenses 2:16; Hebreos 10:29; [32] 2 Timoteo 3:5; Mateo 23:14; Mateo 6:1, 2, 5, 16; [33] Marcos 8:38; [34] Salmo 73:14, 15; [35] 1 Corintios 6:5, 6; Efesios 5:15-17; [36] Isaías 5:4; 2 Pedro 1:8, 9; [37] Romanos 2:23, 24; [38] Gálatas 3:1, 3; Hebreos 6:6.
P. 114. ¿Cuáles son las razones anexas al tercer mandamiento?
R. Las razones anexas al tercer mandamiento en estas palabras: “Jehová tu Dios” y “porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano”[1] se dan porque Él es el Señor y nuestro Dios, por lo que su nombre no debe ser profanado, ni debemos abusar de Él de ninguna manera;[2] especialmente porque Él no absolverá ni perdonará a los transgresores de este mandamiento, así como no permitirá que ellos escapen de su justo juicio,[3] aun cuando muchos de ellos escapen de las censuras y castigos de los hombres.[4]
[1] Éxodo 20:7; [2] Levítico 19:12; [3] Ezequiel 36:21-23; Deuteronomio 28:58, 59; Zacarías 5:2-4; [4] 1 Samuel 2:12, 17, 22, 24; 1 Samuel 3:13.
P. 115. ¿Cuál es el cuarto mandamiento?
R. El cuarto mandamiento es: “Acordarte has del día de reposo para santificado. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo día será reposo para Jehová tu Dios: no hagas en él obra alguna; tú, ni tu hijo, ni tu hija; ni tu siervo, ni tu criada; ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas; porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, la mar y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó.”[1]
[1] Éxodo 20: 8-11.
P. 116. ¿Qué exige el cuarto mandamiento?
R. El cuarto mandamiento exige a todos los hombres la santificación o guardar santo para Dios todos los tiempos que Dios ha señalado en su Palabra, concretamente todo un día en cada siete; que era el día séptimo desde el principio del mundo hasta la resurrección de Cristo, y desde entonces, el primer día de la semana, y así continuará hasta el fin del mundo; el cual es el Reposo Cristiano,[1] llamado en el Nuevo Testamento Día del Señor.[2]
[1] Deuteronomio 5:12-14; Génesis 2:2, 3; 1 Corintios 16:1, 2; Hechos 20:7; Mateo 5:17, 18; Isaías 56:2, 4, 6, 7; [2] Apocalipsis 1:10.
P. 117. ¿Cómo ha de santificarse el día de Reposo o del Señor?
R. El día de Reposo o del Señor debe santificarse por un santo descanso durante todo el día,[1] descansando no sólo de las obras que en todo tiempo son pecaminosas, sino aun de aquellos empleos y recreaciones mundanales que son lícitos en los otros días;[2] y haciendo nuestra delicia emplear todo el tiempo (excepto el que se emplee en obras de necesidad y misericordia)[3] en los ejercicios públicos y privados del culto de Dios;[4] para este fin debemos preparar nuestro corazón y despachar nuestros negocios mundanos con tal previsión, diligencia, moderación y arreglo tan oportuno, que podamos estar libres y aptos para cumplir los deberes del día.[5]
[1] Éxodo 20:8, 10; [2] Éxodo 16:25-28; Nehemías 13:15-22; Jeremías 17:21, 22 [3] Mateo 12:1-13; [4] Isaías 58:13; Lucas 4: 16; Hechos 20:7; 1 Corintios 16:1, 2; Salmo 92 (título); Isaías 66:23; Levítico 23:3; [5] Éxodo 20:8; Lucas 23:54, 56; Éxodo 16:22, 25, 26, 29; Nehemías 13:19.
P. 118. ¿Por qué se dirige el encargo de guardar el Reposo más especialmente a los jefes de familia y otros superiores?
R. El encargo de guardar el Reposo se dirige especialmente a los jefes de familia y a otros superiores, porque ellos están obligados a guardarlo no sólo ellos mismos, sino también a cuidar de que sea observado por aquellos que están a su cargo, y porque son propensos a estar muchas veces ocupados en empleos de su propio interés.[1]
[1] Éxodo 20:10; Josué 24:15; Nehemías 13:15, 17; Jeremías 17:20-22; Éxodo 23:12.
P. 119. ¿Cuáles son los pecados prohibidos en el cuarto mandamiento?
R. Los pecados prohibidos en el cuarto mandamiento son, toda omisión de los deberes exigidos,[1] el cumplimiento negligente, descuidado y estéril de ellos, y cansarse de los mismos;[2] toda profanación del día por ociosidad, y por hacer lo que en sí mismo es pecaminoso;[3] y por pensamientos, palabras y obras innecesarias acerca de nuestros empleos y recreaciones mundanas.[4]
[1] Ezequiel 22:26; [2] Hechos 20:7, 9; Ezequiel 33:30-32; Amos 8:5; Malaquías 1:13; [3] Ezequiel 23:38; [4] Jeremías 17:24, 27 Isaías 58:13.
P. 120. ¿Cuáles son las razones añadidas al cuarto mandamiento para darle mayor fuerza?
R. Las razones anexas al cuarto mandamiento para darle mayor fuerza, son tomadas de la equidad del mismo, al habernos concedido Dios seis días de cada siete para nuestros propios negocios, y habiéndose reservado sólo uno para sí mismo con estas palabras: Seis días trabajarás y harás toda tu obra;[1] de que Dios reclama para sí una propiedad especial sobre este día, cuando dice: Mas el séptimo día será Reposo para Jehová tu Díos;[2] del ejemplo del mismo Dios, quien en seis días hizo los cielos y la tierra, la mar y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; y de las bendiciones que Dios ha colocado en este día, no sólo al santificarlo para que sea un día para su servicio, sino estableciendo que sea un medio para bendecirnos al santificarlo nosotros; por tanto Jehová bendijo el día de Reposo, y lo santificó.[3]
[1] Éxodo 20:9; [2] Éxodo 20:10; [3] Éxodo 20:11.
P. 121. ¿Por qué se pone la palabra “acuérdate” al principio del cuarto mandamiento?
R. La palabra “acuérdate” ha sido puesta al principio del cuarto mandamiento,[1] en parte a causa del gran beneficio de recordarlo, por el cual somos ayudados en nuestra preparación para guardarlo,[2] y al guardarlo, cumplir mejor los otros mandamientos,[3] y continuar un recuerdo lleno de gratitud por los dos grandes beneficios de la creación y de la redención, que contienen un breve resumen de la religión;[4] y por otra parte fue puesta porque nosotros somos propensos a olvidarlo,[5] dado que la naturaleza nos da poca luz acerca de él,[6] y que restringe nuestra libertad natural sobre cosas que son lícitas en otro tiempo;[7] que no viene más que una vez cada siete días, viniendo antes nuestros negocios mundanales, que frecuentemente apartan nuestra mente de pensar en él, ya sea de prepararnos para él o para santificarlo;[8] y que Satanás con sus instrumentos trabaja mucho por arrebatarnos la gloria, y aun la memoria de este día, para traer toda irreligión e impiedad.[9]
[1] Éxodo 20:8; [2] Éxodo 16:23; Lucas 23:54, 56 compárese con Marcos 15:42; Nehemías 13:19; [3] Salmo 92 (título) compárese con Salmo 92:13, 14; Ezequiel 20:12, 19, 20; [4] Génesis 2:2, 3; Salmo 118:22, 24 compárese con Hechos 4:10, 11; [5] Ezequiel 22:26; [6] Nehemías 9:14; [7] Éxodo 34:21; [8] Deuteronomio 5:14, 15; Amos 8:5; [9] Lamentaciones 1:7; Jeremías 17:21-23; Nehemías 13:15-23.
P. 122. ¿Cuál es el resumen de los seis mandamientos que contienen nuestros deberes para con los hombres?
R. El resumen de los seis mandamientos que contienen nuestros deberes para con los hombres, es, amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos,[1] y hacer a los otros lo que queramos que ellos nos hagan.[2]
[1] Mateo 22:39; [2] Mateo 7:12.
P. 123. ¿Cuál es el quinto mandamiento?
R. El quinto mandamiento es: “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da.”[1]
[1] Éxodo 20:12.
P. 124. ¿Qué se quiere dar a entender por padre y madre en el quinto mandamiento?
R. Por padre y madre en el quinto mandamiento, se quiere significar no sólo los padres naturales,[1] sino todos los superiores, tanto en edad[2] como en aptitudes;[3] y especialmente aquellos que por las ordenanzas de Dios están sobre nosotros en un lugar de autoridad, ya sea en la familia,[4] en la iglesia[5] o en la sociedad.[6]
[1] Proverbios 23:22, 25; Efesios 6:1, 2; [2] 1 Timoteo 5:1, 2; [3] Génesis 4:20-22; Génesis 45:8; [4] 2 Reyes 5:13; [5] 2 Reyes 2:12; 2 Reyes 13:14; Gálatas 4:19; [6] Isaías 49:23.
P. 125. ¿Por qué son llamados padre y madre los superiores?
R. Los superiores son llamados padre y madre, para enseñarles a ellos a que en todos los deberes para con los inferiores, como padres naturales, expresen amor y ternura hacia ellos, conforme a sus varias relaciones;[1] y para hacer que los inferiores tengan la más buena voluntad y alegría en el cumplimiento de sus deberes para con sus superiores, como si lo hicieran con sus padres.[2]
[1] Efesios 6:4; 2 Corintios 12:14; 1 Tesalonicenses 2:7, 8, 11; Números 11:11, 12; [2] 1 Corintios 4:14-16; 2 Reyes 5:13.
P. 126. ¿Cuál es el alcance general del quinto mandamiento?
R. El alcance general del quinto mandamiento abarca el cumplimiento de todos aquellos deberes que tenemos los unos para con los otros en nuestras diversas relaciones, como superiores, inferiores o iguales.[1]
[1] Efesios 5:21; 1 Pedro 2:17; Romanos 12:10.
P. 127. ¿Cuál es la honra que los inferiores deben a los superiores?
R. La honra que los inferiores deben a los superiores es, toda la debida reverencia en corazón,[1] palabra,[2] comportamiento,[3] orar y dar gracias por ellos;[4] la imitación de sus virtudes y gracias;[5] la obediencia voluntaria a sus mandatos y consejos lícitos,[6] la debida sumisión a sus correcciones;[7] la fidelidad a ellos,[8] la defensa[9] y sostén de sus personas y autoridad, conforme a sus varios rangos y a la naturaleza de sus puestos;[10] sobrellevando sus debilidades y ocultándolas con amor,[11] para que así puedan tener honra ellos y su gobierno.[12]
[1] Malaquías 1:6; Levítico 19:3; [2] Proverbios 31:28; 1 Pedro 3:6; [3] Levítico 19:32; 1 Reyes 2:19; [4] 1 Timoteo 2:1, 2; [5] Hebreos 13:7; Filipenses 3:17; [6] Efesios 6:1, 2, 6, 7; 1 Pedro 2:13, 14; Romanos 13:1-5; Hebreos 13:17; Proverbios 4:3, 4; Proverbios 23:22; Éxodo 18:19, 24; [7] Hebreos 12:9; 1 Pedro 2:18-20; [8] Tito 2:9, 10; [9] 1 Samuel 26:15, 16; 2 Samuel 18:3; Ester 6:2; [10] Mateo 22:21; Romanos 13:6, 7; 1 Timoteo 5:17, 18; Gálatas 6:6; Génesis 45:11; Génesis 47:12; [11] 1 Pedro 2:18; Proverbios 23:22; Génesis 9:23; [12] Salmo 127:3-5; Proverbios 31:23.
P. 128. ¿Cuáles son los pecados que los inferiores cometen contra los superiores?
R. Los pecados de los inferiores contra los superiores son, toda negligencia en los deberes exigidos para con ellos;[1] envidiarlos,[2] menospreciarlos,[3] y rebelarse[4] contra sus personas[5] y posiciones,[6] sus buenos consejos,[7] mandatos y correcciones;[8] maldecirlos, burlarse de ellos,[9] y todos los comportamientos contumaces y escandalosos, que supongan una vergüenza y deshonra para los superiores y su gobierno.[10]
[1] Mateo 15:4-6; [2] Números 11:28, 29; [3] 1 Samuel 8:7; Isaías 3:5; [4] 2 Samuel 15:1-12; [5] Éxodo 21:15; [6] 1 Samuel 10:27; [7] 1 Samuel 2:25; [8] Deuteronomio 21:18-21; [9] Proverbios 30:11, 17; [10] Proverbios 19:26.
P. 129. ¿Qué se exige de los superiores para con los inferiores?
R. Se requiere de los superiores que, conforme al poder que han recibido de Dios y aquellas relaciones en las que ellos están, amen a sus inferiores,[1] oren por ellos,[2] y los bendigan;[3] los instruyan,[4] aconsejen, y amonesten;[5] protegiendo,[6] encomendando[7] y recompensando a los que hacen bien;[8] no ayudando,[9] reprendiendo y castigando a los que hacen mal;[10] protejan,[11] y provean de todas las cosas necesarias para el alma[12] y para el cuerpo;[13] y que por un comportamiento grave, sabio, santo y ejemplar, procuren la gloria de Dios,[14] honra para sí mismas,[15] y preservar así aquella autoridad que Dios les ha confiado.[16]
[1] Colosenses 3:19; Tito 2:4; [2] 1 Samuel 12:23; Job 1:5; [3] 1 Reyes 8:55, 56; Hebreos 7:7; Génesis 49:28; [4] Deuteronomio 6:6, 7; [5] Efesios 6:4; [6] 1 Pedro 3:7; [7] 1 Pedro 2:14; Romanos 13:3; [8] Ester 6:3; [9] Romanos 13:3, 4 [10] Proverbios 29:15; 1 Pedro 2:14; [11] Job 29:12-17; Isaías 1:10, 17; [12] Efesios 6:4; [13] 1 Timoteo 5:8; [14] 1 Timoteo 4:12; Tito 2:3-5; [15] 1 Reyes 3:28; [16] Tito 2:15.
P. 130. ¿Cuáles son los pecados de los superiores?
R. Los pecados de los superiores son, además de la negligencia en los deberes exigidos de ellos,[1] un interés desordenado por sí mismos,[2] por su propia gloria,[3] comodidad, provecho y placer;[4] mandar cosas ilícitas[5] o que los inferiores no son capaces de cumplir;[6] aconsejarlos,[7] animarlos,[8] o favorecerlos en lo que es malo;[9] disuadirlos,[10] desanimarlos o no ayudarles en lo que es bueno;[11] corregirlos indebidamente;[12] exponerlos descuidadamente, o entregarlos a lo malo, a tentaciones y peligros;[13] provocarlos a ira, o cualquier manera de deshonrarse a sí mismos, o menoscabar su autoridad, por un proceder descuidado, injusto, indiscreto o riguroso.[14]
[1] Ezequiel 34:2-4; [2] Filipenses 2:21; [3] Juan 5:44; Juan 7:18; [4] Isaías 56:10, 11; Deuteronomio 17:17; [5] Daniel 3:4-6; Hechos 4:17, 18; [6] Éxodo 5:10-18; Mateo 23:2, 4; [7] Mateo 14:8 compárese con Marcos 6:24; [8] 2 Samuel 13:28; [9] 1 Samuel 3:13; [10] Juan 7:46-49; Colosenses 3:21; Éxodo 5:17; [11] 1 Pedro 2:18-20; Hebreos 12:10; Deuteronomio 25:3; [12] Génesis 38:11, 26; Hechos 18:17; [13] Efesios 6:4; [14] Génesis 9:21; 1 Reyes 12:13-16; 1 Reyes 1:6; 1 Samuel 2:29-31.
P. 131. ¿Cuáles son los deberes de los iguales?
R. Los deberes de los iguales son considerar la dignidad y mérito de cada uno,[1] prefiriendo, en cuanto a dar honra, a los demás;[2] y regocijarse por las cualidades y avances de los demás, como si fueran propios.[3]
[1] 1 Pedro 2:17; [2] Romanos 12:10; [3] Romanos 12:15, 16; Filipenses 2:3, 4.
P. 132. ¿Cuáles son los pecados de los iguales?
R. Los pecados de los iguales son, además de la negligencia en los deberes requeridos,[1] el menoscabo de la dignidad,[2] la envidia de los dones,[3] el pesar por el avance de la prosperidad de los otros,[4] y usurpar la preeminencia sobre los demás.[5]
[1] Romanos 13:8; [2] 2 Timoteo 3:3; [3] Hechos 7:9; Gálatas 5:26; [4] Números 12:2; Ester 6:12, 13; [5] 3 Juan 9; Lucas 22:24.
P. 133. ¿Cuál es la razón anexa al quinto mandamiento para darle mayor fuerza?
R. La razón anexa al quinto mandamiento y contenida en estas palabras, “Para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da”[1] es una promesa expresa de larga vida y prosperidad, siempre que sirva a la gloria de Dios y al bien propio, hecha a todos los que guarden este mandamiento.[2]
[1] Éxodo 20:12; [2] Deuteronomio 5:16; 1 Reyes 8:25; Efesios 6:2, 3.
P. 134. ¿Cuál es el sexto mandamiento?
R. El sexto mandamiento es: “No matarás.” [1]
[1] Éxodo 20: 13.
P. 135. ¿Cuáles son los deberes exigidos en el sexto mandamiento?
R. Los deberes exigidos en el sexto mandamiento son todos los estudios cuidadosos y los esfuerzos lícitos para preservar nuestra propia vida,[1] y la de otros[2] por resistir todos los pensamientos y propósitos,[3] sometiendo las pasiones,[4] y evitando todas las ocasiones,[5] tentaciones[6] y prácticas, que tienden a quitar injustamente la vida de alguno;[7] por la justa defensa de la misma contra la violencia,[8] el paciente soportar la mano de Dios,[9] la quietud del ánimo,[10] alegría de espíritu,[11] sobrio uso de la comida,[12] bebida,[13] medicina,[14] sueño,[15] trabajo[16] y recreo;[17] por pensamientos caritativos,[18] amor,[19] compasión,[20] mansedumbre, dulzura y bondad;[21] por conversaciones y comportamientos pacíficos,[22] suaves y corteses;[23] paciencia, prontitud para reconciliarse, sobrellevando y perdonando las injurias y volviendo bien por mal;[24] consolando y socorriendo a los enfermos y protegiendo y defendiendo a los inocentes.[25]
[1] Efesios 5:28, 29; [2] 1 Reyes 18:4; [3] Jeremías 26:15, 16; Hechos 23:12, 16, 17, 21, 27; [4] Efesios 4:26, 27; [5] 2 Samuel 2:22; Deuteronomio 22:8; [6] Mateo 4:6, 7; Proverbios 1:10, 11, 15, 16; [7] 1 Samuel 24:12; 1 Samuel 26:9-11; Génesis 37:21, 22; [8] Salmo 82:4; Proverbios 24:11, 12; 1 Samuel 14:45; [9] Santiago 5:7-11; Hebreos 12:9; [10] 1 Tesalonicenses 4:11; 1 Pedro 3:3, 4; Salmo 37:8-11; [11] Proverbios 17:22; [12] Proverbios 25:16, 27; [13] 1 Timoteo 5:23; [14] Isaías 38:21; [15] Salmo 127:2; [16] Eclesiastés 5:12; 2 Tesalonicenses 3:10, 12; Proverbios 16:26; [17] Eclesiastés 3:4, 11; [18] 1 Samuel 19:4, 5; 1 Samuel 22:13, 14; [19] Romanos 13:10; [20] Lucas 10:33, 34; [21] Colosenses 3:12, 13; [22] Santiago 3:17; [23] 1 Pedro 3:8-11; Proverbios 15:1; Jueces 8:1-3; [24] Mateo 5:24; Efesios 4:2, 32; Romanos 12:17; [25] 1 Tesalonicenses 5:14; Job 31:19, 20; Mateo 25:35, 36; Proverbios 31:8, 9.
P. 136. ¿Cuáles son los pecados prohibidos en el sexto mandamiento?
R. Los pecados prohibidos en el sexto mandamiento son, todo acto de quitar la vida a nosotros,[1] o a otros,[2] excepto en caso de justicia pública,[3] guerra justa,[4] o defensa necesaria;[5] el descuidar o retirar los medios lícitos y necesarios para preservar la vida;[6] ira pecaminosa,[7] odio,[8], envidia,[9] deseo de venganza;[10] todas las pasiones excesivas,[11] afanes turbadores;[12] uso inmoderado de la comida, bebida,[13] trabajo,[14] y distracciones;[15] palabras provocantes,[16] oprimir,[17] pelear,[18] golpear, herir,[19] y cualquier cosa que tienda a la destrucción de la vida de alguien.[20]
[1] Hechos 16:28; [2] Génesis 9:6; [3] Números 35:31, 33; [4] Jeremías 48:10; Deuteronomio 20:1; [5] Éxodo 22:2, 3; [6] Mateo 25:42, 43; Santiago 2:15, 16; Eclesiastés 6:1, 2; [7] Mateo 5:22; [8] 1 Juan 3:15; Levítico 19:17; [9] Proverbios 14:30; [10] Romanos 12:19; [11] Efesios 4:31; [12] Mateo 6:31, 34; [13] Lucas 21:34; Romanos 13:13; [14] Eclesiastés 12:12; Eclesiastés 2:22, 23; [15] Isaías 5:12; [16] Proverbios 15:1; Proverbios 12:18; [17] Ezequiel 18:18; Éxodo 1:14; [18] Gálatas 5:15; Proverbios 23:29; [19] Números 35:16-18, 21; [20] Éxodo 21:18-36.
P. 137. ¿Cuál es el séptimo mandamiento?
R. El séptimo mandamiento es, “No cometerás adulterio.” [1]
[1] Éxodo 20:14.
P. 138. ¿Cuáles son los deberes exigidos en el séptimo mandamiento?
R. Los deberes exigidos en el séptimo mandamiento son, castidad en mente, afectos,[1] palabras,[2] y comportamiento;[3] y la preservación de la misma en nosotros y otros;[4] vigilancia sobre los ojos y todos los sentidos;[5] temperancia,[6] mantener compañía casta,[7] modestia en el atavío;[8] matrimonio por aquellos que no tienen el don de continencia;[9] amor,[10] y cohabitación conyugales;[11] trabajo diligente en nuestras vocaciones;[12] evitar toda ocasión para la impureza, y resistir las tentaciones de la misma.[13]
[1] 1 Tesalonicenses 4:4; Job 31:1; 1 Corintios 7:34; [2] Colosenses 4:6; [3] 1 Pedro 2:3; [4] 1 Corintios 7:2, 35, 36; [5] Job 31:1; [6] Hechos 24:24, 25; [7] Proverbios 2:16-20; [8] 1 Timoteo 2:9; [9] 1 Corintios 7:2, 9; [10] Proverbios 5:19, 20; [11] 1 Pedro 3:7; [12] Proverbios 31:11, 27, 28; [13] Proverbios 5:8; Génesis 39:8-10.
P. 139. ¿Cuáles son los pecados prohibidos en el séptimo mandamiento?
R. Los pecados prohibidos en el séptimo mandamiento, además de la negligencia en los deberes exigidos,[1] son adulterio, fornicación,[2] violación, incesto,[3] sodomía y toda pasión contra naturaleza;[4] todos los pensamientos, propósitos, imaginaciones y afectos impuros;[5] todas las conversaciones impuras, así como el escucharlas;[6] miradas lascivas,[7] comportamiento impúdico o ligero, atavío inmodesto;[8] prohibición de los matrimonios lícitos[9] y autorizar los ilícitos;[10] aceptar, tolerar, proteger burdeles o frecuentarlos;[11] enredarse con votos de vida célibe,[12] dilación indebida del matrimonio;[13] tener más de un cónyuge a la vez;[14] el divorcio injusto,[15] o la deserción;[16] la ociosidad, glotonería y borrachera,[17] compañías impuras,[18] cantos, libros, pinturas, bailes y teatros lascivos;[19] y todos los demás actos de impureza, o incitaciones a la misma, tanto tratándose de nosotros como de los demás.[20]
[1] Proverbios 5:7; [2] Hebreos 13:4; Gálatas 5:19; [3] 2 Samuel 13:14; 1 Corintios 5:1; [4] Romanos 1:24, 26, 27; Levítico 20:15, 16; [5] Mateo 5:28; Mateo 15:19; Colosenses 3:5; [6] Efesios 5:3, 4; Proverbios 7:5, 21, 22; [7] Isaías 3:16; 2 Pedro 2:14; [8] Proverbios 7:10, 13; [9] 1 Timoteo 4:3; [10] Levítico 18:1-21; Marcos 6:18; Malaquías 2:11, 12; [11] 1 Reyes 15:12; 2 Reyes 23:7; Deuteronomio 23:17, 18; Levítico 19:29; Jeremías 5:7; Proverbios 7:24-27; [12] Mateo 19:10, 11; [13] 1 Corintios 7:7-9; Génesis 38:26; [14] Malaquías 2:14, 15; Mateo 19:5; [15] Malaquías 2:16; Mateo 5:32; [16] 1 Corintios 7:12, 13; [17] Ezequiel 16:49; Proverbios 23:30-33; [18] Génesis 39:19; Proverbios 5:8; [19] Efesios 5:4; Ezequiel 23:14-16; Isaías 23:15-17; Isaías 3:16; Marcos 6:22; Romanos 13:13; 1 Pedro 4:3; [20] 2 Reyes 9:30; Jeremías 9:30; Ezequiel 23:40.
P. 140. ¿Cuál es el octavo mandamiento?
R. El octavo mandamiento es: No hurtarás, [1]
[1] Éxodo 20:15.
P. 141. ¿Cuáles son los deberes exigidos en el octavo mandamiento?
R. Los deberes exigidos en el octavo mandamiento son la verdad, fidelidad y justicia en los contratos y en el comercio entre hombre y hombre,[1] pagando a cada uno lo que le es debido;[2] la restitución de los bienes que han sido quitados ilícitamente a sus legítimos propietarios;[3] dar y prestar gratuitamente, conforme a nuestras posibilidades y las necesidades de los otros;[4] la moderación en nuestros juicios, voluntades y afectos respecto a los bienes mundanos;[5] un cuidado prudente en adquirir,[6] guardar, usar y disponer de aquellas cosas que son necesarias y convenientes para el sostén de nuestra naturaleza y que son apropiadas a nuestra condición;[7] un trabajo lícito,[8] y la diligencia en él;[9] la frugalidad,[10] evitar juicios innecesarios,[11] fianzas o compromisos semejantes;[12] y el esfuerzo, por todos los medios lícitos y justos, para procurar, preservar y acrecentar las riquezas y bienestar de otros, tanto como de nosotros.[13]
[1] Salmo 15:2, 4; Zacarías 7:4, 10; Zacarías 8:16, 17; [2] Romanos 13:7; [3] Levítico 6:2-5; Lucas 19:8; [4] Lucas 6:30, 38; 1 Juan 3:17; Efesios 4:28; Gálatas 6:10; [5] 1 Timoteo 6:6-9; [6] 1 Timoteo 5:8; [7] Proverbios 27:23, 24; Eclesiastés 2:24; Eclesiastés 3:12, 13; 1 Timoteo 6:17, 18; Isaías 38:1; Mateo 11:8; [8] 1 Corintios 7:20; Génesis 2:15; Génesis 3:19; [9] Efesios 4:28; Proverbios 10:4; [10] Juan 6:12; Proverbios 21:20; [11] 1 Corintios 6:1-6 [12] Proverbios 6:1-6; Proverbios 11:15; [13] Levítico 25:35; Deuteronomio 22:1-4; Éxodo 23:4, 5; Génesis 47:14, 20; Filipenses 2:4; Mateo 22:39.
P. 142. ¿Cuáles son los pecados prohibidos en el octavo mandamiento?
R. Los pecados prohibidos en el octavo mandamiento, además de la negligencia en los deberes requeridos,[1] son, el robo,[2] salteamiento,[3] secuestro,[4] así como el recibir una cosa robada;[5] comercio fraudulento,[6] pesas y medidas falsas,[7] quitar linderos,[8] injusticia e infidelidad en los contratos entre hombres,[9] o en asuntos de créditos;[10] opresión,[11] extorsión,[12] usura,[13] sobornos,[14] litigios vejatorios,[15] la depredación y destrucción de los linderos;[16] acaparar los bienes para alzar el precio;[17] trabajos ilegales,[18] y todos los demás modos injustos y pecaminosos para tomar o quitar lo que pertenece a nuestro prójimo, o para enriquecernos;[19] la codicia;[20] aprecio y afecto desmedidos hacia los bienes mundanales;[21] cuidados distraídos y desconfiados para adquirir, guardar y usar de dichos bienes;[22] envidiar la prosperidad de otros;[23] asimismo la ociosidad,[24] prodigalidad, juegos de azar; y todas las maneras por las cuales perjudicamos indebidamente nuestro estado externo,[25] así como privarnos del uso debido y las comodidades del estado en que Dios nos puso.[26]
[1] Santiago 2:15, 16; 1 Juan 3:17; [2] Efesios 4:28; [3] Salmo 62:10; [4] 1 Timoteo 1:10; [5] Proverbios 29:24; Salmo 50:18; [6] 1 Tesalonicenses 4:6; [7] Proverbios 11:1; Proverbios 20:10; [8] Deuteronomio 19:14; Proverbios 23:10; [9] Amos 8:5; Salmo 37:21; [10] Lucas 16:10-12; [11] Ezequiel 22:29; Levítico 25:17; [12] Mateo 23:25; Ezequiel 22:12; [13] Salmo 15:5; [14] Job 15:34; [15] 1 Corintios 6:6-8; Proverbios 3:29, 30; [16] Isaías 5:8; Miqueas 2:2; [17] Proverbios 11:26; [18] Hechos 19:19, 24, 25; [19] Job 20:19; Santiago 5:4; Proverbios 21:6; [20] Lucas 12:15; [21] 1 Timoteo 6:5; Colosenses 3:2; Proverbios 23:5; Salmo 62:10; [22] Mateo 6:25, 31, 34; Eclesiastés 5:12; [23] Salmo 73:3; Salmo 37:1, 7; [24] 2 Tesalonicenses 3:11; Proverbios 28:9; [25] Proverbios 21:17; Proverbios 23:20, 21; Proverbios 28:19; [26] Eclesiastés 4:8; Eclesiastés 6:2; 1 Timoteo 5:8.
P. 143. ¿Cuál es el noveno mandamiento?
R. El noveno mandamiento es: No hablarás contra tu prójimo falso testimonio.[1]
[1] Éxodo 20:16.
P. 144. ¿Cuáles son los deberes exigidos en el noveno mandamiento?
R. Los deberes exigidos en el noveno mandamiento son el preservar y promover la verdad entre los hombres,[1] y la buena fama del prójimo, así como la nuestra; [2] testificar la verdad y mantenerla;[3] y hablar de corazón,[4] sinceramente,[5] libremente,[6] claramente[7] y plenamente,[8] la verdad, y solamente la verdad, en cuestiones de juicio y justicia,[9] así como en cualquier otro asunto;[10] una estima caritativa hacia nuestro prójimo;[11] amando, deseando y regocijándonos por su buen nombre;[12] entristeciéndonos por sus debilidades,[13] y ocultándolas;[14] reconociendo libremente sus dones y cualidades,[15] defendiendo su inocencia;[16] prontitud para recibir un buen informe,[17] y falta de disposición para creer un mal rumor,[18] acerca de ellos; disuadiendo a los chismosos,[19] aduladores[20] y calumniadores;[21] un amor y cuidado por nuestro nombre defendiéndolo siempre que sea necesario;[22] guardando las promesas lícitas,[23] estudiando y practicando todas las cosas que son verdaderas, honestas, amables y que dan buena reputación.[24]
[1] Zacarías 8:16; [2] 3 Juan 12; [3] Proverbios 31:8, 9; [4] Salmo 15:2; [5] 2 Crónicas 19:9; [6] 1 Samuel 19:4, 5; [7] Josué 7:19; [8] 2 Samuel 14:18-20; [9] Levítico 19:15; Proverbios 14:5, 25; [10] 2 Corintios 1:17, 18; Efesios 4:25; [11] Hebreos 6:9; 1 Corintios 13:7; [12] Romanos 1:8; 2 Juan 4; 3 Juan 3, 4; [13] 2 Corintios 2:4; 2 Corintios 12:21; [14] Proverbios 17:9; 1 Pedro 4:8; [15] 1 Corintios 1:4, 5, 7; 2 Timoteo 1:4, 5; [16] 1 Samuel 22:14; [17] 1 Corintios 13:6, 7; [18] Salmo 15:3; [19] Proverbios 25:23; [20] Proverbios 26:24, 25; [21] Salmo 101:5; [22] Proverbios 22:1; Juan 8:49; [23] Salmo 15:4; [24] Filipenses 4:8.
P. 145. ¿Cuáles son los pecados prohibidos en el noveno mandamiento?
R. Los pecados prohibidos en el noveno mandamien¬to son todo perjuicio contra la verdad y buen nombre tanto nuestro como del prójimo,[1] especialmente delante de los tribunales públicos;[2] dar falso testimonio,[3] sobornar testigos falsos,[4] y a sabiendas testificar y abogar por una mala causa, confrontando y doblegando la verdad;[5] dictar sentencias injustas,[6] llamar malo a lo bueno y bueno a lo malo; recompensar al malo conforme a la obra del justo, y al justo conforme a la obra del malo;[7] falsificar,[8] ocultar la verdad, silencio indebido en una causa justa,[9] y el quedarnos quietos cuando debemos denunciar la iniquidad,[10] o quejarnos a otros;[11] hablar la verdad fuera de tiempo[12] o maliciosamente por lograr un fin perverso,[13] pervertirla con una significación errónea,[14] o expresarla de manera dudosa o equívoca, en perjuicio de la verdad y la justicia;[15] hablar falsedades,[16] mentir,[17] calumniar,[18] murmurar,[19] detractar,[20] circular bulos,[21] cuchichear,[22] ridiculizar,[23] ultrajar,[24] y censuras precipitadas,[25] toscas [26] y parciales;[27] malinterpretar intenciones, palabras y acciones;[28] adular,[29] la jactancia de vanagloria,[30] pensar o hablar demasiado alto y bajo de nosotros o de los demás;[31] negar los dones y gracias de Dios;[32] aumentar las pequeñas faltas;[33] ocultar, excusar o atenuar los pecados cuando somos llamados a hacer confesión de ellos;[34] descubrir sin necesidad las debilidades;[35] levantar falsos rumores,[36] recibir y patrocinar malas especies,[37] y cerrar nuestros oídos a la justa defensa;[38] malas sospechas;[39] la envidia o la tristeza por el merecido crédito de otro,[40] procurar o desear menoscabarlo,[41] regocijarse por su desgracia o infamia;[42] el desprecio insolente,[43] una admiración vana;[44] quebrantar promesas lícitas;[45] descuidar cosas tales como la buena reputación,[46] y practicar o no evitar nosotros mismos, o no impedir lo que podamos en los demás, las cosas que procuran mala fama.[47]
[1] 1 Samuel 17:28; 2 Samuel 16:3; 2 Samuel 1:9, 10, 15, 16; [2] Levítico 19:15; Habacuc 1:4; [3] Proverbios 19:5; Proverbios 6:16, 19; [4] Hechos 6:13; [5] Jeremías 9:3, 5; Hechos 24:2, 5; Salmo 12:3, 4; Salmo 52:1-4; [6] Proverbios 17:15; 1 Reyes 21:9-14; [7] Isaías 5:23; [8] Salmo 119:69; Lucas 19:8; Lucas 16:5-7; [9] Levítico 5:1; Deuteronomio 13:8; Hechos 5:3, 8, 9; 2 Timoteo 4:6; [10] 1 Reyes 1:6; Levítico 19:17; [11] Isaías 59:4; [12] Proverbios 29:11; [13] 1 Samuel 22:9, 10 compárese con Salmo 52, el título y versos 1-5; [14] Salmo 56:5 compárese con Mateo 26:60, 61; [15] Génesis 3:5; Génesis 26:7, 9; [16] Isaías 59:13; [17] Levítico 19:11; Colosenses 3:9; [18] Salmo 50:20; [19] Salmo 15:3; [20] Santiago 4:11; Jeremías 38:4; [21] Levítico 19:16; [22] Romanos 1:29, 30; [23] Génesis 21:9; Gálatas 4:29; [24] 1 Corintios 6:10; [25] Mateo 7:1; [26] Hechos 28:4; [27] Génesis 38:24; Romanos 2:1; [28] Nehemías 6:6-8; Romanos 3:8; Salmo 69:10; 1 Samuel 1:13- 15; 2 Samuel 10:3; [29] Salmo 12:2, 3; [30] 2 Timoteo 3:2; [31] Lucas 18:9, 11; Romanos 12:16; 1 Corintios 4:6: Hechos 12:22; Éxodo 4:10-14; [32] Job 27:5, 6; Job 4:6; [33] Mateo 7:3-5; [34] Proverbios 28:13; Proverbios 30:20; Génesis 3:12, 13; Jeremías 2:35; 2 Reyes 5:25; Génesis 4:9; [35] Génesis 9:22; Proverbios 25:9, 10; [36] Éxodo 23:1; [37] Proverbios 29:12; [38] Hechos 7:56, 57; Job 31:13, 14; [39] 1 Corintios 13:5; 1 Timoteo 6:4; [40] Números 11:29; Mateo 21:15; [41] Esdras 4:12, 13; [42] Jeremías 48:27; [43] Salmo 35:15, 16, 21; Mateo 27:28, 29; [44] Judas 16; Hechos 12:22; [45] Romanos 1:31; 2 Timoteo 3:3; [46] 1 Samuel 2:24; [47] 2 Samuel 13:12, 13; Proverbios 5:8, 9; Proverbios 6:33.
P. 146. ¿Cuál es el décimo mandamiento?
R. El décimo mandamiento es: No codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo ni su criada, ni su buey, ni su as no, ni cosa alguna de tu prójimo.[1]
[1] Éxodo 20:17.
P. 147. ¿Cuáles son los deberes exigidos en el décimo mandamiento?
R. Los deberes exigidos en el décimo mandamiento son el pleno contentamiento con nuestra propia condición,[1] y una tal disposición caritativa de toda el alma para con nuestro prójimo, que todas nuestras emociones y afectos internos hacia él, sirvan para su bien, y lo promuevan.[2]
[1] Hebreos 13:5; 1 Timoteo 6:6; [2] Job 31:29; Romanos 12:15; Salmo 122:7-9; 1 Timoteo 1:5; Ester 10:3; 1 Corintios 13:4-7.
P. 148. ¿Cuáles son los pecados prohibidos en el décimo mandamiento?
R. Los pecados prohibidos en el décimo mandamiento son el descontento con nuestro propio estado,[1] la envidia[2] y tristeza por el bien de nuestro prójimo,[3] juntamente con todas las emociones y afectos desordenados por cualquier cosa que sea suya.[4]
[1] 1 Reyes 21:4; Ester 5:13; 1 Corintios 10:10; [2] Gálatas 5:26; Santiago 3:14, 16; [3] Salmo 112:9, 10; Nehemías 2:10; [4] Romanos 7:7, 8; Romanos 13:9; Colosenses 3:5; Deuteronomio 5:21.
P. 149. ¿Puede algún hombre guardar perfectamente los mandamientos de Dios?
R. Ningún hombre es capaz, ni por sí mismo,[1] ni por alguna gracia recibida en esta vida, de guardar perfectamente los mandamientos de Dios;[2] sino que diariamente los quebranta en pensamiento,[3] palabra y obra.[4]
[1] Santiago 3:2; Juan 15:5; Romanos 8:3; [2] Eclesiastés 7:20; 1 Juan 1:8, 10; Gálatas 5:17; Romanos 7:18, 19; [3] Génesis 6:5; Génesis 8:21; [4] Romanos 3:9-19; Santiago 3:2-13.
P. 150. ¿Son igualmente detestables en sí mismas a la vista de Dios, todas las trasgresiones de sus mandamientos?
R. Todas las trasgresiones de la ley de Dios no son igualmente detestables, sino que algunos pecados en sí mismos, y por razón de varias circunstancias agravantes, son más detestables que otras a la vista de Dios.[1]
[1] Juan 19:11; Ezequiel 8:6, 13, 15; 1 Juan 5:16; Salmo 78:17, 32, 56.
P. 151. ¿Cuáles son las circunstancias agravantes que hacen a algunos pecados más detestables que otros?
R. Los pecados pueden ser más graves si se considera:
1. Las personas que ofenden,[1] si ellas son personas de mayor edad,[2] de gran experiencia o gracia,[3] eminentes por su profesión,[4] cualidades,[5] situación,[6] oficio,[7] si son guías de otros,[8] de tal manera que su ejemplo pueda ser seguido por otros[9].
2. Las partes ofendidas:[10] Si es directamente contra Dios,[11] contra sus atributos[12] y adoración;[13] contra Cristo y su gracia;[14] contra el Espíritu Santo,[15] su testimonio[16] y obras[17]; contra los superiores, hombres eminentes[18] y quienes que estamos especialmente relacionados y obligados para con ellos;[19] si es contra alguno de los creyentes,[20] especialmente si es un hermano débil,[21] si es contra las almas de ellos o de otro[22] y el bien común de todos o de algunos[23].
3. La naturaleza y calidad de la ofensa:[24] si es contra la letra expresa de la ley,[25] si quebranta muchos mandamientos, conteniendo así muchos pecado;[26] no solamente concebidos en el corazón, sino que se manifiestan en palabras y acciones;[27] si escandalizan a otros[28] y no admiten reparación;[29] si son contra los medios,[30] misericordias,[31] juicios,[32] la luz natural,[33] convicción del conciencia,[34] pública o privada amonestación,[35] censuras de la iglesia,[36] castigos civiles;[37] si son contra nuestras oraciones, propósitos, promesas[38], votos[39], pactos[40] y compromisos con Dios y con los hombres;[41] si fue hecha deliberada,[42] voluntaria,[43] presuntuosa,[44] imprudente,[45] hinchada,[46] maliciosa,[47] frecuente[48] y obstinadamente,[49] con delicia[50] continuidad[51] o recaída después del arrepentimiento[52].
4. Las circunstancias de tiempo[53] y lugar:[54] si son en el Día del Señor[55] o en otros momentos de la adoración divina;[56] o inmediatamente antes,[57] o después de éste,[58] o de otras providencias tomadas para prevenir o remediar tales faltas;[59] si fue en publico o en la presencia de otros, que puedan ser provocados o manchados por ellos[60].
[1] Jeremías 2:8; [2] Job 32:7, 9; Eclesiastés 4:13; [3] 1 Reyes 11:4, 9; [4] 2 Samuel 12:14; 1 Corintios 5:1; [5] Santiago 4:17; Lucas 12:47, 48; [6] Jeremías 5:4, 5; [7] 2 Samuel 12:7-9; Ezequiel 8:11, 12; [8] Romanos 2:17-24; [9] Gálatas 2:11-14; [10] Mateo 21:38, 39; [11] 1 Samuel 2:25; Hechos 5:4; Salmo 51:4; [12] Romanos 2:4; [13] Malaquías 1:8, 14; [14] Hebreos 2:2, 3; Hebreos 12:25; [15] Hebreos 10:29; Mateo 22:31-32; [16] Efesios 4:30; [17] Hebreos 6:4-6; [18] Judas 8; Números 12:8, 9; Isaías 3:5; [19] Proverbios 30:17 ; 2 Corintios 12:15; Salmo 55:12-15; [20] Sofonías 2:8, 10, 11; Mateo 18:6; 1 Corintios 6:8; Apocalipsis 17:6; [21] 1 Corintios 8:11, 12; Romanos 14:13, 15, 21; [22] Ezequiel 13:19; 1 Corintios 8:12, 13; Mateo 23:15 [23] 1 Tesalonicenses 2:15, 16; Josué 22:20; [24] Proverbios 6:30-33; [25] Esdras 9:10-12; 1 Reyes 11:9, 10; [26] Colosenses 3:5; 1 Timoteo 6:10; Proverbios 5:8-12; Proverbios 6:32, 33; Josué 7:21; [27] Santiago 1:14, 15; Mateo 5:22; Miqueas 2:1; [28] Mateo 18:7; Romanos 2:23, 24;[29] Deuteronomio 22:22, 28, 29; Proverbios 6:32-35;[30] Mateo 11:21-24; Juan 15:22;[31] Isaías 1:3; Deuteronomio 32:6; [32] Amos 4:8-11; Jeremías5:3; [33] Romanos 1:26, 27; [34] Romanos 1:32; Daniel 5:22; Tito 3:10, 11; [35] Proverbios 29:1; [36] Tito 3:10; Mateo 18:17; [37] Proverbios 27:22; Proverbios 23:35; [38] Salmo 78:34-37; Jeremías 2:20; Jeremías 42:5, 6, 20, 21; [39] Eclesiastés 5:4-6; Proverbios 20:25; [40] Levítico 26:25; [41] Proverbios 2:17; Ezequiel 17:18, 19; [42] Salmo 36:4; [43] Jeremías 6:16; [44] Números 15:30; Éxodo 21:14; [45] Jeremías 3:3; Proverbios 7:13; [46] Salmo 52:1; [47] 3 Juan 10; [48] Números 14:22; [49] Zacarías 7:11, 12; [50] Proverbios 2:14; [51] Isaías 57:17; [52] Jeremías 34:8-11; 2 Pedro 2:20-22; [53] 2 Reyes 5:26; [54] Jeremías 7:10; Isaías 26:10; [55] Ezequiel 23:37-39; [56] Isaías 58:3-5; Números 25:6, 7; [57] 1 Corintios 11:20, 21; [58] Jeremías 7:8-10; Proverbios 7:14, 15; Juan 13:27, 30; [59] Edras 9:13, 14; [60] 2 Samuel 16:22; 1 Samuel 2:22-24
P. 152. ¿Qué es lo que cada pecado merece a la vista de Dios?
R. Cada pecado, aun el más pequeño, siendo contra la soberanía,[1] bondad[2] y santidad de Dios[3] y contra su justa ley, [4] merece su ira y maldición, [5] tanto en esta vida[6] como en la venidera;[7] y nada puede expiarlo sino la sangre de Cristo.[8]
[1] Santiago 2:10, 11 [2] Éxodo 20:1, 2; [3] Habacuc 1:13; Levítico 10:3; Levítico 11:44, 45; [4] 1 Juan 3:4; Romanos 7:12; [5] Efesios 5:6; Gálatas 3:10; [6] Lamentaciones 3:39; Deuteronomio 28:15 hasta el final; [7] Mateo 25:4;1 [8] Hebreos 9:22; 1 Pedro 1:18, 19
P. 153. ¿Qué es lo que Dios requiere de nosotros para que escapemos de la ira y maldición que hemos merecido por razón de las trasgresiones de la ley?
R. Para que escapemos de la ira y maldición de Dios que hemos merecido por razón de las trasgresiones de la ley, Él requiere de nosotros el arrepentimiento para con Dios y la fe en nuestro Señor Jesucristo,[1] y el uso diligente de los medios externos por los que Cristo nos comunica los beneficios de su mediación.[2]
[1] Hechos 20:21; Mateo 3:7, 8 Lucas 13:3, 5; Hechos 16:30, 31; Juan 3:16, 18; [2] Proverbios 2:1-5; Proverbios 8:33-36.
P. 154. ¿Cuáles son los medios externos por los que Cristo nos comunica los beneficios de su mediación?
R. Los medios externos y ordinarios por los que Cristo comunica a su iglesia los beneficios de su mediación, son todas sus ordenanzas; especialmente la palabra, los sacramentos y la oración; todos los cuales son eficaces para la salvación de los elegidos.[1]
[1] Mateo 28:19, 20; Hechos 2:42, 46, 47.
P. 155 ¿Cómo es hecha eficaz la palabra para la salvación?
R. El Espíritu de Dios hace de la lectura de la palabra, y especialmente de la predicación de ella, un medio eficaz para iluminar,[1] convencer y humillar a los pecadores;[2] sacándolos de sí mismos y conduciéndolos a Cristo;[3] conformándolos a su imagen[4] y subyugándolos a su voluntad;[5] fortaleciéndolos contra las tentaciones y corrupciones; edificándolos en su gracia[6] y afirmando el corazón de ellos en santidad y consuelo por medio de la fe para salvación.[7]
[1] Nehemías 8:8; Hechos 26:18; Salmo 19:8; [2] 1 Corintios 14:24, 25; 2 Crónicas 34:18, 19, 26-28; [3] Hechos 2:37, 41; Hechos 8:27-30, 35-38; [4] 2 Corintios 3:18; [5] 2 Corintios 10:4-6; Romanos 6:17; [6] Mateo 4:4, 7, 10; Efesios 6:16, 17; Salmo 19:11; 1 Corintios 10:11; [7] Hechos 20:32; 2 Timoteo 3:15-17; [8] Romanos 16:25; 1 Tesalonicenses 3:2, 10, 11, 13; Romanos 15:4; Romanos 10:13-17; Romanos 1:16.
P. 156. ¿La palabra de Dios debe ser leída por todos?
R. Aunque no a todos les es permitido leer la palabra de Dios públicamente a la congregación,[1] sin embargo, toda clase de personas está obligada a leerla para sí misma[2] y con sus familias; [3] para lo cual las Santas Escrituras deben traducirse del original al lenguaje común [4]
[1] Deuteronomio 31:9, 11-13; Nehemías 8:2, 3; Nehemías 9:3-5 [2] Deuteronomio 17:19; Apocalipsis 1:3; Juan 5:39; Isaías 34:16; [3] Deuteronomio 6:6-9; Génesis 18:17; Salmo 78:5-7; [4] 1 Corintios 14:6, 9, 11, 12, 15, 16, 24, 27, 28.
P. 157. ¿Cómo debe leerse la palabra de Dios?
R. Las Santas Escrituras deben leerse con una alta y reverente estima de ellas;[1] con la persuasión firme de que son la verdadera palabra de Dios[2] y de que sólo Él puede capacitarnos para entenderlas;[3] con el deseo de conocer, creer y obedecer la voluntad de Dios revelada en ellas;[4] con diligencia[5] y atención tanto su contenido como alcance;[6] con meditación,[7] aplicación,[8] abnegación[9] y oración.[10]
[1] Salmo 19:10; Nehemías 8:3-6, 10 Éxodo 24:7; 2 Crónicas 34:27; Isaías 66:2; [2] 2 Pedro 1:19-21; [3] Lucas 24:45; 2 Corintios 3:13-16; [4] Deuteronomio 17:10, 20; [5] Hechos 17:11; [6] Hechos 8:30, 34; Lucas 10:26-28; [7] Salmo 1:2; Salmo 119:97; [8] 2 Crónicas 34:21; [9] Proverbios 3:5; Deuteronomio 33:3; [10] Proverbios 2:1-6; Salmo 119:18; Nehemías 7:6, 8.
P. 158. ¿Por quién debe ser predicada la palabra de Dios?
R. La palabra de Dios debe ser predicada solamente por aquellos que están suficientemente dotados de las cualidades necesarias,[1] y que han sido llamados y aprobados de la manera debida para este oficio.[2]
[1] 1 Timoteo 3:2, 6; Efesios 4:8-11; Oseas 4:6; Malaquías 2:7; 2 Corintios 3:6; [2] Jeremías 14:15; Romanos 10:15; Hebreos 5:4; 1 Corintios 12:28, 29; 1 Timoteo 3:10; 1 Timoteo 4:14; 1 Timoteo 5:22.
P. 159. ¿Cómo debe ser predicada la palabra de Dios por los que son llamados para ello?
R. Los que son llamados para trabajar en el ministerio de la palabra deben predicar sólida doctrina,[1] con diligencia, [2] a tiempo y fuera de tiempo;[3] claramente,[4] no con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y con poder;[5] con fidelidad,[6] dando a conocer todo el consejo de Dios; [7] con sabiduría,[8] adaptándose a las necesidades y capacidades de los oyentes;[9] con celo[10] con amor ferviente a Dios[11] y a las almas de su pueblo;[12] con sinceridad,[13] buscando la gloria de Dios,[14] y la conversión,[15] edificación,[16] y salvación de ellos.[17]
[1] Tito 2:1, 8; [2] Hechos 18:25; [3] 2 Timoteo 4:2; [4] 1 Corintios 14:19; [5] 1 Corintios 2:4; [6] Jeremías 23:28; 1 Corintios 4:1, 2; [7] Hechos 20:27; [8] Colosenses 1:28; 2 Timoteo 2:15; [9] 1 Corintios 3:2; Hebreos 5:12-14; Lucas 12:42; [10] Hechos 18:25; [11] 2 Corintios 5:13, 14; Filipenses 1:15-17; [12] Colosenses 4:12 ; 2 Corintios 12:15; [13] 2 Corintios 2:17; 2 Corintios 4:2; [14] 1 Tesalonicenses 2:4-6; Juan 7:18; [15] 1 Corintios 9:19-22; [16] 2 Corintios 12:19; Efesios 4:12; [17] 1 Timoteo 4:16; Hechos 26:16-18.
P. 160. ¿Qué se requiere de aquellos que oyen la palabra predicada?
R. De aquellos que oyen la palabra predicada se requiere que la atiendan con diligencia,[1] preparación,[2] y oración;[3] que comprueben lo que oyen con las Escrituras y; [4] que reciban la verdad con fe,[5] amor,[6] mansedumbre,[7] y prontitud de ánimo,[8] como la palabra de Dios;[9] meditando e] y conversando acerca de ella;[10] guardándola en el corazón,[11] y manifestando los frutos de ella en la vida.[12]
[1] Proverbios 8:34; [2] 1 Pedro 2:1, 2; Lucas 8:18; [3] Salmo 119:18; Efesios 6:18, 19; [4] Hechos 17:11; [5] Hebreos 4:2; [6] 2 Tesalonicenses 2:10; [7] Santiago 1:21; [8] Hechos 17:11; [9] 1 Tesalonicenses 2:13; [10] Lucas 9:44; Hebreos 2:1; [11] Lucas 24:14; Deuteronomio 6:6, 7; [12] Proverbios 2:1; Salmo 119:11; [13] Lucas 8:15; Santiago 1:25.
P. 161. ¿Cómo vienen a ser los sacramentos medios eficaces de salvación?
R. Los sacramentos vienen a ser medios eficaces de salvación, no por algún poder que haya en ellos ni por virtud alguna derivada de la piedad o intención de aquel que los administra, sino solamente por la operación del Espíritu Santo y las bendiciones de Cristo que los instituyó.[1]
[1] 1 Pedro 3:21; Hechos 8:13, 23; 1 Corintios 3:6, 7; 1 Corintios 12:13.
P. 162. ¿Qué es un sacramento?
R. Un sacramento es una santa ordenanza instituida por Cristo en su Iglesia,[1] para significar, sellar y presentar[2] a aquellos que están dentro del pacto de gracia,[3] los beneficios de su mediación;[4] para fortalecer y acrecentar la fe y otras gracias;[5] para obligarlos a la obediencia;[6] para testificar y mantener el amor y comunión del uno con el otro;[7] y distinguirlos de los que están fuera.
[1] Génesis 17:7, 10; Éxodo 12; Mateo 28:19; Mateo 26:26-28; [2] Romanos 4:11; 1 Corintios 11:24, 25; [3] Romanos 15:8; Éxodo 12:48; [4] Hechos 2:38; 1 Corintios 10:16; [5] Romanos 4:11; Gálatas 3:27; [6] Romanos 6:3, 4; 1 Corintios 10:21; [7] Efesios 4:2-5; 1 Corintios 12:13; [8] Efesios 2:11, 12; Génesis 34:14.
P. 163. ¿Cuáles son las partes de un sacramento?
R. Las partes de un sacramento son dos: una es el signo externo y sensible usado conforme al mismo mandato de Cristo; la otra es, la gracia interna y espiritual significada por aquella.[1]
[1] Mateo 3:11; 1 Pedro 3:21; Romanos 2:28, 29.
P. 164. ¿Cuántos sacramentos instituyó Cristo en su iglesia bajo el nuevo Testamento?
R. Bajo el Nuevo Testamento Cristo instituyó en su iglesia solamente dos sacramentos, el Bautismo y la Cena del Señor.[1]
[1] Mateo 28:19; 1 Corintios 11:20, 23; Mateo 26:26-28.
P. 165. ¿Qué es el Bautismo?
R. El Bautismo es un sacramento del nuevo pacto, en el cual Cristo ha ordenado que el lavamiento con agua en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,[1] sea un signo y un sello de unión con El,[2] de remisión de pecado por su sangre[3] y de regeneración por su Espíritu;[4] de adopción,[5] de resurrección a la vida eterna;[6] y por el mismo sacramento los que se bautizan son admitidos solemnemente en la iglesia visible[7] y entran en un compromiso abierto y profesado de ser total y solamente del Señor.[8]
[1] Mateo 28:19; [2] Gálatas 3:27; [3] Marcos 1:4; Apocalipsis 1:5; [4] Tito 3:5; Efesios 5:26; [5] Gálatas 3:26, 27; [6] 1 Corintios 15:29; Romanos 6:5; [7] 1 Corintios 12:13 [8] Romanos 6:4.
P. 166. ¿A quiénes debe administrarse el Bautismo?
R. El Bautismo no debe administrarse a ninguno de los que están fuera de la iglesia visible y por lo tanto son extraños al pacto de la promesa si no es hasta que profesen su fe en Cristo y obediencia a Él;[1] pero los niños que descienden de padres, ya sea ambos o sólo uno de ellos, que han profesado su fe en Cristo y obediencia a él, por esta consideración están dentro del pacto, y deben ser bautizados.[2]
[1] Hechos 8:36, 37; Hechos 2:38; [2] Génesis 17:7, 9, 14; Gálatas 3:9, 14; Colosenses 2:11, 12; Hechos 2:38, 39; Romanos 4:11, 12; 1 Corintios 7:14; Mateo 28:19; Lucas 18:15, 16; Romanos 11:16.
P. 167. ¿Cómo nuestro bautismo ha de ser empleado por nosotros?
R. El indispensable pero muchas veces descuidado deber de aprovechamos de nuestro bautismo, ha ser cumplido por nosotros durante toda nuestra vida, especialmente en el tiempo de la tentación, y cuando estamos presentes en la administración de él a otros;[1] por una consideración seria y llena de gratitud por su naturaleza y de los fines para el cual Cristo lo instituyó, los privilegios y beneficios conferidos y sellados por medio de él, y del voto solemne que hicimos; [2] por ser humildes por nuestras debilidades pecaminosas, de quedarnos faltos, y andar en contra, de la gracia del bautismo y de nuestras promesas;[3] por el crecimiento en la seguridad del perdón del pecado, y de todas las otras bendiciones selladas en nosotros por este sacramento;[4] por derivar fuerza de la muerte y resurrección de Cristo, en quien somos bautizados, por la mortificación de la carne y avivamiento de la gracia;[5] y por los esfuerzos en vivir por la fe,[6] para tener nuestra manera de vivir en santidad y justicia.[7] como aquellos que han entregado su nombre a Cristo;[8] y para andar en amor fraternal, como siendo bautizados por el mismo Espíritu en un cuerpo.[9]
[1] Colosenses 2:11, 12; Romanos 6:4, 6, 11; [2] Romanos 6:3-5; [3] 1 Corintios 1:11-13; Romanos 6:2, 3; [4] Romanos 4:11, 12; 1 Pedro 3:21; [5] Romanos 6:3-5; [6] Gálatas 3:26, 27; [7] Romanos 6:22; [8] Hechos 2:38; [9] 1 Corintios 12:13, 25-27.
P. 168. ¿Qué es la Cena del Señor?
R. La Cena del Señor es un sacramento del Nuevo Pacto,[1] en el cual, dando y recibiendo pan y vino conforme a la ordenanza de Jesucristo, se simboliza su muerte; y aquellos que participan dignamente, se alimentan de su cuerpo y de su sangre, para su alimento espiritual y crecimiento en la gracia;[2] confirman así su unión y comunión con Él;[3] testifican y renuevan su gratitud[4] y compromiso para con Dios,[5] y su amor y amistad del uno con el otro como miembros del mismo cuerpo místico.[6]
[1] Lucas 22:20; [2] Mateo 26:26-28; 1 Corintios 11:23-26; [3] 1 Corintios 10:16; [4] 1 Corintios 11:24; [5] 1 Corintios 10:14-16, 21; [6] 1 Corintios 10:17.
P. 169. ¿Cómo mandó Cristo que fuesen dados el pan y el vino en el sacramento de la Cena del Señor?
R. Cristo ordenó a los ministros de la palabra, en la administración del sacramento de la Cena del Señor, apartar del uso común el pan y el vino por medio de las palabras de la institución, acción de gracias y oración; tomar y romper el pan, y dar a los comulgantes tanto el pan como el vino; quienes, por la misma ordenanza, han de recibir y comer el pan, y beber el vino, en agradecida rememoración de que el cuerpo de Cristo fue roto y entregado, y su sangre derramada por ellos.[1]
[1] 1 Corintios 11:23, 24; Mateo 26:26-28; Marcos 14:22-24; Lucas 22:19, 20.
P. 170. ¿Cómo se alimentan del cuerpo y de la sangre de Cristo los que participan dignamente de la Cena del Señor?
R. Como el cuerpo y la sangre de Cristo no están corporal o carnalmente presentes en, con o bajo el pan y el vino en la Cena del Señor,[1] y sin embargo están presentes espiritualmente a la fe del que recibe, no con menos verdad y realidad que los elementos mismos a los sentidos externos;[2] así los que participan dignamente del sacramento de la Cena del Señor, se alimentan del cuerpo y de la sangre de Cristo, no corporal o carnalmente, sino de una manera espiritual; bien que verdadera y realmente,[3] mientras por la fe reciben y se aplican a sí mismos a Cristo crucificado y a los beneficios de su muerte.[4]
[1] Hechos 3:21; [2] Mateo 26:26, 28; [3] 1 Corintios 11:24-29; [4] 1 Corintios 10:16.
P. 171. ¿Cómo deben prepararse los que reciben el sacramento de la Cena del Señor antes de venir a él?
R. Aquellos que reciben el sacramento de la Cena del Señor, deben prepararse antes de venir a él, por un examen de sí mismos,[1] de si están en Cristo,[2] de sus pecados y necesidades;[3] de la verdad y medida de su conocimiento,[4] fe,[5] arrepentimiento;[6] amor a Dios y a los hermanos,[7] caridad para con todos los hombres,[7] perdón de aquellos que les han hecho mal;[8] de sus deseos de Cristo,[8] y de su nueva obediencia;[9] así como por renovar el ejercicio de aquellas gracias,[10] por meditación seria[11] y oración ferviente.[12]
[1] 1 Corintios 11:28; [2] 2 Corintios 13:5; [3] 1 Corintios 5:7; compárese con Éxodo 12:15; [4] 1 Corintios 11:29; [5] 1 Corintios 13:5; Mateo 26:28; [6] Zacarías 12:10; 1 Corintios 11:31; [7] 1 Corintios 10:16, 17; Hechos 2:46, 47; [8] 1 Corintios 5:8; 1 Corintios 11:18, 20; [9] Mateo 5:23, 24; [10] Isaías 55:1; Juan 7:37; [11] 1 Corintios 5:7, 8; [12] 1 Corintios 11:25, 26, 28; Hebreos 10:21, 22, 24; Salmo 26:6; [13] 1 Corintios 11:24, 25; [14] 2 Crónicas 30:18, 19; Mateo 26:26.
P. 172. ¿Puede alguno que duda de que está en Cristo o de su preparación, acercarse a la Cena del Señor?
R. Uno que dude de que está en Cristo o de su debida preparación para el sacramento de la Cena del Señor, puede tener un verdadero interés en Cristo aun cuando no esté seguro de ello;[1] y según Dios ve las cosas la tiene, si está debidamente afectado por la aprehensión de la necesidad de ella[2] y desea sinceramente ser hallado en Cristo[3] y apartarse de la iniquidad;[4] en cuyo caso (porque las promesas son hechas, y este sacramento fue establecido para el bien de los cristianos débiles y que dudan)[5] él debe lamentar su incredulidad,[6] y trabajar para resolver sus dudas;[7] y, siendo así, él puede y debe acercarse a la Cena del Señor, para que sea más fortalecido.[8]
[1] Isaías 50:10; 1 Juan 5:13; Salmo 88; Salmo 77:1-4, 7-10; Jonás 2:4; [2] Isaías 54:7-10; Mateo 5:3, 4; Salmo 31:22; Salmo 73:13, 22, 23; [3] Filipenses 3:8, 9; Salmo 10:17; Salmo 42:1, 2, 5, 11; [4] 2 Timoteo 2:19; Isaías 50:10; Salmo 66:18-20; [5] Isaías 40:11, 29, 31; Mateo 11:28; Mateo 12:20; Mateo 26:28 [6] Marcos 9:24 [7] Hechos 2:37; Hechos 16:30; [7] Romanos 4:11; 1 Corintios 11:28.
P. 173. ¿Se puede prohibir a alguno de los que profesan tener deseo de acercarse a la Cena del Señor el que lo haga?
R. Aquellos que son hallados ignorantes y escandalosos, no obstante su profesión de fe y su deseo de acercarse a la Cena del Señor, pueden y deben ser apartados de este sacramento por el poder que Cristo ha dejado a su iglesia,[1] hasta que reciban instrucción y manifiesten su reforma.[2]
[1] 1 Corintios 11:27-34; Mateo 7:6; 1 Corintios 5; Judas 23; 1 Timoteo 5:22; [2] 2 Corintios 2:7.
P. 174. ¿Qué se requiere de aquellos que reciben el sacramento de la Cena del Señor en el tiempo de la administración de él?
R. Se requiere de aquellos que reciben el sacramento de la Cena del Señor, que, durante el tiempo de la administración de él, con toda atención y santa reverencia esperen en Dios en esta ordenanza,[1] observando diligentemente las acciones y elementos sacramentales,[2] discerniendo cuidadosamente el cuerpo del Señor,[3] y meditando con afecto en su muerte y sufrimientos,[4] y se sientan estimulados al ejercicio vigoroso de sus gracias;[5] en juzgarse a sí mismos[6] y entristecerse por su pecado;[7] en tener una intensa hambre y sed de Cristo,[8] alimentándose de él por la fe,[9] recibiendo de su plenitud,[10] confiando en sus méritos,[11] regocijándose en su amor,[12] agradeciendo su gracia;[13] renovando su pacto con Dios[14] y su amor para todos los santos.[15]
[1] Levítico 10:3; Hebreos 12:28; Salmo 5:7; 1 Corintios 11:17, 26, 27; [2] Éxodo 24:8 compárese con Mateo 26:28; [3] 1 Corintios 11:29; [4] Lucas 22:19; [5] 1 Corintios 11:26; 1 Corintios 10:3-5, 11, 14; [6] 1 Corintios 11:31; [7] Zacarías 12:10; [8] Apocalipsis 22:17; [9] Juan 6:35; [10] Juan 1:16; [11] Filipenses 1:16; [12] Salmo 63:4, 5; 2 Crónicas 30:21; [13] Salmo 22:26; [14] Jeremías 50:5; Salmo 50:5; [15] Hechos 2:42.
P. 175. ¿Cuál es el deber de los cristianos después que han recibido el sacramento de la Cena del Señor?
R. El deber de los cristianos después de que han recibido el sacramento de la Cena del Señor, es pensar seriamente cómo han obrado en ella y con cuál resultado;[1] si hallan avivamiento y consuelo, a bendecir a Dios por él,[2] pedir la continuación del mismo;[3] velar contra las recaídas,[4] cumplir sus votos,[5] y animarse a la asistencia frecuente a esta ordenanza;[6] pero si no encuentran ningún beneficio presente, revisar más escrupulosamente su preparación para el sacramento y su conducta durante el mismo;[7] en los cuales, si pueden aprobarse a sí mismos para con Dios y sus propias conciencias, han de esperar el fruto a su tiempo debido;[8] pero si ven que han salido vacíos de cada una de estas cosas, deben humillarse,[9] y asistir en lo sucesivo con más cuidado y diligencia.[10]
[1] Salmo 28:7; Salmo 85:8; 1 Corintios 11:17, 30, 31; [2] 2 Crónicas 30:21, 22, 23, 25, 26; Hechos 2:42, 46, 47; [3] Salmo 36:10; 1 Crónicas 29:18; [4] 1 Corintios 10:3-5, 12; [5] Salmo 50:14; [6] 1 Corintios 11:25, 26; Hechos 2:42, 46; [7] Cantares 5:1-6; Eclesiastés 5:1-6; [8] Salmo 123:1, 2; Salmo 42:5, 8; Salmo 43:3-5; [9] 2 Crónicas 30:18, 19; [10] 2 Corintios 7:11; 1 Crónicas 15:12-14.
P. 176. ¿En qué son semejantes el sacramento del Bautismo y el de la Cena del Señor?
R. El sacramento del Bautismo y el de la Cena del Señor son semejantes en que el autor de ambos es Dios;[1] en que la parte espiritual de los dos es Cristo y sus beneficios;[2] ambos son sellos del mismo pacto,[3] deben ser administrados por ministros del evangelio, y no por ningún otro;[4] y continuaran en la iglesia hasta la segunda venida.[5]
[1] Mateo 28:19; 1 Corintios 11:23; [2] Romanos 6:3, 4; 1 Corintios 10:16; [3] Romanos 4:11; Colosenses 2:12; Mateo 26:27, 28; [4] Juan 1:33; Mateo 28:19; 1 Corintios 11:23; 1 Corintios 4:1; Hebreos 5:4; [5] Mateo 28:19, 20; 1 Corintios 11:26.
P. 177. ¿En qué difieren los sacramentos del Bautismo y de la Cena del Señor?
R. Los sacramentos del Bautismo y de la Cena del Señor difieren en que el Bautismo sólo ha de administrarse una vez, con agua, para que sea un signo y un sello de nuestra regeneración y de que estamos injertados en Cristo,[1] y esto aun a los niños;[2] mientras que la Cena del Señor debe administrarse con frecuencia, en los elementos de pan y vino, para representar y mostrar a Cristo como el alimento espiritual del alma,[3] y confirmar nuestra permanencia y crecimiento en Él,[4] y esto sólo los que tienen la edad y capacidad de examinarse a sí mismos.[5]
[1] Mateo 3:11; Tito3:5; Gálatas 3:27; [2] Génesis 17:7, 9; Hechos 2:38, 39; 1 Corintios 7:14; [3] 1 Corintios 11:23-26; [4] 1 Corintios 10:16; [5] 1 Corintios 11:28, 29.
P. 178. ¿Qué es la oración?
R. La oración es el ofrecimiento de nuestros deseos a Dios,[1] en el nombre de Cristo,[2] y por la ayuda de su Espíritu;[3] con confesión de nuestros pecados[4] y reconocimiento agradecido de sus beneficios.[5]
[1] Salmo 62:8; [2] Juan 16:23; [3] Romanos 8:26; [4] Salmo 32:5, 6; Daniel 9:4; [5] Filipenses 4:6.
P. 179. ¿Debemos orar a Dios solamente?
R. Siendo Dios el único capaz de escudriñar los corazones,[1] de oír las súplicas,[2] perdonar los pecados[3] y cumplir los deseos de todos;[4] y el único en quien se debe cree,[5] y a quien se debe adorar con culto religioso;[6] la oración, que es una parte de este culto,[7] debe ser hecha por todos únicamente a Él,[8] y a ninguno otro.[9]
[1] 1 Reyes 8:39; Hechos 1:24; Romanos 8:27; [2] Salmo 65:2; [3] Miqueas 7:18; [4] Salmo 145:18, 19; [5] Romanos 10:14; [6] Mateo 4:10; [7] 1 Corintios 1:2; [8] Salmo 50:15; [9] Romanos 10:14.
P. 180. ¿Qué es orar en el nombre de Cristo?
R. Orar en el nombre de Cristo es, en obediencia a su mandamiento, y en confianza a sus promesas, pedir misericordia a Él;[1] no por el simple hecho de mencionar su nombre,[2] sino por derivar un incentivo para orar, y nuestro aliento, fuerza y esperanza de hallar aceptación para nuestra súplica, en Cristo y en su mediación.[3]
[1] Juan 14:13, 14; Juan 16:24; Daniel 9:17; [2] Mateo 7:21; [3] Hebreos 4:14-16; 1 Juan 5:13-15.
P. 181. ¿Por qué debemos orar en el nombre de Cristo?
R. Lo pecaminosidad del hombre, y su distancia de Dios por su causa, al ser tan grande no podemos tener acceso a su presencia sin un mediador,[1] y no habiendo en el cielo ni en la tierra ningún otro señalado o apto para esta obra gloriosa sino sólo Cristo, [2] no debemos pedir en ningún otro nombre más que en el suyo.[3]
[1] Juan 14:6; Isaías 59:2; Efesios 3:12; [2] Juan 6:27; Hebreos 7:25-27; 1 Timoteo 2:5; [3] Colosenses 3:17; Hebreos 13:15.
P. 182. ¿Cómo nos ayuda el Espíritu Santo a orar?
R. No sabiendo nosotros pedir lo que conviene, el Espíritu ayuda nuestra flaqueza, capacitándonos para entender para quiénes, por qué y cómo debemos pedir; y por obrar y vivificar en nuestro corazón (aunque no en todas las personas, ni en todos los tiempos en la misma medida), aquellas aprehensiones, afectos y gracias que son requisitos para el cumplimiento recto de este deber.[1]
[1] Romanos 8:26, 27; Salmo 10:17; Zacarías 12:10.
P. 183. ¿Por quiénes debemos orar?
R. Debemos orar por toda la Iglesia que está sobre la tierra;[1] por las autoridades[2] y ministros;[3] por nosotros mismos,[4] por nuestros hermanos[5] y también por nuestros enemigos;[6] por toda clase de los hombres que viven[7] a que vivirán;[8] mas no por los muertos[9] ni por aquellos que sabemos han cometido el pecado de muerte.[10]
[1] Efesios 6:18; Salmo 28:9; [2] 1 Timoteo 2:1, 2; [3] Colosenses 4:3; [4] Génesis 32:11; [5] Santiago 5:16; [6] Mateo 5:44; [7] 1 Timoteo 2:1, 2; [8] Juan 17:20; 2 Samuel 7:29; [9] 2 Samuel 12:21-23; [10] 1 Juan 5:16.
P. 184. ¿Por cuáles cosas debemos orar?
R. Debemos orar por todas las cosas que tienden a la gloria de Dios,[1] al bienestar de la iglesia,[2] de nosotros mismos[3] o al bien de los demás;[3] pero no por alguna cosa que sea ilícita.[4]
[1] Mateo 6:9, [2] Salmo 51:18, Salmo 122:6, [3] Mateo 7:11, [4] Salmo 125:4, [5] 1 Juan 5:14.
P. 185. ¿Cómo debemos orar?
R. Debemos orar can una aprehensión temerosa de la majestad de Dios,[1] y con un sentimiento profundo de nuestra indignidad,[2] necesidades[3] y pecados;[4] con corazones contritos,[5] agradecidos [6] y ensanchados;[7] con entendimiento[8] fe,[9] sinceridad,[10] fervor,[11] amor[12] y perseverancia,[13] esperando en Él,[14] con sumisión humilde a su voluntad.[15]
[1] Eclesiastés 5:1; [2] Génesis 18:27; Génesis 32:10; [3] Lucas 15:17-19; [4] Lucas 18:13, 14; [5] Salmo 51:17; [6] Filipenses 4:6; [7] 1 Samuel 1:15; 1 Samuel 2:1; [8] 1 Corintios 14:15; [9] Marcos 11:24; Santiago 1:6; [10] Salmo 145:18; Salmo 17:1; [11] Santiago 5:16; [12] 1 Timoteo 2:8; [13] Efesios 6:18; [14] Miqueas 7:7; [15] Mateo 26:39.
P. 186. ¿Qué regla nos ha dado Dios para dirigirnos en el deber de la oración?
R. Toda la palabra de Dios es útil para dirigir nos en el deber de la oración;[1] pero la regla especial para dirigirnos, es aquella forma de oración que Cristo nuestro Salvador enseñó a sus discípulos, comúnmente llamada El Padre Nuestro.[2]
[1] 1 Juan 5:14; [2] Mateo 6:9-13; Lucas 11:2-4.
P. 187. ¿Cómo debe usarse la oración del Señor?
R. La oración del Señor no solamente debe usarse para dirigirnos, como un modelo conforme al cual debamos hacer otras oraciones; sino que puede también usarse como una oración si se hace con entendimiento, fe, reverencia y otras gracias necesarias para el cumplimiento recto del deber de la oración.[1]
[1] Mateo 6:9 compárese con Lucas 11:2.
P. 188. ¿De cuántas partes se compone la oración del Señor?
R. La oración del Señor está compuesta de tres partes: el prefacio, peticiones y conclusión.
P. 189. ¿Qué nos enseña el prefacio de la oración del Señor?
R. El prefacio de la oración del Señor (contenido en estas palabras: Padre nuestro que estás en los cielos),[1] nos enseña que cuando oremos nos acerquemos a Dios con confianza en su bondad paternal y de nuestra participación en ella;[2] con reverencia y todas las demás disposiciones filiales,[3] afectos celestes[4] y aprehensiones debidas de su poder soberano, majestad y condescendencia misericordiosa;[5] como también a orar con otros y por otros.[6]
[1] Mateo 6:9; [2] Lucas 11:13; Romanos 8:15; [3] Isaías 64:9; [4] Salmo 123:1; Lamentaciones 3:41; [5] Isaías 63:15, 16; Nehemías 1:4-6; [6] Hechos 12:5.
P. 190. ¿Qué pedimos en la primera petición?
R. En la primera petición (que dice: Santificado sea tu nombre),[1] reconociendo la profunda incapacidad e indisposición que hay en nosotros y en todos los hombres para honrar a Dios rectamente,[2] pedimos que Dios por su gracia nos capacite como también a nosotros y a los demás para conocerlo, aceptarlo y estimarlo altamente,[3] sus títulos,[4] atributos,[5] ordenanzas, palabra,[6] obras y todas aquellas cosas por las cuales a Él le place darse a conocer;[7] y que podamos glorificarlo en pensamiento, palabra[8] y obra;[9] que Él impida y haga desaparecer el ateismo,[10] la ignorancia,[11] idolatría,[12] impiedad[13] y todo lo que lo deshonra;[14] y que por su providencia que todo lo gobierna, dirija y disponga todas las cosas para su propia gloria.[15]
[1] Mateo 6:9; [2] 2 Corintios 3:5; Salmo 51:15; [3] Salmo 67:2, 3; [4] Salmo 83:18; [5] Salmo 86:10-13, 15; [6] 2 Tesalonicenses 3:1; Salmo 147:19, 20; Salmo 138:1-3; 2 Corintios 2:14, 15; [7] Salmo 145; Salmo 8; [8] Salmo 103:1; Salmo 19:14; [9] Filipenses 1:9, 11; [10] Salmo 67:1-4; [11] Efesios 1:17, 18; [12] Salmo 97:7; [13] Salmo 74:18, 22, 23; [14] 2 Reyes 19:15, 16; [15] 2 Crónicas 20:6, 10-12 ; Salmo 83; Salmo 140:4, 8.
P. 191. ¿Qué pedimos en la segunda petición?
R. En la segunda petición (que dice: Venga tu reino),[1] reconociendo que nosotros y toda la humanidad estamos por naturaleza bajo el dominio del pecado y de Satanás,[2] pedimos que el reino del pecado y de Satanás, sea destruido,[3] y el evangelio sea propagado por todo el mundo,[4] que los judíos sean llamados,[5] y que la plenitud de los gentiles entre;[6] que la iglesia sea dotada de todos los oficiales y ordenanzas del evangelio,[7] purgada de la corrupción,[8] protegida y sostenida por el magistrado civil;[9] que las ordenanzas de Cristo sean administradas con pureza, y sean eficaces para la conversión de aquellos que aún están en sus pecados y para confirmar, confortar y edificar a los ya convertidos;[10] que Cristo gobierne en nuestro corazón aquí,[11] y que apresure su segunda venida y nuestro reinado con Él para siempre;[12] y que a Él le plazca ejercer el reinado de su poder en todo el mundo, según conduzca mejor a estos fines.[13]
[1] Mateo 6:10; [2] Efesios 2:2, 3; [3] Salmo 68:1, 18; Apocalipsis 12:10, 11; [4] 2 Tesalonicenses 3:1; [5] Romanos 10:1; [6] Juan 17:9, 20; Romanos 11:25, 26; Salmo 67; [7] Mateo 9:38; 2 Tesalonicenses 3:1; [8] Malaquías 1:11; Sofonías 3:9; [9] 1 Timoteo 2:1, 2; [10] Hechos 4:29, 30; Efesios 6:18-20; Romanos 15:29, 30, 32; 2 Tesalonicenses 1:11; 2 Tesalonicenses 2:16, 17; [11] Efesios 3:14-20; [12] Apocalipsis 22:20; [13] Isaías 64:1, 2; Apocalipsis 4:8-11.
P. 192. ¿Qué rogamos en la tercera petición?
R. En la tercera petición, (que dice: Sea hecha tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra),[1] reconociendo que por naturaleza nosotros y todos los hombres somos no solamente incapaces y sin voluntad para conocer y hacer lo que Dios quiere,[2] sino inclinados a rebelarnos contra su palabra,[3] a quejarnos y a murmurar contra su providencia,[4] y totalmente inclinados a hacer la voluntad de la carne y del maligno;[5] pedimos que Dios por su Espíritu quite de nosotros y de los demás toda ceguedad,[6] maldad,[7] indisposición,[8] y perversidad de corazón;[9] y por su gracia nos haga capaces y voluntarios para conocer, hacer, y someterse a su voluntad en todas las cosas,[10] con la misma humildad,[11] alegría,[12] fidelidad,[13] diligencia,[14] celo,[15] sinceridad,[16] y constancia,[17] de los ángeles en el cielo.[18]
[1] Mateo 6:10; [2] Romanos 7:18; Job 21:14 ; 1 Corintios 2:14; [3] Romanos 8:7; [4] Éxodo 17:7; Números 14:2; [5] Efesios 2:2; [6] Efesios 1:17, 18; [7] Efesios 3:16; [8] Mateo 26:40, 41; [9] Jeremías 31:18, 19; [10] Salmo 119:1, 8, 35, 36; Hechos 21:14; [11] Miqueas 6:8; [12] Salmo 100:2; Job 1:21; 2 Samuel 15:25, 26; [13] Isaías 38:3; [14] Salmo 119:4, 5; [15] Romanos 12:11; [16] Salmo 119:80; [17] Salmo 119:112; [18] Isaías 6:2, 3; Salmo 103:20, 21.
P. 193. ¿Qué pedimos en la cuarta petición?
R. En la cuarta petición (que dice: Danos hoy nuestro pan cotidiano),[1] reconociendo que en Adam, y por nuestro propio pecado hemos perdido el derecho a todas las bendiciones externas de esta vida y merecemos que Dios nos prive totalmente de ellas y tener maldición en el uso de ellas;[2] y que ni ellas por sí mismas son capaces de sustentarnos,[3] ni nosotros las merecemos;[4] ni podemos procurárnoslas por nuestra industria;[5] sino que somos inclinados a desearlas,[6] tomarlas,[7] y usarlas ilícitamente;[8] pedimos para nosotros y los demás, pues, que tanto ellos como nosotros, descansando en la providencia de Dios día tras día en el uso de los medios lícitos, por su don libre, y como a su sabiduría paternal mejor convenga, podamos gozar una porción competente de tales cosas;[9] y tengamos lo mismo continuado y bendecido para nosotros en nuestro uso santo y confortable de ellas,[10] contentamiento de ellas;[11] y ser guardados de todas las cosas que son contrarias a nuestro consuelo y comodidad temporal.[12]
[1] Mateo 6:11; [2] Génesis 2:17; Génesis 3:17; Romanos 8:20-22: Jeremías 5:25; Deuteronomio 28:15-17; [3] Deuteronomio 8:3; [4] Génesis 32:10; [5] Deuteronomio 8:17, 18; [6] Jeremías 6:13; Marcos 7:21, 22; [7] Oseas 12:7; [8] Santiago 4:3; [9] Génesis 43:12-14; Génesis 28:20; Efesios 4:28; 2 Tesalonicenses 3:11, 12; Filipenses 4:6; [10] 1 Timoteo 4:3-5; [11] 1 Timoteo 6:6-8; [12] Proverbios 30:8, 9.
P. 194. ¿Qué rogamos en la quinta petición?
R. En la quinta petición, (que dice: Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores), [1] reconociendo que nosotros y todos los demás somos culpables tanto del pecado original como del actual y por lo mismo deudores a la justicia de Dios; y que ni nosotros ni las otras criaturas pueden dar la más mínima satisfacción por esta deuda;[2] pedimos para nosotros y para los demás, que Dios por su libre gracia, quiera, por la obediencia y satisfacción de Cristo recibida y aplicada por la fe, libertarnos tanto de la culpa como del castigo del pecado,[3] nos acepte en su Amado;[4] continúe en su gracia y favor para con nosotros,[5] perdone nuestras caídas diarias,[6] y nos llene de paz y gozo, al darnos diariamente más y más seguridad de perdón;[7] a lo que somos más alentados a pedir, y animados a esperar, cuando tenemos el testimonio en nosotros de que hemos perdonado de corazón a los demás sus ofensas.[8]
[1] Éxodo 6:12; [2] Romanos 3:9-22; Mateo 18:24, 25; Salmo 130:3, 4; [3] Romanos 3:24-26; Hebreos 9:22; [4] Efesios 1:6, 7; [5] 2 Pedro 1:2: [6] Oseas 14:2; Jeremías 14:7; [7] Romanos 15:13; Salmo 51:7-12; [8] Lucas 11:4; Mateo 6:14, 15; Mateo 18:35.
P. 195. ¿Qué pedimos en la sexta petición?
R. En la sexta petición (que dice: No nos metas en tentación, mas líbranos del mal),[1] reconociendo que el Dios sabio, justo y misericordioso, por diversos fines justos y santos, puede ordenar las cosas de tal manera que podamos ser asaltados, reducidos y por un tiempo tenidos cautivos por las tentaciones;[3] que Satanás,[4] el mundo[5] y la carne, están prontos poderosamente para desviarnos y hacernos caer;[6] y que nosotros, aun después del perdón de nuestros pecados por razón de nuestra corrupción,[7] debilidad y falta de vigilancia,[8] no sólo estamos expuestos a ser tentados, y prontos a exponernos a las tentaciones,[9] sino también somos incapaces y sin voluntad para resistirlas, libertamos o aprovecharnos de ellas;[10] y dignos de ser abandonados en poder de ellas;[11] pedimos que Dios quiera gobernar al mundo y todo lo que hay en éste, subyugar la carne,[12] restringir a Satanás,[13] ordenar todas las cosas[14] otorgar y bendecir todos los medios de gracia,[15] y vivificarnos para ser vigilantes en el uso de ellos, para que nosotros y todo su pueblo por su providencia seamos guardados de ser tentados a pecar;[16] o que si somos tentados, que por su Espíritu seamos sostenidos y capacitados poderosamente para estar firmes a la hora de la tentación;[17] o que si caemos, que nos levantemos y quedemos libres de ellas,[18] y tengamos un uso y provecho santo de las mismas;[19] que nuestra santificación y salvación sean perfeccionadas,[20] Satanás sea puesto bajo nuestros pies[21] y seamos enteramente libertados del pecado, tentación y todo mal para siempre.[22]
[1] Mateo 6:13; [2] 2 Crónicas 32:31; [3] 1 Crónicas 21:1; [4] Lucas 21:34; Marcos 4:19; [5] Santiago 1:14; [6] Gálatas 5:17; [7] Mateo 26:41; [8] Mateo 26:69-72; Gálatas 2:11-14; 2 Crónicas 18:3 compárese con 2 Crónicas 19:2; [9] Romanos 7:23, 24; 1 Crónicas 21:1-4; 2 Crónicas 16:7-10; [10] Salmo 81:11, 12; [11] Juan 17:15; [12] Salmo 51:10; Salmo 119:133; [13] 2 Corintios 12:7, 8; [14] 1 Corintios 10:12, 13; [15] Hebreos 13:20, 21; [16] Mateo 26:41; Salmo 19:13; [17] Efesios 3:14-17; 1 Tesalonicenses 3:13; Judas 24; [18] Salmo 51:12; [19] 1 Pedro 5:8-10; [20] 2 Corintios 13:7, 9; [21] Romanos 16:20; Lucas 22:31, 32; [22] Juan 17:15; 1 Tesalonicenses 5:23.
P. 196. ¿Qué nos enseña el final de la oración del Señor?
R. El final de la oración del Señor, (que dice: Porque tuyo es el reino y la potencia y la gloria, por todos los siglos. Amén),[1] nos enseña a corroborar nuestras peticiones con argumentos[2] que son tomados, no de algo digno que haya en nosotros o en otra criatura, sino de Dios;[3] y a unir a nuestras oraciones alabanzas,[4] atribuyendo a Dios solamente la soberanía eterna, la omnipotencia y la excelencia gloriosa;[5] conforme a las cuales Él puede y quiere ayudarnos,[6] por lo que por la fe somos animados a suplicarle que quiera,[7] y esperar quietamente que Él querrá, cumplir nuestras peticiones.[8] Y para atestiguar éste nuestro deseo y seguridad, decimos, Amén.[9]
[1] Mateo 6:1; [2] Romanos15:30; [3] Daniel 9:4, 7-9, 16-19; [4] Filipenses 4:6; [5] 1 Crónicas 29:10-13; [6] Efesios 3:20, 21; Lucas 11:13; [7] 2 Crónicas 20:6, 11; [8] 2 Crónicas 14:11; [9] 1 Corintios 14:16; Apocalipsis 22:20-21.
CULTO DE LA MAÑANA
Colosenses 2:9-10. Lo que Cristo es en sí mismo y lo que Él es para los creyentes. La gloria del Mediador brilla en este pasaje, que nos habla incluso de la relación de Cristo con los ángeles. «Dios en Cristo», escuche este mensaje pulsando aquí.
CULTO DE LA TARDE
Génesis 24. ¿Es importante conocer la voluntad de Dios para mi vida en asuntos concretos como «con quién me casaré, qué trabajo tendré, etc.»? ¿Cómo puedo conocerla? «Conocer la voluntad de Dios»: escuche el mensaje pulsando aquí.
Sin duda, la doctrina bíblica de la elección divina es rechazada, o bien pervertida, por la mayoría del pueblo evangélico. Asimismo, la doctrina del Pacto de Gracia está ampliamente ignorada y, en la práctica, no se le presta ninguna atención. Sin embargo, ambas doctrinas, que están íntimamente relacionadas, son dos de los mayores fundamentos de la Reforma. Son vitales para la fe del creyente.
Presentamos un estudio bíblico acerca de estas dos doctrinas, siguiendo el Catecismo Menor de Westminster (pregunta 20).
Salmo 119:1 BIENAVENTURADOS los perfectos de camino; los que andan en la ley de Jehová. 2 Bienaventurados los que guardan sus testimonios, y con todo el corazón lo buscan: 3 Pues no hacen iniquidad los que andan en sus caminos. 4 Tú encargaste que sean muy guardados tus mandamientos. 5 ¡Ojalá fuesen ordenados mis caminos a observar tus estatutos! 6 Entonces no sería yo avergonzado, cuando atendiese á todos tus mandamientos. 7 Te alabaré con rectitud de corazón, cuando aprendiere los juicios de tu justicia. 8 Tus estatutos guardaré: no me dejes enteramente.
La Biblia sólo conoce unos bienaventurados: los herederos del reino de los cielos (Mateo 5:3-12). Si el Señor Jesús en el Sermón del Monte nos describe algunas de las características de los que son bienaventurados, el Salmo 119 en general y estos versículos en particular nos presentan su relación con la Palabra de Dios. Se nos dice de ellos que son “perfectos de camino”. No que sean absolutamente sin fallo ni pecado: todavía tenemos que esperar a que los espíritus de los justos sean “hechos perfectos” en la presencia del Señor (Heb. 12:23). Sino que tienen un corazón entero para Dios, no dividido entre el Señor y los ídolos. Lo buscan “con todo el corazón”. Ellos perciben la autoridad de Dios en Su Palabra, no la cuestionan a partir de sus propias ideas, y su deseo es que Dios actúe y los dirija en sus vidas, para que puedan andar conforme a lo que ella enseña y ordena. Conforme a “todos” sus mandamientos.
Nuestro deseo y oración, por tanto, ha de ser que Dios nos enseñe todo lo que nos falta en el conocimiento de Su Palabra. Es Él quien lo tiene que hacer, puesto que además éstas son las promesas a los herederos del Nuevo Pacto en Jesucristo: “Daré mi ley en sus entrañas, y la escribiré en sus corazones” (Jer. 31:33).